49 Congreso Internacional del Americanistas (ICA)

Quito Ecuador

7-11 julio 1997

 

René Báez

MEMORIAL DE AGUSTIN CUEVA

René Báez *

Profesor de la Facultad de Economía de la Pontificia Universidad Católica del Ecuador.

MEMORIAL DE AGUSTIN CUEVA

Agustín Cueva Dávila (1937-1992) -ibarreño, ecuatoriano, latinoamericano- constituye incuestionablemente el primer pensador social de nuestro país en este siglo que fenece; una figura similar a la que representara Montalvo en el XIX. Aún más, y sin ninguna hipérbole, su nombre evoca inmediatamente a los contados compatriotas que han alcanzado proyección continental.

Tiempo y pensamiento

Conocí a Agustín Cueva una noche del 68, en una asamblea de docentes de la Universidad Central convocada para debatir sobre los rumbos de la Institución en un momento signado por una gran polarización política e ideológica dentro y fuera del campus universitario.

A la sazón se desempeñaba como rector de la Central, Juan Isaac Lovato, connotado tratadista de Derecho Civil, cuyo prestigio, sin embargo, se había visto menguado por su reciente pasado colaboracionista con la Junta Militar de Gobierno (1963-1966), identificada por su convicto, confeso y práctico anticomunismo. Casi huelga señalar que la presencia de Lovato venía exacerbando la confrontación entre los partidarios de una Universidad anclada en un funcionalismo servil al statu-quo y los militantes por una Universidad desalienada, crítica y comprometida con la transformación y la liberación de la sociedad ecuatoriana.

Aquella inolvidable noche, el joven y elegante sociólogo Cueva, luego de escuchar a sus colegas girondinos, con sólidos y transparentes argumentos refutó las tesis funcionalistas.

Desde 1969, ya en el rectorado del eminente Manuel Agustín Aguirre y su proclamada II Reforma Universitaria, Agustín Cueva y yo iniciamos una entrañable amistad que me dio el privilegio de admirar paso a paso su rutilante y fecunda tarea intelectual, política y humana.

Tiempos de rebeldía y creatividad. A resultas del "deshielo" estalinista y del ascenso de los movimientos de liberación nacional (Indochina, Argelia, Congo), la humanidad vivía en el decenio de los 60 una conmoción multifacética: política, teórica, ética, estética, erótica. Los vientos del cambio y el compromiso ( engagement ) golpeaban incluso en instituciones conservadoras como la Iglesia Católica: Concilio Vaticano II, Conferencia de Medellín, Grupo Golconda.

Tiempos espléndidos donde reinaron la impugnación, la imaginación y el amor: el Mayo francés, la primavera de Praga, el arte pop , el fenómeno hippie .

Casa adentro, tiempos de creencias y contestaciones: el socialismo con "sabor latino" de los cubanos, la crítica del reformismo proimperialista de la Alianza para el Progreso, proliferación de grupos guerrilleros. Y, específicamente en el Ecuador, tiempo de la resurrección y el "destape" de la izquierda marxista, especialmente proletaria y estudiantil,

luego del repliegue de los militares reaccionarios.

En este clima cultural, político y emocional surge y florece el pensamiento de Agustín Cueva.

En un lúcido y testimonial análisis del tiempo histórico que vivió nuestro mayor científico social, Alejandro Moreano escribe:

Ciertas vidas se corresponden tan profundamente con la época que ciclos vitales y ciclos históricos son idénticos. La vida intelectual de Agustín fue una sola con la época excepcional que nació con la Revolución cubana y culminó con la crisis del Este europeo...

En la primera fase vivió un doble tránsito: del ensayo literario y social a la investigación sociológica; de una formación clásica -Max Weber, Durkheim- al marxismo...

La segunda fase de su pensamiento expresó el ascenso y la derrota de los grandes movimientos populares, articulados en torno al proletariado, de los países del Cono Sur y que estuvieron a punto de gestar revoluciones sociales clásicas: el Chile de la Unidad Popular, el Uruguay del Frente Amplio y los Tupamaros, la Argentina de la Izquierda peronista y del ERP...

(Una tercera fase)... la década perdida, la de los ochenta,... la época de los programas de ajuste, derrota de los proyectos nacionales y funcionalización de las economías y los Estados latinoamericanos a los procesos de globalización de la economía y del poder...

En el terreno de las ciencias sociales -prosigue Moreano- se produjo un tremendo viraje: de la problemática de la revolución y de los sistemas de acumulación capitalista a la de la democracia y del sistema político; del marxismo... a la sociología de Alain Touraine, en el mejor de los casos, y al funcionalismo en el otro... A la vez, la sociología abandonó la "calle"... y se replegó en los centros de investigación social y en los circuitos de la "financiación de proyectos".

En contraste con las concepciones subjetivistas de los voceros del establishment , Agustín Cueva asume y aplica creativamente el enfoque teórico-metodológico marxista, fundado -como se conoce- en los principios del movimiento interactivo de las cosas, la totalidad, la historicidad, la criticidad.

Formado académicamente en la Universidad Católica, en la Universidad Central y en otras instituciones de inspiración humanista, asumió el marxismo no como un snobismo intelectual (tan frecuente hasta no hace mucho tiempo), sino como un alineamiento consciente y definitivo con la causa del pueblo, conforme a una honrosa tradición de jacobismo de la intelectualidad más representativa de América Latina.

... mi proceso de adhesión al marxismo -escribirá en "Veinte años después", su exquisito prólogo a la segunda edición de Entre la ira y la esperanza - obedeció, en proporciones probablemente equiparables, tanto a una opción ético-política como a la fascinación por la única ciencia social (el materialismo histórico) que jamás pierde de vista la totalidad del hombre y de su historia, que aspira siempre a reconstituir.

Estas asociaciones racionales y morales explicarían el espesor, la hondura y la transparencia de su gigantesca obra.

El marxismo de Agustín Cueva, abrevado de las fuentes originales del pensamiento socialista europeo, no fue en sus manos un cuerpo teórico-metodológico frío y dogmático, sino más bien un instrumento flexible -"el análisis concreto de la realidad concreta"- conforme lo demostró a lo largo de su vasta producción, siempre retroalimentada en el fluido de la vida.

Podríamos decir con Pávlov que los hechos fueron las alas de su ciencia, lo cual, por cierto, no le impidió condenar al empirismo como a la barbarie del pensamiento.

En su ensayo de defensa del marxismo "El análisis dialéctico: requisito teórico y a la vez político" llega a decir:

...el problema no puede plantearse en términos de "fidelidad" o "infedelidad" a textos (marxistas) que no tienen el rango de sagrados; sino que de lo que se trata es de averiguar si, dejando de lado el método dialéctico, es o no posible lograr un conocimiento cabal y dinámico de la realidad social.

La concepción antidogmática y la honestidad intelectual de Agustín Cueva pueden verificarse en un sinnúmero de pasajes de su vida y de su obra.

A guisa de ilustración: en el citado prólogo a Entre la ira y la esperanza confiesa que su maestro más admirado en La Sorbona fue nada menos que Raymond Aron, el gran filósofo derechista; así como su rechazo al "realismo socialista", escuela estética de cuño estaliniano que tanto sedujera a literatos y artistas del mundo entero.

Desde su vigorosa contextura teórica y moral, paradójicamente envuelta en un temperamento nervioso y hasta tímido, el compromiso unitario y vital de Agustín Cueva no fue otro que canalizar la totalidad de su caudalosa energía a la causa de la liberación de América Latina y a la ulterior cristalización de la justicia.

Profeta de "letras armadas", buscó cumplir esa vocación autoimpuesta hurgando de modo omnilateral en la realidad pretérita y contemporánea de nuestro países.

