La construcción de los mitos: el mito fundacional en Santiago del Estero

RODOLFO O. LEGNAME, ARQ

FACULTAD DE HUMANIDADES, CIENCIAS SOCIALES Y DE LA SALUD

UNIVERSIDAD NACIONAL DE SANTIAGO DEL ESTERO

SANTIAGO DEL ESTERO, OCTUBRE 2002

Todo sistema social se sostiene sobre un mito fundacional que le da origen y lo explica, permitiendo posicionar a los actores y establecer las relaciones que existen entre ellos. Este mito tiende a narrar un origen del sistema social, en cuya narración los actores asumen roles que luego se reproducirán en el orden social en que viven. Este mito va a demostrar la pertinencia y la pertenencia del grupo que asume la escritura de la historia como grupo que origina el sistema social vigente, permitiendo construir la historia de un “nosotros” que implica y define, además, a un “los otros”. Ese “nosotros” es siempre protagonista, actor de la historia, héroe que forja –y funda- el hogar compartido de la patria, a través de una serie de peripecias y de acciones en las que enfrenta a enemigos y opositores y donde cuenta con aliados y ayudantes.

El mito, su escritura -lo que pudiéramos llamar "la escritura de la historia"-, es una construcción variable en el tiempo, que se escribe y se rescribe, y que va recibiendo distintas interpretaciones según a quienes involucre, y según quienes se apropien de éste con intención de legitimarse en el sistema social. No es la historia lo que cuenta en la formación del mito, sino la escritura de la historia, la interpretación y construcción de los hechos, la explicación que se da de ellos y los modos en los que los distintos actores se apropian de ello.

Desde ahí, preguntarse por cómo se escribió este mito en el tiempo, cómo varió o se modificó, de qué manera fue reemplazado por otro, o suplantado, puede servirnos para intentar desentrañar algunas cuestiones del imaginario social en el que nos instalamos, pues la función del mito, entre otras, es la de legitimar a los actores y al sistema vigente.

Cabe señalar que el mito no es fijo, sino móvil, que no se cristaliza en el tiempo aunque aparentemente así lo parezca, y que su enunciación, escritura e interpretación se adecua a los intereses de los distintos sectores en pugna en el juego del poder. El mito es móvil aunque permanente, flexible aunque aparentemente estable.

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Cuando uno intenta mirar desde afuera al sistema santiagueño, quizás lo primero que percibe es una sociedad en tensión entre el pasado heroico y poderoso correspondiente a los siglos xvi y xvii y una voluntad de modernización desde un presente en crisis. Crisis estructural correspondiente a una pérdida de rol hegemónico de la ciudad sobre el final del siglo xvii, que corresponde al traslado de la sede de la Gobernación del Tucumán a Salta y de la sede del Obispado a Córdoba en 1699, a la que se agrega la dependencia administrativa con respecto a Tucumán hasta la Autonomía Provincial en 1820 y que, modificando formas, se extiende durante el siglo XIX con las frustraciones de la navegabilidad del Salado y el cierre de los ingenios azucareros y que persiste durante el siglo xx con la destrucción de la riqueza forestal en lo que Canal Feijóo llama “desahucio de la tierra y del paisaje” generando la expulsión de población fija y dando origen a generaciones de  trabajadores golondrina y una tradición de empleo en el servicio doméstico de las mujeres.

El segundo dato que asoma es una estructura estamental y endógena, en las que la construcción histórica de un patriciado -y patriciado en tanto que sector endogámico que se apropia del poder político, económico y de fuerza y lo detenta durante un período histórico que llega hasta mediados del siglo XX y que aún subsiste- persiste de diversas maneras en el imaginario colectivo. Una conciencia de “nosotros” construida sobre la trama de alianzas familiares y una fuerte identidad corporativa que cierra filas ante “los otros”. Un sistema de cooptación que ha incorporado a algunos italianos y sirio-libaneses a falta de franceses, ingleses o alemanes, y donde la variable de incorporación ha sido, en un caso, el del origen occidental (italianos, españoles) y un poderío económico (los anteriores más los sirio-libaneses) unificados por la identidad religiosa, que actúa como elemento unificador. El segundo elemento de unión en este caso es la conciencia de localismo: todos son “santiagueños”, se sienten santiagueños, borrada toda otra identidad diferenciadora.

