49 Congreso Internacional del Americanistas (ICA)

Quito Ecuador

7-11 julio 1997

 

Eliana Bormida y Nora Dabul

ICA 49

CONGRESO INTERNACIONAL DE AMERICANISTAS

SIMPOSIO HISTORIA - HISTORIA URBANA DE LAS AMÉRICAS

HIST. 16

MENDOZA Y EL URBANISMO DE OASIS

Autores:

arq. ELIANA BORMIDA

arq. NORA DABUL

Resumen

La ciudad de Mendoza, situada al pie de los Andes centrales de Argentina, fue fundada a mediados del siglo XVI por la colonización española en lo que era entonces territorio huarpe, en el confín sur del incanato. Como ocurre en el conjunto de los asentamientos humanos de la región andina, esta ciudad y el territorio circundante han desarrollado una cultura de oasis; es decir, han crecido en el desierto. La clave de su identidad es la sabiduría alcanzada en el control y el uso del agua, con la cual ha sido posible crear las condiciones necesarias para consolidar allí la permanencia de los hombres.

En esta cultura regional de oasis han sedimentado milenarios conocimientos, que se remontan a las grandes civilizaciones del regadío sudamericanas; también a los aportes de la España colonizadora - donde se transmiten tanto las herencias tecnológicas como los refinamientos ambientales de los árabes- y finalmente a la mentalidad eficientista y progresista del siglo XIX, cuando el territorio y los asentamientos humanos se transformaron radicalmente, durante el auge vitivinícola, en la era de la gran inmigración.

Dentro del rico marco cultural que presenta hoy el urbanismo de oasis, la ciudad de Mendoza constituye una verdadera cabeza de serie y un caso ejemplar, cuyo desarrollo en el tiempo marca precedentes y orienta los rumbos de la constelación de núcleos menores que conforman la red urbana regional.

Sin embargo, la falta de comprensión, de conciencia y de conocimientos sobre la particular identidad de este patrimonio lo someten hoy a una crisis difícil de enfrentar y cuyo destino depende, en gran medida, del esclarecimiento y la valoración de su particular naturaleza.

Reflexionar sobre esta problemática a la luz de la historia y de la realidad, permite descubrir nuevos objetos conceptuales: el urbanismo de oasis y las ciudades de oasis . Su formulación teórica y su investigación son hoy una responsabilidad insoslayable, cuyos resultados aportan puntos de vista y conocimientos fundamentales para esclarecer políticas y elaborar planes más coherentes con el desarrollo de nuestro territorio.

Extensión de la ponencia enviada: 15 páginas con texto y 4 con ilustraciones .

Exposición: con diapositivas

1.- LA Región de los oasis occidentales

1.1.- El territorio: Localización y caracterización.

Existe, al oeste la Argentina, un vasto territorio que tiene escasa conciencia de si mismo.

Está dominado por gigantescas montañas y áridas travesías. Sus relieves complejos articulan el espacio en tal variedad de ámbitos, que es casi imposible concebirlo si no se lo recorre, y si no se lo estructura en la imaginación con la ayuda de una cartografía adecuada.

Este territorio se extiende entre la Puna y la Patagonia, donde las montañas andinas disminuyen su ancho pero alcanzan, en cambio, las mayores elevaciones. Numerosos cordones, casi paralelos, se desprenden al sur del altiplano y, a pesar de sus características distintas, propias de su formación geológica y de su situación, forman un conjunto considerablemente unitario, y generan las articulaciones del espacio.

El área tiene fuerte tectonismo: una placa de corteza submarina, al irse introduciendo bajo el continente, provoca de tanto en tanto estremecimientos de diversa magnitud, síntomas de transformaciones del relieve sólo aprehensibles a escalas geológicas del tiempo.

Domina allí la aridez, de todos los tipos y en todas las formas: bolsones de arena que arremolinan los vientos, barreales de costras arcillosas, enormes salares blanquecinos, montañas desnudas, rocas trituradas por soles ardientes y noches heladas; campos de acarreo, resplandores encandilantes, sombras rotundas, aires transparentes, lejanías violáceas, espejismos reverberantes, cielos azules y un colorido terroso de inagotables matices.