Fernando Tinajero, compañero de Agustín en las aulas de Derecho de la Universidad Católica, destacaba ese compromiso unitario y definitivo de nuestro gran pensador en un ensayo memorable y metafórico al que denominara "Informe subjetivo", donde se puede leer:

...un fragmento de Arquíloco... dice así: "muchas cosas sabe la zorra, pero el erizo sabe una sola y grande". Isahiah Berlin se ha valido de este verso arcaico para distinguir aquellos autores que "relacionan todo con una única visión central", y aquellos otros que "persiguen muchos fines, a menudo inconexos y hasta contradictorios".

...la distinción de Berlin es, desde luego, sugerente. La primera categoría correspondería a los erizos; la segunda, a las zorras. Según el mismo autor, "Dante pertenece a la primera categoría, Shakespeare a la segunda; Platón, Lucrecio, Pascal, Hegel, Dostoyevski, Nietzsche, Ibsen y Proust son, en distinta medida, erizos; Goethe, Puschkin, Balzac y Joyce son zorras"...

Erizo a carta cabal, (Agustín Cueva) apostó de una vez por todas a lo que consideró verdadero, y como en otro tiempo Mariátegui, mantiene su elección fundamental.

Radiografía de su obra

El aporte de Agustín Cueva a la cultura nacional y continental cubrió el amplio espectro disciplinario de la historia, la sociología, la economía, la política, la filosofía y la crítica literaria. Campos del saber asumidos y cultivados -conforme dijimos- como elementos íntimamente relacionados con el ser y devenir de Nuestra América.

La línea fundamental de reflexión y creación que se impuso fue la interpretación del proceso histórico continental y nacional, tarea siempre pensada como medio de identificar las causalidades del presente y los vectores del porvenir.

Su primera incitación fue el Ecuador, patria amada y amarga de la cual se mantuvo exiliado incluso cuando convivió entre nosotros.

A la exégesis de la evolución nacional dedicó sus dos primeros libros: el ya citado Entre la ira y la esperanza y El proceso de dominación política en el Ecuador .

El primero de ellos, originalmente editado por la Casa de la Cultura, en 1967, contiene un penetrante e iconoclasta ensayo sobre las manifestaciones literarias y artísticas más conocidas de autores ecuatorianos producidas entre el inicio de la época colonial y la primera mitad de este siglo.

Ensayo incisivo y colérico pone al descubierto la condición colonizada y servil de la mayoría de nuestros intelectuales, tan proclives a la imitación y a las caricias del poder.

Por cierto, el prisma rigurosamente crítico de Cueva no impide y, por el contrario, le permite, alumbrar mejor la autenticidad y calidad estética de autores como Espejo, Montalvo, los "decapitados", Icaza, Carrera Andrade, el Grupo de Guayaquil, Pablo Palacio, Los Tzántzicos y algunos más.

Sintéticamente, Entre la ira y la esperanza a la par que desnuda y hasta ridiculiza a la transplantada y oropelesca cultura de nuestras clases dominantes, recupera las formas y contenidos genuinos y, por lo mismo, universalizantes de algunas de las creaciones nacionales. De este modo, traza las grandes rutas por donde han de transitar los escritores y artistas verdaderos del presente y del futuro.

El proceso de dominación -ensayo que recibiera una distinción de la Casa de las Américas, compartida con Eduardo Galeano y su clásico Las venas abiertas de América Latina - comprende una diáfana y refrescante lectura del devenir social y político nacional en el período que se abre con la Revolución del 95.

Visto en retrospectiva, este nuevo aporte de Agustín Cueva habría constituido el acontecimiento fundacional de la moderna historiografía ecuatoriana, especialmente porque introduce por primera vez en nuestro medio la metodología dialéctica y estructural, que permite una aprehensión de la historia como un proceso totalizante.

Mérito especial y destacable de El proceso constituye su condición de trabajo pionero en la interpretación del populismo velasquista... de recomendable relectura en este cierre de siglo.

Al resonante éxito de El proceso -me cupo el honor de ser su primer editor y en esa condición verificar la calurosa acogida del público- debe atribuirse en gran medida la suerte de apoteosis que vivieran las ciencias sociales ecuatorianas en los años 70.

Hacia 1988, según recordaba el propio Agustín en el prefacio a una edición nuevamente actualizada, el libro había acumulado al menos dieciocho apariciones, incluida una publicación "pirata" en inglés.

El erudito argentino Roberto Agoglia catalogó a El proceso en el rango más alto de la historiografía ecuatoriana.

El veredicto del público no ha sido menos concluyente: El proceso es el trabajo de autor ecuatoriano que más ediciones ha merecido.

Las contingencias de la vida política ecuatoriana, concretamente el "autogolpe" de Velasco Ibarra en 1970 y la automática clausura de la rebelde Universidad Central, en la cual Agustín se desempeñaba como director de la Escuela de Sociología, catedrático de la Facultad de Economía y responsable de la revista Hora Universitaria , le llevan a radicarse en Chile primero y en México a partir de 1972.

En este último país y como una proyección natural de sus inquietudes académicas y políticas, luego de un colosal esfuerzo investigativo en la UNAM, Cueva concluye y publica su monumental El desarrollo del capitalismo en América Latina , libro en el cual, a partir de un riguroso y laborioso escrutinio de los procesos particulares de nuestros países, culmina elaborando la lógica general de la formación y reproducción del "subdesarrollo" de nuestra atribulada región.

El estudio es prontamente identificado como la interpretación más completa del devenir de América Latina, consagrando continentalmente a nuestro compatriota.

Ensayo premiado por Siglo XXI y publicado recurrentemente por esa misma casa editorial a partir de 1977, ha sido traducido al japonés, holandés y portugués. Su décima tercera edición en castellano (1990) incorpora un posfacio donde disecciona con su característica erudición la "crisis de alta intensidad" que vive la región en vísperas del tercer milenio.

En la misma línea de reflexión e interpretación de las realidades de nuestro atribulado subcontinente, publica Teoría social y procesos políticos en América Latina (1979), una recopilación de ponencias y artículos -la mayoría todavía desconocidos en nuestro medio ecuatoriano- guiado, según sus palabras, "por una obsesiva interrogación sobre la naturaleza de nuestro proceso histórico y la manera más idónea de interpretarla en una perspectiva liberadora".

Grandes temas teóricos y metodológicos como la dependencia, los modos de producción o el análisis dialéctico son discernidos con sus habituales profundidad y claridad. Igualmente procesos históricos de la significación de la experiencia chilena que encabezara Salvador Allende entre 1970 y 1973 y la fascitización del Cono Sur en la misma década trágica de los 70. Proceso este último magistralmente interpretado desde sus determinaciones económicas en la crisis del capitalismo regional y, visioriamente, desde el proyecto del Gran Capital transnacional y nativo por remarcar su dominio apelando a una estrategia global que incluye desde el terrorismo de Estado hasta la "remodelación" a largo plazo de nuestras sociedades. Y que, a fechas más recientes, será impulsada bajo formas democratistas.

Pruebas concluyentes sobre esto último las aporta el propio Agustín Cueva, cuando, por ejemplo, en su ensayo "La política económica del fascismo", incluido en el libro de marras, identifica los siguientes rasgos del nuevo proyecto de la dominación del capital financiero internacional sobre nuestro países: i) desnacionalización de la economía; ii) desmantelamiento del sector capitalista de Estado; iii) pauperización absoluta de la clase obrera; iv) cancelación del Estado "benefactor"; v) centralización de capital y vi) transformación promonopólica del agro.

A esto que en años recientes ha dado en llamarse modernización , Agustín Cueva la identifica sin ambages como la plataforma económica del fascismo y autoritarismo. El componente represión del modelo -nos explica- está en función del grado de resistencia que le opongan los contingentes laborales y populares.

Con El desarrollo y Teoría social da inicio a su brillante y nutrida serie de estudios sobre el drama de Nuestra América; línea de reflexión y producción que no le impiden reiteradas evasiones al campo complementario de su inquietud: la crítica literaria. Acaso la más notable de tales salidas constituya Lecturas y rupturas (1986), compilación de estudios de crítica literaria donde profundiza y actualiza su interpretación de la cultura ecuatoriana iniciada con Entre la ira y la esperanza .