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En el caso santiagueño, es posible imaginar algunos núcleos de enunciación mítica, que pudieran extenderse a cuatro:

1.      la fundación y traslados de la Ciudad del Barco hasta su re-localización y nominación como Santiago del Estero en el siglo XVI,

2.      la firma del Acta de la Autonomía en 1820,

3.      la batalla del Pozo de Vargas y su versión musicalizada en la Zamba de Vargas y

4.      el desentrañamiento de la cultura chaco-santiagueña en el siglo XX.

La primera apunta a la legitimación española y a la preponderancia del blanco sobre el indio, determinando una posición de subalternidad de los naturales frente a los conquistadores que escribieron la historia; la segunda, creo, se orienta a la constitución de un patriciado en tanto que “padres de la patria”, sociedad criolla que se ha apropiado del poder político, económico y de fuerza y que permanece como grupo endogámico; la tercera, posiblemente, alude a las estrechas relaciones clientelares de los sectores dominantes con los sectores subalternos, a la que coadyuva lo que Canal Feijóo llamara “la anécdota Ibarra” y que articularía con los intereses de identificación de los actores sociales en torno al concepto de “santiagueño” y de “santiagueñidad”. La cuarta, finalmente, pudiera servir para legitimar la nueva sociedad argentina, borradas las etnias aborígenes, a la vez que sería el instrumento de visibilidad adoptado por los sectores subalternos que encuentran en la representación de un pasado los modos de poner a la luz su propia y acallada historia.

Sería interesante preguntarse por estos núcleos temáticos como ejes que iluminan la construcción de la identidad del “santiagueño”, de los cuales selecciono los dos primeros como un conjunto homogéneo de contenidos para el presente trabajo.

Primer mito: la fundación y traslados de El Barco-Santiago del Estero

En 1953 se celebraron en la ciudad de Santiago del Estero los 400 años de su fundación. En tal oportunidad, entre las celebraciones se contó con la visita del entonces presidente de la Nación, Gral. Juan Domingo Perón, la inauguración del Arco de Entrada a la ciudad, a la manera de puerta, al sur de la misma, sobre el final de la Avenida y Acequia Belgrano y la celebración de un Congreso Nacional de Historia. Se celebró, además, la fundación el día 25 de Julio, fecha determinada por un Dictamen de la Academia Nacional de la Historia, producido a raíz de una solicitud del Superior Gobierno de la Provincia.

Habiéndose perdido el Acta de Fundación de la Ciudad y sus Libros Capitulares, una larga controversia dividía las opiniones en cuanto al origen y fundación de la ciudad, como asimismo el nombre de su fundador, asignándose las mismas a Juan Núñez de Prado, con el nombre de Barco, en 1550 y posteriores traslados con el nombre de Barco II y Barco III; pero también atribuyendo la fundación a Francisco de Aguirre, quien la trasladó nuevamente y le puso el nombre de Santiago del Estero que aún hoy conserva. El Dictamen de la Academia, favorable a la fundación por Francisco de Aguirre en 1553 –y justificativo de la fecha de celebración y de la visita de Perón, pese a que se contradecía con anteriores textos de los firmantes del Dictamen (Cf. Achával, 1989:)- generó entre los santiagueños una fuerte parcialidad y disputa, sólo resuelta sobre el final del siglo XX con el descubrimiento de un informe sobre los Libros Capitulares de la primitiva ciudad en Sucre, hecho por Gastón Doucet y anticipado por Luis Alen Lascano en su reciente Historia de Santiago del Estero.

La narración de los hechos referidos a la fundación y traslado del Barco-Santiago del Estero en los dos textos fundamentales de historia santiagueña de la segunda mitad del siglo XX, las Historias de Santiago del Estero escritas por José Néstor Achával y Luis C. Alen Lascano, permiten construir un conjunto de significados en torno a lo santiagueño.

Un buen comienzo puede ser el Prólogo a la Historia de Achával, escrito por Alen Lascano:

"Si contáramos con la presencia del doctor Orestes Di Lullo, a él le hubiera correspondido el honor de prologar estas páginas. Pues fue el maestro de nuestra generación y el gran restaurador de la historia santiagueña, ubicándola en su exacta dimensión espiritual dentro del proceso formativo de la nacionalidad." (Alen, en Achával, 1989:11).

