49 Congreso Internacional del Americanistas (ICA)

Quito Ecuador

7-11 julio 1997

 

Juan Miguel Bákula

49º CONGRESO INTERNACIONAL DE AMERICANISTAS

Reflexionar sobre el pasado y el presente de las Américas, para planificar su futuro

Quito, 7-11 de julio de l997

LA INICIACION DE LA REPUBLICA : PROPUESTA PARA UNA REFLEXION EN COMUN

I. La historia en una época de cambios.

II. La emancipación : tránsito de un tiempo a otro.

III. Factores de desintegración :

a) La herencia colonial ;

b) El caudillo militar ;

c) La expansión territorial ;

d) La penetración del capitalismo.

IV. La historia como designio eficiente.

Ponente : Embajador Juan Miguel Bákula (Perú)

LA INICIACION DE LA REPUBLICA : PROPUESTA PARA UNA REFLEXION EN COMUN.

La sombra impalpable del otro lenguaje...

Octavio Paz.

I.

LA HISTORIA EN UNA EPOCA DE CAMBIOS.

Me permito aclarar, inicialmente, que mis comentarios, si bien están referidos a la historia en general, se orientan, en razón de mi visión profesional, a la historia de las relaciones internacionales de los países de esta parte del continente, y en particular, a identificar y diferenciar los elementos de oposición que se han traducido en formas de enfrentamiento o de pugnacidad,contrariando un desarrollo ideal de los acontecimientos. Para la mala ventura de nuestras sociedades, el ejercicio del poder -en circunstancias que no es del caso analizar- ha estado sostenido por los más diversos métodos de imposición, las más de las veces basada en el uso de las armas. Esta ausencia de institucionalidad no sólo ha sido, huelga repetirlo, la causa interna de la violencia, sino que ésta, también, se proyectó más allá, en el orden internacional y, a mediados del presente siglo, el mal uso del dicho latino, si vis pacem, para bellum , fue alentado primero por el ultranacionalismo y, a continuación, por la llamada doctrina de la seguridad nacional. Al final de esta secuencia, se encuentra una historia que debe ser objeto de crítica, no con la pasión ni con los apremios ideológicos, menos bajo los dictados de cualquier fundamentalismo, sino con los propios instrumentos que las ciencias históricas, como ciencia del hombre, ponen al alcance de la razón y del quehacer del historiador.

Como es bien sabido, en la segunda mitad del siglo XX, no sólo las ciencias exactas han alcanzado un desarrollo tal como para permitir el milagro de visitar la Luna, sino que las ciencias sociales, las ciencias del hombre, han dado un salto a través de muchas barreras y preconceptos, heredados del siglo anterior y, hasta hace poco, considerados como inmutables. Y, desde luego, se han profundizado los interrogantes que el hombre viene formulándose sobre su existencia y su devenir. Por lo mismo,la historia se ha renovado en su concepción y en sus formas de expresión, permitiendo que la experiencia humana sea parte activa de los cambios.

Cambios en las estructuras.

De acuerdo con Geoffrey BarracloughHistoria, en Corrientes de la Investigación en las Ciencias Sociales , TECNOS/UNESCO, Paris/Madrid, 1981, 4 vols. La ref. en vol.2, pp.293 a 567. entre una y otra mitad del siglo que nos ha tocado vivir, se evidencian cuatro cambios:

- El primero es que nada de lo que ocurre en una parte del mundo puede permanecer mucho tiempo sin afectar a las restantes.

- El segundo es el avance irresistible de la ciencia y de la tecnología que, con el big bang de las comunicaciones, imponen un nuevo modelo intelectual.

- El tercero es la importancia decreciente de Europa y su contracción ultramarina, la preponderancia de los EE.UU. y la implosión de la Unión Soviética. Mientras, han surgido el Asia y el Africa, cuyos factores económicos, demográficos e ideológicos se potencian en términos que son un secreto del porvenir.... pero que tratamos de adivinar.

- El cuarto es la aparición de instituciones sociales y políticas muy diferentes a las conocidas en el siglo XIX y a las cuales la ola triunfante del neoliberalismo no ha logrado aglutinar.

Desde otro punto de vista, en los últimos tiempos dos fenómenos se han puesto de manifiesto :

- La masificación, que amenaza hacer tabla rasa de los valores hasta ahora existentes, que pasan a ser conceptos anacrónicos de grupos elitistas ; y

- La aparición de los agentes no-territoriales y de las empresas multinacionales que aportan presiones y poderes de decisión, incompatibles con la naturaleza del Estado-Nación, la más orgullosa creación del siglo XIX, sustentada en el concepto de la soberanía.

Entre muchas consecuencias, la situación descrita ha ocasionado cambios sustanciales en las funciones tradicionales del Estado, al cual el frenesí de la desestatización -con perdón del neologismo- le ha mermado atribuciones, pero sin que haya quedado en claro quién debe asumir, coordinar o intentar la solución de las grandes penurias de la humanidad -el hambre, la pobreza, la enfermedad, la inseguridad, la ignorancia- que tampoco pudo atender satisfactoriamente un Estado gigante, pero que ahora no hay quien las incorpore a su patrimonio de responsabilidades. En último término, ante el desamparo del Estado y el egoísmo de la empresa, el fenómeno de la masificación -en sus aspectos cuantitativos y cualitativos- crea una situación de vacío, que ha comenzado a ser llenado por la angustia, antesala del desvarío que lleva a desesperación.

Cambios en el quehacer del historiador.