En 1987 alumbra La teoría marxista , texto de exégesis, discusión y latinoamericanización de la gigantesca doctrina de Marx, Engels, Lenin y de los "condenados de la tierra" (transitoriamente opacada por el derrumbe del Muro berlinés).

En cuanto a la aludida línea central de interpretación del continente, el propio año 1987 aparece Tiempos conservadores , publicación colectiva preparada bajo su coordinación y cuyo objetivo medular de análisis no era otro que "la derechización de Occidente", con las consecuencias que se han venido intensificando: antitercermundismo, neoliberalismo (bautizado por Agustín como neodarwinismo social), racismo, xenofobia, discriminación sexual, relativismo moral. Es decir, el prepotente discurso de los Reagan, Thatcher, Nakasone, Mishima, Kundera, Hayek, Friedman y otros "brujos malvados".

Conforme a nuestro gran pensador, la Nueva Derecha imperial comporta una ofensiva que

pretende borrar la historia del cristianismo por proclamar que todos los hombres son iguales en esencia y ante Dios; la de la revolución francesa por postular la igualdad junto con la libertad y la fraternidad; la del marxismo por llegar al extremo de buscar la realización de la igualdad en el terreno material.

¡De esta profundidad y complejidad eran las inquietudes de Agustín Cueva!

En el mismo decenio amargo de los 80 -signado por el triunfalismo del Gran Capital, el hundimiento del "socialismo real" en el Este europeo y la derrota de los pobres al Sur del planeta- la infatigable y disciplinada labor académica, la pasión crítica y la indignación moral de Agustín Cueva nos obsequian Las democracias restringidas en América Latina (1988) y América Latina en la frontera de los 90 (1989).

Las democracias contiene una recopilación de estudios donde pasa revista a las nuevas realidades y las nuevas ilusiones en la región.

En cuanto a las realidades, examina la agudización de los problemas económicos y sociales del continente expresivos de la crisis de nuestro capitalismo y de su administración bajo las fórmulas fundamentalistas dispuestas por la banca internacional y sus altos mandos -tipo FMI, Banco Mundial o BID- a partir del shock de la deuda de 1982; y, en cuanto a las ilusiones, discierne el carácter formal, epidérmico y decorativo de la denominada democratización de América Latina, instrumentada después del repliegue del fascismo en el Cono Sur.

Democracias nostras las denomina irónicamente a las redivivas fórmulas de control social que se instalan a lo largo del continente en los años 80. Y no es que Agustín Cueva no creyera en la democracia. Su crítica se endereza a las democracias "sin pan", a las democracia puras que se agotan en el ritual de la periódica "elección de los elegidos".

En el libro comentado su autor encuentra la oportunidad para denunciar otra de nuestras calamidades contemporáneas: la emergencia de la "industria del arrepentimiento" (Mario Benedetti) con su séquito de apologistas y cantores del orden y la democracia burguesas y sus agendas de investigación generosamente financiadas por gobiernos y fundaciones primermundistas. Agendas que, por cierto, no han dejado de incluir una farisaica preocupación por los pobres del Sur del planeta.

Las democracias culmina con una disección de El otro sendero , del peruano Hernando de Soto, libro elogiado nada menos que por Ronald Reagan y distribuido por la AID, que, con sus fábulas sobre el "capitalismo popular" y el "reino de los microempresarios", se convirtiera en una suerte de Biblia neoliberal latinoamericana.

El otro sendero -apunta Agustín Cueva- ilustra a cabalidad sobre la magnitud de la contrarrevolución ideológica y moral que la nueva derecha intenta llevar a cabo en nuestro países...: a través de él el lector podrá comprobar como la marginalidad -ahora denominada "informalidad"- considerada hasta antes de la década de los ochenta como la peor expresión de la miseria y el subdesarrollo latinoamericanos, es enfocada actualmente, por los neoconservadores, como el verdadero "semillero" de empresarios a los cuales sólo la carencia de adecuadas reglas jurídicas impide convertirse en prósperos capitalistas. Si hasta hace poco los conservadores tenían aún ciertos escrúpulos éticos que les impedían presentar la desgracia ajena como si fuese fortuna, en nuestro días, tales "prejuicios" han sido ampliamente superados: no sólo hay que mantener esa miseria, sino además ufanarse de ella.

En América Latina en la frontera de los años 90, Cueva se sumerge nuevamente en los grandes temas y problemas contemporáneos del continente: el hundimiento económico-social de la región, el dogal de la deuda, la lógica de las privatizaciones, la denominada crisis de los grandes paradigmas ("o de la pequeña realidad", ironiza Agustín), los vericuetos y la vacuidad de las democracias neoliberales, los derechos humanos, la metamorfosis conservadora de la socialdemocracia, las contestaciones del movimiento popular.

Testimonios penetrantes y dolorosos, vaticinios certeros, invocaciones urgentes como cuando invita a recuperar el espíritu del "Che" para enfrentar al Nuevo Orden Mundial..., configuran este nuevo y patético mural de la América Latina finisecular.

En el umbral de su existencia física, acosado por una implacable enfermedad, Agustín Cueva se convierte, desde 1990 y hasta su muerte, en uno de los grandes cruzados continentales de la contracelebración del dominio instaurado contra nuestros pueblos en 1492. Fruto de esa campaña contra el Reich de los 500 años, que le lleva a recorrer nuevamente la geografía latinoamericana, son sus breves ensayos "Falacias y coartadas del V Centenario" y "América Latina frente al 'fin de la historia'", en los cuales persiste en su impugnación sin concesiones al colonialismo de ayer y al neocolonialismo de ahora. Al tiempo que refuta la tesis liquidacionista de la historia formulada por el ideólogo imperial Francis Fukuyama.

En enero de 1992, pese a su desigual lucha con la muerte, entrega al editor los originales revisados de Literatura y conciencia histórica en América Latina , publicado en forma póstuma (1993) con un hermoso y justiciero prólogo de Fernando Tinajero.

Literatura y conciencia es uno de los legados más estéticos de Agustín Cueva.

Contiene una selección de artículos de crítica literaria dedicados a identificar, según sus palabras, "como fue constituyéndose no sólo objetivamente, sino también en lo subjetivo, lo que hoy denominamos situación de subdesarrollo". Quienes hayan recorrido el libro podrán testificar cómo su obsesión por explicar la condición esencial del continente le lleva a explorar incluso en los intersticios de la ficción y de los sueños.

Editado en un delicado volumen (Planeta, 1993), Literatura y conciencia histórica discurre con singular solvencia sobre la obra de autores en apariencia tan distantes y disímiles como Alonso de Ercilla, Bartolomé de las Casas, Pablo Palacio, los "decapitados" o Jorge Enrique Adoum. Destaca en el compendio la reproducción del prólogo escrito por Agustín a dos de las novelas mayores del Nobel García Márquez: Cien años de soledad y El coronel no tiene quien le escriba , a propósito de la edición de las mismas por la Biblioteca Ayacucho (Caracas, 1989).

No me queda duda de que, con ese espléndido libro, Agustín quiso subrayar la validez de la sentencia de Dostoyewski de que "sólo la belleza podrá salvarnos".

Polémico y polemista

La palabra de Agustín Cueva -objetiva y apasionada- no podía menos que generar frecuentes reacciones y oposiciones.

Las controversias comenzaron temprano en la vida Agustín, prácticamente desde la aparición de Entre la ira y la esperanza , ensayo que al desmistificar paisajes "sublimes" y "lunares" colocaba en su sitio a la cultura oficial. En uno de los primeros rounds se enfrentó con Alejandro Carrión, el famoso Juan sin Cielo, devenido en corifeo del establecimiento.