".el profesor José Néstor Achával ha querido que venga a suplir aquella lamentada ausencia. Y lo hace fundado en tres razones justificatorias que bien acreditan su motivación: la primera, basada en el cálido afecto amistoso que nos vincula en largos años de relación comprovinciana; la segunda, por los comunes ideales que inspiran nuestra labor historiográfica en una misma búsqueda de la conciencia nacional. Y por último, para asociarme, como decía Estrada, 'a sus generosos esfuerzos con mi notoria divisa de ciudadano católico', o sea, por correligionarios en Cristo bajo cuya fe nació la patria impregnada de las convicciones espirituales que constituyen la esencia del ser argentino de todos los tiempos." (Alen, en Achával, 1989:11).

De cuya escritura se deduce un reposicionamiento de Santiago del Estero en el ámbito de la Nación; no en un ámbito económico, sino espiritual.

"Santiago del Estero por el contrario, dio origen a la sociedad argentina ya en el siglo XVI. (Alen, en Achával, 1989:12).

Esta enunciación del eje espiritual puede permitir dos lecturas: por una parte, la elevación por el espíritu, lo sublime trascendente que en ello subyace y la persistencia de esa espiritualidad en lo que se pudiera llamar “el espíritu nacional”; y por otra, el ocultamiento de la pobreza santiagueña, que ha hecho que esta ciudad y su provincia dependan para su subsistencia de los aportes de la Nación. Dos ejes discursivos no contradictorios entre sí y que bien podrían comenzar a mostrar una modalidad santiagueña: el ocultamiento de un fracaso presente por la enunciación de pasados esplendores.

Se deduce, de esas lecturas, la fundación de la Nación y aún la de la sociedad civil a partir de la conquista, donde civilización, poblamiento, evangelización y fundación son un todo orgánico:

"Pues si es verdad, como sostiene Ortega y Gasset, que la potencia sustancial de todo proceso de cohesión nacional es siempre 'un proyecto sugestivo de vida en común', la Patria Argentina se ha formado a partir de la gloriosa cruzada de su civilización y poblamiento, asumida como una misión popular y evangelizadora desde la fundación de Santiago del Estero por la España del Siglo de Oro" (Alen, en Achával, 1989:12).

Fundación que no sólo es fundación de la Nación en los hechos, sino en la continuidad discursiva de un conjunto de “escrituras de la historia”:

"Para cumplir sus propósitos el profesor Achával ha seguido los pasos de los auténticos maestros de la historiografía, y bien puede reconocerse en su obra la influencia del P. Lozano, e incluso decir que ella emparenta con las colecciones monumentales de Roberto Levillier para el período hispánico, y últimamente con Vicente D. Sierra, de cuya labor somos todos deudores. De la misma manera, desde Baltasar Olaechea y Alcorta, Andrés Figueroa y Alfredo Gargaro, hasta las últimas investigaciones de Fray Eudoxio de J.  Palacio y Orestes Di Lullo, cuyas tesis sustenta, hablan de un concienzudo estudio de las fuentes regionales, que esta obra continúa y complementa". (Alen, en Achával, 1989:13).

Escritura de la historia que se convalida en su engarce con las largas colecciones nacionales y que da cuenta, por su función y contenido, que es un “oficio de señores”; contar la historia a sus pares e inferiores a modo de legado:

".no somos una parte indiferenciada de la historia del liberalismo en el mundo, sino una parte integrante, pero libre y soberana, de la historia hispánica en América. Lograrlo será el más alto mérito para su autor, cuyos años de desvelo para escribirla, no buscaron otro beneficio que dejar este legado a su pueblo, como fruto de un compromiso terruñero al cual se siente obligado por los nombres de sus antecesores, inscriptos en las páginas de nuestros Libros Capitulares." (Alen, en Achával, 1989:13).

El que escribe la historia es quien justifica su derecho sobre la cosa pública, basada en la tierra, percibida desde la tradición medieval occidental como “cosa privada”, como propiedad del señor, quien toma su nombre de la tierra.  Tierra a la que se tiene derecho pues no se registran reclamos sobre la misma con anterioridad a la conquista:

"La existencia de una gran diversidad de pueblos se explica por cuanto este territorio no se hallaba sujeto al dominio excluyente de una parcialidad determinada. Era, al contrario, por su ubicación geográfica y sus características de suelo y clima, una tierra donde convergían infinidad de tribus (.) que al mezclarse dieron al territorio la configuración de un verdadero mar étnico-lingüístico. En esa mezcla, con superposición de estadios prehistóricos, se encontraban al momento de la conquista española." (Alen, 1992:30-31).

