49 Congreso Internacional del Americanistas (ICA)

Quito Ecuador

7-11 julio 1997

 

Mabel N. Cernadas De Bulnes

ongreso Internacional De Americanistas

Simposio: Historia De Las Mentalidades Y Nueva Historia Cultural (Hist 14)

La Crisis De Los Años 30 En Una Ciudad Argentina: El Caso De Bahía Blanca

DRA. MABEL N. CERNADAS DE BULNES

LIC. GUILLERMINA GEORGIEFF

Resumen

Esta investigación intenta discernir en qué medida la crisis producida por la Gran Depresión del año 29 y el golpe de estado del 6 de septiembre de 1930, cuya conjunción se considera un punto de inflexión del proceso histórico argentino, influyeron en la sociedad bahiense determinando una modificación de las representaciones colectivas.

LA CRISIS DE LOS AÑOS 30 EN UNA CIUDAD ARGENTINA: EL CASO DE BAHÍA BLANCA

Dra. Mabel N. Cernadas de Bulnes

Lic. Guillermina Georgieff

Algunas consideraciones sobre la historia de las mentalidades

La Historia de las Mentalidades se encuentra en estos momentos en un proceso de evaluación luego de una década de predominio en la práctica historiográfica de los Annales , escuela en donde tuvo su origen. Dicha Historia cuenta con una antigua data que se remonta a la primera generación de historiadores pero recién con la tercera generación, en los años ochenta, la disciplina se consolidó como tendencia historiográfica dominante. Hoy, y en parte debido a la intensa producción que este tipo de historia ha generado, especialmente en el ámbito francés , con figuras relevantes como J. Le Goff, M. Vovelle, G. Duby y R. Mandrou entre otros, se ha planteado la necesidad de revisar algunas cuestiones, las que, como manifiesta Francisco Vázquez García recorren los planos ontológico, epistemológico y metodológico de la disciplina .

En cuanto al primero de los planos mencionados, cabe recordar que en la actualidad se problematizan dos de los conceptos claves. Por un lado, el de una historia total o global, al que la reflexión teórica ha cuestionado tanto porque se plantea la imposibilidad de dar cuenta de la totalidad de la realidad y se asume el trabajo del historiador como una construcción, como producto discursivo y por otra, por la misma práctica historiográfica, pues el análisis serial ha llevado a una fragmentación del concepto de historia global ante la infinidad de aspectos y ritmos a estudiar.

El otro concepto discutido es el de mentalidades. Se suma hoy al reparo tradicional sobre la ambiguedad del término y la indefinición del mismo, la crítica a la concepción objetivista que pareció primar sobre ella dentro de los Annales , salvo excepciones como los trabajos de M. Vovelle, G. Duby o J. Le Goff. Esta tendencia, que algunos consideran herencia del modelo durkheimianosustenta la autonomía de los fenómenos mentales.

Ello deriva en planteamientos de tipo epistemológico, en tanto se propone la inexistencia de un vínculo explicativo entre el análisis de las estructuras sociales y económicas y el estudio de los fenómenos mentales. Asimismo, las reflexiones se han centrado en torno a problemas tales como la articulación de las mentalidades colectivas con el nivel de las conciencias individuales, sus mecanismos de integración y las instancias de su concreción, entre otros.

En cuanto al campo metodológico, la crítica pone su atención fundamentalmente en dos cuestiones. En primer lugar, a la utilización del método serial sin contemplar una confrontación o complementación del mismo con el análisis de informaciones provenientes de fuentes cualitativas. Ello, sin duda, en consonancia con una revalorización del estudio de los acontecimientos, del retorno del sujeto y de la microhistoria.

En segundo lugar, al análisis casi exclusivamente semántico de la documentación, que frecuentemente no tiene en cuenta los procesos de elaboración, producción, circulación y recepción de los textos que sirven como recursos fontanales .

No obstante los reparos mencionados, creemos en la significación especial que tiene el estudio de los procesos mentales para la producción historiográfica. Por ello, en razón a la crítica anteriormente aludida respecto a la ambiguedad del concepto de mentalidades -crítica que por cierto consideramos objetable en tanto que existen elementos comunes en cada una de las definiciones, pues en última instancia todas aluden a las formas colectivas de pensar, creer, sentir, imaginar y actuar a nivel consciente como inconsciente- tomaremos la conceptualización que de las mismas realiza Iñaki Bazán Díaz. Este autor, teniendo en cuenta la definición de G. Duby de mentalidades como contenido impersonal del pensamiento, como los mecanismos de la mente que operan a diversos niveles de un mismo conjunto cultural, explica:

Toda sociedad y los grupos que forman parte de ella, disponen de una cultura que mediante mecanismos de socialización trasladan e imponen, generación tras generación, a los individuos que forman parte de ella y de ellos, hasta que la asumen como propia y la interiorizan. Esta interiorización se realiza en el marco de las circunstancias en que se desarrollan las experiencias de los individuos y del grupo en el transcurso de su vida social.

Dentro del campo de estudio de las mentalidades, nos resulta de especial interés el conjunto de representaciones, imágenes y visiones del mundo que genéricamente se denomina imaginario social. En principio preferimos referirnos a imaginarios sociales pues, es sabido, que existen diferentes imaginarios que conviven e interactúan en una misma época y corresponden a distintas maneras que tienen los grupos de representarse la sociedad o a diferentes creencias .

Su abordaje nos parece fundamental para establecer las posibles convergencias o divergencias entre el plano de las condiciones objetivas del devenir histórico -los términos políticos, económicos, sociales- y el plano subjetivo que corresponde a las percepciones, valoraciones, representaciones, etc. Precisamente cabe a esta última problemática, el estudio de los modos a través de los cuales una colectividad designa su identidad elaborando una representación de sí misma, marca la distribución de los papeles y las posiciones sociales, expresa e impone creencias comunes, fija modelos formadores, define sus relaciones con los otros, modela sus recuerdos y proyecta hacia el futuro sus temores y esperanzas .