La novedosa e imaginativa interpretación de Velasco Ibarra como caudillo populista incluida -como ya dijimos- en su estudio El proceso de dominación política en el Ecuador , desató asimismo el escozor y el enojo de algunos pontífices y militantes de la izquierda partidaria. Weberiano, ultrista, reformista, ensayista... fueron algunos de los adjetivos con los que se buscó descalificar al trabajo y a su autor.

La crítica alcanzó su más alta temperatura con la publicación de El mito del populismo (1980), del sociólogo Rafael Quintero, a la sazón afiliado del Partido Comunista. La investigación de Quintero estaba enfilada a refutar el enfoque del fenómeno velasquista de Cueva sobre la base de estadísticas electorales de los años 30, que demostrarían que Velasco Ibarra no habría sido sino una mascarada del Partido Conservador y, de ninguna manera, el producto de nuevos sectores sociales, ideologías o del carisma del caudillo, conforme sustentaba Agustín Cueva.

Debate de ribetes escolásticos al que Cueva buscará ponerle una lápida sepulcral con su estudio "Un tranvía llamado ¿populismo?", publicado como posfacio a la edición de El proceso que realizara Planeta en 1988.

Una polémica de trascendencia académica continental desató Agustín Cueva -acaso de modo involuntario- con su ponencia "Problemas y perspectivas de la teoría de la dependencia", presentada en 1973 ó 1974 en un congreso de Sociología que se cumpliera en San José de Costa Rica.

Por esos años, la teoría de la dependencia, formulada por investigadores tan conocidos y reconocidos como Fernando Henrique Cardoso (actual presidente de Brasil), Gunder Frank, Stavenhagen, Marini, Dos Santos y otros, disfrutaba de enorme prestigio y aceptación, especialmente entre los izquierdistas más radicales.

La ponencia de Cueva agitó un avispero. En ella, sin desconocer ni remotamente la profunda, multifacética y ominosa subalternidad de América Latina respecto de las metrópolis capitalistas, refuta el enfoque analítico de los dependentistas y, específicamente, su corolario según el cual el problema de nuestros países estaba cifrado en el dilema desarrollo/no desarrollo. Agustín Cueva, en cambio, haciendo girar sus reflexiones en categorías marxistas clásicas, como modo de producción y formación socioeconómica, llega a postular que la verdadera disyuntiva del continente, al menos en esa coyuntura histórica, se localizaba entre "desarrollo del capitalismo y sus contradicciones -que es lo que hasta ahora ha venido sucediendo- o bien, instauración y desarrollo de una sociedad socialista, como en el caso de Cuba".

El debate hizo correr mucha tinta en la región hacia mediados de los 70 y, a mi juicio, la cerró brillantemente el propio Agustín con su imponente El desarrollo del capitalismo en América Latina , libro en el cual aplica creativamente el rico arsenal de la teoría marxista para la explicación del devenir de América Latina desde los lejanos tiempos coloniales.

Otra controversia de proyección continental en que se involucró Agustín Cueva fue la referente al carácter de las dictaduras conosureñas -las de los Bordaberry, Pinochet y Videla- instauradas en los trágicos años 70.

Precisemos con sus propias palabras el enfoque de nuestro autor sobre la fascistización del continente.

El grado y el ritmo de desarrollo del capitalismo en América Latina -escribía en 1979- varía de un país a otro, en virtud de determinaciones peculiares de cada formación nacional. Las contradicciones sociales se han desarrollado, y siguen desarrollándose, por lo tanto, de manera desigual dentro del área latinoamericana, hecho que da origen a superestructuras y procesos políticos relativamente diferenciados entre sí. Pero todo esto ocurre en el marco de la unidad definida por las coordenadas histórico-estructurales comunes, señaladas oportunamente y en particular por la presencia de un enemigo común: el imperialismo.

La penetración imperialista en nuestros países se ha acentuado enormemente en los veinte últimos años, produciendo no "el bloqueo al desarrollo" que absurdamente se predijo (se refiere a los dependentistas, R.B.); sino el desarrollo de nuevas y más agudas contradicciones en la matriz económica y en la estructura de clases de las sociedades latinoamericanas. Tanto esa matriz como esta estructura están siendo "remodeladas" bruscamente, en función de una redefinición de nuestra forma de inserción en la división internacional capitalista-imperialista del trabajo.

Una de las vías políticas de transición -la reaccionaria extrema- hacia la nueva etapa que acabamos de señalar, es la vía fascista establecida sobre todo en los países del Cono Sur...

Desde estas premisas configura, por un lado, la lógica de la implantación manu militari del neoliberalismo en el Cono Sur; y, por otra, sustenta su denuncia de las intepretaciones subjetivas y oportunistas sobre el mismo fenómeno elaboradas por sociólogos, economistas y politólogos criptoburgueses y en las cuales -según una airada expresión suya- se "impugna todo... menos al capitalismo".

De esa polémica con los oportunistas y renegados de la izquierda continental (muchos de ellos disfrazados de "ultraizquierdistas") resulta una de las contribuciones más grandes de Agustín Cueva a la comprensión de la realidad latinoamericana de este final de siglo.

Una contribución sobre la cual, sin ninguna ostentación y más bien con amargura, nos hará caer en cuenta en un lacónico escrito de 1989.

Nos referimos al prólogo que escribiera para la segunda edición de su Teoría social , en donde escribe:

... me permito llamar la atención del lector sobre el ensayo "La política económica del fascismo" -incorporado al mencionado libro, R.B.- cuyo contenido no puede menos que impactarnos por una razón tan visible como dolorosa: las tendencias allí detectadas se han cumplido al pie de la letra, pero con el agravante de que lo que nosotros conceptualizábamos como una característica exclusiva del modelo económico adoptado por las dictaduras fascistizantes, resultó ser, a la postre, una modalidad "universal" de desarrollo del capitalismo latinoamericano. Desgraciadamente, los gobiernos civiles de los años 80's, de inspiración socialdemócrata en su mayoría, no han hecho más que seguir aquel modelo, que en última instancia es el impuesto por el imperialismo a través del FMI, para miseria y escarnio de nuestras democracias dependientes.

Un frente deliberado que se abrió Agustín Cueva fue contra las posiciones de la famosa "nueva ex izquierda" latinoamericana, que surgiera y prosperara a la sombra de la derechización de Occidente (proceso político-ideológico al que aludimos en la reseña de su libro colectivo Tiempos conservadores ).

A desnudar y denunciar ese pensamiento mimético y funcional al discurso neoconservador de la metrópoli, y que, además, se instalara como una auténtica quintacolumna en las organizaciones sociales y populares, dedica extensas reflexiones especialmente en sus libros Las democracias restringidas de América Latina y América Latina en la frontera de los años 90 .

Se trata de una confrontación con las corrientes sociológicas denominadas "postmarxistas" y "postmodernistas" promovidas en estas latitudes por los Lechner, Flishfisch et al , cuyo declarado objetivo no es otro que "superar" el economicismo y reduccionismo clasista , con los que pretenden identicar las posiciones teóricas y doctrinarias del marxismo, para, de contrabando, introducir posiciones ideológicas favorables al statut-quo : el orden, la democracia pura, la gobernabilidad, la concertación, el mercado.

En una ponencia titulada "El análisis 'postmarxista' del Estado latinoamericano", elaborada en 1986 y recogida en Las democracias , Agustín Cueva, como un Quijote sigloventino, emprende contra esos modernos caballos de Troya.

Escuchémosle:

¿Decadencia del análisis de clase? Ciertamente, en un momento en que fuertes vientos soplan más bien del lado de la "concertación social", la búsqueda de la "gobernabilidad progresiva de nuestra sociedades" y el "acuerdo sobre aspectos sustanciales del orden social". Lenguaje que de por si nos coloca más cerca de Samuel Huntington que de Marx...

Más adelante anota:

Y por supuesto se observa (en América Latina) una amnesia recurrente respecto al análisis de la dependencia, curiosamente en el momento en que ésta se acentúa; así como una repulsión a mencionar siquiera las determinaciones económicas...