En donde los pueblos que la habitaban,

"Pese a ser diestros cazadores y hábiles en el manejo de la flecha y lanza, no se distinguieron por su belicosidad, y de ahí que pueda afirmarse la inexistencia de una verdadera conquista militar y guerrera de los incas sobre ellos. Es mejor suponer que se sometieron a vasallaje sin mayores resistencias por encontrarse ante una organización político-militar superior" (Alen, 1992:32).

Una tabula rasa de derecho en un mar étnico-lingüístico: una imagen del caos primigenio que el sistema español viene a resolver instalando el vivir civilizado y el evangelio. No obstante, es de remarcar el reconocimiento de la existencia de unos pueblos aborígenes en el texto de Alen, sensible diferencia con el de Achával, quien en su escritura directamente ignora la presencia de alguna población previa a los españoles: su historia comienza con la  explicación del origen del vocablo Tucumán según Lizondo Borda, Fortuny, Vicente Sierra y el P. Lozano, basado sobre la existencia de un cacique Tucma y su población, el Tucmanahaho, en los Valles Calchaquíes.

Pero es sobre este vacío sobre el que se funda la sociedad civil que hoy habita el Noroeste Argentino, y la ciudad de Santiago del Estero:

"En un principio fue por el río 'de sueñera y de barro / que vinieron las proas a fundarme la patria', según evocó el poeta". (Alen, 1992:36).

Acto central de fundación desde la nada de un pasado mítico, hecho por héroes. Héroes que, en las palabras de Achával, alcanzan ribetes fabulosos:

"Es que no movía a estos soldados admirables y heroicos, el afán de simples aventuras. Sus gestas se vieron impulsadas las más de las veces por el sublime ideal cristiano, aunque no puede dejarse a un lado la ambición de mando, de honores y de lucro. No hubieran sido hombres, sino santos o semidioses.". (Achával, 1989:24).

Fundación legal, legítima, que cumple con formas y exigencias del “derecho de gentes”, que da cuenta no de una usurpación de la tierra, sino de la toma de posesión legítima desde la que se ponen los cimientos de la sociedad civil:

"Dando cumplimiento a lo que se le había ordenado, hacia mediados de 1550, y habiendo tomado consejo de sus acompañantes para la elección del mejor sitio donde establecer la futura capital del Tucumán, Prado procedió, con todo el ceremonial de ley y de costumbre, a asentarla en las orillas del río Escaba o Sucuma, en el valle de Gualán, al sur de la actual provincia de Tucumán (cerca de la ciudad de Monteros), designando los miembros del primer Cabildo, repartiendo solares, construyendo las defensas y bautizando a la naciente ciudad con el nombre del Barco, en homenaje a La Gasca que era oriundo de la ciudad del Barco de Ávila (España)". (Achával, 1989:40).

"Ambas fundaciones de la Ciudad del Barco implicaban actos políticos de solemne incorporación territorial a los dominios de los Reyes de España y constituyen, asimismo, la partida de nacimiento de Santiago del Estero en una sucesión histórica no interrumpida desde entonces, a pesar de sus posteriores avatares institucionales". (Alen, 1992:49).

La escritura de Achával nos da pie para entrar en otro conjunto de juicios que subyacen bajo la controversia de la fundación, y que se centrarían en poner el acento en las particulares condiciones de ambos conquistadores: la “lealtad” de Núñez de Prado, que nomina a la ciudad en homenaje al Virrey que le otorga el derecho de conquista y fundación, contra el carácter atrabiliario de Aguirre; relato que finalmente concluye por determinar el carácter “noble y católico” de uno contra las argucias y herejías del otro:

"Pero (Aguirre) era un espíritu combativo y dominante, amaba el lujo y el placer. Un producto de la Europa renacentista que pudo haber sido al mismo tiempo, sin proponérselo, una avanzada heterodoxa de la Reforma en nuestra América. (.) Durante su primer viaje la expedición careció de sacerdote, hecho inusual entonces, y llegado al Barco expulsó a los dos frailes del lugar; en sus dos últimos gobiernos se granjeó la enemistad del clero y terminó dos veces procesado por la Inquisición en Lima. Aunque resultara absuelto, se le acusaba de blasfemar contra la autoridad eclesiástica y haber dicho que más importante para el bien de la república era un herrero que un cura." (Alen, 1992:56).