Ante estas extrañas visiones de la realidad, los historiadores de las nuevas generaciones se han visto impulsados a reexaminar los presupuestos heredados, entre ellos el aforismo, de acuerdo con el cual los historiadores deben ser neutrales. Los acontecimientos derivados de la I Gran Guerra permiten explicar la crisis del historicismo y el surgimiento de nuevas tendencias, a las que, curiosamente, se opusieron los extremos, tanto conservadores como marxistas, que han rechazado toda forma de revisionismo.

Es una referencia aceptable para muchos, el ensayo de Marc Bloch, Introducción a la historia Introducción a la Historia , México, Breviarios del FCE, l984, pag. 49.- que ofrece un desafío al quehacer del historiador, para el cual todos los rastros de las actividades humanas merecen ser tenidos en cuenta. En su crítica al historicismo -heredado de Michelet- Bloch y Febvre recuerdan en los escritos de la llamada escuela de Les Annales , la necesidad de que se ensanchen las dimensiones de la historia y se amplíe la visión de sus responsabilidades, lo que implica rechazar la estrecha ruta anterior, dentro de la cual las grandes cuestiones que afronta la humanidad no eran propias del historiador, que debía mantener frente a ellas una actitud neutral.

Para Lucien Febvre, por lo mismo, la nueva historia debe utilizar todos los instrumentos del hombre : el lenguaje, los signos, los datos del entorno, las técnicas agrícolas, para abrirse a los descubrimientos y métodos de las otras disciplinas -geográficas, económicas, psicológicas, sociológicas- todo lo cual implica, así, una actitud valorativa. Enlazando estas ideas y construyendo con ellas una visión más coherente, entendemos mejor que el pasado es, por definición, un dato que ya nada habrá de modificar. Pero el conocimiento del pasado es algo que está en constante progreso, que se transforma y se perfecciona sin cesar.

Además, se ha alcanzado una apreciable profundidad en el análisis de la realidad social, cuyo conocimiento adquiere un sentido imperativo. Para este efecto, se están aprovechando, como nunca antes, los datos de la etnografía, de la demografía, etc., y, muy en particular, se aprecia una estrecha relación entre la geografía y la historia, superando otro determinismo, la geopolítica, de la que ya no es posible hablar sin rubor. La vinculación del hombre con su grupo y la relación del hombre con el medio físico son parte del estudio que se propone la historia, ya entendida como una inmensa continuidad, que tiene como escenario una región geográfica cada vez más amplia.

Fernand Braudel aporta un enfoque en la metodología que ha sido fundamental al proponer en lugar de la historia de corto aliento, el concepto de la larga duración, cuyo mejor resultado se encuentra en sus estudios sobre los pueblos del Mediterráneoel Mediterráneo constituyó un formidable laboratorio de experimentos que dieron lugar a culturas espléndidas, concepto que se puede aplicar, guardadas las debidas proporciones, al escenario andino. A lo largo de centurias y en este amplio espacio de América Meridional, surgieron modelos de vida que se imponen en razón de la acumulación de técnicas y de la producción de alimentos (papa, maíz, coca, etc.);de reglas de consumo ; de una concepción religiosa organizada en función política, o sea de un conjunto de hábitos y de criterios que se transforman en herramientas mentales y culturales, que incluyen una lengua. En un determinado momento, un grupo humano, el quechua, supo utilizar mejor este acervo para imponer su supremacía, que fue el resultado de una penetración socio-política y de un buen uso del espacio antes que una conquista militar. Una visión imprescindible en Olivier Dollfus, El reto del espacio andino , Lima, IEP, 1981. y, posteriormente, su ensayo sobre La identidad de Francia, cuyas lecciones metodológicas han comenzado a ser bien ser aprovechadas para concebir la historia de nuestros países como una historia de la región andina y, más aún, dentro de una visión espacial ampliada, entender la historia de los pueblos de América del Sur, no por capítulos separados sino como un conjunto.

II. LA EMANCIPACION : TRANSITO DE UN TIEMPO A OTRO.

Emancipación y fractura.

En ese sentido, y para referirme de manera más directa, al punto focal de mis preocupaciones, quiero proponer a la atención del lector una reflexión acerca del fenónemo de la ruptura que surge como consecuencia de la independencia.

No creo necesario aclarar que mi propósito se dirige más que a las causas de la revolución de la independencia, a las características de la fragmentación subsecuente, entre cuyas consecuencias, figura un factor que pudo tener antecedentes muy notorios, pero que adquirió, entonces y después, una extraña virulencia, como resultado de los extraños vacíos que surgieron en la lógica de la vida social. Me refiero a la violencia entronizada, tanto en el interior como, de manera muy particular, en la relación internacional entre las nuevas entidades estatales; y a la circunstancia que, en casi todos los casos, el germen de la violencia fue estimulado por factores externos y, siempre, por la inconsistencia de la propia organización, en la cual la ausencia de institucionalidad revirtió en autodestrucciónDeclaración sobre violencia, suscrita en Sevilla, el 16 de mayo de 1986, compuesta de cinco puntos que resumen el estado actual del conocimiento científico :

- Es científicamente incorrecto mantener que la tendencia a hacer la guerra se debe a la herencia de nuestros ancestros animales...

- Es cientificamente incorrecto mantener que la guerra, o cualquier otra conducta violenta, está genéticamente programada en la naturaleza humana...

- Es científicamente incorrecto mantener que, en el curso de la evolución del hombre, la selección de la conducta agresiva haya sido mayor que la de otro género de conducta...

- Es científicamente incorrecto mantener que existe un instinto para la guerra....