Presidida por algarrobos, chañares, jarillas y cardones, una vegetación leñosa cubre travesías y laderas, acomodándose a las mejores circunstancias. Resiste intensas sequías y calores, pero desaparece con la altura, dando lugar a pastos sobre los 3.000 m.s.n.m. y al desierto biológico sobre los 5.000 m.s.n.m.

El agua, en este territorio, es un don escaso que no flota en el aire. Es hielo y nieve en las altas cumbres, es cauce subterráneo, es río de verano, es creciente barrosa que arremete con ímpetu y pasa, es aluvión de la montaña y chaparrón de enero.

El agua es salvaje; pero cuando se la domina, en el desierto verdea el oasis.

1. 2.- Poblamiento:

El afán común de todos los hombres que han habitado estas tierras ha sido la búsqueda del agua: atraparla y domesticarla.

Cerca de dos mil años antes de Cristo, los asentamientos humanos distribuidos junto a ríos y lagunas desarrollaron pequeños cultivos de calabaza, zapallo, maíz, poroto, quinoa, y con técnicas simples de riego artificial originaron incipientes oasis.

Hacia fines del siglo XV d.C. los territorios de diaguitas y huarpes fueron integrados al incanato. Entonces sus oasis prosperaron, subdivididos en chacras regadas por acequias, cada una de las cuales fue asiento de un clan.

Sobre este patrón de asentamiento indígena, al promediar el siglo XV, el nuevo conquistador español se transformó en colono. Aportó novedades tecnológicas y cambió el paisaje con sus frutos de Castilla, sus ganados y caseríos; pero a pesar de las profundas transformaciones que introdujo, la arcana cultura regional de oasis se consolidó durante la colonia con renovado vigor.

La colonización hispánica de estas tierras comenzó desde la tramontana Capitanía de Chile, sufragánea del gobierno virreinal del Perú y tuvo tres focos de irradiación. Estos fueron, de norte a sur: La Serena (1.544), Santiago del Nuevo Extremo (1.541) y Concepción (1.550).

Los dos primeros enviaron fecundas corrientes colonizadoras que formaron ciudades, villas y pueblos, permitiendo que dos caminos -uno desde el noroeste, el Perú, y el otro desde Chile- se acercaran al Atlántico. La última ciudad, con un frágil emplazamiento en la frontera del Arauco, sólo logró instalar poblaciones de vida efímera en el sur; el cual, de hecho, se mantuvo como dominio de puelches, pehuenches y mapuches hasta el penúltimo decenio del siglo XIX, iniciando recién entonces su integración cultural al resto del territorio.

La consolidación del poblamiento del Oeste se logró a partir de la fundación de cuatro ciudades: Mendoza (1.561) y San Juan de la Frontera (1.562) , en el Cuyum, uno de los 11 corregimientos de la Capitanía de Chile, y más al norte La Rioja (1.591), seguida por San Fernando del Valle de Catamarca (1.683), como parte de la Gobernación del Tucumán.

Además de los nuevos caminos reales, por el complejo relieve se abría paso una intrincada red de sendas precolombinas, presidida por el Camino del Inca. Todos ellos posibilitaron la organización efectiva de las respectivas jurisdicciones administrativas alrededor de las ciudades y la transmisión de una cultura criolla, de síntesis, que iba formándose.

Se ocuparon los ámbitos donde hubiera agua, aquellos donde también habíanse establecido anteriormente los indígenas: el Valle Viejo de Catamarca, la Sierra de Los Llanos, Yacampis, la Costa oriental de la Sierra de Velasco, las faldas que rodean el Campo de Belén, el Valle Vicioso, las laderas del Famatina, y las riberas de los ríos Abaucán - Colorado - Salado y del Vinchina, puertas al macizo cordillerano.

En Cuyo fueron pobladas otra vez las riberas de los grandes ríos de deshielo: Jáchal, San Juan, Mendoza y Tunuyán, con sus tributarios. También las lagunas de Huanacache, parte austral de un vasto complejo lagunar que entonces se dispersaba por el área andina, al sur del Titicaca. En estas tierras, los valles ocupados fueron Guentota, Uco y Jaurúa, Uspallata, Calingasta, Iglesia, Jáchal, Zonda, Ullún, Tulum y Valle Fértil.