"Acompañado por unos sesenta hombres, bien armados, entre quienes se contaban sus hijos y sobrinos, Francisco de Aguirre entró en la ciudad del Barco en febrero de 1553 a altas horas de la noche lo que le facilitó apoderarse de ella. Destituyó e hizo prisionero a Juan Vázquez que la gobernaba en ausencia de Núñez de Prado, que exploraba la región a más de cien leguas de distancia, a quien mandó tomar prisionero en la región de Famatina expulsándolo preso hacia Chile junto con sus más allegados colaboradores, a la vez que desterraba a los únicos sacerdotes que había en ese entonces, los PP. Trueno y Carvajal, cambiando los miembros del Cabildo por parciales suyos." (Achával, 1989:42-43).

"En verdad el santo Evangelio no fue introducido por Aguirre, sino por Núñez de Prado a quien acompañaron tres sacerdotes, de los cuales ya hemos visto que Gomar murió y que Trueno y Carvajal fueron expulsados por Aguirre, que no trajo ninguno y que no se caracterizaba por su religiosidad." (Achával, 1989:24).

Textos que conducen a afirmar, finalmente, el fuerte catolicismo de los santiagueños, completando así el perfil del sistema social que se proclama y cuya historia se escribe:

"Una vez asentados, construyeron el fuerte y se repartieron solares a los primeros colonizadores, cumpliéndose el mandato de fundar 'un pueblo de cristianos' en el Tucumán" (Alen, 1992:45)

Nótese, por lo demás, el uso del término “colonizadores” y no “conquistadores”, en clara vinculación con el concepto antes esgrimido de

".la gloriosa cruzada de su civilización y poblamiento, asumida como una misión popular y evangelizadora desde la fundación de Santiago del Estero" (Achával, 1989:12)

Misión evangelizadora que atraviesa el espíritu de los españoles:

"La colonización fue, fundamentalmente, inspirada en afanes misionales, desde su iniciación, y nadie, en España, desde el rey para abajo se desentendió de ello, tanto que bien se ha dicho, que, como las guerras contra los moros, fue, también, una verdadera cruzada nacional" (Achával, 1989:24)

Y que hace que éstos, al dejarlos Aguirre sin sacerdotes, refuercen de distintos modos su fe y religiosidad, dejando sentada claramente, de ahí en más, el fuerte catolicismo santiagueño en la comprensión de los hechos, de la historia y en la constitución de su sistema social.

".la falta de sacerdotes tenía muy mortificados a los santiagueños, tanto que estuvieron a punto de doblegarse su ánimo y salir en busca de tierras más hospitalarias, pero sobre todo porque -como dice el Capitán Hernán Meijía de Miraval en su Probanza- 'abrumados los españoles andaban por dejar la tierra y salir de ella a hacer confesar y bautizar a sus hijos'. (.) 'Todos los lunes y sábados -agrega Juan Cano, alcalde en 1585- iban en procesión con una cruz dende la iglesia mayor a una ermita de Nuestra Señora cantando las letanías.e hacían oración ante un altar.e volvían con la misma orden'." (Achával, 1989:52).

"Con verdadera desesperación transcurrieron los primeros años de la ciudad por falta de sacerdotes y oficios religiosos. Hasta que Mejía de Miraval encabezó una expedición a Chile en 1556, atravesó con grandes penurias la cordillera y regresó trayendo al P. Juan Cedrón, ex capellán de Diego de Rojas. (Alen, 1992:56).

Así, los núcleos temáticos trazados instalan la fundación como hecho “fundante” del mundo social, a partir del cual se instituye la sociedad constituida, la sociedad “civil” y “civilizada”, a la vez que instaura el derecho de los fundadores a gobernar y gobernarse, a decidir y planificar el destino –su propio destino y el de los otros- por un acto justificado que borra la apropiación ilegítima del poder: los otros –aborígenes- son ajenos, externos, extraños, extranjeros al sistema social, y sólo pueden tener cuanto más una relación clientelar con el poder.