- Es científicamente incorrecto mantener que los hombres poseen un cerebro violento...

Esta Declaración ha tenido una resonancia extraordinaria en la comunidad científica internacional y, desde luego, en otros ambientes sociales y políticos. Una prueba de ello se encuentra en la Declaración de principios sobre la tolerancia (28º reunión de la Conferencia General, Paris, 16 de noviembre de 1995), en cuyo capítulo IV, Programa de acción..., el punto 3 dice :

... los seres humanos han mostrado que son capaces de cambios importantes, de crecer y de adaptarse, tanto en la actualidad como a través de su historia. Una y otra vez, han mostrado que son capaces de reconocer su unidad fundamental, sus esperanzas y aspiraciones comunes, y la riqueza de la diversidad humana, por no citar sino un ejemplo tomado al azar.

Por último, parecería indispensable hacer notar la distinción entre la violencia o la guerra y las manifestaciones del conflicto social, resultado de posiciones y aún de necesidades diferentes que se dan en el seno de todo grupo, a partir de la familia, fenómeno que ha sido estudiado con especial lucidez por Lewis A. Coser, Las funciones del conflicto social , México, FCE, 1961 y Nuevos aportes sobre la teoría del conflicto social , Buenos Aires, Amorrortu Editores, 1970..

En primer término, me atrevería a recordar que la emancipación es un proceso -el más importante del siglo XIX- pero que sólo se puede apreciar si se considera, en una relación de causalidad, con el colapso de la monarquía española y con los sucesos de la historia-mundo. De allí que, para una visión moderna, el nacimiento de estas repúblicas y su ingreso a la vida independiente, sin desmerecer los aspectos de autogestión, fue el resultado de una situación diferente y distante, por cual, si bien fue inevitable, también pudo resultar prematura: La experiencia de más de l80 años de existencia tumultuosa parecería ser una demostración suficiente de este aserto.

Por lo mismo, la nueva etapa supuso una discontinuidad entre una nueva situación y la anterior, que no sólo interrumpió la vida política y desquició los valores que la sustentaban, entre ellos el derivado del supuesto derecho divino de los reyes, sino que amplió -a pesar de las expresiones retóricas- las discontinuidades étnicas, sociales, económicas y culturales. Hay un juicio de Sabine Mac Cormack, que, mutatis mutandi , puede ilustrar estos conceptos, cuando a propósito del fenómeno de la conquista, dice:

A todo nivel la historia registró una ruptura entre el tiempo anterior y el tiempo posterior a la llegada de los españoles. La ruptura se hace evidente no sólo en la conmoción política y transformación que resultó de la invasión española, sino también en las diferentes maneras en que el pasado andino fue comprendido por los incas y sus súbditos antes de la invasión, y por la gente andina y los peruano españoles despuésEn los tiempos muy antiguos... -Cómo se recordaba el pasado en el Perú de la Colonia temprana-, en Procesos , Revista ecuatoriana de historia (Universidad Andina Simón Bolívar-TEHIS- Taller de estudios históricos, Quito), Nº 7, I semestre 1995, pp. 3 y ss)..

Al producirse la independencia, la ruptura no se resolvió por el predominio de lo nuevo, sino por la pugna entre lo anterior y lo moderno que era desconocido e imprevisible.

La postración del régimen colonial.

La afirmación de que la inicial debilidad de la institucionalidad en cada una de los nuevos Estados fue consecuencia del régimen anterior, parecería que no requierese demostración. Hay una constatación inicial en el sentido de que el abatimiento de España continental, al precipitar la independencia de las repúblicas americanas, origina una situación de fractura, que desata las fuerzas de la dispersión y que, más que la constitución de nuevos Estados, produjo una trágica fragmentación de grupos humanos, abriendo el paso a elementos de incoherencia que las nuevas sociedades no estaban en condiciones de controlar. Me permito insistir en conceptos ya enunciados, al afirmar que, tratándose de los aspectos sensibles de la historia, se ha preferido pintar escenas de estirpe romántica o hazañas contra los molinos de viento de la heredad vecina, en las que se desdibujan las carencias y no pocas desventuras. Entre éstas, las peores han sido las guerras intestinas o entre hermanos del otro lado de la frontera, si bien estas últimas mucho menos cruentas que las otras.la guerra de los mil días (1899-1903) o en el Ecuador en Miñarica (1835) o en la batalla de Quito (l932) también llamada la guerra de los cuatro días, -que no son los únicos casos- se registraron, en cada una de ellas, más víctimas que en todos los episodios bélicos internacionales de su historia. Por eso, la primera de nuestras reflexiones debería estar encaminada a precisar porqué nos disputamos tan briosa y tan estérilmente, a partir del primer año de nuestra vida autónoma. Creo que la respuesta no ha sido intentada resueltamente, entre otras razones, por la falta de instrumentos de análisis. Ahora que se tiene ante la vista situaciones como la desintegración del imperio soviético y el trágico desgarramiento de la Federación de los Eslavos del Sur -con todos los riesgos de las analogías entre tiempos y tierras diferentes- se podría intentar una aproximación a la realidad hispanoamericana, recordando que la desarticulación del imperio ultramarino de España fue algo más que una división asimétrica de secciones de un reino ya sin rey, pues lo que constituyó fue una dislocación de trágicas consecuencias.

La ausencia de voluntad de unidad.

