La política religiosa de los incas: el ejemplo de la provincia de Huamachuco

Nikolay Rakutz

Instituto de América Latina, Moscú

Resumen

El ejemplo de Huamachuco demuestra las formas bien diversificadas de la política religiosa, las cuales los incas utilizaban en las provicias: la reestructurización del panteon local por medio de establecimiento de los cultos imperiales y la creación de un grupo de las huacas principales; la adoración de algunas huacas locales por el Sapa Inca; la creación de las huacas nuevas; la adoptación de algunos cultos locales por los mitimaes junto con la conservación de sus tradiciones religiosas propias ( la adoración de las huacas traídas de su patria); la destrucción de las huacas como una forma de represión de los oráculos que dieron males pronósticos.

Abstract

The Incas used various forms of religious policy in the provinces: they transformed local pantheons with establishing the emperial cults and the new hierarchy of gods, organizing the adoration of some local haucas by the Sapa Inca and creating some new huacas, introducing the cults of huacas brought by the mitimaes and adopting some local cults. But any huaca could be destroyed by the Sapa Inca’s order after an unfavorable reply of its oracle.

 

La política aplicada por los incas en la esfera de la religión debe ser considerada como uno de los instrumentos más importantes utilizados en el proceso de la formación de su imperio a la par de las transformaciones económicas, sociales y de la administración, teniendo en cuenta el carácter multiétnico y multicultural del área andina. Las investigaciones ya hechas son dedicadas en primer lugar a los dioses principales andinos y al panteón incaico y hasta hoy sabemos bastante poco sobre la situación en las provincias. La opinión tradicional es que los incas obligaban a sus súbditos a adorar al Sol, y no intervinieron en los cultos locales, pero a veces tomaban el ídolo principal de algún señorío concreto al Cuzco e incluían unos dioses locales a su panteón; al mismo tiempo, otros científicos indican que los cultos provinciales fueron aplastados a favor del culto oficial (véase, por ej.: Hagen s.f.: 201-202; Rostworowski 1983: 96).

Pero entre las fuentes escritas después de la conquista española hay algunas que ofrecen una información muy importante sobre la política religiosa de los incas en las provincias del Perú, en primer lugar escritas antes de la amplia campaña de evangelización y de la de “extirpación de idolatrías”. Entre ellas se destaca la “Crónica de los primeros agustinos” (1560), bien conocida por los científicos y estudiada desde varios puntos de vista (Costa y Laurent 1962; González 1992; Millones 1992; Topic 1992), pero, según nuestra opinión, se puede añadir algo a los resultados ya obtenidos utilizando la dicha crónica como documento que da una característica muy importante de los métodos de la política religiosa incaica (por lo menos de algunos de ellos).

Los artículos de Millones y Topic dan una descripción bastante completa de la provincia de Huamachuco cuando el período imperial, por eso indicamos sólo lo más importante para nuestro tema.

Las comunidades indígenas de Huamachuco formaban 4 guarangas según Topic (Topic 1992: 62) o 6 guarangas y 5 pachacas según Millones (Millones 1992: 109). Como los incas instalaron en la provincia una gran colonia de mitimaes procedentes de la región del Cuzco, incluso aún un grupo de orejones, las últimas cifras, suponemos, representen la población total en vísperas de la conquista, teniendo en cuenta el hecho de que 2 últimas guarangas y las pachacas no tenían su territorio especial en el marco de la provincia, formando tal vez la población de la capital huamachuquina.

Los incas obligaban a los aborígenes a estudiar la lengua quechua, pero nada concreto sabemos del uso del quechua en Huamachuco, cuya población tenía su propio idioma, el kulli. Hay un problema bastante importante: ¿que lengua utilizaban los misioneros agustinos para la evangelización de la provincia? Se debe tener en cuenta que los vocablos indudablemente quechuas los misioneros los presentaban como los del “idioma de Huamachuco” (Costa y Laurent 1962: 72). Por eso unos creen que los misioneros e indios hablaban entre sí en quechua. Pero no tenemos los datos que certifiquen esta tesis. El autor de la crónica no escribió nada de la lengua usada por los agustinos en Huamachuco. En cuanto a los vocablos quechuas, estas podían ser sólo las prestaciones lingüísticas y esto parece ser muy verosímil porque muchos otros nombres, incluso los geográficos, no se etimologizan sobre la base quechua. Vale la pena también destacar que en el Perú la utilización de un sólo idioma (quechua) para los fines de la evangelización fue un hecho más tardío, y en los primeros decenios después de la conquista los frailes trataban de estudiar cuanto más lenguas locales a consecuencia de la caída del prestigio del quechua en las provincias (véase: Rákutz 2001). Por eso podemos calificar como manifiestos malentendidos los intentos de explicar como palabras quechuas los nombres de muchos dioses de Huamachuco presentados en la crónica (Costa y Laurent 1962: 74-76). Pero no hay duda de que los incas también influyeron en la toponimia local creando los pueblos de mitimaes, nuevas huacas, etc.