Esta construcción del sistema social poniendo en el centro y eje del gobierno a los españoles y su descendencia, requerirá de una segunda validación durante el período independiente. Ese es el momento de la enunciación del segundo mito de origen: la firma del Acta de la Autonomía.

Segundo mito: la firma del Acta de la Autonomía

Perdido en 1699 el rol hegemónico por traslado de la capital de la Gobernación a Salta y posteriormente a Tucumán, y de la sede episcopal a Córdoba, Santiago del Estero quedó subordinada como tenencia de gobernación a Tucumán.

Las complejas circunstancias nacionales que llevaron a convocar a un Congreso Nacional en Córdoba en 1820, generaron un conjunto de controversias en torno a la designación de los representantes santiagueños, en las que intervino Bernabé Aráoz, que había asumido la gobernación del Tucumán, presionando por la fuerza la elección de los congresales santiagueños. Era la pretensión de Aráoz la de conformar una República del Tucumán integrada por Tucumán, Santiago y Catamarca, hecho que se contraponía a los anhelos autonomistas de los santiagueños, quienes inician un juego de ofertas y dilaciones a los que Aráoz responde mediante acciones de fuerza, enviando hombres a cargo del Capitán Echauri para normalizar la situación santiagueña. Es en esas circunstancias que entra en escena Juan Felipe Ibarra, comandante de la guarnición de Abipones, con el beneplácito de la población santiagueña. Esta entrada de Ibarra en la ciudad, con escaramuzas que se libran en la misma el 31 de marzo de 1820 frente al templo de Santo Domingo, culminará con la firma del Acta de Autonomía el 27 de abril del mismo año.

En el momento en que se reconfigura el mapa y el origen del Estado, en que un giro institucional da nueva forma al sistema y reposiciona a los actores, es necesario asegurar y aclarar la distribución de las relaciones de fuerza y de poder y de convalidar los títulos que acreditan el derecho a gobernar. El relato de la firma del Acta tendrá como objeto legitimar a los antiguos vecinos –de ascendencia española- como nuevos padres de la patria: una nueva fundación de la sociedad civil, una reafirmación de la voluntad de autogobierno y de la apropiación del poder del Estado por los firmantes, puestos en la base de la nueva nación. Se trata, ni más ni menos, que el mito de fundación del actual patriciado local.

Veamos como nos cuentan la historia, sus significados y sus entretelones:

"Trábase la lucha en las intendencias, en los cabildos, en las ciudades. Tiene lugar, de inmediato, la crisis del año XX, fecunda en creaciones, tanto que la propia Buenos Aires se constituye en provincia al igual que sus hermanas del interior. Por ello el doctor Emilio Ravignani, en su Historia Constitucional, sentencia: 'Los años comprendidos entre el 15 y el 21, son años fecundos en la formación definitiva de las provincias, es decir, del federalismo argentino". (Achával, 1989:271)

Estamos ante una nueva fundación de la Patria tal como la conocemos ahora: el sistema de provincias federales que conforman la actual Nación Argentina; pero más aún, estamos asistiendo a la constitución del Estado Provincial con capital y territorios circundantes:

"Este cabildo abierto del 31 de marzo tiene para Santiago del Estero la trascendencia del de Mayo dentro de la patria argentina. Su presidente Gorostiaga fue el Cornelio Saavedra santiagueño (.). Encontró la fórmula justa para romper los vínculos de la dependencia y ejercer el derecho al gobierno propio. De ahí entonces, que el 31 de marzo de 1820 asuma para Santiago del Estero la significación del 25 de Mayo de 1810. En ese evidente paralelismo de lo nacional con lo local, el 27 de abril de 1820, fecha de la solemne declaración de autonomía, equivale al 9 de Julio de 1816, y merece la reverencia del pueblo santiagueño". (Alen, 1992:266).

Ya tenemos pues situada en su exacta dimensión el hecho de la firma de la Autonomía, fundación de la república, patria chica que nos contiene, y cuyo texto, escrito por los santiagueños, es un

".notable documento que, como afirma Alen Lascano, indica 'dentro de los legisladores santiagueños una madurez superior a los ideólogos comunes de la época', ha merecido el juicio laudatorio de los historiadores.  Vicente Fidel López expresa: 'Lo que es admirable y digno de sorprender a los que familiarizamos con las peripecias históricas de nuestro país, es el tenor de las declaraciones constitucionales y políticas con que la subtenencia de Santiago del Estero se erigió en provincia. Ninguna otra levantó entonces más alto ni más luminosamente los grandes principios de la reorganización federal; ninguna otra los tocó ni los produjo de una manera más neta y categórica" (Achával, 1989:280).