1.3.- Asentamientos humanos y cultura de oasis:

Además de las pocas ciudades fundadas se establecieron numerosas villas, pueblos de indios, estancias, postas y algunos fuertes, que en la mayoría de los casos se consolidaron, generando a su alrededor oasis agrícolas con riego artificial.

Pero quizás el rasgo regional más interesante fue que, dentro del trazado urbano en damero, junto a sus características calles y cuadras en torno a la plaza, se incluyó el sistema de riego por acequias, para regar las huertas y frutales de los fondos de las casas.

Una red de canales y acequias, en parte subsistentes de aquellas prehispánicas y en parte nuevas, estructuró cada uno de los oasis, condicionando su conformación y también la magnitud potencial de su crecimiento, de acuerdo a los caudales disponibles de agua.

A fines del siglo XVIII ya estaba en marcha una cultura regional, curiosamente pautada por los cultivos con riego artificial. Abundaban los trigales, con molinos hidráulicos; también los plantíos de frutales, olivares, viñedos y chacras para el autoabastecimiento y el incipiente intercambio comercial.

La cultura de oasis se consolidó con peculiares usos del suelo urbano y rural, con tipos de cultivo apropiados, legislación del agua, formas del paisaje, tecnología y costumbres.

Junto a la agricultura se desarrollaron la minería (puntual) y en especial, como actividad dominante, la ganadería de montaña (extensiva), caracterizada por el traslado de los animales a potreros de veranada e invernada, localizados a distintas alturas.

Cuando finalizó la época colonial, en el primer cuarto del siglo XIX, la región de los oasis presentaba una situación contrastante: mientras consolidaba su estructura territorial y afirmaba su particular identidad, comenzaba a sentir la influencia de la vigorosa centralización que Buenos Aires, en las márgenes del Plata, ya ejercía sobre el naciente país.

Al promediar el siglo, la región, articulada en enormes estancias que se extendían desde los llanos riojanos hasta los altos valles cordilleranos, se continuaba con más semejanzas que diferencias, en las haciendas chilenas -fundos-, configurando una unidad mayor, andina, donde la cordillera se concebía más como una entidad que como un limite. Motivados por relaciones sociales, actividades económicas, problemas políticos y devociones religiosas, los contactos entre ambos flancos de la montaña eran frecuentes e intensos, a pesar de los rigores del clima y de los bloqueos estacionales de los caminos. La persistencia de estos fuertes vínculos, que no se habían disuelto al separarse Cuyo de la Capitanía, en 1.776, incidieron notablemente en la orientación y la afirmación de la cultura regional.

Al finalizar el siglo XIX, la exitosa campaña al desierto tuvo como objetivo incorporar al país las tierras australes, hasta entonces bajo el dominio de los araucanos. Con esta anexión, la región de los oasis se amplió al sur de Mendoza, en las tierras de San Rafael y Malargue, junto a los grandes ríos Diamante y Atuel.

Paralelamente y en contraste con la consolidación de la cultura regional, se fue definiendo vertiginosamente un nuevo modelo de país centralizado en Buenos Aires.

Esta centralización estaba imbuida de los ideales garantistas del progreso decimonónico, con referencia a los cuales se enfrentaron dos modelos culturales contrapuestos, reconocidos por D. F. Sarmiento como civilización y barbarie. En la práctica, la primera acarreó la crisis de la estructuración regional del interior, y la configuración de nuevas realidades, donde halló su fin la hegemonía ganadera en la región.

Tanto la macrocefalia de Buenos Aires, como la política de fronteras internacionales, cuya demarcación con Chile pasa por las altas cumbres andinas, contribuyeron a arrinconar la región de los oasis contra las montañas, que han sido, desde entonces, la gran espalda psicológica del país. Sólo Mendoza, situada en el camino internacional, y en menor grado la vecina San Juan, han tenido posibilidades de un desarrollo más pujante y sostenido.