La religión nativa de los aborígenes de Huamachuco

El autor agustino no trataba de presentar una característica detallada de las ideas religiosas huamachuquinas. Su crónica en realidad es un informe sobre el trabajo ya hecho por los misioneros y tiene un carácter netamente práctico. Por eso no hay en su obra la lista completa de las huacas de Huamachuco ni tampoco la descripción de su sistema mitológico (a excepción del mito de la creación). En primer lugar escribió cuántas huacas fueron destruidas por los misioneros, donde estaban, etc. Pero aún estos datos incompletos son bastantes para algunas conclusiones.

Así, es evidente que los misioneros encontraron en Huamachuco un sistema religioso bastante desarrollado: muchísimos santuarios diferenciados según los grados de significación, funciones, etc., el panteón jerárquico. Como es típico para las religiones andinas, los huamachuquinos consideraban como sagrados muchos objetos naturales, en primer lugar los más importantes desde el punto de vista geográfico (cerros nevados, ríos, etc.), como demuestra el único mito local presentado en la crónica – el mito de la creación que se trata de la “falsa trinidad” huamachuquina – Ataguju (dios-creador) y sus ayudantes, Sugadcavra y Acumgavrad, los cuales formaban algo parecido a otras “trinidades” andinas (Tancatanca en Bolivia, el dios solar incaico, representadas en forma de tres estatuas, véase por ejemplo: Calancha 1638: 323), de Guamansuri, enviado por Ataguju a Huamachuco, quemado por sus primeros pobladores, los guachemines y de la venganza cruel del hijo suyo y de la hermana de los guachemines, Cauptaguam, Catequil, quien, junto con su hermano, Piquerao después sacó a los indios de la tierra en el cerro Guacat para poblar la provincia (San Pedro 1992: 172-174; Topic 1992: 60-61).

El mito, como indica Topic, define nítidamente el contexto geográfico de Huamachuco, la mayoría de los acontecimientos descritos tenía lugar en el territorio de la guaranga occidental, la de Guacapongo (allá un río hasta hoy se llama Cauptaguan y un cerro – Guacate). Marcan también los puntos de expulsión de los guachemines sobrevividos después de la matanza organizada por Catequil varios topónimos “Guachemin” en las fronteras nor-occidentales, nor-orientales, occidentales y sur-orientales de la provincia (Topic 1992: 62-66).

El contenido del mito tiene algunos paralelos con los mitos de la Costa peruana y de la provincia de Huarochirí en la Sierra no lejos de Lima (los dioses nacidos de huevos, aniquilamiento de la población primitiva, etc., véase Arriaga 1968; Avila 1966), pero no tiene nada común con la mitología incaica y la del Altiplano.

Catequil, como decían los indios, lanzaba rayos y truenos con su honda (San Pedro 1992: 175), es decir es un dios parecido a Illapa de los incas o a su análogo de la Sierra Central, Libiac (cabe destacar que en Huamachuco no conocían Illapa ni Libiac). Su santuario fue muy famoso, pero los cronistas no tenían la opinión única sobre su localización. La ‘Crónica de los agustinos” dice que estaba en el sitio San José Porcón situado a 4 leguas del pueblo de Huamachuco, la capital de la provincia y describe el santuario como un grupo de tres peñascos – Apo Catequil, Mama Catequil (es decir Cauptaguan) y Piquerao, con un grupo de edificios del culto al pie de éstos y más abajo estaba el pueblo, cuyos habitantes hacían todos los servicios necesarios en el santuario. (San Pedro 1992: 176). Arriaga creyó que el santuario estaba en la provincia de los Conchucos indicando al mismo tiempo que antes se ubicaba en Huamachuco, pero este templo primitivo fue destruido por el Inca Huáscar (Arriaga 1968: 203). Calancha, corrigiendo a Arriaga, insistió que el Inca Huayna Capac había arrojado a Catequil (Calancha 1638: 472). Betanzos y Sarmiento, como antes San Pedro, escribían que fue Atahualpa el que destruyó el ídolo y el templo (Betanzos 1996: 231-232; Topic 1992: 64-66).