La percepción y valoración de las circunstancias materiales y sociales de la realidad pueden resultar particularmente significativas para el proceder social. Ello se manifiesta claramente en el ámbito de lo político. La constitución de un imaginario colectivo mediante el cual un grupo societal designa su identidad y las líneas generales de su organización permitiendo de este modo el mantenimiento y la reproducción del sistema social, es, sin duda, uno de los cometidos esenciales de toda acción política .

A este respecto Pierre Ansart afirma que a través de la Historia se han dado tres modalidades fundamentales del imaginario social: el mito, la religión y la ideología política. Esta última, esencial, según él, en la construcción de las imágenes y condiciones de ejercicio del poder en la Modernidad, de su validación e invalidación, de la conformación y acatamiento a los sistemas de autoridad y de los discursos de legitimidad . Por ello conceptualizamos a la ideología teniendo en cuenta el carácter justificatorio y legitimador descripto por Paul Ricoeur, así como también por su función integradora, en tanto que provee elementos de identidad a una comunidad .

En razón de ser proveedora de sentido explicativo a la realidad circundante esta dimensión simbólica del hecho social será ineludiblemente contingente y estará en permanente construcción, según cambien las condiciones y relaciones específicas de la realidad de la que da cuenta, construye, pero a su vez de la que es producto ese trabajo de representación.

Ahora bien, la elaboración de visiones del mundo que posibilitan la institución de identidades es objeto de disputas entre diferentes grupos de agentes. Estas disputas se dan en distintos niveles, ya sea ideológico, religioso o social pero en forma esencial en el orden político, y en ellas concurren los actores políticos y sociales con disímiles capitales simbólicos , que define su éxito o fracaso:

El conocimiento del mundo social y, más precisamente, de las categorías que lo posibilitan es lo que está verdaderamente en juego en la lucha política, una lucha inseparablemente teórica y práctica por el poder de conservar o de transformar el mundo social conservando o transformando las categorías de percepción de ese mundo .

Es sabido que los medios de comunicación constituyen uno de los agentes relevantes en la lucha simbólica por la producción del sentido común y de las representaciones colectivas. Un primer interrogante que consideramos necesario plantearnos es en qué medida éstos son formadores de la opinión pública o son catalizadores de preocupaciones, expectativas e intereses compartidos por una comunidad, un grupo o una sociedad. Sin entrar en un debate -por demás extenso para este espacio-, a nuestro entender ambos términos no son excluyentes y se caracterizan por una relación de retroalimentación. Si bien los medios operan seleccionando, silenciando, jerarquizando la información que pasará a ser referente de las matrices de percepción y valoración de los agentes sociales, no por ello debe olvidarse que toda noticia toma su significado de los supuestos de fondo de su público. Una preocupación o un problema consensuados, suscitarán nuevos relatos si son lo bastante fuertes y amplios como para asegurar beneficios económicos o psicológicos a los grupos de interés o a los medios . De hecho, los periódicos no se producen para lectores abstractos sino para actores sociales definidos y su enfoque supone una sujeción a un mercado que fija tanto el campo como los rasgos ideológicos a consolidar. En este sentido, la prensa refleja y promueve implícitamente las creencias y opiniones dominantes de determinados grupos de la sociedad . Así, la gama de noticias tendrá una dimensión limitada que está en estrecha vinculación con las perspectivas y expectativas de una sociedad determinada.

No obstante la capacidad de crear o dar existencia a problemáticas carentes de una correlación con la realidad es indiscutible y es posible, como anota Edelman, gracias a la concepción que el sentido común tiene de las noticias -esencialmente positivista-, puesto que concibe que la información tiende a ser objetiva y por tanto real .

Teniendo en cuenta estas consideraciones nuestro trabajo se propone repensar si en el período que analizamos se produjo un verdadero conflicto entre el liberalismo y el nacionalismo, disputándose la identidad político-ideológica de nuestra sociedad.

Como es sabido el año 1930 se ha planteado como el punto de ruptura del sistema político constitucional y del modelo agroexportador consolidados en Argentina desde fines del siglo XIX. Clásicamente se entendió que dicha coyuntura dio origen a un serio cuestionamiento de los principios liberales que habían constituido el paradigma del modelo de desarrollo del país y que, en lo político, proponía la representación del pueblo a través de los partidos, el sufragio universal y el imperio de la Constitución de 1853. Por otra parte, la propuesta agroexportadora se sustentaba en una actividad agrícola extensiva y la regulación del mercado en las transacciones comerciales internacionales.

El desafío al modelo liberal provino por aquel entonces del denominado movimiento nacionalista que surgió de ciertas élites intelectuales y políticas que impugnaron los fundamentos y resultados del paradigma vigente. En contraposición a éste, los nacionalistas propugnaban una reforma del sistema y las prácticas políticas, acercándose unos al corporativismo, otros al voto calificado, pero todos, en última instancia, poniendo en duda la democracia liberal. En lo económico, estos ideólogos proyectaron la modernización del país en base a la industrialización y la autarquía en esta materia, pero fundamentalmente cuestionando las relaciones de dependencia con Inglaterra.

Para muchos historiadores la tercera década del presente siglo fue esencial en el devenir del dominio que ejercerían cada una de estas ideas en pugna. Si bien los nacionalistas no lograron monopolizar el gobierno, e inclusive fueron desplazados de las esferas gubernativas, la mayoría de los estudiosos de la etapa en cuestión (Mariano Plotkin, Carl Solberg, Paul Lewis, David Rock por sólo nombrar alguno de ellos) afirman que en el clima de ideas de la época, el nacionalismo había alcanzado a arraigarse en la opinión y sentir públicos y que por ello resultó esencial para la caracterización del comportamiento y la conformación de la identidad política de la sociedad argentina en los años posteriores.

Sin embargo, el estudio que hemos realizado del imaginario social y el universo discursivos bahienses hacen controvertibles las afirmaciones anteriores. Esto nos remite al problema de la identidad político-ideológica de la comunidad local de por aquel entonces.