En la nueva estructuración del territorio, el ferrocarril actuó como el gran operador de las transformaciones: introdujo todo tipo de novedades, desde máquinas hasta productos comerciales, desde inmigrantes hasta nuevos usos, costumbres e ideas políticas. Su tendido estiró ramales desde el puerto hasta las cabeceras de provincias, privilegiando su desarrollo y el de los bordes llanos de la región; mientras los espacios interiores, fragmentados por el complejo relieve -salvo algunos pocos de valor estratégico como las minas de Famatina-, se desarticularon aún más.

Durante la etapa inicial de la centralización, que se caracterizó por sus objetivos claros, la eficiencia de programas y la relevante obra pública, las ciudades de Mendoza, San Juan, La Rioja y San Fernando del Valle de Catamarca, recibieron el gran equipamiento arquitectónico y las infraestructuras, incrementaron su concentración poblacional con los recién llegados e intensificaron su actividad comercial, cambiando a un ritmo inalcanzable por los pueblos interiores.

2.- Mendoza y los Oasis de Cuyo

2.1..- Consolidación y los Oasis de Cuyo.

Con la Organización Nacional, se planteó también una reorganización de las regiones que hoy componen el país. El antiguo Corregimiento de Cuyo, desmembrado de Chile e incorporado al Virreinato del Río de la Plata desde fines del siglo XVIII, cambió radicalmente su posición geopolítica y se subordinó a la centralidad de la capital, Buenos Aires, y a las políticas liberales y progresistas que caracterizaron la nueva era del progreso decimonónico.

Dentro de la Región de los Oasis Occidentales, de economía predominante ganadera, las tierras de Mendoza y San Juan se vieron potenciadas por la riqueza de sus ríos caudalosos y sus mejores comunicaciones y dieron un vuelco neto hacia la agricultura. A ellas llegó la gran inmigración de italianos, españoles y más tarde de árabes y judíos. Las políticas de colonización de tierras, las importantes acciones relativas a la irrigación, como la Ley de Aguas de la provincia (1884), la sistematización del riego de los ríos Mendoza y Tunuyán, y la anexión de los ríos Diamante y Atuel luego de la Conquista del Desierto, determinaron paralelamente una notable expansión del territorio agrícola.

En los oasis cuyanos se consolidó la vitivinicultura. En Mendoza, las cifras del crecimiento son elocuentes: de 4700 has. cultivadas en 1887, pasó a 21.000 has. en sólo catorce años.

Durante este período, los asentamiento humanos de la región de oasis sufrieron una transformación radical; algunos sometidos a una fuerte dinámica de cambios y otros casi detenidos en el tiempo. La red vinculante (caminos, canales de riego y ferrocarril) se reestructuró y amplió. La cultura de oasis se enriqueció con una gran variedad de situaciones, casos y problemáticas.

Dentro de este contexto, la Ciudad de Mendoza, a la cabeza del crecimiento, gestó un caso de urbanismo único en el mundo: UNA CIUDAD - OASIS , regada con acequias y edificada dentro de un formidable bosque artificial, que sentó modelo y constituye un valioso patrimonio cultural.

3.- Mendoza, modelo de ciudad - oasis.

3.1.- Definición y breve historia

Por oasis se entiende un lugar de desierto donde, debido a la existencia de agua, se genera un ambiente con características diferentes, propicio para la vida del hombre. Allí crecen plantas, se crían animales, hay sombra y fresco. La palabra oasis tiene connotaciones de descanso, refugio, riqueza y bienestar. Es harto conocido el fenómeno del oasis con referencia al cultivo, ya que los hay por todo el mundo, pero es nuevo el enfoque de una ciudad como oasis en sí misma. La ciudad de Mendoza, por todas las implicaciones a que hemos hecho referencia, constituye una verdadera ciudad-oasis . Presenta un sistema urbano original, de tal claridad y excelencia, que asciende a la categoría de modelo. Es un caso único en el urbanismo de zonas áridas y es cabeza de serie porque varias ciudades y pueblos de la región van conformándose a su imagen y semejanza.