Es probable que el nudo del asunto se encuentre en la ausencia de una voluntad de unidad, que era, también, anterior al proceso de la independencia;  por lo que, luego, la lucha no sólo fue incapaz de generar la unidad sino que afectó todo proyecto en sus raíces. En vez de esa voluntad de unidad o de sus incipientes manifestaciones, irrumpió el disenso, estimulado por factores varios y cuyo ejercicio continuado desembocó en el enardecimiento. No sólo hemos sido testigos, en estos 170 años, de la fragmentación, sino que ya se puede hablar de molecularización, al constatar cómo las pugnas internas -las fuerzas de la disociación- han derivado hacia formas de violencia y de insania hasta proponer -en nuestros días- la desintegración de cualquier expresión de vida social organizada. Violencia en la región andina , Lima. Asociación Peruana de Estudios e Investigación para la Paz (APEP), 1993.

A partir de estos supuestos, me parece válida la propuesta de repensar la historia de las décadas posteriores a la emancipación política y situarla a la luz de nuevos criterios, ya que ha resultado insuficiente una explicación simplista para situaciones complejas y contradictorias, tal como lo han venido haciendo las historias convencionales.

III. FACTORES DE DESINTEGRACION.

La herencia colonial

La cuestión inicial que se puede plantear, dentro de una reflexión más comprehensiva, se refiere a las capacidades que las sociedades americanas recibieron del sistema colonial -como tradición cultural, como costumbres de vida en común, como ejercicio de prácticas de gobierno, como sistema de valores sociales- y también, sobre la posibilidad del sistema español -como realidad nacional- de proponer un nuevo proyecto de organización política, ante la demanda de cambios surgida de la revolución industrialy de la difusión del pensamiento ilustrado. Creo que se debe reflexionar acerca de cuál era la capacidad de los reinos de Indias para recrear, en términos de autonomía, un nuevo orden, ya sea para promover un mecanismo de toma de decisiones con autoridad suficiente o para ejercer el poder y administrar el gobierno dentro de fórmulas menos arbitrarias que en el régimen anterior . De no ser así, el proceso desembocaría en el caos, ya que la violencia desencadenada por la lucha emancipadora sólo podría conducir a la destrucción, al no existir fuerzas sociales capaces de dotar de cohesión a una estructura cuyas partes no estaban vinculadas entre sí Perú y Ecuador -Tiempos y testimonios de una vecindad- , Lima, CEPEI/FOMCIENCIAS, 1992, 3 vols. La ref. en T.II, Cap.13, La ruptura y sus causas, pp.213 a 342). .

Aún cuando -por razones de espacio- no es del caso insistir en otros aspectos de la herencia colonial, pienso que son indispensables unas referencias a la incierta demarcación colonial; y, desde luego, a los aspectos económicos que afectaron, desde un primer instante, la viabilidad de los nuevos Estados: Todas las repúblicas se encontraron, desde el día de su nacimiento, en estado de indigencia, para pasar, luego, a ser deudores insolventes.

En cuanto a la demarcación, es de sobra conocido que hasta mediados del siglo XVIII -dos siglos y medio después de la presencia de España en América- la Corona y el Consejo de Indias carecían de información suficiente y de medios adecuados para determinar los linderos de las circunscripciones establecidas por la reales cédulas. Como consecuencia, la descripción es general y la mención que se hace de los accidentes geográficos tiene un sentido referencial. Más aún, hasta avanzado el siglo XIX, las mejores cartas geográficas siguen utilizando la denominación de regiones desconocidas, para distinguir amplias zonas sobre las cuales no existía información confiable.

La Corona española siguió, en esta materia, un doble procedimiento: Uno, muy prolijo; y otro, muy general. El primero, se aplicó en los casos de demarcación internacional; y, el segundo, para los fines de administración interna. El mejor ejemplo lo constituye el artículo I del Tratado de Madrid de l750,relativo a los límites de las conquistas entre los muy altos y poderosos señores, los reyes de España y de Portugal, cuyas conquistas se han adelantado con incertidumbre y duda, por lo cual declara que (el Tratado) será el único fundamento y regla que en adelante se deberá seguir para la división y límites de los dos dominios en toda la América y Asia, y en su virtud quedará abolido cualquier derecho y acción que puedan alegar las dos Coronas por motivo de la Bula del Papa Alejandro VI, de feliz memoria, y de los Tratados de Tordesillas, de Lisboa y Utrecht, de la Escritura de venta otorgada en Zaragoza, de otros cualesquiera tratados, convenciones, y promesas..., con lo cual la única y definitiva delimitación sería la estipulada en los siguientes artículos y descrita minuciosamente, incluyendo no sólo los accidentes específicos sino los criterios de procedimiento. limes - no se conocía en absoluto el concepto de la frontera-línea: En Roma, la frontera es un constante devenir. En el caso de América, la noción del aprovechamiento del espacio está mejor definida, tratándose del ambiente andino, por la expresión de archipiélagos, porque no es la continuidad lo que señala la cohesión del territorio; y en la inmensidad de la selva, no existió ni pudo existir el concepto de apropiación, dada la forma de vida de las poblaciones aborígenes. En la época moderna, los Estados se definían por sus centros; las fronteras eran porosas e indistintas y las soberanías se fundían imperceptiblemente unas en otras. Así se explica, paradójicamente, la facilidad con la que los imperios y los reinos premodernos podían sostener su control sobre poblaciones inmensamente heterogéneas, y a menudo ni siquiera contiguas, anota Benedict Anderson en su penetrante estudio ( Comunidades imaginadas - Reflexiones sobre el origen y la difusión del nacionalismo- , México, FCE, 1993. La ref. en p.39). En último término, resulta menos aceptable aún, la analogía, mitad darviniana, mitad geopolítica, que recuerda que las especies animales señalan su hábitat; y respecto de la cual cabría recordar, mediante una paráfrasis, las conclusiones de Sevilla (V. nota Nº.5), para afirmar que sería científicamente incorrecto mantener que...(la existencia de límites)... se debe a nuestros ancestros animales. Tampoco se podría atribuir a la urraca los orígenes de la acumulación capitalista.