Para su análisis recurrimos a los periódicos existentes en Bahía Blanca durante la década del treinta. Tres eran los medios que en la ciudad respondían al radicalismo: Democracia , que se titulaba órgano de la UCR, La Nueva Provincia y El Censor que se proclamaban libres de todo compromiso partidistas pero sus editoriales mostraban una marcada preferencia por el oficialismo gobernante. Por aquellos años el partido se hallaba escindido en nuestra localidad en cuatro sectores: El Comité Central, El Ateneo Radical, el Comité Radical Puntaltense, y la UCR Impersonalista. Como sus diferencias estaban motivadas en cuestiones ajenas a su posición doctrinaria resulta difícil encuadrar a estos periódicos en el marco preciso de uno u otro de los grupos radicales. No obstante se podría vincular La Nueva Provincia con el Comité Central, ya que su director Enrique Julio era secretario de esa agrupación y El Censor habría respondido al Ateneo porque apoyaba la candidatura a la intendencia de Vicente Cenoz, hombre de esa corriente que propiciaba una conciliación con los personalista para presentarse unidos en las elecciones municipales. Democracia era de los tres periódicos mencionados el más consecuente con los ideales que sustentaba. Subtitulado "Semanario Defensor de los Ideales de la UCR" había aparecido tres meses antes de la revolución bajo la dirección de Luis J. Vera y su prosa era áspera y combativa. Sus duros titulares, pródigos en epítetos fortísimos tenían como principales destinatarios a sus adversarios políticos más enconados: los dirigentes del conservadorismo.

Nuevos Tiempos era una bisemanario que había aparecido en 1913 por lo que a la fecha de producido dicho acontecimiento éste ya tenía una antiguedad de diecisiete años. Subtitulado como "órgano del Centro Socialista" sus páginas ofrecían abundante información partidaria local y noticias sobre la actividad política de la ciudad junto con permanentes campañas que buscaban la concientización cívica instando al extranjero a nacionalizarse a fin de contar con todos los derechos del nativo, en particular los relacionados con el voto. Era frecuente también que se exhortara a las mujeres para que lucharan por obtener una condición legal similar al del varón, en particular en lo que se relacionaba con el sufragio y sus posibilidades en materia política. Nuevos Tiempos tuvo una relevancia significativa en tanto que durante 1932-1936 Bahía Blanca fue gobernada por una intendencia socialista y en consecuencia, la publicación sería la expresión del oficialismo local.

Por último, tres eran los periódicos que respondían al conservadorismo: El Régimen , Bahía Blanca y El Atlántico . El Régimen era un bisemanario dirigido por Francisco de Luca que se publicaba desde 1918. El subtítulo advertía acerca de los propósitos de la publicación: "político, satírico y de actualidad". El carácter de bisemanario le otorgaba relativa independencia de las noticias diarias y de este modo su editor podía dedicarse con tiempo al comentario punzante e incisivo de los hechos de interés. Las principales víctimas de la pluma mordaz del periodista conservador eran los dirigentes y la prensa local comprometida con el gobierno radical, el gobernador de la provincia de Buenos Aires Valentín Vergara y el presidente Hipólito Yrigoyen. A estos dos últimos gobernantes los acusaba de excesivo personalismo, de utilizar la policía para fines exclusivamente políticos y de no respetar las autonomías de las provincias ni las municipales. El destinatario negativo, el "otro" o el adversario que habita todo discurso político en este caso eran los dirigentes radicales, que, según el editorialista, ganaban los votos "en base a la coima, el juego y el clandestinismo". En cambio, quienes participaban de las mismas ideas, adherían a los mismos valores y perseguían los mismos objetivos que el enunciador eran los miembros del partido conservador caracterizados "por la honestidad de los hombres, la decencia de las actitudes y la corrección de sus métodos" 31 . Bahía Blanca , por su parte, era un periódico que respondía a la misma línea partidaria pero su discurso ofrecía un tono mucho más moderado. Dirigido por Antonio A. Nigoul no tuvo una duración prolongada ya que sólo se publicó entre el 4 de septiembre de 1930 y el 1º de enero de 1931. Se subtitulaba órgano defensor de los intereses de la ciudad y su tendencia política queda explícitamente indicada en el editorial de presentación correspondiente al primer número:

No somos órgano del partido conservador de Buenos Aires pero sí declaramos que sustentamos sus bases y su programa, reservándonos el derecho de ser los primeros en repudiar cualquier actitud que en nuestro concepto se aparte de la línea de conducta partidaria, sea quién sea y caiga quién caiga .

En cuanto a El Atlántico si bien se autotitulaba como un diario independiente, durante los años referidos mantuvo una clara identificación con el gobierno nacional y la política oficial.

Estado, sociedad y prácticas políticas en loa años treinta .

Ha señalado Alberto Ciria que hay "épocas cruciales para las sociedades y los Estados contemporáneos donde puede advertirse a la manera annus mirabilis de las leyendas particulares configuraciones de "lo viejo y lo nuevo", cierres de una etapa y aperturas de otra, contrastes entre la historia superficial y la profunda y también gráficas imágenes de la pareja dialéctica continuidad-cambio", tal es el caso de la década del treinta en la historia argentina. Habíamos dicho anteriormente que una vertiente historiográfica clásica caracteriza al período como una época fundante de condicionamientos políticos, económicos y sociales que determinaron el devenir histórico nacional. Sin embargo, otra corriente considera que dicha etapa, si bien crítica en muchos aspectos, no implicó una fractura del orden imperante sino un reacomodamiento de las estructuras tradicionales a la coyuntura presente .

Para evaluar los posibles cambios -o si se quiere retrocesos- operados durante la Restauración Conservadora, es necesario, en principio, señalar cuáles fueron las innovaciones introducidas por el radicalismo en el sistema político y cuáles sus limitaciones.

Es indudable que durante el período que transcurrió entre 1916-1930 la democracia argentina se amplió positivamente hacia sectores que con anterioridad habían estado marginados del sistema político. De esta forma, esos nuevos grupos no sólo participaron de las prácticas electorales sino que incluso posibilitaron la democratización de la estructura del Estado. Un Estado, que, por otro lado, redefiniría sus relaciones con la sociedad asumiendo como prerrogativas la resolución de algunas de las demandas populares postergadas indefinidamente por las administraciones oligárquicas. Se registró entonces, una movilización y participación político-electoral más amplia, la propagación del consumo de bienes culturales, y en el orden económico, el reparto progresivo del ingreso nacional.