¿En qué consiste la ciudad-oasis? El logro de este tipo urbano se basa en acondicionar ambientalmente un sector de desierto, transformándolo en un lugar de condiciones excepcionalmente aptas para la vida del hombre. Ello se consigue mediante una macroestructura espacial, de tipo natural (que consta esencialmente de una red de riego y un entramado de árboles) superpuesta al conjunto de la edificación. Dicha estructura biológica es semejante, como concepto, a las propuestas tecnológicas de algunos no muy lejanos vanguardistas como Yona Friedman y Buckminster Fuller, y adquiere hoy , dentro de los enfoques ecologistas, una importancia singular. Mientras estas propuestas datan de los años sesenta, Mendoza goza de los beneficios de la transformación ambiental desde las primeras décadas de este siglo.

Por ser un tipo urbano especial, inédito, claro, eficaz y particularmente grato para la vida, nuestra ciudad constituye, en la cultura del urbanismo, un patrimonio relevante.

¿Cómo se ha generado la ciudad-oasis? Ella no fue creada como tal, ni su origen puede precisarse en una fecha. Se ha definido a través del tiempo, con sucesivos aportes, y con la interrelación de diversos elementos que convergen en un resultado coherente.

Su trazado fundacional (1.561) era el típico damero hispanoamericano con plaza central; pero el territorio en el cual se emplazaba estaba surcado por algunos cursos de agua que, a partir de un gran río cordillerano, los aborígenes canalizaban para regar la tierra árida.

El sistema de irrigación fue ampliado en épocas coloniales, permitiendo la definición de un oasis de cultivo, en el cual se implantaba la misma ciudad. Mendoza llegó a ser conocida por los frutos abundantes y sabrosos de su tierra.

En 1861 se produjo una catástrofe sísmica que destruyó completamente la ciudad. Este lamentable suceso resultó, sin embargo, coyuntural para su desarrollo, porque luego de su resurgimiento Mendoza ya no sería la misma.

Al agrimensor francés, Julio Ballofet, se encargó el trazado de la Nueva Ciudad; la cual, liberada de la antigua traza, fue situada en los terrenos libres de una hacienda cercana. Para ello se adoptó, en 1863, un modelo geométrico de uso del suelo, que reformuló el trazado hispánico en damero, pero imbuido ahora de los principios del flamante urbanismo decimonónico europeo: orden, regularidad, higiene y eficacia funcional.

La construcción de la Nueva Ciudad, planificada, se realizó simultáneamente a la reconstrucción de la destruida, que muchos vecinos no abandonaron; conformándose de hecho un único organismo, en el cual lo nuevo imponía sus rasgos como modelo.

Desde entonces se aceleró el proceso de definición de esta ciudad-oasis que, en un lapso no mayor de unos ochenta años, recibió el resto de sus elementos y características estructurantes. Muchos de estos aportes fueron anónimos o colectivos; otros tuvieron autores reconocidos, entre los que se destacan el gobernador Emilio Civit, el médico higienista Emilio Coni y el paisajista francés Carlos Thays, quienes promovieron la renovación de Mendoza a fines del siglo XIX, con obras clave como fueron la plantación de arboledas públicas en las calles, con especies seleccionadas para resistir los rigores del clima y moderarlo, y la creación del Parque del Oeste, hoy San Martín.

Orden, regularidad, higiene y eficiencia fueron las banderas de una nueva ciencia urbana, cuya suma componía una belleza distinta, asociada a la idea de progreso. La renovación de París inspiró ideas y proveyó modelos: avenidas amplias y rectas con hileras de árboles de especies homogéneas, plazas verdes, imitadas de las tradicionales squares inglesas; ordenamiento y claridad del parcelamiento y del tejido urbano; amplias perspectivas, y sistemas funcionales eficaces (circulación, drenajes). Sin embargo, Mendoza no se limitó a imitar superficialmente estas soluciones foráneas, sino que logró reestructurarse a partir de los nuevos conceptos, afirmando su particular identidad.

El orden se evidenció en la geometrización rigurosa del suelo urbano con los nuevos parcelamientos en la exacta coordinación de todos sus elementos, en la organización volumétrico-espacial unitaria, conseguida con la repetición casi invariable de un tipo de casa vulgarmente llamada c horizo , que no era otra que el antiguo tipo pompeyano, dividido longitudinalmente por causas de la mayor fragmentación en la propiedad de las manzanas.