A nuestra opinión, los datos agustinos en cuanto al dicho santuario deberán ser más exactos y no sólo porque ellos lo describieron antes que los otros autores. Atahualpa mucho más parece a la persona que pudiera destruir la huaca tan estimada que su hermano o padre, mencionamos aquí que él fue muy enfadado con el dios Pachacámac por la causa de un falso pronóstico del oráculo (Torero 1980: 147). Esto pudiera tener un mal resultado para el templo si Atahualpa no hubiera ya sido capturado por los españoles. Huayna Capac, al contrario, como sabemos (véase más abajo) demostraba mucho respeto a las huacas locales, pero se sabe que en otra situación él también ordenó a destruir algunas huacas (Torero 1980: 154). En cuanto al lugar del santuario, teniendo en cuenta la popularidad de Catequil, consideramos como muy verosímil que su templo pudiera existir no sólo en Huamachuco, sino también en Conchucos. En Huamachuco el centro religioso estaba ubicado, según los agustinos, cerca de la capital provincial.

Catequil, como escribió el autor de la “Crónica”, fue el personaje principal de la mitología huamachuquina, lo podemos calificar como el principio dinámico del panteón, y Ataguju – el lejano creador, pero su potencia podía ser a veces peligrosa y destructora. Esto se parece a las descripciones del dios costeño Pachacámac, pero el mismo cronista describió el rito de adoración de Ataguju (mejor dicho de toda la “falsa trinidad”), cuando en los grandes corrales, en unos hoyos “hincavan vnos palos… y en medio ponyan un palo y revolvianle con paJa… y matavan vn coy y ofreçia la sangre a ataguju…”. El simbolismo de este reitual certifica, como ya había indicado, el carácter agrario del culto de Ataguju y está en contra a la tesis de su “autoseparación” de los asuntos terrenos. Además lo adoraban “quemando coca” y también existía un rito especial cuando “el cacique y principales se salen A comer en la panpa o plaza y alli beben y antes q. comiençan A beuer mochando y adorando a ataguju y a la t.rra y esto deRaman En seňal de salua o bendiçion q. hazen A su criador…” (San Pedro 1992; 162-164; Topic 1992: 54). Esto también indica que Ataguju fue un importante dios agrario. Además, a Vuiguaicho y Unstiqui, los “criados” de Ataguju les pedían que rogaron a Ataguju que no cayera granizo en los maíces (San Pedro 1992; 164).

No podemos dar aquí una característica completa del panteón huamachuquino, por eso indicamos sólo lo más importante para el tema.

Según Millones, en Huamachuco no sabían Inti ni Quilla ni Viracocha (Millones 1992: 118). En rigor, no fue así, porque Millones esribió sobre los dioses incaicos. Pero los personajes muy parecidos a aquellos por sus funciones sí habían, como lo demuestra muy bien el ejemplo de Catequil (de los rasgos comunes de los dioses serranos véase: Rostworowski 1983: 27). El cronista indicó que en Huamachuco adoraban a la Luna (la llamaba Quilla utilizando el vocablo quechua). Uno se puede pensar que aqui se dice del culto incaico introducido en le provincia, pero es dudoso porque en Huamachuco adoraban a las Pléyades, las estrellas matutina y vespertina – todos estos cultos eran comunes para el área andina así como el del dios de rayos y truenos. Además, en Huamachuco habían dos huacas relacionadas al sol naciente – la de Agaňamoc y la de Yagaňhumac. Se puede calificarlas como representantes locales del culto solar imperial, pero sus nombres no quechuas sertifican que algún tipo del culto solar existía en Huamachuco ya antes de los incas, a pesar de que no hubiera tan importante como entre los quechuas.

