49 Congreso Internacional del Americanistas (ICA)

Quito Ecuador

7-11 julio 1997

 

LOS CONVENTOS DE MONJAS EN EL BUENOS AIRES COLONIAL: SU INTERACCION CON LA SOCIEDAD

HIST 35: SOCIEDAD, MORALIDAD, RELIGION Y POLITICA EN LOS S. XVIII Y XIX

Alicia Fraschina

Argentina

Resumen

  A pesar del grueso muro que separaba la clausura de los conventos femeninos del mundo exterior, éste se filtró en los conventos de Buenos Aires. Nos proponemos analizar qué elementos del ámbito secular penetraron la clusura y cuáles fueron las consecuencias en ambos espacios, el eclesial y el secular. Analizaremos asimismo las posibilidades de los sujetos y de la propia comunidad conventual de obviar, aceptar o enfrentar la normativa vigente.

Texto

  Buenos Aires tuvo sus primeros conventos femeninos a mediados del siglo XVIII. En 1745 se fundó el Monasterio de Santa Catalina de Sena, de monjas dominicas y en 1749 el de Nuestra Señora del Pilar de Zaragoza, de monjas capuchinas.

En este trabajo nos proponemos reconstruir la manera en que los porteños del siglo XVIII construyeron una parte del mundo social, tomando como punto de entrada la observación microscópica de la interacción entre el ámbito conventual y el secular, analizando para ello, tanto la normativa conventual y las posibilidades de los sujetos y de la propia comunidad conventual de obviarla, enfrentarla o aceptarla, como la conformación social de los conventos, tratando de descubrir si éstos fueron simplemente un microcosmos, reflejo de la sociedad en que estaban inmersos, o si sus integrantes tuvieron la posibilidad de crear algo distinto.La historia hoy en día, desafíos, propuestas en Ignacio Olábarri y Francisco Javier Capistegui, dir., La nueva historia cultural: la influencia del posestructuralismo y el auge de la interdisciplinareidad, Madrid, Ed. Complutensa, 1996. Peter Burke, Obertura: la nueva historia, su pasado y su futuro, y Giovanni Levi Sobre microhistoria, ambos en Peter Burke, (ed.), Formas de hacer Historia, Madrid, Alianza Editorial, 1° reimpresión 1994.

Hemos elaborado el presente trabajo con fuentes del Archivo General de la Nación, Buenos Aires, Argentina, (en adelante AGN). Allí consultamos los Registros Notariales de la época que nos ocupa, -desde la fundación de los conventos hasta 1810- testamentos o renuncias de las novicias antes de profesar, cartas dotales de sus madres y hermanas, testamentos de sus padres y algunas sucesiones. En la sala IX de dicho repositorio hallamos numerosísimos expedientes relacionados con nuestro tema. También trabajamos con los censos de 1744 y 1778 Documentos para la Historia Argentina, v. X. Padrones de la ciudad y la campaña de Buenos Aires, (1726-1810), Buenos Aires, Peuser, 1920-1955.

Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos Aires, Documentos para la Historia Argentina, v. XI. Territorio y población: Padrón de la ciudad de Buenos Aires (1778), Buenos Aires, Peuser, 1919. y con acuerdos y bandos del Cabildo de Buenos Aires. Obtuvimos material del Archivo General de Indias, Sevilla, España. Pero fundamentalmente hemos consultado el archivo de cada convento. El archivo de las monjas catalinas es relativamente completo. Conservan la contabilidad llevada por algunos de sus síndicos, numerosas cartas de las Prioras a distintas autoridades, pedidos de autorización al Obispo, infinidad de recibos. También tienen las Reglas y Constituciones de su Orden. Poseen el Libro de Profesiones. Fundamentalmente conservan todos los documentos relacionados con la fundación del Monasterio. El archivo de las clarisas (herederas de los documentos de las capuchinas de nuestro trabajo), se compone del Libro Manual, que contiene los Capítulos de elección de Abadesas, el Libro de Entradas y el de Profesiones. El libro con las licencias dadas por el obispo para la toma del hábito y el de Defunciones. La contabilidad llevada por algunos de los síndicos nos permitió ver las entradas, fundamentalmente las limosnas y los gastos, el pago de lo necesario para su manutención o la refacción del Monasterio.

Resulta sumamente interesante trabajar con estas fuentes ya que las monjas son el único grupo de mujeres del período colonial, que como tal, conserva una documentación tan completa. Individualmente han dejado su huella en los Registros Notariales pues todas las novicias debían otorgar un testamento o renuncia antes de profesar. Como institución han sabido conservar una importante cantidad de fuentes, lo que nos permitió realizar éste y otros trabajos en torno a su historia.