"Valores", "cultura", "instituciones": he ahí, en cambio, unas cuantas categorías que parecieran ser el útimo grito de la moda sociológica, pese a ser las mismas que nuestra generación, formada académicamente en el espíritu radical de los años sesenta, rechazó por considerarlas relativas a instancias superestructurales que reclaman un análisis explicativo de mayor profundidad...

¿Era la nuestra una visión cerrada y mecanicista?, se

pregunta el honesto Agustín.

Así enmarcada la cuestión, Agustín Cueva avanza a una disección radical del "postmarxismo".

Por ejemplo, en el apartado de su ponencia titulado "Estado vs. sociedad civil: la guerra del fin del mundo que nunca sucederá", ridiculiza el diagrama básico de los "postmarxistas", un diagrama que deforma la realidad hasta la caricatura.

Con sustento en el enfoque crítico de Agustín podría decirse que los "postmarxistas" fraguan una suerte de western sociológico-político, donde los "buenos" estarían representados por quienes actúan al margen del Estado (un espectro que abarcaría desde los magnates de las finanzas hasta el último desocupado y mendigo) y los "malos" -el aparato administrativo del Estado- comprenderían desde el presidente de la república hasta el más anónimo teniente político. Un diagrama social y político indigerible para nadie que ostente un mínimo de sentido común.

En el apartado "Movimientismo y espontaneísmo: ¿se hace camino al andar?", denuncia el intento de los "postmarxistas" de oponer las llamadas formas "naturales" -familia,etnia- de organización social a las modernas organizaciones partidarias.

Detrás de esta propuesta en apariencia inocente de los "postmarxistas", Agustín Cueva detecta un frecuente objetivo quintacolumnista: debilitar a los partidos que representan genuinamente a los obreros, campesinos y demás sectores populares mediante el diversionismo y la confusión ideológica. Por cierto, Agustín Cueva no llega al extremo de desconocer en términos absolutos la pertinencia e importancia del movimientismo en determinadas circunstancias de lucha, posición que ilustra citando al MNR boliviano y al Movimiento 26 de Julio de los cubanos. No me cabe duda que, si aún viviera, respaldaría al EZLN mexicano ("la guerrilla del siglo XXI", conforme la denominara Aubry).

Finalmente, en este repaso muestral de los ámbitos de confrontación de Agustín Cueva con los "postmarxistas", veamos la descalificación que nuestro gran autor realiza de la propuesta democratista de los susodichos "sociólogos del orden".

En el apartado "¿Cambio de locus político o aceptación sutil del orden establecido?", escribe estas diáfanas y verdaderas palabras:

No nos hagamos ilusiones ni intentemos pasar gato por liebre. La propuesta de desplazar el locus de la política hacia fuera del Estado, tal como lo proponen algunos "movimientos" de Occidente, no supone ningún acuerdo que obligue también a la burguesía a retirarse de él. Por el contrario, se basa en un "pacto social" sui géneris según el cual la burguesía permanece atrincherada en el Estado (además de no ceder ninguno de sus bastiones de la sociedad civil), mientras que las clases subalternas se refugian en los intersticios de una cotidianidad tal vez más democrática, en la que el Estado no interviene en la medida en que las formas de sociabilidad elegidas no obstruyen en la reproducción ampliada del sistema capitalista-imperialista.

A la crítica de los "postmodernos" dedica menos espacio comparativamente al que destina al análisis de sus congéneres "postmarxistas", al parecer porque considera menor la influencia de estos nuevos "decapitados", por lo menos en nuestro ámbito latinoamericano.

Luego de explicarnos el surgimiento de la "postmodernidad" en el continente como subproducto del reflujo de la izquierda marxista y no marxista, realiza una descripción sardónica de esta otra desviación sociológica y "espiritual".

Escuchémosle:

... el discurso postmodernista intenta abrirse un sitio como teoría del "desencanto" y de la "madurez". Nos habla del necesario "enfriamiento" de la política, del fin de los "fundamentalismos" y la consiguiente "secularización" ideológica, del relativismo, el pragmatismo, la incertidumbre, la desilusión. Si la política, tal como la hemos entendido siempre los latinoamericanos, no pasa de ser una "inútil pasión", un poco de conformismo no vendría mal...

Pero resulta que esta postura finisecular, con su restaurado spleen , con su tedio y elitismo refinados, con su aire blasé y decadente, con sus precursores y teóricos del nazismo redivivos (Nietzche, Carl Schmitt, Heidegger), con su discurso tanto más nonchalant cuanto que respira riqueza, saciedad y hastío por todos sus poros; esta postura, decimos, no sólo que no acaba de convencernos, sino que no acabamos de entenderla. Es rubia, demasiado rubia para el cholerío, la indiada, la negrada y el peladaje de este continente. En los propios intelectuales criollos que la cultivan hay algo de postizo: aún no han conseguido arreglarse un talante, una allure que encarne con soltura sus nuevos tormentos metafísicos.

Y más adelante:

Y al contrario de lo que el discurso postmodernista asevera, la época actual está lejos de marcar el fin del activismo político en general . Reagan y los suyos no son precisamente un grupo de abúlicos, ni cabría acusar de "dejadez" a la señora Thatcher. El activismo político que ha declinado es, obviamente, el de los que han -¿hemos?- perdido el tren de la historia.

De esta contundencia y dimensión eran las verdades que dejó escritas el vertical Agustín Cueva.

Suscitador infatigable

La contribución de Agustín Cueva al discernimiento de la realidad continental y ecuatoriana no se agota con su proteica y rigurosa producción y sus valerosa confrontaciones escritas o verbales. Consciente de que la lucha ideológica debía ser librada en muchos frentes, canalizó buena parte de sus actividades a divulgar -nunca vulgarizar- su ciencia y sus ideales.

A lo largo de un cuarto de siglo ejerció su apostolado laico en la cátedra universitaria, ya mediante los cursos regulares que impartiera en Ecuador, Chile, México o Estados Unidos, ya a través de sus conferencias y charlas ocasionales en incontables auditorios académicos y no académicos de la vieja Europa o de los páramos andinos. Siempre cortés, comprensivo y estimulante con sus alumnos, fue el prototipo del "querido maestro"; ejerció el magisterio con auténtica devoción y, según me confió en alguna oportunidad, con íntima alegría.

En reconocimiento a sus atributos académicos y humanos ocupó altas funciones: la ya referida dirección de la Escuela de Sociología de la Universidad Central, en la cual su ilustre padre, Agustín Cueva Sáenz, había inaugurado la cátedra de Sociología en los años 20; la dirección de la División de Estudios Superiores de la UNAM; la presidencia de la Asociación Latinoamericana de Sociología, entre otras.

Agustín Cueva fue un extraordinario promotor y animador de la palabra escrita.

En fecha tan temprana como su retorno de Francia al Ecuador, después de cursar en el Instituto de Altos Estudios Sociales, funda en 1965, en colaboración con Fernando Tinajero, la revista Indoamérica . Asimismo, en el segundo quinquenio de los 60, creará Pucuna y en la época de la II Reforma -como señalamos- se responsabilizó de Hora Universitaria .

Desde la dirección de la Escuela de Sociología animó el movimiento cultural con la publicación de autores de la categoría de Pablo González Casanova, Carlos Fuentes, Orlando Fals Borda.

Cuando en 1971 fundamos, con Leonardo Mejía, Angel Crespo, Boris Cornejo y otros, la revista Crítica , encontramos en Agustín Cueva, por entonces en la Universidad de Concepción, el mayor respaldo moral e intelectual. Igual aconteció cuando tuve que asumir la dirección de la revista Economía , órgano del Instituto de investigaciones Económicas de la Universidad Central; y, años después, cuando en otro arrebato de romanticismo e irracionalidad económica creamos, con Carlos Coloma, la editorial El Duende.

Múltiples revistas del continente le contaron en sus consejos editoriales.