La regularización se observó en la medida de las partes de la ciudad, en la constancia de sus formas, sus ritmos y proporciones, derivados, por un lado, de la presencia hegemónica de una arquitectura residencial italianizante, obra de constructores llegados con la gran inmigración y, por otra parte, resultante de las plantaciones de árboles iguales en cada calle.

La higiene se hizo presente en la incorporación intencionada del verde, el agua, el sol y las brisas en todo el tejido urbano.

La eficacia funcional impulsó la definición de sistemas aptos para enfrentar problemas locales, como el sismo y los aluviones, pero principalmente para reducir los rigores del desierto. Fue el desierto, interpretado por una mentalidad progresista, funcionalista y paisajista, el que llevó a concebir a la nueva Mendoza totalmente sombreada por árboles, a construirla como una ciudad-oasis , a la medida del árbol, para beneficio del hombre.

3.2.- Elementos de la ciudad-oasis:

Los principales componentes urbanos que caracterizaron a la ciudad de décadas de este siglo, son:

- la retícula (damero), constituida por calles y acequias regadoras, con trazados similares y superpuestos, son la definición espacial primaria y el soporte del conjunto.

-la volumetría arquitectónica baja y articulada, con espacios intermedios (patios), sombreados por especies vegetales de gran desarrollo de follaje y bajo consumo de agua, como los parrales.

-el verde especialmente seleccionado y dispuesto como arboledas en los espacios públicos y privados (en calles, parques, plazas y patios).

Las arboledas son la clave de la transformación ambiental, pero como ellas sólo pueden existir por efectos del riego artificial, estos dos componentes constituyen la base del sistema funcional de la ciudad-oasis. A él deben subordinarse el tejido edilicio y la arquitectura.

Las arboledas urbanas son líneas de árboles de una misma especie, plantadas regularmente a ambos lados de todas las calles de la ciudad. Conforman pantallas y sombrillas cuyo follaje semioculta la arquitectura, o produce un cierto camuflaje por efectos de luz y sombra. Determinan una estructura cambiante en las horas del día y las estaciones del año. Las variedades forestales utilizadas -plátanos, moreras, carolinos, olmos fresnos y acacias, entre las principales-, determinan la diferente imagen de cada calle.

Las acequias son los canales regadores de los espacios públicos urbanos. Conforman una red semejante a la utilizada para el riego agrícola y su trazado coincide con el de las calles. Por medio de simples compuertas toman agua de los canales derivados del río, la distribuyen a los pies de las arboledas por medio de un estudiado sistema de pendientes y la vierten, finalmente, en otros colectores que la conducen a tierras de cultivo. Hay acequias de variadas formas, dimensiones y construcción. A las más primitivas, de piedra, les han sucedido otras revestidas con piedra bola o adoquines, que aseguran la permeabilidad del cauce.

Sirven también como drenajes pluviales en especial aquellas que se diseñaron hacia el año 1.900, con amplias franjas empedradas en sus márgenes.

3.3.- Principios de la Ciudad - Oasis

Al comprender a Mendoza como una ciudad-oasis, la interrelación de sus elementos adquiere un sentido particular y define una serie de principios que caracterizan a este tipo de ciudad.

1º.- Estrato acondicionado :

La ciudad-oasis tiene una dimensión en horizontal, correspondiente a la extensión de la red de árboles y acequias; pero también tiene una dimensión en vertical, definida por la altura de la masa arbórea. Esta medida es flexible de acuerdo a las especies y puede alcanzar, en términos comparativos con la altura de la edificación, unos cinco pisos.

El estrato es el sector de atmósfera acondicionado ambientalmente por efectos de la arboleda y del agua. Es el oasis propiamente dicho. Sus beneficios para el hombre alcanzan distintos niveles de experiencias cotidianas.

- confort: comodidad física dada por la moderación de las temperaturas extremas, la sombra en verano, el aumento de la humedad en el aire, la oxigenación.