En el segundo caso, tratándose de las jurisdicciones domésticas, las prácticas fueron más expeditivas. Era evidente que carecía de especial interés entrar en mucho detalle, por cuanto en las regiones mejor definidas se había consagrado una separación tradicional, ya fuera por medio de un límite arcifinio, ya fuera porque el tiempo había consagrado una realidad política, económica o demográfica. Dos ejemplos ilustran estos casos ; uno, el de la frontera en la zona poblada de la cuenca del lago Titicaca, donde la demarcación impuesta por el virrey Toledo se consolidó y se mantuvo hasta la época republicana; y, otro, el del río (o quebrada) San Francisco, afluente del río Chinchipe, que sirvió de separación a las diócesis de Quito y de Trujillo - y así se consigna en el mapa de Pedro Vicente Maldonado, Carta de la Provincia de Quito y de sus adyacentes... (1750)- y pasó a ser más tarde un elemento de la delimitación entre el Ecuador y el Perú.

En el orden internacional, para dar al proceso de delimitación su exacta dimensión, resulta substancial mencionar la importancia que la posesión tuvo en la mentalidad y en la acción del monarca y de sus consejeros; y la categoría de principio que se le asigna en el orden internacional. El Tratado de l750 consagró una fórmula que no debe ser olvidada: El respeto al principio del uti possidetis para separar los dominios entre ambas coronas, ...que cada Parte se ha de quedar con lo que actualmente posee, a excepción de las mutuas cesiones que se dirán en su lugar; las cuales se ejecutarán por conveniencia común. Y para que los límites queden en lo posible menos sujetos a controversias... En esta fórmula cabe observar, además, dos aspectos. Primero, que tal principio adquiere virtualidad y se aplica como resultado del acuerdo expreso de las Partes, de cuya concordancia de voluntades deriva su vigor; y, segundo, su carácter subsidiario, con el objeto de robustecer y facilitar el propósito del pacto, puesto que el primero y más principal es que señalen los límites de los dos dominios, tomando por términos los parajes más conocidos, para que en ningún tiempo se confundan..., como reza el artículo I.

En el aspecto doméstico, cabe señalar que la creación, extinción o modificación de la compartimentación colonial tenía un objetivo primordial: Facilitar la administración, optimarla dentro de un proceso permanente de buscar la eficiencia y atender a las exigencias de la defensa de los dominios de la Corona, en función de sus requerimientos pero mediante mecanismos que sólo podían cumplir su misión en la medida que se aplicaran a grupos humanos, a centros poblados y a áreas de concentración de intereses económicos y de administración.

Para concluir con el rubro relativo a la herencia colonial, cabe incluir una referencia elemental a los aspectos económicos, los mismos que, por su propia importancia, deberían merecer una atención que escapa a los propósitos de esta presentación. En ese sentido, me limitaré al mero enunciado de algunos aspectos socioeconómicos de carácter estructural propios de la crisis que afligía a España y cuya repercusión en América tuvo peores consecuencias. Uno de ellos, por ejemplo, se refiere al problema de los derechos señoriales y al régimen de la propiedad, para cuya inteligencia hay que considerar la diferencia existente entre España y América en cuanto a la organización de la sociedad, el complicado sistema de estamentos, la tenencia y adjudicación de tierras, las diferencias entre las clases sociales (señores y vasallos) , el papel jugado por la nobleza y su participación en el gobierno, etc.

En relación con aspectos de carácter económico -debería decir, macroeconómicos, para adecuarme a la terminología en uso- hay una evidente concordancia entre los estudiosos acerca de la incapacidad del régimen español y del pensamiento de sus dirigentes para favorecer la adaptación de sus estructuras a las nuevas circunstancias, tanto en materia de modernización de sus sistemas de producción -estratificados por su anacrónica organización social- como de apertura a las nuevas exigencias del comercio internacional, acerca de cuyo naturaleza no me corresponde algo más que su simple mención.En otras palabras, como resultado de la penetración mercantil capitalista en estructuras no-capitalistas; de la falta de de integración intercolonial resultante de esta heterogeneidad estructural; del desplazamiento de España a un nivel dependiente; al producirse la emancipación, la dinámica interna favoreció un proceso inmediato de balcanización, estimulado por los intereses del nuevo eje metropolitano. ( Perú 1820-1920. Un siglo de desarrollo capitalista , Lima, IEP, 1972, p. 33). Al producirse el colapso de la metrópoli y la consiguiente emancipación, para el Perú la autonomía significó no sólo la ruptura con España sino la marginación del sistema económico internacional, situación agravada por la crisis por la que atravesaba la minería del oro y de la plata, cuyas consecuencias se extendieron a Charcas y a Quito Ibid ., p. 37.

El caudillo militar.