De otros dioses locales podemos nombrar, como creemos, la Tierra (también culto panandino) – San Pedro la llama Pachamama o Chucomama - la diosa Guagalmojon, protectora de la fertilidad femenina y “progenitora” de los indios huamachuquinos, Yanaguanqui y Xulcaguaca (dos picos nevados, “ayudantes” en las guerras, como lo fue también Ataguju), muchas huacas que daban agua, protegían el ganado, los tejedores, daban sal, chile, coca, maíz, lluvias, protegían de las enfermedades, el culto de las zorras (bién conocido en otras partes del área, por ej., en el Altiplano, en la Costa norte), de los guachecoales (en otras regiones los llamaban huancas) –grandes piedras, que fueron protectores de los pueblos, sus campos, etc. y muchísimas huacas domésticos (de riqueza, salud, protectores de las casas, etc.) De todo esto podemos ver que la religión huamachuquina tenía un carácter agrario, dirigido a la conservación del ritmo y espacio de las labores agrícolas (González 1992: 34).

Transformaciones religiosas bajo el dominio incaico

La incorporación de Huamachuco en el imperio tuvo como resultado la introduccion de varias innovaciones en la práctica ritual. Nada indica que los incas no aplicaban en Huamachuco su política religiosa tradicional que incluía la construcción del templo del Sol, del “monasterio” de las acllas, como lo hacían en todas las provincias. El cronista no esribió nada sobre eso, sólo indicó que el Sol fue el dios principal de los indios, pero dio sus ejemplos basándose en las noticias de otras provincias (Cuzco, Cajamarca). Al mismo tiempo sabemos que los agustinos construyeron su primer convento sobre las ruinas de unas construcciones incaicas (San Pedro 1992: 201), y que Guaman Poma de Ayala, un cronista indio, indicó que en Huamachuco existía la “casa real”, la residencia del imperador (Poma de Ayala, citado por: Barros: 1980: 237).

El otro hecho significativo fue que los mitimaes traídos del Cuzco llevaron consigo su propia huaca, Topa Llimillay, instalada en el centro provincial que indicaba a su status especial en la vida religiosa de Huamachuco (González 1992: 36). Es interesante que los incas-orejones que habitaban en la provincia, adoraban a Guamansuri, el padre de Catequil y su huaca fue tan reverenciada que cuando la evangelización de los agustinos, la ocultaron de los misioneros en la construcción misma de la iglesia recién edificada para seguir practicando su culto. Actualmente es difícil aclarar la razón de esta gran reverencia al dios local de parte de los incas. Tal vez, estableciendo las relaciones específicas con este dios los incas creyeran obtener, en sus propios ojos, unos derechos especiales para su poder. Podía tener importancia también el nombre de la huaca: si la llamaban Guamansuri (en la crónica se esribe también Guamansiri), este vocablo se puede traducir del quechua como “halcón-avestruz” (Topic 1992: 60). En este caso, podríamos calificar el hecho como un ejemplo de la “usurpación” de la huaca por los orejones realizada por la quechuización o aún sustitución de su nombre local al nombre quechua.

Hay razones para suponer que de las cuatro guarangas existidas en el siglo 16, dos fueron creadas por los incas (tal vez por la división de las dos partes consideradas como muy grandes). A esto indica el hecho de que las dos últimas guarangas tenían menos huacas, por ejemplo, de las 9 huacas principales sólo 3 estaban en su territorio (Topic 1992: 69).

Además, Huayna Capac “descubrió” una huaca relacionada con su jefe militar, Xulco Manco y ordenó a adorarlo como al protector de los huamachuquinos (Millones 1992: 113). Creemos que el Inca sólo revitalizó el culto de una huaca antigua, tal vez ya abandonada, porque según los arqueólogos fue creada en el 1-er milenio D.C. (Topic 1992: 64, 81).

La innovación muy importante fue también la separación de algunas huacas locales (9 en total) en una categoría especial, porque como adoradas por el Inca Huayna Capac (y como decían los indios – también por su padre, Topa Inca) fueron proclamadas las huacas principales. Es interesante que antes todas las 9 huacas mencionadas eran de significación estrictamente local y no sabemos nada de la visita del Inca,por ejemplo, al templo de Catequil. Pero los incas, como se pude pensar, crearon su sosia quechua. La crónica indica 9 nombres de las huacas principales: Ulpillo, Pomacama, Caoquilca, Quimgachugo, Nomadoy, Guarayoc, Guanacatequil, Casipoma y Llayguen (Topic 1992: 67). Hoy sabemos los sitios de 5 de ellas. Es evidente, que algunas nombres de las huacas son sin duda quechuas. Los más interesantes son: el nombre Guarayoc, que significa “versado en el manejo de la honda” (Topic 1992: 68) y Guanacatequil (se supone que es una tranformación del nombre Huayna Catequil, es decir – joven Catequil), uno de los muchos “hijos” de Catequil descubiertos anter y aún después de la conquista. Estos “hijos” fueron piedras con rasgos específicos (Topic 1992: 81).