- placer sensorial: deleite referido a todos los sentidos, además del visual (imágenes, sonidos, perfumes que nos complacen).

- emoción : el estrato presenta infinitas manifestaciones poéticas conmovedoras, capaces de elevarnos a este nivel más espiritualizado de la experiencia.

2º.- Trama:

Es la estructura material del estrato, su andamiaje. Consiste en una retícula, donde se entrecruzan líneas de árboles y en cuyos intersticios también se incluyen rellenos de verde. Su empleo posibilita la máxima extensión de los beneficios del estrato, con el uso mínimo del recurso agua, que es escaso. Una ciudad-oasis no tiene una superficie verde tipo prado, sino una urdimbre, donde se insertan con una lógica propia todos los elementos urbanos. Su base está en una eficiente red de riego.

3º.- Linealidad:

La trama se sustenta en el conjunto de líneas, que son las calles con árboles. Cada una, por sus dimensiones de calzada, vereda, acequia, altura de la edificación y especie arbórea constituye una entidad distinta, debiendo ser tratada y comprendida en particular.

4º.- Coordinación dimensional :

clave fundamental, consiste en la relación armónica entre árbol, vereda y edificio. Las distintas situaciones pueden reducirse a dos tipos básicos deseables: efecto parasol y efecto sombrilla.

5º.- Polarización de la trama :

se refiere a la distribución uniforme de pulmones verdes entre las manzanas edificadas, lo cual implica la dispersión de núcleos microclimáticos de efecto moderador.

6º.- Articulación volumétrico - espacial :

es la interpenetración equilibrada de volúmenes arquitectónicos con vacíos sombreados y forestados. Así se evita que el interior de las manzanas se transformen en masas de recalentamiento y debiliten las condiciones ambientales del estrato acondicionador.

3.4.- Hacia un desarrollo con identidad.

Sobre los seis principios mencionados se estructuró la ciudad-oasis decimonónica, que perduró hasta mediados del presente siglo, cuando recibió el impacto del urbanismo y la arquitectura modernos. Desde entonces se enfrenta a una nueva problemática, donde adquieren relevancia los aspectos referentes a su crecimiento y a su valor como modelo, ya que varias ciudades de la región repiten sus modos de transformación. Hoy, la conciencia de su identidad nos permite comprender nuevos principios apropiados para orientar su futuro.

7º.- Introversión :

al aumentar la densidad de población en la ciudad, el principio de articulación volumétrico-espacial aplicado para tejidos bajos, da lugar a otro análogo, de composiciones introvertidas, aptas para conjuntos de mayor tamaño. Lo opuesto, la extroversión, generalizada por la propiedad horizontal corriente, suele plantear interrelaciones vecinales en extremo conflictivas.

El viejo principio de planteos arquitectónicos introvertidos, abiertos a patios interiores propios, aparece otra vez como una posibilidad interesante para resolver conjuntos de mayor densidad, ya que al articular y yuxtaponer las edificaciones es posible manejar con mayor éxito las condiciones ambientales de los espacios hacia los cuales se abren los locales cubiertos. Por otra parte, así pueden preservarse modos de vida regionales, habituados a disfrutar del contacto con la naturaleza y el aire libre, cotidianamente.

8º.- Valor de la poética ambiental :

en el proceso de densificación, la ciudad oasis debe sistematizar cuidadosamente sus espacios vacíos, públicos y privados, tendiendo a concentrarlos en núcleos para mayor eficacia. A partir de volúmenes en forma de U, O, C, y otros similares, la arquitectura puede lograr un uso más armónico del suelo urbano.

Estos bloques, cuya altura debiera coordinarse con la del estrato arbóreo, deben acompañarse con patios donde se incorporen otras vez aquellos elementos avalados por la tradición, y hoy puestos en valor por los enfoques bioclimáticos: zaguanes, galerías, pérgolas, fuentes y especies vegetales adaptadas a la región. El empleo apropiado de estos elementos, junto con el manejo sutil de la luz solar sobre los espacios y los volúmenes, pueden constituir, además, el punto de partida de nuevas poéticas ambientales, conseguidas con lenguajes más amplios, que incorporen apelaciones a todos nuestros sentidos, además del visual.