Sin embargo, esta expansión del sistema democrático tuvo varias limitaciones. Una de las primeras fue, a no dudar, la extensión del cuerpo electoral. La representatividad de los partidos en su articulación de los intereses de la sociedad civil, y la de su mediación entre ésta y el Estado se vieron seriamente cuestionadas pues una amplia franja de la población continuaba marginada del sistema político. La misma estaba conformada por las mujeres que constituían el 46,6% de los habitantes del país, los indígenas que prácticamente no fueron relevados en los censos nacionales hasta el año 1947, los inmigrantes no naturalizados, como asimismo quienes vivían en los territorios nacionales y estaban desposeídos de dichos derechos .

No obstante el radicalismo pareció constituirse en un movimiento de masas. Ese carácter lo construiría a partir de nuevas estrategias de movilización que involucraban, especialmente, a las clases medias urbanas, y que en su accionar cercenó las prácticas cerradas y formales de la oligarquía. A ello debe sumarse la nueva forma de liderazgo impuesta por Yrigoyen que ofrecía la imagen de un partido nacional, el cual se autodefinía precisamente como un movimiento de masas .

Si bien durante este período el desenvolvimiento de los partidos y del Parlamento como articuladores entre la sociedad civil y el Estado parecieron cumplir con dicha función en una forma más genuina o acorde a los diferentes sectores de la sociedad, en realidad, su incidencia en la marcha del régimen político fue débil. Las explicaciones que se ofrecen a este respecto, son disímiles: disidencias y fracturas internas dentro de los partidos, falta de bases programáticas, etc., pero, como anota acertadamente Waldo Ansaldi:

...no puede ignorarse que la estrategia seguida por el partido (radical) sobre todo en la década del 20, y por el yrigoyenismo, tiende a privilegiar el trabajo en el seno de la sociedad civil, en particular en el espacio obrero a través de los comités, antes que el del partido en la sociedad política .

Este mismo autor ha señalado, que las mediaciones entre la sociedad civil y el estado están regidas por dos lógicas igualmente importantes: la partidaria y la corporativa. Si la primera se ve menoscabada por la práctica de la otra, no es menos cierto que el corporativismo es consecuencia muchas veces, en especial en el ámbito de las demandas populares, de la ineficacia de los partidos. La apertura del yrigoyenismo a la mediación corporativa obrera, según él, no hizo sino consolidar esa segunda lógica, ya que aquella se sumó a las existentes mediaciones corporativas burguesas tales como la Sociedad Rural, la Unión Industrial Argentina, etc.

Si los cambios, restringidos -como se ha visto hasta acá- llevaban a una transformación de las estructuras político-institucionales que apuntaban a una racionalización del sistema y la cultura política entendida en términos democrático-liberales, la continuidad de las prácticas de antaño reforzarían aún más las limitaciones de esta nueva democracia. Las mismas tienen que ver con la coerción ejercida por los actores políticos sobre la sociedad civil fundamentalmente a través del accionar de los caudillos y la utilización del fraude electoral.

Estas consideraciones nos permiten concluir que el radicalismo, si bien había introducido innovaciones primordiales para el desenvolvimiento y la modernización del sistema político del país, también en forma no menos trascendental continuó con algunos de los procedimientos y dejó intactas muchas de las estructuras y pautas de la cultura política tradicional. Pero más importante aún, pese a que el Partido Radical implicó una nueva línea política, se evidenció una serie de coincidencias ideológicas con el conservadorismo debido a intereses compartidos, que no dejaría de tener repercusiones, como veremos más adelante, en el conjunto de representaciones que la sociedad se hizo de ellos. Radicales y conservadores compartirían, según A. Pucciarelli, la necesidad de potenciar la capacidad de crecimiento y expansión de un mismo tipo de orden económico y social, la colonia agropecuaria próspera y dinámica. De esta forma, el proceso que comenzó a partir del 6 de septiembre coadyuvaría a una exacerbación de aquellas prácticas más nocivas para la participación ciudadana y a la oclusión del sistema democrático, pero de ninguna manera dichos procedimientos habían sido totalmente ajenos en el período anterior. Esa continuidad no dejaría de tener sus correlatos en los contenidos discursivos y las representaciones e ideas-imágenes de la sociedad ...

Ideas-fuerzas, representaciones y valoraciones: el problema de la constitución de una identidad política en una época de crisis de las relaciones entre política y sociedad

El golpe septembrino

El 6 de septiembre de l930 se produjo el golpe de estado que derrocó al segundo gobierno de Hipólito Yrigoyen. Sin entrar en un debate, por demás amplio, acerca de las causales últimas que coadyuvaron la revolución septembrina , lo cierto es que fueron diversos sectores e instituciones los que lo aceptaron. Partidos políticos, entidades económicas, organizaciones estudiantiles, vieron consumadas en dicho movimiento las protestas y la campaña de oposición que de un tiempo a esta parte venían produciendo en contra del gobierno yrigoyenista.

Bahía Blanca, según el discurso periodístico general, recibió con exaltación la noticia pero sin demasiada sorpresa, al decir de varios periodistas locales.El acontecimiento era único y el primero en sus características pero en la prensa comprobamos que subyace la negación de la unicidad del hecho. Así se afirmaba:

Si bien no dejaron de producir emoción, sobre todo en quienes siguen habitualmente con interés los vaivenes de la política comenzaron a ser considerados como otros tantos episodios del movimiento emprendido contra los poderes constituidos. El triunfo de la revolución, por lo tanto, fue acogido por el público como cosa en cierto modo natural, acaso por previsto, desde que la casi totalidad de las fuerzas del ejército aparecerían como secundado el movimiento .