Una faceta poco conocida, por lo menos en nuestro medio ecuatoriano, corresponde a su práctica periodística.

Esta labor la cumplió esencialmente en la capital mexicana y, en un primer capítulo, tuve el honor de compartirla.

La grata experiencia, primera vez relatada por escrito, se derivó de la invitación que nos formulara un común amigo, Emmanuel Carballo, para que redactáramos artículos editoriales para El Sol de México ; invitación que la aceptamos sin dubitar un momento.

Esto aconteció en el verano de 1976. A la sazón el hermano país azteca se había convertido en patria de muchos exiliados y autoexiliados del Sur del continente, convertido en pasto de regímenes fascistas y autoritarios. De esta suerte, por gestión de Carballo, las páginas de El Sol se poblaron de opiniones como las de los argentinos Julio Cortázar, Adolfo Gilly y José Steileger; el nicaraguense Ernesto Cardenal; los brasileños Ruy Mauro Marini y Theotonio Dos Santos; el peruano Rafael Rocangliolo; el salvadoreño Mario Salazar Valiente; los dos ecuatorianos de marras, entre otros.

Experiencia corta, intensa y gratificante. Se canceló a mediados de 1977, cuando la responsabilidad editorial del periódico fue encomendada a Mario Moya Palencia, ex ministro de gobierno de Luis Echeverría y reconocido militante del ala derechista del PRI. Los reiterados vetos de Moya Palencia a nuestro artículos determinaron que varios columnistas -incluidos colegas mexicanos- optáramos por suspender nuestra colaboración.

El Sol se eclipsó... al menos para nosotros.

Tiempo después, Agustín volverá a los trincheras del periodismo desde La Jornada , matutino del D.F.

La práctica del periodismo le permitió a Agustín Cueva continuar cumpliendo la responsabilidad autoimpuesta de vigía del continente.

Su ensayo "América Latina: el neoliberalismo sin rostro humano" fue publicado originalmente en La Jornada (entregas del 9, 10 y 11 de octubre de 1991), ensayo que representa -como el lector podrá verificar- uno de los textos más lúcidos y conmovedores que se haya escrito jamás sobre nuestra Arcadia traicionada. (Ver Anexo).

El mencionado ensayo se convertirá en su testamento intelectual y político, leído por el propio Agustín ya en el eclipse de su presencia física, cuando las universidades ecuatorianas le otorgaban un doctorado honoris causa , el 16 de enero de 1992.

América Latina: el neoliberalismo sin rostro humano" es un texto descarnado y alucinantemente hermoso, donde el científico y poeta Agustín Cueva narra el triste destino de un continente al que una falsa modernización le ha confinado al surrealista papel de traficante de drogas y órganos vitales. Tragedia frente a la cual, con la voz quebrada, Agustín terminó invitándonos a reaccionar...

"De repente la justicia aparece en este mundo". Mi lacónico homenaje al noble amigo y maestro en ese último encuentro, ha seguido rondando en mi memoria como mi personal apuesta a la esperanza.

Lecciones vivientes

Poco antes de ese patético episodio, acaso el más dramático entre los que me ha deparado la vida, el gobierno de Rodrigo Borja, en actitud que le honra, habíale conferido a Agustín Cueva el Premio Nacional de Cultura Eugenio Espejo.

A propósito de ese reconocimiento, Alberto Luna Tobar -ex profesor de Agustín y preclaro arzobispo católico- escribió una epístola pública con pasajes inmensamente edificantes sobre la condición humana.

En estos momentos... -escribió el noble pastor carmelita- he sentido la necesidad de confesarle a Agustín Cueva que, aunque él siempre estuvo por encima de muchas apreciaciones de amigos, compañeros, profesores y colegas, tal vez no percibió que tuvo entre sus maestros alguien que siempre le admiró, que nunca le sintió extraño ni cuando se colocaba distante, que siempre le consideró lúcido hasta en sus divagaciones sobre la nada y la negación...

Significa para la memoria... una gratificación muy reconfortante, constatar la vocación social de un hombre a quien la altura del pensamiento no le alejó jamás de la realidad". A estas alturas de nuestra vidas, gastadas muchas veces inútilmente, deberíamos preguntarnos cuántos sociólogos ecuatorianos han llegado tan verídicamente al sentido social de lo nuestro, con tanta altura como verídico realismo?

Pero hay algo más que implica un honor para la historia de los premios Espejo, cuando se los pondere con justicia y severidad: ¿hay entre nosotros críticos y criticados, alguien que haya definido el valor de vivir, sin treguas con la adversidad con tal lúcida disponibilidad para aceptar la realidad como este joven pensador? Espejo de inteligencias y sano corazón: gracias a la vida por cuanto en ella nos ha dado Agustín.

La profunda, emotiva y estética valoración del santo laico Agustín Cueva por parte de Luna Tobar deja muy poco para añadir.

Acaso la convicción sobre la absoluta pertinencia de su pensamiento y de su ejemplo ahora que podemos atisbar más de cerca el siglo XXI.

El legado intelectual y moral de Agustín Cueva impone aceptar, como él, las tradiciones de libertad y rebeldía del pensamiento latinoamericano. En el campo específico de las disciplinas sociales esto supone esencialmente contestar al discurso de la nueva derecha internacional y nativa, convertido en la malsana religión del Gran Dinero.

La vida y la obra de Agustín Cueva nos invitan a recuperar la dimensión crítica, científica, humanizante y totalizante del pensamiento social, y a una acción concomitante con ese Verbo.

Nos invitan a generar reflexiones y acciones refractarias a los dogmas de la razón instrumental, el neopositivismo, la fetichización cuantitativa y otras seducciones del nuevo fundamentalismo reinante.

De modo más específico nos conminan a desterrar ese pragmatismo que viene enseñoreándose en estas latitudes y que está resultando en agregaciones de pobreza conceptual y moral a la miseria material ya acumulada. Desterrar ese pragmatismo, verdadera peste de nuestra academia finisecular, que, en la irónica expresión de Ernesto Sábato, cultivan quienes "confunden la realidad con un Círculo-De-Dos-Metros-De-Diámetro, con centro en sus modestas cabezas".

En las propias y bellas palabras de Agustín, la tarea es desarrollar "una hipersensibilidad frente a los movimientos subterráneos de la historia y ante los vientos que estremecen los diferentes pisos del edificio social".

Unicamente en este camino de rechazos, que al mismo tiempo supone una ruta de afirmación de creencias y autoestima, la honda de nuestros pueblos podrá convertirse en la honda del David bíblico, capaz de abatir al gran fetiche del Progreso (con mayúscula); es decir, "a ese horrible ídolo pagano que sólo busca beber el néctar en el cráneo del sacrificado" (Marx).

La cristalinidad y la altura de la vida y la obra de Agustín Cueva, un hombre que, repitiendo a Montaigne, cumplió a cabalidad su oficio de hombre, constituyen inequívocas señales que alumbran el presente y el porvenir del Ecuador y de la Patria Grande.

ANEXO

AMERICA LATINA: EL NEOLIBERALISMO SIN ROSTRO HUMANO

Agustín Cueva

1. El continente sumergido

Las noticias sobre América Latina hace rato que dejaron de ser alentadoras. En el reciente informe del Banco Mundial, por ejemplo, se señala que el ingreso per cápita de la región cayó en un 2.6% en 1 990, con lo cual el empobrecimiento por habitante llega a ser de por lo menos un 10 % en el último decenio. Si uno toma en consideración que en el conjunto del Tercer Mundo dicho ingreso aumentó aunque sea un magro 0.2 % en igual lapso, se comprenden las declaraciones del senador brasileño Fernando Henrique Cardoso, en el sentido de que "nuestro problema actual consiste en trabajar para no caer en el Cuarto Mundo y formar parte de esa lista de países que ni siquiera sirven para ser explotados" (Veja, 4-XI-91).