La iniciación de la república encuentra ya instalado a un extraño personaje: el caudillo militar. Venía de cumplir un papel decisivo en el tránsito de la colonia a la independencia y de constituir un agente de cambios, cuya contribución histórica es múltiple, al ganar la guerra e imponer la autonomía; al acentuar el poder del Estado naciente y su forma de gobierno; y al afirmar el sentido nacional, por la vía de la diferenciación y del conflicto internacional. La participación del caudillo limitada como estuvo al aspecto militar, cambió de signo al extinguirse el poder español; y resultó siendo negativa en todo lo referente a la institucionalización del Estado, que debió ser la única preocupación al día siguiente de la victoria, cuando las armas dejaron de ser necesarias y debieron ceder el paso a los otros instrumentos de una urgente tarea de gobierno. Por ello, la disfunción que ejercen entorpece todo esfuerzo por lograr la participación -en la búsqueda del consenso- como medio para lograr la cohesión, la estabilidad y la eficiencia. De hecho, los caudillos estimularon los elementos psicológicos y socioeconómicos del conflicto y, como consecuencia, la organización de los nuevos Estados fue el resultado de un interminable enfrentamiento que privilegió el uso de la fuerza militar por encima de todo otro arbitrio, generando una mística antes no conocida, que conducía a un nuevo olimpo al que muchos querían ascender. En el camino, se alteró la tabla de valores en vigencia y al desaparecer o modificarse el sistema de intereses económicos -en beneficio de los recientes usufructuarios del poder- se dio paso a otros y más profundos desequilibrios dentro de la organización social, lo que unido a la intensa conmoción sufrida, anuló la capacidad de la estructura política sobreviniente para realizar su función de regular, dirimir y superar el conflicto social. Es frente a esta situación que hay que recurrir al apoyo de las otras ciencias del hombre para tratar de penetrar en este magma, en el que se han debatido nuestras sociedades hasta llegar a extremos a los que se distingue con una voz, un tanto eufemística, pues al hablar de violencia más pareciera que se trata de disimular algo que de hacerlo evidente, por lo menos en sus trágicas dimensiones. Tampoco es posible ocultar la realidad del conflicto, cuyo conocimiento es indispensable para intentar su solución.

La expansión territorial.

Si se recuerda lo dicho en párrafos anteriores, a propósito de la fractura que supone la independencia, es válido extraer la consecuencia de que, de pronto, el territorio se convirtió en algo más que un motivo de conquista inicial o del interés científico o literario de los hombres de la Ilustración, por la necesidad de avanzar en la revelación de la respectiva parcela nacional. No sólo había que afirmar el imperio de la ley nacional -por eso las constituciones se juran hasta en los más remotos lugares- sino que era menester definir la naturaleza, el contenido y el contorno del asiento material del Estado -hasta entonces dominio de un monarca lejano- y dotar de existencia real a las comarcas que aún aparecían como provincias no descubiertas, mediante un aparato normativo para su efectiva incorporación a la vida política y económica del país. Mantener la ficción de un señorío inmanente sobre algo cuya materialidad era desconocida superaría cualquier ejercicio de imaginación, si se hubiera pretendido el imposible de reivindicar un estado posesorio sobre una propiedad ficticia. En cambio, este supuesto derecho expectativo generó ambiciones de expansión territorial y alimentó la carga conflictiva del proceso de ruptura; sin contar que fueron muchos los casos en los que la dinámica de la ocupación se fue transformando en situaciones de hecho, al impulso de nuevos intereses, por lo general de carácter económico o de mera presión demográfica. En prueba de este aserto, bien puede recodarse la progresión de la frontera de los Estados Unidos en perjuicio de la vecina nación mexicana.

En otro aspecto, el proceso de expansión territorial es parte de la formación del espacio nacional, cuya identificación es constitutiva de la organización del Estado y que, por lo mismo, exige ser materia de un estudio interdisciplinario pero autónomo, o sea, esencialmente, histórico Genese de l espace equatorien, (Edición en español : Ecuador : del espacio al Estado nacional , Quito, Banco Central del Ecuador, 1987) constituye un notable aporte, cuyo ejemplo es digno de tomarse en cuenta. En el Ecuador, es digna de anotarse la propuesta de María Elena Porras, Nuevas perspectivas sobre la Historia Territorial del Ecuador y Perú : crítica de los textos escolares de Historia de Límites, publicada en Procesos , Revista ecuatoriana de historia (Universidad Andina Simón Bolívar-TEHIS-Taller de estudios históricos, Quito), Nº 5, 1er. semestre, 1994, pp. 117-123..

La penetración capitalista.

La cuarta concausa mencionada, ha sido la penetración capitalista que contribuyó a multiplicar la carga conflictiva existente y, más aún, a convertirse en el elemento detonador de situaciones bélicas de cruento y penoso recuerdo, por la capacidad que demostró para azuzar las oposiciones entre intereses económicos divergentes. Ese mismo factor persiste hoy, ya en otras formas, una de las cuales es el tráfico de armas. De lo que no se puede prescindir en el análisis de las relaciones internacionales durante el siglo XIX -pero que venía de antes- es de la lucha por los mercados, como motor de guerras en otros continentes, que se trasladó a América Latina con diferentes matices y en variadas circunstancias.

Uno de los capítulos iniciales de esta dinámica, aún poco estudiada como factor de acción constante, lo constituye la negociación para el establecimiento de relaciones diplomáticas entre las nuevas repúblicas y las grandes potencias, en virtud de una fórmula de álgebra diplomática para permitir la ecuación entre dos valores heterogéneos: el reconocimiento de la independencia y la libertad de comercio. Una de las consecuencias de este entendimiento fue la extensión de la cláusula de la nación más favorecida, que sirvió de manera exclusiva al afianzamiento del comercio de importación europeo y americano. La llamada cláusula Bello -en favor del tratamiento privilegiado de las naciones hispanoamericanas- tuvo que ser abandonada : la harina procedente de Chile fue desplazada por la de origen norteamericano;  y los azúcares peruanos cedieron su lugar a los embarques procedentes de las plantaciones de las Indias Occidentales y de Cuba, que transportaban los barcos bostoneses.