4.- SITUACION ACTUAL :

Aunque comparten características y problemáticas comunes y tienen una misma identidad esencial, los asentamientos humanos en la región de los oasis occidentales, presentan hoy una gran heterogeneidad en su desarrollo.

En las áreas interiores de las provincias, especialmente en aquellas más aisladas por el relieve, (oeste de Catamarca, La Rioja y San Juan), se encuentra cantidad de núcleos urbanos incipientes, implantados dentro de cultivos con trazados de riego, que poco han cambiado desde los tiempos coloniales. El aislamiento, aún con sus aspectos negativos ya conocidos, ha posibilitado en ellos la persistencia de usos y costumbres tradicionales, que les otorgan una relativa autosuficiencia y fortaleza. Sin embargo, su tejido urbano-rural es muy frágil y su delicado equilibrio puede desvirtuarse irreversiblemente si se lo desconoce.

La planificación territorial y la integración económica de diversas áreas, si bien deseables, implican serios riesgos. El principal es el dislocamiento de los tejidos de oasis, por impacto de grandes obras viales y la extensión de las periferias urbanas, principalmente con radicación de vivienda masiva. Con estas obras se amputan redes de riego y drenaje, se alteran nivelaciones, se levantan cultivos, se abandonan tierras, se provocan éxodos rurales o saturaciones urbanas, desarticulando irreversiblemente un equilibro regional, que es fruto de siglos de historia.

Actualmente, los asentamientos de la región de oasis se polarizan en dos extremos: los núcleos arcaicos, más o menos activos de acuerdo a las circunstancias particulares y las metrópolis , en las cuales el sistema de oasis aparece fragmentado y residual, porque emergen allí cantidad de otras problemáticas inherentes a su mayor complejidad.

En los núcleos arcaicos el sistema de oasis está sujeto a pocos cambios; es un fenómeno de larga duración y perdura mientras los habitantes conservan usos y costumbres relacionados con la autosuficiencia agrícola.

Las grandes ciudades en cambio, ven distorsionar su sistema de oasis al ritmo de sus rápidas transformaciones, que siguen modelos foráneos y teorías inapropiadas y no ejercen una reflexión crítica a partir de su propia identidad.

En ellas, el aumento de las actividades de servicio, comerciales e industriales, con la consiguiente desvalorización de lo agrícola, propician una aguda crisis. La cultura de oasis tiende a perder fuerza, tanto en la memoria de sus habitantes -donde sólo aparece referida en el folclore y en las fiestas de vendimia-, como en el mismo artefacto material, donde desaparecen o se degradan acequias y arboledas y se distorsionan los principios claves de su diseño urbano. Frente a esta realidad de las metrópolis, las alternativas parecen reducirse a dos actitudes posibles: dejar que desaparezca su sistema de oasis o intentar preservarlo.

La elección de este último camino se fundamenta en dos razones:

-El resguardo de un notable patrimonio cultural que testimonia una obra colectiva trascendente de los habitantes de esta región de Los Andes.

-La revalorización del sistema, en defensa de sus beneficios, generadores de una calidad de vida excepcional.

Entre los núcleos arcaicos y las metrópolis existe cantidad de ciudades intermedias , cuya dinámica de cambio se orienta según el modelo metropolitano del oasis o más aún, de acuerdo a patrones y pautas completamente ajenos a esta cultura y pertenecientes al urbanismo de los CIAM.

Para ellos existen dos destinos posibles: dejarse llevar por la tendencia actual, con las consiguientes pérdidas de su patrimonio, identidad y calidad de vida posible; o bien en este momento oportuno de su historia, plantearse un cuestionamiento crítico de su situación y generar nuevas propuestas de desarrollo, más coherentes con el oasis.

En ellas debería verificarse la conveniencia de los patrones de asentamiento nucleares, con focos densamente poblados y expansibles; o en cambio, el fortalecimiento de patrones descentralizados y equilibrados, como maneras posibles de neutralizar los conflictos que en los oasis plantea la dicotomía esencial entre la ciudad y el campo.

BIBLIOGRAFÍA

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