Son bastante significativas las funciones de las huacas principales. De Caoquilca pedían agua, de Casipoma – la ayuda en la guerra, a ésta Huayna Capac la tomaba consigo a sus campaňas militares y ella estaba ubicada en la capital huamachuquina (Millones 1992: 114,117), de Llayguen pedían lluvia y todo lo necesario para la vida, Ulpillo fuera tal vez una huaca relacionada con la fertilidad. Esto demuestra que los incas establecían un ‘contacto” en primer lugar con las fuerzas divinas relacionadas con la cosecha (irrigación, lluvias) y con la guerra.

La influencia incaica está bien demostrada y en cuanto a algunas otras huacas. Así, Huayna Capac ordenó a revereciar a su general, Condor, el cual se transformó en protector de la coca y del maíz. Había también la huaca Guarasgayde, protectora de los tejedores que producían telas especialmente para pagar tributo a los incas. Huayna Capac además creó (suponemos que revitalizando el culto) la huaca Magacti - a ella mochaban en tiempo de sequia pidiendo lluvias, pero sólo en casos especiales, porque para hacer esto fue necesario primero recibir la decisión del consejo de todos los curacas de la provincia (Topic 1992: 82, 83, 89).

Cabe destacar que entre la población fueron muy populares las huacas protectores de la producción de tejidos (Quespeguanayay, Guaylio). El Inca ordenó a establecer a un grupo de los mitimaes cerca de la última (Topic 1992: 78). Es también interesante que, al organizar 4 guarangas, los incas "dieron" a cada par de ellas (¿unidad militar?) unas huacas especiales de guerra: para las guarangas de Llampa y de Guacipongo tales huacas fueron Yanaguanca y Xuilcaguaca, y para las de Lluicho y de Andamarca – la huaca Miniguindo, todas las tres fueron grandes cerros cituados en las fronteras entre las guarangas (Topic 1992: 85-86).

En contra a la opinión ya común entre los científicos, que la destrucción del imperio tuvo como consecuencia la revitalización muy rápida de las tradiciones locales (incluso las religiosas) en detrimento del prestigio de las incaicas, la crónica certifica que cuando unos 20 aňos después de la conquista los agustinos comenzaron su campaňa de evangelización en Huamachuco, las huacas proclamadas como principales por los incas, todavía seguían siendo tales para los indios de la provincia.

La crónica demuestra muy bien que en las condiciones concretas de Huamachuco los incas trataban de adaptarse a las tradiciones religiosas locales, fortaleciendo, al mismo tiempo su influencia a través de una interpenetración de las sistemas religiosas bastante diferentes – la suya y la local. Los incas no extirparon a los dioses de Huamachuco sino establecieron su bien elaborada jerarquía, lo que sin duda transformó el panteón local. Además, los mitimaes llevaron consigo a la provincia sus propias huacas para adaptarse mejor en su nuevo lugar de asentamiento (esto explica el hecho de que el mitmac incaico fue más exitoso que la organización de las reducciones indígenas por los espaňoles: estos, claro está, no permitían a tomar las huacas locales a las reducciones, y los indios se sentían como absolutamente abandonados, sin la protección divina en su nuevo lugar de asentamiento). Las huacas de los mitimaes tenían que ser incorporadas, de uno u otro modo, en el sistema ritual de la provincia. A veces, si lo era cómodo para ellos, los incas revitalizaban a los cultos locales antiguos, dándoles una nueva significación (Xulca Manco). El hecho de que Huayna Capac elevó bruscamente el status de un grupo de las huacas por medio de organizar su reverencia especial a ellas, debió también producir una reflexión notable en cuanto a la estructura del panteón. Además, los incas, como ya hemos indicado, establecieron unas relaciones especiales con un grupo de las huacas de la provincia, pertenecientes a la esfera guerrera y a la agrícola. De este modo se formaba una comunidad ritual de la población de la provincia con la del resto del imperio, lo que debía hacer más fácil el proceso de la quechuización de los huamachuquinos (y de su panteón, esto se ve del hecho de que en el siglo 16 algunas huacas ya se conocían bajo sólo sus nombres quechuas).