Si estas cuatro concausas -que no pretendo que sean las únicas- fueron factores preeminentes de división; o sea si la herencia colonial, el caudillismo militar, el fenómeno de la expansión territorial y la penetración del capitalismo fueron elementos eficientes de la dinámica de la dispersión, lo que resulta dramático -por decirlo de alguna manera- es la ausencia de fuerzas, igualmente importantes, que impulsaran en la dirección contraria, o sea de la cohesión.

IV. LA HISTORIA COMO DESIGNIO EFICIENTE.

La dialéctica dispersión/cohesión.

En su conjunto, los antiguos reinos de Indias no constituían entre sí nada parecido a una sociedad de Estados o grupo de sociedades nacionales o provincias vinculados por fuerzas centrípetas, desde que no existía un centro capaz de cumplir esa función; y entre ellos, al desaparecer el sistema radial preexistente y eclipsarse la autoridad común -que imponía la unidad gracias a la coerción y al mítico lastre de la institución monárquica- se esfumaron los factores de cohesión que en cualquier agrupación convocan a la unidad, llámese el consenso, la interdependencia, la sociabilidad o una lírica aspiración de unidad. Tampoco existía la tradición histórica, porque la historia propiamente dicha, que comenzó con la conquista, para las naciones en busca de la autonomía era la anti-historia.

Se habló entonces de la comunidad de destino, pero, de haber existido, su fundamento habría estado en aquellos valores que la revolución de la independencia negaba en su esencia, incluyendo el derecho divino de los reyes o la asignación sacramental de los continentes en virtud de la bula de Alejandro VI . Para entonces, las nuevas doctrinas y el desfallecimiento de la monarquía española, en las condiciones tan poco edificantes que se conocen, tampoco permitieron reconstruir una imagen que siguiera siendo un paradigma.

Peor todavía, pues por las razones esbozadas, no alcanzaron a surgir, así fuera en forma embrionaria, intereses en común de carácter económico, similares a los que estuvieron presentes en las trece colonias norteamericanas, y, desde luego, en la mente de los emigrantes del Mayflower . Por el contrario, en muchos aspectos, los objetivos contrapuestos habían sido permanentemente estimulados; y tanto que, aún hoy, nos cuesta trabajo aceptar el reto de la integración.

Imperativo de una visión prospectiva.

Al final de estas reflexiones, aparte de pedir excusas a quienes no compartan estas ideas, me atrevo a formular, un comentario, con ribetes de herejía, para verificar que -desde el punto de vista de la historia de las relaciones internacionales- en América Latina es muy poco lo que se ha adelantado en la búsqueda de propuestas que, más allá del relato y del aporte documental sobre el pasado, intenten explicaciones que ayuden a interpretar el porvenir. En ese sentido, tengo para mi que el acervo conceptual heredado del pasado no es desdeñable pero no ha sido suficiente; y que, tampoco, permite superar la perplejidad que sufre la mentalidad académica al comprobar que los modelos tradicionales se están agotando en un mundo en el que las ideas están detrás de los hechos y cada vez más rezagadas.

Al parecer, al llegar a este punto del análisis se confunden los caminos de la lógica y afloran rémoras que pretenden confundir las salidas del laberinto, olvidando que, para intentarlas, debe aceptarse como premisa que no es posible proponer políticas de entendimiento que se quisieran eficientes, cuando, simultáneamente, se estudian -también se llevan adelante- acciones de enfrentamiento, en lo interno y en lo internacional.

En ese sentido, el historiador sabe muy bien que, aparte de su misión de penetrar en el pasado, el resultado de sus estudios tiene un efecto -quizá, preconcebido- en la respectiva comunidad nacional, pues no sólo proyecta y difunde una visión de ese pasado, sino que induce a compartirlo. Pero, el historiador no puede ignorar que la predilección por los aspectos negativos, puede llevar y, de hecho, lleva a la exaltación del conflicto, con la que esa visión del pasado -que muchos asumen como propuesta para el futuro- distorsiona o pervierte el sentido de la historia. Por lo mismo, insisto en lo dicho al comenzar este ensayo, desde que en, la actualidad, en la medida que el historiador posee nuevos procedimientos de investigación, también está en condiciones de alcanzar niveles más profundos en el análisis de la realidad social, para explicar situaciones y fenómenos que no habían podido ser desentrañados y contribuir, así, a apreciar y a entender la continuidad histórica.

Cuando R.G.Collingwood se pregunta Para qué sirve la historia ? Idea de la historia , México, FDC, 1993 (Décimoctava impresión), pag.20. atiende a plantear la cuestión fundamental de la finalidad de la obra histórica; y resuelve el punto definiendo que ese propósito coadyuva al conocimiento del ser humano, que es posible si se indaga lo que el hombre ha sido. Dicho en otras palabras, la historia sirve para conocer si el hombre al actuar, lo hizo bien o lo hizo mal; lo puede seguir haciendo bien o prefiere seguir haciéndolo mal.

Una propuesta de cambio en los métodos de estudio.