Tanto La Nueva Provincia , como El Atlántico , Bahía Blanca y Nuevos Tiempos elaboraron un discurso explicativo, que resultó a su vez excusador del ascenso al poder por el gobierno provisional. Podía leerse, por ejemplo,

El país ha visto como el pueblo y el ejército han exaltado a un nuevo gobierno, sin las consagraciones del sufragio ciudadano, pero, con el sello autenticador de su voluntad soberana, que para exteriorizarse y para darle el carácter de un imperativo categórico, ha requerido el auxilio de la fuerza sustentadora de sus instituciones republicanas y de su soberanía territorial.

Este pasaje evidencia la presencia de dos ideas-fuerza que serían constantes en los periódicos consultados. Por un lado, la del carácter popular del golpe, ya que bajo su designación se contemplaban las formas de consentimiento, la participación directa o la indiferencia, que coadyuvaron a creer que la revolución había gozado de un ambiente propicio:

La revolución, o lo que sea, que derrumbó el yrigoyenismo no ha sido obra de un grupo grande ni chico de militares. Ha sido una obra eminentemente popular, encabezada sin duda por un grupo de militares que pusieron a prueba su decisión.

Asimismo surge la imagen del ejército-ordenador, resorte fundamental para la vuelta a la constitucionalidad del país y la preservación de la paz interior:

Y lo del sufragio popular no pudo y supo hacer, como correspondía y era de su exclusivo resorte, lo hizo el ejército, la marina del país: depuso el gobierno desorbitado, sensualista y bárbaro, que para sostenerse desconoció la ética política....

El ejército argentino apareció así como custodio de las garantías civiles y el funcionamiento político-institucional. Este es un punto primordial a considerar, puesto que la emergencia del golpe no pareció percibirse como una ruptura institucional, muy por el contrario, pues la misma, según lo señalaban algunos periodistas, se había operado durante el gobierno de Yrigoyen con el desconocimiento que éste había hecho del Parlamento, el fraude, la corrupción, los derechos ciudadanos conculcados y la anormalidad funcional de las instituciones, lo que testimoniaban , en definitiva, que la fractura del orden constitucional se había producido un tiempo antes y, por ello, se esperaba que fuera reconstituido por el accionar del ejército.

Estas dos ideas-fuerzas servirían al problema de la legitimación del poder o de las representaciones fundadoras de la legitimidad.Todo poder necesita la legitimidad que la sociedad debe inventar o imaginar. No basta con que un grupo, el gobierno o el estado sean una instancia de poder, sino que éste sea legítimo y tenga la capacidad de imponer reglas, instituir valores, ser referente del orden político-institucional.

Uno de los argumentos legitimadores más fuertes que esbozó el discurso periodístico fue el del consenso popular que había tenido la revolución septembrina. Pero a él se sumaron, entre otros, la idea de la facultad de los pueblos a apelar a la fuerza para reconquistar sus derechos y normalizar la funcionalidad de las instituciones, el ejercicio de la voluntad soberana con el auxilio de las fuerzas del orden o el fin de un gobierno desorbitado por el accionar de los que en ese momento formaban parte de la junta provisional .

Estos juicios parecían legitimar el origen y accionar del gobierno provisional que no había surgido del sufragio popular y las prácticas democráticas, sino de la imposición de la fuerza. En una visión global o de conjunto, la gravedad del hecho revolucionario se relativizaba en comparación con la situación vivida hasta ese momento. Además, la seriedad del golpe no radicaba en el derrocamiento del gobierno yrigoyenista sino en la posibilidad de que se vieran cercenados las prácticas y derechos democráticos de los ciudadanos, que no se tenía como factible en tanto los mismos dirigentes a cargo del poder habían prometido restituir y consolidarlos.

Sin embargo, esta imagen del gobierno provisional no perduraría por mucho tiempo: el discurso del general José F. Uriburu, la prolongación del estado de sitio, la ley marcial, las detenciones arbitrarias, la supresión del Parlamento, hicieron que volviera a percibirse en el discurso no oficialista la preocupación por la normalización institucional . Si bien en el momento de la revolución la única posición de resistencia había provenido de los grupos de orientación anarco-comunista , ya en 1931 las agrupaciones estudiantiles secundarias -en parte como eco de los acontecimientos de la Capital Federal- mostraron su disgusto por el despido de profesores de filiación radical , y en las elecciones del 1 de noviembre se declararían a favor de la Alianza Civil.

Por entonces la atmósfera política sería muy diferente a la planteada a fines del año anterior. El fantasma del militarismo fue agitado por la oposición en el debate público como elemento definitorio del vuelco del electorado. La elección del 5 de abril fue propuesta a la ciudadanía como una forma de expresarse a favor o en contra de la revolución y los resultados de la misma, con un claro éxito radical, demostraron que la sociedad bahiense no estaba dispuesta a ratificar la labor del gobierno de Uriburu .

Política y Sociedad

Los tópicos más frecuentes de las representaciones elaboradas en torno a las relaciones entre política y sociedad que aparecerían, tanto en los debates electorales como en los editoriales de los periódicos analizados, fueron las divisiones internas del gobierno y los partidos, la violencia política, la falta de bases programáticas de los grupos políticos y la primacía de los intereses particulares por sobre los públicos . La ineficacia, el desprestigio, el electoralismo, la ambición y la corrupción parecían ser los conceptos que encarnaba la imagen que la sociedad en su mayoría se había hecho de los políticos. La política definida -en una representación por demás gráfica- como la empresa de colocaciones menos exigente y más pródiga, pasaba así a ser dominio exclusivo de grupos particulares que luchaban alternadamente para ocupar lugares en la administración estatal . El incumplimiento de las promesas electorales, la inexistencia de respuestas a las demandas societales, junto a las imputaciones ya señaladas, provocaron la negación del papel que le correspondía a los partidos como representantes del pueblo .

Si bien las representaciones e imágenes colectivas de la política impugnaban la esencia misma del sistema democrático, es decir, el principio de la representatividad, cuestionando la mediatización de los partidos políticos y la imposibilidad de una identificación entre los intereses sociales y los actores políticos, no por ello se llegó a discutir la validez y legitimidad de dicho régimen . Muy por el contrario, el conjunto de inquietudes, temores y expectativas en torno a un posible cercenamiento de los derechos y prácticas políticas populares fue el eje directriz de las luchas simbólicas planteadas en este campo.