La aplicación de tal política fue necesaria porque el panteón y la mitología local tenían muchos rasgos comunes con las de la Costa norte y la provincia de Huarochirí, pero nada común con las incaicas propiamente dichas.

Además, se debía tener en cuenta que la fidelidad a sus cultos locales en Huamachuco fue muy firme – aún después de la destrucción de la huaca de Catequil, la mas reverenciada, su culto no desapareció y aún más, comenzaron a descubrir a sus “hijos” – las piedras de colores o estructuras insólitas o singulares, que se convirtieron en muy populares objetos del culto. Esta tradición religiosa muy estable, la cual, suponemos, fue característica no sólo para Huamachuco, obligaba a los incas a aplicar una política bastante flexible en la esfera religiosa. Solamente destruir la tradición significaba perder mucho tiempo y enfrentarse con una resistencia tenaz de los aborígenes (lo que bien fue demostrado por la tan poco exitosa campaňa de extirpación de idolatrías organizada más tarde por los espaňoles).

Pero, cuando los incas lo consideraban necesario, utilizaban también las medidas punitivas, lo que demostró el caso de Catequil. Para tal acto fuera bastante un pronóstico no favorable para el Inca, y las represalias eran crueles, a pesar de que no siempre inmediatas. Pero en Huamachuco la destrucción del templo de Catequil se puede explicar por las razones de la política represiva de Atahualpa.

La reverencia demonstrativa a algunas huacas locales debía fortalecer la dominación incaica por medio de la estimación de las tradiciones aborígenes, establecimiento de las relaciones contractuales y aún de parentezco a través de la creación de los objetos del culto común (Xulca Manco). Y es notable que entre todas las huacas locales los incas dieron preferencia sólo a un estricto grupo que incluía en primer lugar las huacas de bastante poca importancia según las antiguas creencias de la provincia.

Referencias:

Arriaga P. J. de. Extirpación de la idolatría en el Perú. – Biblioteca de autores espaňoles. Madrid, Atlas, 1968. T. CCIX.

Avila J. Dioses y Hombres de Huarochirí. Lima, Instituto de Estudios Peruanos, 1966.

Barros H.L. Cronistas de raigambre indígena. Otavalo, Instituto Otavaleňo de Antropología, 1980. T. 15.

Betanzos J. de. Narrative of the Incas. Austin, University of Texas Press, 1996.

Calancha A. de. Corónica Moralizada. Barcelona, 1638.

Costa y Laurent F. Apuntes para el estudio de los Arquetipos centrales en la Mitología del mundo Cultural Andino. – Actas y Trabajos del II Congreso Internacional de Historia del Perú. Lima, 1962. T. 2.

González J.L. La Crónica y su concepto de la cosmovisión andina: Indios, dioses y demonios. – San Pedro, Fray, J. de. La Persecución del Demonio. Crónica de los primeros agustinos en el norte del Perú (1560). Málaga, Algazara, 1992.

Hagen V.W. von. Realm of the Incas. N.Y., etc. The New American Public Library, s.f.

Millones L. Relación de las cosas que yo alcanzo. – San Pedro, Fray, J.de. La Persecución del Demonio. Crónica de los primeros agustinos en el norte del Perú (1560). Málaga, Algazara, 1992.

Rákutz, N. “Corónica Moralizada” de Antonio de la Calancha como una fuente para estudiar la etnografía del Perú prehispánico y colonial. Tesis doctoral. Moscú, 2001 (en ruso).

Rostworowski de Diez Canseco, M. Estructuras andinas del poder. Lima, Instituto de Estudios Peruanos, 1983.

San Pedro, Fray, J. de. La Persecución del Demonio. Crónica de los primeros agustinos en el norte del Perú (1560). Málaga, Algazara, 1992.

Topic, J. Las huacas de Huamachuco: Presiciones en torno a una imagen indígena de un paisaje andino. – San Pedro, Fray, j. de. La Persecución del Demonio. Crónica de los primeros agustinos en el norte del Perú (1560). Málaga, Algazara, 1992.

Torero A. el quechua y la historia social andina. La Habana, Editorial de Ciencias Sociales, 1980.

 


Buscar en esta seccion :