Por todo ello, tengo la impresión que para despejar cualquier mal entendido sobre la función del historiador -no ya del quehacer del historiador- no debe olvidarse que, a pesar de ser considerado un intérprete del pasado, es un personaje actual que no es ni inmune ni ajeno al tiempo en que vive. Y si en alguna forma esa función llegare a ser eficiente, es porque puede expresarse en el lenguaje del presente para comunicarse con los contemporáneos. De aquí que, cuando se habla de la experiencia histórica de un pueblo -o dicho en forma más sutil- de las vivencias históricas que condicionan nuestro devenir, lo cierto es que nos estamos refiriendo a las versiones del pasado que trasmiten los historiadores. Esta proposición es, en mi concepto, mucho más trascendente de lo que se supondría, pues lo que se plantea es una cuestión vinculada a la libertad de los hombres y de los grupos humanos y a sus capacidades imaginativas y creadoras para entender -no ya el pasado- sino el porvenir. Y el futuro no sólo es un interrogante, es también una posibilidad de acción: Y algo más, una alternativa de creación, que el hombre ejerce como expresión de su libertad.

En consecuencia, no se trata de someter a revisión los textos de historia, en el sentido de expurgarlos para eliminar de ellos los capítulos que se califican de sensibles, sino de enriquecer el conocimiento del pasado, con todos aquellos hechos, circunstancias y procesos que expliquen mejor el comportamiento de nuestras sociedades. De estas manera, se corregirían lastimosos equívocos, salvándose vacíos imperdonables. En definitiva, se pretende poner en evidencia que en la formación de nuestras repúblicas y en la afirmación de su sentido nacional, los elementos de oposición y las prédicas belicistas cumplieron una función negativa y de autodestrucción, que al poner de lado todo aquello que no fueran guerras y batallas -minimizando u ocultando las ocurrencias provenientes del lado enemigo que constituyen factores positivos y aún benéficos- cercenaron la perspectiva correcta o, por lo menos, proporcionaron una visión incompleta.

El ejemplo más concreto lo constituye, desde el punto de vista que he venido expresando, la entronización de la dinámica del conflicto en el proceso de ruptura sobreviniente a la fragmentación del imperio colonial español y a la consiguiente etapa de la independencia republicana. En su conjunto, el cambio producido entonces no ha sido analizado en busca de la claridad y de la síntesis; por el contrario, es difícil escapar a la tentación de expresar severas dudas sobre el acierto de muchas de las conclusiones que se exhiben como verdades apodícticas o de las percepciones que se mantienen por estar sacralizadas, todas las cuales se resienten, inevitablemente, por su anacronismo.

Estos comentarios no tienen otra pretensión que proponer a los historiadores la necesidad de encontrar puentes entre la versión de muchas historias y el porvenir. Frente a nosotros hay un nuevo mundo de interrogantes, de intereses, de requerimientos, propios de seres humanos, todos los cuales quieren ser ilustrados por los historiadores, para entender mejor el tránsito entre el pasado y el futuro ; y que, por lo tanto, exigen que el historiador se sitúe tanto más allá de toda censura, como de la historia oficial y de la mitología.

La historia como designio eficiente.

La conclusión que parece abrirse paso es la de que hay imperativos que requieren ser atendidos, por constituir las demandas más profundas y, también, las más lógicas -por no decir racionales- y cuyo manejo debe ser coherente con la realidad. En otras palabras, procurar que la historia se libre de la superstición de la causa única que es, a menudo, la forma insidiosa de la búsqueda del culpable: es decir del juicio de valor....porque el monismo de la causa no sería más que un estorbo para la explicación histórica, que busca haces de ondas causales y no se espanta de que sean múltiples, ya que la vida las muestra así.March Bloch, op. cit. , p.148. Entre esas demandas, que son la condición del devenir, se encuentran, en lo político, la participación de los más; en lo económico; la integración que es un método inicial de arrostrar la globalización; y en lo ético, el respeto a la dignidad humana que se expresa en una cultura de paz. Y, de esta forma, acercarnos al conocimiento del eterno presente, en palabras de Benedetto Croce. Sin embargo, tenemos la fundada sospecha de que estamos tan lejos de materializar esas propuestas y de manejar esos conceptos, que necesitamos de la retórica para suplir el vacío entre la realidad y la esperanza, entre la actualidad y la incógnita.

En todo caso, esta pertinaz incoherencia no justifica la parálisis que nos aqueja -desde hace más de siglo y medio- y tampoco explica el silencio de los gobernantes cuando urgidos por la acción inmediata, pierden la capacidad de iniciativa. Por eso, las gentes de nuestras repúblicas -diría mejor, la sociedad civil a la cual muchos de nosotros aspiraríamos a representar- comienzan a descubrir cómo, hasta ahora, más allá de las frases retóricas, han sido incapaces de proponer y de participar con vehemencia, en la ejecución de políticas coherentes destinadas a privilegiar el desarrollo humano y la solidaridad, que ya no son tareas exclusivas del Estado sino responsabilidad compartida; y cuyas metas suponen algo más que escribir la historia del pasado: Investigarla con los ojos de nuestro tiempo-histórico, insertarla en el espacio que nos rodea,   y servirse de ella para interpretar los angustiosos designios del porvenir.

***

Al final de estas reflexiones, mejor que una propuesta debería formular una pregunta, que explica la cita inicial de Octavio Paz :

¿Acaso existe una historia, otra historia, que aún está por escribirse, que no privilegie a los gobernantes y que incluya a los gobernados, cuando silenciosos y anónimos persisten en la hechura de un mundo humano y más real que el que se forja en la imaginación de muchos historiadores?

Embajador Juan Miguel Bákula Casilla postal Nº l8-0402

Fax. : (5l-l) 446 89 11

Lima, 18. PERU


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