A pesar que la sociedad no sólo no se sentía mediatizada por los partidos políticos, sino más aún, abandonada a su suerte, de todos modos, el régimen democrático demandaba la participación electoral del pueblo y los electores bahienses respondieron favoreciendo a la Unión Cívica Radical . Esta conducta que podría pensarse como contemplativa de la trayectoria del partido -en especial después que el discurso periodístico casi sin excepciones, y una gran parte de la población habían recibido con exaltación el golpe del 6 de septiembre- , tuvo el reconocimiento de los opositores, quienes admitieron que el radicalismo gozaba aún de una gran injerencia en amplias capas de la población y que sólo con su concurso, a partir de 1935, se retornaría a una verdadera normalidad institucional y a la auténtica representatividad de la opinión pública .

Cabe preguntarse entonces, ¿Qué representaba la Unión Cívica Radical para el electorado bahiense? y ¿Cuál era la imagen que de ella se había forjado para los sucesivos éxitos electorales, luego de un período de divisiones internas y el hecho fundamental que había significado el golpe del 6 de septiembre?

Desde La Nueva Provincia , que como dijimos coincidía con los postulados alvearistas, se reflexionaba así respecto al significado de la Unión Cívica Radical en la tradición política argentina:

...Qué quiere decir, repetimos, la obstinación del pueblo de la provincia de Buenos Aires, en mantener su adhesión al radicalismo, pese a todos los acontecimientos que tan equivocadamente se utilizaron para restar su éxito? Fácil es hablar de incultura cívica, de atraso político, de escasa preparación electoral. No debe confundirse la cultura electoral con la conciencia de los derechos electorales, tan absolutamente diferentes que podemos asegurar que más del noventa por ciento de las personas que se creen poseídas de una gran cultura electoral, son justamente aquellas que votan por conveniencia individual...Los conservadores, maestros en el arte de la venalidad electoral, cuyos métodos fincaron siempre en torno de los vicios cívicos, perduran aún en el propósito de establecer frente a la democracia ganada con el esfuerzo de cien años de luchas, una aristocracia de elementos seleccionados en la vida del privilegio, tan ajena a la común de los que sufren y trabajan. Apenas se inició el actual gobierno revolucionario, los conservadores lanzaron a todos los vientos la idea de que era necesario reformar la Constitución; reformarla justamente en el punto en que más legítimas aparecían sus conquistas y consagraciones populares: el voto. El triunfo radical, en su sentido más lato y genérico, es eso: la resistencia popular a sentir cercenada su capacidad cívica .

De este modo, los radicales encarnaban la tradición liberal democrática, la Ley Saénz Peña, el sufragio popular, y el partido que había resultado ser el posibilitador de las conquistas populares. Esta definición en términos positivos y la identificación que paulatinamente se había logrado entre el radicalismo y los intereses populares, igualmente se vería menoscabada por el deterioro del partido en los últimos años y el del campo político en general, y por ende emergió desde el discurso adversario una explicación en términos negativos de su éxito. Es decir, la razón última por la cual la Unión Cívica Radical había ganado las elecciones del 5 de abril de 1931 y las posteriores a 1935, era que el pueblo bahiense no quería una vuelta a un régimen conservador excluyente e intimidatorio de los logros democráticos. En realidad, no era que se prefiriera a los radicales sino que lo que no se quería era a los conservadores, en definitiva, más que por convicción se elegía por descarte. Los resultados favorables a la Unión Cívica Radical luego de su mala administración sólo parecían explicables por los errores políticos y económicos cometidos por el gobierno provisional . Como es dable observar detrás de esta discusión lo que estaba presente era un debate planteado por los socialistas acerca de los fundamentos en que se sustentaba la identidad UCR-Pueblo, pues si bien los radicales afirmaban que existía una verdadera comunión de intereses y un sentido de pertenencia realmente compartido, los socialistas negaban esa identificación positiva, sosteniendo, por el contrario, la constitución de una identidad negativa en la correspondencia entre el Partido Radical y el electorado bahiense .

En cuanto a las imágenes e ideas-fuerzas sobre los gobiernos conservadores, las apreciaciones periodísticas irían desde un reconocimiento explícito del régimen, a una representación del gobierno al que se definía como ambiguo en la toma de decisiones ( El Atlántico ), hasta su total exoneración e identificación con un régimen oligárquico y reaccionario ( Nuevos Tiempos ). Estas últimas calificaciones vertidas por la oposición socialista tenían cierta particularidad en tanto que el discurso político de dicho partido en el período estudiado debió comprender no sólo a las clases obreras sino también a las clases medias -tradicionalmente radicales- pues en 1932 ascendía a la intendencia. La utilización de conceptos (pivotes en sus arengas) tales como oligarcas, vacunos, reaccionarios, testimoniaba la resignificación que los mismos implicaban en las luchas simbólicas del campo político como evocativos de un pasado ingrato para los sectores populares . Símbolos identificatorios del conservadurismo que también desplegaría el Partido Radical cuando reinició la lucha política en 1935 y que se unirían a tópicos tales como el fortalecimiento del sistema democrático, la defensa del sufragio popular, etc., como elementos definitorios y autorreferenciales de una identidad política que los diferenciaba de los conservadores .

De esta forma vemos que las luchas semánticas como asimismo las esperanzas proyectadas sobre la política no se construyeron en forma proyectiva, en una dimensión futura que pudiera incluir las nuevas tendencias. Aquí queremos destacar la relevancia, muchas veces velada, de las dimensiones temporal y espacial a las que siempre remite el problema de la identidad. Por lo general , la designación de la misma puede tener su soporte en una apelación a un horizonte de expectativas, a un proyecto que se erija como eje de constitución de lo propio, o a la significación que puede adquirir el pasado como elemento fundante del sentido de lo común compartido. En este caso vemos que la redefinición de las relaciones entre política y sociedad estuvo sustentada en el retorno y mejoramiento del ejercicio de una democracia liberal participativa, que se remontaba en sus orígenes a la ley Sáenz Peña. El predominio de las dimensiones pasado y presente revela el deseo y la necesidad del rescate y preservación de lo alcanzado hasta ese momento y no de lo nuevo a constituir.