Es así que tenemos, no sólo la formación de la sociedad civil, sino la del Estado mismo en el modo en que hoy lo tenemos, adquirido, logrado, alcanzado por un grupo selecto de patriotas locales.

Este acto de fundación del Estado coincide, además, con una segunda legitimación: la designación del Gobernador Ibarra con el apoyo unánime de los vecinos y el “pueblo” santiagueño:

"Cerrados los caminos normales de una transformación pacífica evolutiva, ocurrió un suceso de vasta importancia. Los elementos moderados y el partido autonomista, hasta ahora de base política urbana, coincidieron en el rechazo de la ficción fraudulenta. A este empalme aleatorio de oposiciones concurrían también ahora los Taboada y su núcleo vinculado con el elemento popular de la campaña con nexos familiares cercanos al comandante de Abipones. (.) Estábase en presencia de una nueva integración política que nucleaba las mayorías santiagueñas, y los dirigentes más lúcidos tenían el empeño irrevocable de llegar a la independencia interna sin caer en los errores de Borges. Comprendían que solamente una movilización general del territorio y sus masas salvaría la situación, siendo aventurado fiarse del ámbito comunal. El único caudillo prestigioso recibió ruegos dispares de fuerzas de distinta composición social e ideológica, y quizás con distintos objetivos. Sin embargo necesariamente recurrían a él; unos u otros buscando actuar con Ibarra, o servirse de Ibarra según sus particulares propósitos. E Ibarra entraba en escena seguro de que nadie podría sostenerse sin una base campesina firme. Ya no eran suficientes las milicias vecinales y orilleras. Paisanos convertidos en montoneras criollas iban a crear un nuevo Estado fundado en un nuevo orden, y allí comenzaron a surgir las formas primeras: 'Sus jefes se federan: una Patria sin Europa; Igualdad. Cada jefe lo es por voluntad de los suyos: una lanza, un voto. Y éste es así, montaraz el comenzar del genuino elegir y legislar, causa de las causas nacionales" (Alen, 1992:264-5).

Legitimación que no sólo legitima el Estado, sino un primer borrador de la participación popular y del derecho al voto. Ibarra aparece así en el relato como el aglutinante que borra las diferencias y hace aparecer, por una vez, como un todo armónico, homogéneo y completo, el sistema social: es necesario ese pacto inicial en que todos los actores coinciden para que luego se legitime el sistema, para que nadie quede excluido, para que cada uno acepte, de ahora en más, el rol que le fue asignado, para que todos y cada uno acepten la preponderancia y la necesidad del caudillo, que con mirada clara puede prefigurar el futuro.

"Ibarra, al ascender al poder, lo hizo con el apoyo tanto de las clases altas de la ciudad y de los grandes señores del interior como con el de las masas suburbanas y campesinas". (Achával, 1989:281).

En el momento del nacimiento del estado provincial coincide una unidad necesaria a tales fines.

"La confluencia esporádica de todas las fracciones locales fue aprovechada por Ibarra para consolidar el estado naciente. No podía desaprovechar la circunstancia de haber recibido en su elección los votos de figuras distinguidas del patriciado hispánico, de la burguesía revolucionaria, la milicia y el clero. Por haber surgido de una base de legitimidad incuestionable, pudo aglutinar a hombres significativos con un ideal de mejoras sociales bien definidas" (Alen, 1992:280).

¿Quiénes son esos hombres significativos con un ideal de mejoras sociales, próceres preocupados por el bienestar común, a quienes tanto –y todo- deben de ahí en más los santiagueños? Fundadores de la patria, grupo llamado a gobernar, a legislar, a planear un conjunto de mejoras sociales destinadas al bien común, pues llenos de ideales plasman el ideario del conjunto de la sociedad.