El mismo medio informativo en que leemos el resumen del citado informe trae la noticia de que en el primer semestre de 1991 1 271 niños de la calle fueron asesinados por escuadrones de la muerte en Río de Janeiro (La Jornada, 23-IX-91). Lo propio ha venido ocurriendo en Manizales, Medellín y Bogotá. Entre las flamantes "novedades" merece recordarse también la desaparición periódica de niños en algunas casas cunas de República Dominicana, hecho que por supuesto no constituye una excepción en Latinoamérica. En los casos brasileño y colombiano se trata de exterminar a los "pivetes" y "gamines" que el propio sistema genera; en lo de Santo Domingo, de negocios más sofisticados de los que luego hablaremos.

Los pobres son cada vez más numerosos en nuestra región, tanto en términos absolutos como relativos. Superan el 40 % de la población total y su pauperismo es más agudo no solo por el señalado declive del ingreso por habitante, sino también debido a la redistribución regresiva del ingreso global que ha venido operándose en los últimos diez años, si es que no desde más atrás. La desocupación y la llamada población "informal" han aumentado y los servicios sociales, de suyo precarios, pero que algún auxilio prestaban a los menesterosos en los hoy vilipendiados tiempos del "populismo", se han reducido a su mínima expresión. Incluso las aspiraciones han sido reprimidas. Autores como Hernando de Soto y su cohorte han llegado a hacer verdadera mofa de la población marginal al presentarla como "semillero" y "paradigma" del "espíritu empresarial" latinoamericano, a la vez que la nueva derecha en general no sólo ha impuesto su modelo devastador en casi toda la región, sino que se ha empecinado en borrar (no sin cierto éxito) aún la esperanza de un Estado de bienestar. Hasta la socialdemocracia ha llegado a estas tierras de infieles cercenada de su dimensión social. Como acaba de apuntar el conocido teólogo brasileño Joseph Comblin, pensando seguramente en el ejemplo de su país: "La situación llega a tal grado que pareciera que los regímenes militares de hace unos años eran más sensibles al dolor, a los reclamos y a las manifestaciones populares, que los gobiernos actuales que se dicen democráticos" (La Jornada, 27-IX-91).

La economía de mercado es sin duda la vencedora, y además de ser la ley que rige nuestras vidas es nuestro mayor fetiche. Las señales que a diario nos envía no son, empero, las más auspiciosas. Vivimos, literal y no metafóricamente, en los tiempos del cólera. Los efectos de la libre competencia, de este capitalismo "salvaje", como bien se lo ha llamado, deterioran cada vez más el medio ambiente, lo depredan y degradan la calidad de la vida. El tráfico de drogas, que ciertamente es uno de nuestros mayores flagelos, no es desde luego un aporte criollo a la "civilización occidental". Una punta de la cadena se afianza en la miseria campesina y popular local, que el propio reordenamiento neoliberal se ha encargado de multiplicar, mientras la otra punta, la verdaderamente significativa y de alta rentabilidad, se encuentra en las metrópolis mismas. Los grandes capos nativos amasan por su lado pingues fortunas, y antes que por razones de salud o moralidad pública los países imperiales persiguen el delito en nuestras tierras más que en las suyas, por la llana razón de que es el único rubro de las exportaciones latinoamericanas que aún goza de términos de intercambios ventajosos.

Algo semejante podría afirmarse con respecto a un fenómeno que señalaremos líneas atrás: el tráfico de niños. En su variante más "inocente" se roban infantes para venderlos a parejas sin hijos de los países desarrollados; en su modalidad más perversa se los destina a "niños-refacciones", es decir, a ser depostados y vendidos como órganos de repuesto para complejas operaciones quirúrgicas Vagabundos y mendigos adultos han corrido igual suerte, en Venezuela y Colombia por lo menos. Lo más infamante del negocio es que este ramo de nuestras "exportaciones" mal podría funcionar sin el concurso de una transnacional de la medicina digna de mejores fines. Pero el mercado es implacable y sus sumos sacerdotes más todavía.

La pobreza, bajo ciertas condiciones, hasta puede llegar a tener un halo de dignidad. En la Cuba de hoy lo tiene. Pero bajo la modalidad de capitalismo que nos impone el neoliberalismo victorioso, la degradación económica tiende inevitablemente a convertirse en sordidez moral. Las urbes de América Latina, incluso las de mediano tamaño, se "lumpenizan" más cada día; el común de los ciudadanos se resigna a vivir tras las rejas, como si el hampa fuera él (no hay sino que recordar las "protecciones" de los apartamentos de Caracas, San Juan de Puerto Rico o el otrora beatífico Quito); al tiempo que la corrupción pulula en inmensos espacios del cuerpo social, invadiendo como es evidente las más altas esferas.

El barco hace aguas por todos los costados, pero la travesía sigue, sin que ningún Cabo de la Buena Esperanza esté a la vista.

2. Tiempos de escarnio

La década de los ochenta no fue sólo un decenio perdido para el desarrollo económico y social de la región, sino que también marcó la hora de la humillación. En el pasado se habían registrado, claro es, actos frecuentes de obsecuencia de muchos de nuestros mandatarios hacia la potencia hegemónico (la idea de un decoro nacional era más bien excepción que regia), pero como que se actuaba con mayor sigilo, casi a hurtadillas. El "desmentido" subsiguiente no enmendaba la entrega, pero mostraba que cierto pudor aún existía. Al presidente de El Salvador, Luis Napoleón Duarte, cupo el dudoso honor de romper con este tipo de inhibiciones, cuando al tocar tierra estadunidense en visita oficial se inclinó para besar la bandera de sus protectores, en tierno gesto que ningún protocolo exigía. Los medios audiovisuales de comunicación permitieron que la escena conmoviera al mundo entero, en circunstancias en que esos paquetes de lágrimas que son nuestras telenovelas invadían los mercados internacionales de la cursilería. Pasando de la comunión verbo, otro mandatario centroamericano, José Azcona Hoyo, declaraba poco después que "los países pobres y pequeños no pueden permitirse el lujo de tener dignidad". La peor caricatura de las llamadas banana republics acababa de ser superada.

Y no eran sólo las repúblicas "plataneras". Cuando Estados Unidos había tendido ya el cerco político y económico a Panamá, el presidente venezolano Carlos Andrés Pérez creyó oportuno lanzar la tesis de que toda soberanía es relativa, con el fin de congraciarse con el gobierno de Washington en momentos en que necesitaba alejar los ojos de la opinión mundial de una Venezuela lacerada por la masacre cometida por su administración socialdemócrata con motivo del levantamiento de Caracas, en febrero de 1989. El "Tiananmen" sudamericano fue así sobreseído, a cambio de la complicidad de C.A. Pérez con los agresores de Panamá.

Poco tiempo después de asumir la presidencia de Bolivia (en el mismo año de 1989), Jaime Paz Zamora declaró, por su lado, que acababa de entregar un ex general narcotraficante a Estados Unidos porque no confiaba en la justicia de su propio país. Los magnates de apellido Patiño, que despreciaban a la nación boliviana y no tomaban en serio sus instituciones, por lo menos tenían el decoro de no aceptar ser mandatarios de lo que consideraban una "república de operata". Mucho de soberbia pero también algo de congruencia había en aquel gesto.

Pasado menos de un mes de la invasión de Panamá, Eliott Abrams escribió un artículo que Excélsior de México (1 1 -1-90) reprodujo con el título de Sólo retórica, los gritos de Améríca Latina en defensa de la no intervención, en el que entre otras cosas asevera lo siguiente:

"La mejor prueba del mito de las 'costosas' acciones estadunidenses en América Latina pudiera ser la guerra de las Malvinas. Cuando Estados Unidos respaldó a Gran Bretaña contra Argentina, los 'expertos en América Latina' se escandalizaron. Se quejaron de que Estados Unidos había destruido su posición no sólo en Argentina, sino en toda América Latina, situación que, dijeron, duraría milenios. En realidad, las relaciones de Estados Unidos con Argentina son mejores actualmente de lo que fueron por décadas. De manera similar, la intervención estadunidense en la República Dominicana, en 1965, y en Granada, en 1983, no produjo ningún daño a los intereses estadunidenses en América Latina".