Las reservas y temores respecto a los que se caracterizaron en ese entonces como enemigos internos del sistema político nos demuestran la resistencia a lo que pudiera implicar un cambio, y más aún, una conculcación de los derechos democráticos.

Es sabido que la figura del adversario tiene una singular importancia en los procesos de identificación y adhesión política y resulta esencial en el momento de concitar, apoyo o definir los lugares reales o simbólicos a ocupar en una sociedad . Así, durante el período estudiado nos encontramos que alternativamente serían cuatro los enemigos que se mencionan en el discurso periodístico: el yrigoyenismo en los meses inmediatamente posteriores al golpe septembrino, el comunismo, el fascismo y el nacionalismo.

La imagen del enemigo comunista se configuró tanto en torno de los aspectos económicos de la teoría marxista y sus implicaciones para el sistema capitalista, como por sus supuestas consecuencias para el sistema democrático. El rol asignado a los comunistas -a quienes se distinguía discursivamente de los anarquistas- fue el de ser los extremistas que agitaban el ambiente agrario, los instigadores de las huelgas urbanas, los mayores beneficiarios de las condiciones de hambruna y miseria, los infiltrados o los gérmenes de una futura revolución social. El comunismo no sólo significaba una amenaza para la propiedad privada sino para la unidad y paz social. Violencia, disturbios, huelgas, enfrentamientos, anarquía o conspiración, serían los vocablos empleados para referirse y definir al grupo y su accionar .

Pero si tenemos en cuenta la trayectoria del Partido Comunista en Bahía Blanca, es decir, la magnitud e incluso la cantidad de movilizaciones que realizó en el período estudiado, el caudal electoral que poseía y la situación de marginalidad y persecución en que vivía, podemos afirmar que no hubo una equivalencia entre las posibilidades objetivas del comunismo y la representación que del mismo elaboró la prensa bahiense, jugándose un conjunto de rasgos ficcionales en la percepción del peligro atribuido al mismo que resultó determinante para su valoración.

De manera similar el nacionalismo y el fascismo fueron utilizados por la oposición para desacreditar a personajes, políticas y acciones del gobierno nacional y provincial, así como el oficialismo los inculpaba de las violencias producidas contra los partidos opositores. Las ideas-imágenes atribuídas por la prensa que forjaron la identidad de estos grupos giraban principalmente en torno a la violencia de sus prácticas políticas que amenazaban la paz social y la unión de la familia argentina , a su doctrina antidemocrática, que hacía peligrar las conquistas políticas de las clases populares y a que condenaban explícitamente la Constitución y la Ley Sáenz Peña .

Al igual que lo ocurrido con el comunismo, no condice la importancia que le fue otorgada por los periódicos, en especial Nuevos Tiempos , a dichos grupos con su potencial amenaza. Además, coincidentemente, los reparos y los puntos cruciales de su identidad y accionar fueron concordantes con los del comunismo. Los recelos principales respecto a estas ideologías giraron en primer lugar, en torno al miedo a la violencia y a una posible guerra civil; a la incompatibilidad entre el sistema democrático y los principios políticos sostenidos por ellos, -unos por negar el sufragio universal (fascismo y nacionalismo), y el otro por atentar directamente contra el sistema (comunismo)- y por último, por la agresión que su propuesta implicaba para la tradición liberal del país.

Si consideramos como lo hace Pierre Bourdieu que las relaciones objetivas de poder tienden a reproducirse en las relaciones del poder simbólico y que en la lucha simbólica por la producción del sentido común o el monopolio de la nominación legítima y la jerarquía de los valores acordados a sus individuos y grupos, todos los juicios no tienen el mismo peso y los poseedores de un fuerte capital simbólico están en condiciones de imponer la escala de valor más favorable a sus productos , se podrá aventurar cuáles eran los alcances objetivos y subjetivos de estos dos enemigos internos.

El Partido Comunista desde el discurso oficial no sólo fue condenado sino jurídicamente sancionado. Por otra parte, los partidos que más influencia tenían en la sociedad le atribuían las mismas características que el gobierno. Los nacionalistas, en una aparente mejor situación, en tanto que eran avalados desde la autoridad provincial, debían cargar con la imagen desprestigiada del gobernador y los funcionarios que lo prodigaban.

En suma, ni en las condiciones objetivas de la realidad política ni en el campo simbólico estas agrupaciones minoritarias lograron detentar un poder o tan siquiera un discurso consensuado. Sin embargo, si aceptamos que la figura de un enemigo político es un otro por excelencia para la toma de conciencia de la diferencia y la posibilidad de una autoconcepción, podríamos entender que a través del proceso de negación de las cualidades y características atribuidas al comunismo y al nacionalismo, incompatibilidad con el sistema democrático, naturaleza revolucionaria y violenta, amenaza contra la propiedad privada en el caso del primero, se potenciaron los axiomas normativos que subyacían en las miras políticas de la sociedad bahiense y que se habían erigido como principios de legitimidad del poder, posibilitando una identidad político-ideológica que se situaba más allá de las particulares afinidades partidarias.

Pero, cabría preguntarse ¿cuáles eran esos axiomas? En ocasión de la sanción de la ley provincial de represión al comunismo El Atlántico aseveraba:

...a la par que se reprime al comunismo por considerársele una corriente disolvente, debe igualmente con la misma energía y severidad reglamentarse la represión del fascismo, tendencia de la extrema opuesta al comunismo cuyas actividades constituyen un atentado a la tranquilidad y al normal desenvolvimiento de nuestra vida y nuestras instituciones democráticas. Ni comunismo ni fascismo: una debe ser la divisa severa y terminante que ha de inspirar a las autoridades ya que ambos son por igual dos tendencias exóticas y extrañas a nuestro espíritu y a nuestras modalidades, plasmadas en el molde de un liberalismo que no coincide con ninguna de ellas .