 “Interesa rescatar póstumamente los nombres de los miembros de aquella histórica asamblea en su totalidad y representatividad: Por Capital: Manuel Frías y Martín de Herrera; Loreto, Manuel Caballero; Soconcho, Manuel Alcorta; Silípica, Pedro Pablo Gorostiaga; Salavina, Miguel Maldonado; Asingasta, Mariano Santillán; Sumampa, Pedro Rueda; Matará, Fernando Bravo; Guañagasta, José Antonio Salvatierra; y Copo, Dionisio Maguna. (…) Por renuncia del licenciado Bravo se encomendó la secretaría ad hoc a don Juan José D’Auxion Lavaysse. Antiguo mariscal napoleónico, llegó en 1817 a Santiago y formó familia con doña María Tránsito Isnardi entre cuyos hijos figuró el presbítero Benjamín Lavaysse diputado santiagueño al congreso constituyente de 1852-53” (Alen, 1992:269).

"Hijo (Juan Felipe Ibarra) del sargento mayor de la frontera del Salado, don Felipe Matías Ibarra, emparentado con los conquistadores Ramírez de Velazco y Toledo Pimentel y heredero de dignos blasones de la nobleza vasco-española, sus antepasados directos se destacaron en lo castrense y lo misional hasta aposentarse en sus haciendas de Matará. D. Felipe Matías casó a fines del siglo con la joven María Andrea Antonia de Paz y Figueroa, hija de don Francisco Solano de Paz y Figueroa e ilustre tronco de distinguida descendencia. (.) Y una de sus hermanas, Águeda Ibarra, era casada con Leandro Taboada, comandante de Matará y miembro de esa familia de activa figuración pública. Dichos antecedentes ubicaron a Ibarra entre los miembros conspicuos del patriciado santiagueño." (Alen, 1992:277-8).

Así, desde la escritura, vuelve a fundarse el patriciado y opera como legitimador del sistema social, fundación originaria y nueva para los nuevos tiempos de la nueva república. Estos nuevos padres de la patria son los padres de la nueva sociedad y la nueva nación, y constituyen, por la firma del acta, y por la escritura de la historia, una “lista civil” de candidatos no sólo a ocupar puestos y cargos, sino al matrimonio en una sociedad endogámica.

Por lo demás, Santiago del Estero vuelve a estar en la base de la fundación de la Nación Argentina:

"Jaqueado siempre el territorio por las amenazas indígenas no subsanadas con el fortín de Abipones, el comandante Ibarra emprendió desde allí una vasta ofensiva bélica sobre los indios chaqueños. (.) Fue otro de los grandes esfuerzos civilizadores aportados por Santiago del Estero en la guerra al malón, faz no menos trascendente de las guerras patrias que tuvieron siempre las contribuciones correspondientes a la honrosa tradición de la vieja Madre de Ciudades." (Alen, 1992:259).

".los cabildantes tomaron a su cargo la respuesta escrita el 7 de abril, que rebosa federalismo, repudio a las tratativas monarquizantes (promovidas por el Directorio y los porteños) y apoyo al caudillo oriental (Artigas, que había enviado una carta que no se había respondido). El día 5, Ibarra envió a Buenos Aires la adhesión y promesa de elegir diputados ante el congreso establecido en el Tratado de Pilar, primero de los grandes pactos preexistentes de la organización federal, que contó con la solidaridad santiagueña." (Alen, 1992:267).

"Es que sin Ibarra nada se haría ni se hubiese podido hacer. Sin él el ideario federal no habría podido afianzarse ni en Santiago ni en el norte del país". (Achával, 1989:281).

Así, la escritura de la historia no es suma de escrituras a destiempo de distintas acciones, sino escritura sincrónica de distintos tiempos con un mismo fin. Un texto refiere a otro y éste al primero; engarza sobre la escritura anterior, sobre la que se funda, para retomar o reforzar su discurso; trama de sentidos que se entreteje, construyendo la verdad y la historia, mítica y consolidante, de los padres de la Patria.

Rodolfo Legname.

BIBLIOGRAFÍA:

  • Achával, José Néstor: Historia de Santiago del Estero. Universidad Católica de Santiago del Estero, Santiago del Estero, 1989.
  • Alen Lascano, Luis C.: Historia de Santiago del Estero. Plus Ultra, Buenos Aires, 1992.
  • Murilo de Carvalho, José: La formación de las almas. El imaginario de la República en el Brasil. Universidad Nacional de Quilmes, Buenos Aires, 1997.

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