Las bofetadas son duras pero no inmerecidas, y las predicciones de Abrams se han cumplido con creces. Ahí continúa, muy campante Guillermo Endara y las tropas de ocupación que le ayudan a construir la "democracia", mientras que el servilismo del gobierno peronista" argentino respecto del de Estados Unidos supera todo lo previsible, y no por sus ribetes de ópera buffa (desde la "participación" en la guerra del Golfo Pérsico hasta el reciente retiro del Movimiento de los No Alineados) deja de ser significativo.

Ribetes que, por lo demás, no deben asombrarnos en los tiempos que corren, cuando del "pan y circo" de que hablaban los romanos sólo va quedando el circo, como lo ilustra el reciente llamado del presidente Collor de Mello a formar un "gobierno de machos" en Brasil (La Jornada, 22-IX-91).

Las ideas de soberanía, de cierto decoro y dignidad nacionales, van convirtiéndose en piezas de arqueología. ¿A cambio de algo "tangible" por lo menos? Hasta ahora parecería que no. Pese a los sucesivos planes Brady, Baker y la Iniciativa para las Américas (las iniciativas tienen que venir siempre de fuera porque Estados Unidos no consiente "provocaciones" de parte nuestra), la Cepa¡ acaba de informar, por ejemplo, que la deuda externa de América Latina crecerá en 3 por ciento en 1991, alcanzando los 445 mil millones de dólares (La Jornada, 28-IX-91). ¡Bonita "reestructuración" de nuestras obligaciones!

Por lo demás, recuérdese que no por haber aceptado explícitamente ser la candidata de Bush, la señora Violeta Chamorro ha conseguido nada significativo para su país; ni por haberse posesionado de su "cargo" en una base militar estadunidense Guillermo Endara ha logrado un mínimo de apoyo para la reconstrucción de la destrozada nación ístmica. Y es que, cuando la indignidad se multiplica, la oferta aumenta y los precios bajan, como corresponde a cualquier economía mercantil.

3. La hora de reaccionar

En un vibrante discurso de incorporación al Senado de su país, Darey Ribeiro dijo, hace poco, que la economía latinoamericana se ha convertido en un verdadero trapiche de moler gente, al tiempo que denunció la decadencia del sistema educativo brasileño tildándolo de "fábrica de producir analfabetos". Terminó su arenga (en el sentido más noble del término), preguntándose donde están, frente a esta hecatombe, las voces críticas y de protesta, o siquiera de inconformidad, de los intelectuales.

Ribeiro tiene gran parte de razón en su reclamo y no hace falta asumir ningún radicalismo de izquierda para comprobarlo. En las postrimerías de la administración Reagan, el mismo Eliott Abrams se refirió a la "desmarxistización" de los intelectuales latinoamericanos como uno de los importantes triunfos de la Nueva Derecha estadunidense; pero no se trata sólo de eso: es el pensamiento crítico en general el que retrocedió, refugiándose en el escepticismo u ofreciéndose al mejor postor. James Petras ha escrito textos muy duros sobre este viraje, que la mayoría de sus colegas locales prefieren no ver circular.

De todas maneras, las ideas neoconservadoras han avanzado avasalladoramente sobre todo lo anterior, casi sin hallar oposición. Hasta donde sabemos no existe, por ejemplo, ningún libro sistemático, ni uno solo hecho en Latinoamérica, donde se ajuste seriamente cuentas con los nuevos amos ideológicos de la región. Sus ideas sobre lo público y lo privado, sobre el Estado y la sociedad civil y sus respectivos papeles, sobre la América Latina aún "mercantilista" y "patrimonialista" que espera ser salvada por la economía de mercado, o sobre cierto "populismo" prefabricado como chivo expiatorio de la crisis actual; sobre lo que es un intelectual democrático y lo que no lo es; sobre las bondades de la iniciativa privada criolla, pujante a pesar de la secular opresión de que el Estado la ha hecho víctima; todos estos tópicos y muchos otros, sobre la vida y la muerte, la "formalidad" y la "informalidad" o el "flexible nuevo orden mundial equilibrado por Alemania y Japón", no son sólo propuestas o tesis en discusión sino que, hoy por hoy, forman parte del sentido común del intelectual latinoamericano medio, que va asimilando la razón mercantil a la razón tout court.

El socialismo burocratizado de la ex Unión Soviética y su caricatura multiplicada en los países del Este europeo se han derrumbado sin remedio y toda explicación al respecto suena por el momento a responso. Pero tampoco queda claro que uno deba congratularse bobaliconamente por ello. Quienes celebran alborozados las "revoluciones democráticas y nacionales" triunfantes en aquellas regiones, harían mejor en esperar resultados más sedimentados para pronunciarse. El rebrote de cierto fascismo de masas, acompañado de una gran dosis de xenofobia en la ex República Democrática Alemana, por ejemplo, no se presenta necesariamente como heraldo de un humanismo supuestamente reencontrado. Además, hay que tener un grado bastante notable de miopía para no distinguir los efectos diferenciados de dichos procesos, que de una parte pueden implicar una real democratización interna, pero que de otra han conducido a una capitulación total y cada vez con menos matices, de la Unión Soviética frente a Estados Unidos. Lo cual rompe sin sombra de duda una forma de equilibrio mundial al abrigo del cual se desarrollaron prácticamente todos los procesos y progresos del llamado Tercer Mundo, comenzando por la descolonización de Africa y Asia. De todas maneras el Norte neoliberal es el único beneficiario de ello (los que se engañaban con la "alternativa sueca", que por lo demás jamás existió, acaban de llevar su merecido), y el Sur, y nadie más, es el gran perdedor de la contienda.

En medio de esa especie de bacanal neoconservadora que el derrumbe del socialismo soviético ha producido, el papa Juan Pablo 11 ha puesto una nota de sensatez en su última Encíclica:

"La solución marxista ha fracasado -dice-, pero permanecen en el mundo fenómenos de marginación y explotación, especialmente en el Tercer Mundo, así como fenómenos de alienación humana, especialmente en los países más avanzados; contra tales fenómenos se lanza con firmeza la voz de la Iglesia. Ingentes muchedumbres viven aún en condiciones de gran miseria material y moral. Además existe el riesgo de que se difunda una ideología radical de tipo capitalista, que rechaza incluso tomar en consideración tales problemas, porque a prior¡ considera condenado al fracaso todo intento de afrontarlos y, de forma fideísta, confía la solución al libre desarrollo de las fuerzas del mercado" (Centesímus Annus, 1991).

El espíritu hoy orgiástico del neoliberalismo triunfante nos ha colocado, además ante una de las mayores amenazas para América Latina de los últimos tiempos: la escalada de agresiones de Estados Unidos contra Cuba. Por ventura, la isla está menos sola de lo que hace un tiempo temíamos, y hasta pareciera que el acoso a ella ha tenido la virtud de despertar adormecidos reflejos de soberanía en buena parte de las cancillerías latinoamericanas. Lo cual es muy positivo, siempre que no se esté manipulando la situación para tratar de desmantelar por medios diplomáticos los logros de la revolución cubana, es decir, sacarle las castañas del fuego a Estados Unidos. Un pedido global e inequívoco de que esta potencia cese incondicionalmente las hostilidades contra la isla, respete su soberanía y desocupe Guantánamo en concomitancia con el retiro de las tropas soviéticas, es lo menos que podemos exigir de las autoridades de nuestros respectivos países. En todo caso tenemos que permanecer vigilantes y activos, pues, como afirmó hace algunos meses el ex presidente Alan García, "ahora tenemos que defender a Cuba porque es uno de los últimos reductos de resistencia que nos van quedando, contra la ola neoliberal y fondomonetarista que quiere homogeneizar el mundo".


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