Así, en los discursos de los periódicos consultados encontramos una misma definición política de la comunidad local, que la hacían extensiva al resto del país. La ciudad se identificaba, entonces, con la tradición liberal y democrática, con el constitucionalismo, con el reformismo gradual, con el capitalismo y la armonía de clases .

Las críticas realizadas al derrocado radicalismo redundaron, del mismo modo, en torno a los problemas que paulatinamente habían perjudicado el normal funcionamiento del orden institucional. Producido el golpe del 6 de septiembre, dijimos, surgió en la prensa la imagen del ejército ordenador que se definiría como resorte fundamental para la vuelta a la constitucionalidad del país y la preservación de la paz interior, las cuales habían sido amenazadas por la administración de Yrigoyen . Para la legitimación de un gobierno, en dicha coyuntura, pareció no pesar tanto su origen -por el sufragio popular o por un movimiento revolucionario- como su promesa y capacidad de mantener el régimen constitucional.

En última instancia, lo que se dirimió en el universo discursivo político y en el campo de las luchas simbólicas, especialmente a partir de la presidencia del general Justo y que connotarían a todo el período, no era la opción entre la tradición liberal o la promesa nacionalista, sino entre una y otra forma de liberalismo político. El verdadero debate se planteó entre la reinstalación de una democracia formal oligárquica y la defensa y mantenimiento de una democracia popular participativa. En tal sentido, no existía una disputa entre viejas y nuevas ideas de cuya resolución se definía la preservación de una identidad adquirida o se establecía una nueva, sino que se revivían las antiguas controversias entre las que José Luis Romero denominó líneas del liberalismo conservador y de la democracia popular.

Las luchas semánticas planteadas por los diversos discursos periodísticos y políticos resignificaron las pasadas contiendas, y en este marco las alteraciones de las representaciones colectivas no generaron un nuevo universo simbólico donde pugnaran perspectivas tradicionales y perspectivas originales o alternativas.

Consideraciones finales

Por lo expuesto hasta aquí creemos que las representaciones generadas de la experiencia política en los años treinta fueron el punto de condensación de una situación que se venía prolongando desde décadas anteriores. Si bien desde el plano de los procesos institucionales las innovaciones fueron varias, es innegable que en el campo de las representaciones políticas existieron más continuidades que disrupciones. Pero las mismas tuvieron que ver fundamentalmente con que también se perfilaron continuidades en las prácticas políticas o en un tipo de cultura política de largo arraigo. Las limitaciones de lo que Alfredo Pucciarelli denomina hegemonía compartida de las administraciones radicales, hegemonía que implicó un amplio movimiento de redefinición de vínculos entre las clases sociales y entre las fuerzas políticas y que supuso un nuevo compromiso entre una clase dominante más flexible y los distintos sectores sociales, sólo continuaron, y a veces intensificaron los conflictos más profundos entre la sociedad civil y la sociedad política.

En tanto que el modelo socio-cultural impuesto por la generación de 1880 y el predominio económico de los sectores dominantes tradicionales siguieron siendo hegemónicos, las reales posibilidades de una necesaria redefinición del sistema democrático se vieron claramente cercenadas, y consecuentemente, cuando se reanudaron las prácticas políticas oligárquicas durante la década del treinta, dicho retorno no fue visualizado como tal, al menos en muchos de sus aspectos.

No es que se nieguen las innovaciones sino que se quiere remarcar las limitaciones porque ellas parecen ser las que priman en la valoración de los procesos políticos. Por ello es necesario definir también las situaciones en el término de las subjetividades.

Es así que en la esfera de lo subjetivo nos encontramos con una serie de constantes en las representaciones que los distintos sectores hicieron de sus vínculos con la sociedad política. Vínculos que poco parecieron alterar las redes moleculares de relaciones cotidianas de poder .Tampoco el golpe del 6 de septiembre, punto de inflexión en el desenvolvimiento político-institucional del país, dejó de perder su especificidad y unicidad cuando la gente evocó las revoluciones radicales de 1890 y 1905, situando la de 1930 en una línea de continuidad con el resto de las intervenciones de los militares y los hitos revolucionarios de la historia argentina.

La distancia entre lo público y lo privado determinó las relaciones entre sociedad y política, distancia que se sustentó en el descreimiento, la apatía, el desinterés, las insatisfacciones, en grados diverso, pero que tuvo en común el sentimiento de lo ajeno. Por otra parte no llega a impugnarse el modelo político imperante que continúa siendo hegemónico, pues las tensiones y los conflictos seguirían dirimiéndose dentro de las pautas impuestas por el mismo. No se cuestionaban los mecanismos de representación, sino su funcionamiento, no se debatían las formas de elección sino su probabilidad de puesta en práctica. Por ello, los valores políticos rescatados fueron los de la transparencia, el orden, la efectividad en la solución de las demandas, la honestidad y la contemplación de las necesidades societales. Valores que hicieron a los distintos discursos legitimadores de los partidos de preferencia.

Algo que nos parece importante destacar es la imposibilidad de realización de una auténtica pluralidad ideológica, esencial en un sistema democrático, ya que las opciones planteadas en ese sentido nunca tuvieron el mínimo de consenso para generar fuerzas políticas realmente alternativas.

Las opciones identitarias continuarán teniendo como referentes al radicalismo y el conservadorismo, comprendidos en un mismo paradigma liberal y, en consecuencia, un mismo modelo de relaciones entre Sociedad y Estado. Relaciones que nos llevan a concluir que el sistema democrático antes y después de 1930 se presentó como constitutivamente débil, ya que en el nivel de la cultura política, la sociedad civil se mostró del mismo modo endeble, no sólo por sus posibilidades objetivas sino también por la auto-representación que se forjó de ellas. Autorepresentación que aglutinó percepciones e imágenes de la experiencia, pero que también incorporó las ideas del discurso dominante. En contraposición encontramos que la imagen que se construyó la ciudadanía de la sociedad política y el Estado se caracterizó por resaltar su prescindencia del consenso y el sostén de la sociedad civil.

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FUENTES DOCUMENTALES

Periódicos:

-Bahía Blanca

-El Atlántico

- El Censor

-El Régimen

-Democracia

-La Nueva Provincia

-Nuevos Tiempos


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