Debido a que nuestro trabajo hace hincapié en la relación convento-sociedad hemos trabajado constantemente con fuentes procedentes de ambos ámbitos, fuentes que hemos ido enlazando. Así, por ejemplo, hemos confeccionado planillas con los datos personales y de la familia de origen de cada monja, reconstruyendo sus familias de procedencia. En otras hemos confrontado la carrera interna de cada una de las capuchinas, con los datos de su familia de origen , lo que nos permitió conocer en qué medida se daba una correlación entre el velo (negro-blanco), el oficio que desempeñaban en el convento y el sector social de la familia de donde precedían.

El tema de los conventos de monjas en la América Latina Colonial y su relación con la sociedad ha sido desarrollado desde la década del 60 por Asunción Lavrin, pionera en este enfoque. En la década del 70 esta misma autora continuó desarrollando el tema convento-economía tomando siempre para su análisis los conventos de México. The Role of the Nunneries in the Economy of New Spain, XVIII Century, The Hispanic America Historical Review, v. 4, pp. 371-393, 1966; La riqueza de los conventos de monjas en Nueva España: estructura y evolución durante el siglo XVIII, Cashiers des Ameriques Latine, Paris, n° 8, pp. 91-122, 1973; El convento de Santa Clara de Querétaro. La administración de sus propiedades en el siglo XVII, Historia Mexicana, n° 1, pp. 76-117, 1975. Ann Gallagher elaboró una historia social de las familias de origen de las monjas y los requisitos para ingresar a dos conventos de la Nueva España. The Family Background of the Nuns of Two Monasterios in Colonial Mexico: Santa Clara, Queretaro and Corpus Christi. Mexico City, (1724-1822), Dissertation, The Catholic University of America, Washington DC, 1972; The Indian Nuns of Mexico Citys Monasterio of Corpus Christi, 1724-1821 en Lavrin, A.,comp., The Latin American Women, Historical Perspectives, Greenwood Press, 1978, pp. 150-172. Susan Soeiro escribió sobre el convento de Santa Clara do Desterro en Bahía, Brasil, poniendo su acento en lo económico, relacionándolo con lo demográfico. The Social and Economic Role of the Convent: Women and Nuns in Colonial Bahia, 1677-1800, Hispanic America Historical Review, 54: 2, 1974, pp. 209-232; Las órdenes femeninas en Bahía, Brasil, durante la Colonia: implicaciones económicas, sociales y demográficas, 1677-1810, en A. Lavrin comp., Las mujeres... , op. cit., pp. 202-228, Catarina de Monte Sinay: Nun and Entrepreneur, en Sweet and Nash, Struggle and Survival in Colonial Latin America, Berkely, University of California Press, 1981, pp.247-256. Ya en la década actual, Rosalva Loreto López destacó la estrecha relación entre los conventos de Puebla y las familias de la elite y vio el ingreso al convento como un hecho familiar.Familias y conventos en Puebla de los Angeles durante la reformas borbónicas: los cambios del siglo XVIII, Anuario del IEHS, v, Tandil, 1990, pp. 31-50; La fundación del Convento de la Concepción. Identidad y familias en la sociedad poblana (1593-1643), en Pilar Gonzalbo Aizpuru, coord., Familias Novohispanas, siglos XVI al XIX, Seminario de Historia de la familia, Centro de Estudios Históricos, El Colegio de México, 1991, pp. 163-180. Kathryn Burns en 1993 presentó su tesis doctoral sobre las monjas de clausura del Cuzco, en ella exploró las distintas formas en las que estos conventos se vieron involucrados en, y a su vez reprodujeron y ayudaron a construir la sociedad hispanoamericana de los Andes, fundamentalmente en relación con la economía.Apuntes sobre la economía conventual: el Monasterio de Santa Clara del Cuzco, Allpanchis, 38, 2° semestre, 1991, pp. 67-95; Convents, Culture and Society in Cuzco, Peru, 1550-1865, Thesis, Harvard University, Cambridge, Massachusetts, 1993, Conventos, criollos y la economía conventual, siglo XVII, en Manuel Ramos, coord., El Monacato Femenino en el Imperio Español , México, Condumex, 1995, pp. 311-318.

Los conventos objeto de nuestra investigación fueron fundados justamente cuando comenzaban a sentirse en América los efectos de las reformas borbónicas, netamente secularizantes. Iglesia, y Estado en la América Española, Ediciones Universidad de Navarra, Pamplona, 1990, pp. 110-212. ¿Cómo explicar entonces, estas fundaciones en ese preciso momento? Fue en esta época cuando se aceleró una transformación de la ciudad que había comenzado unas décadas antes, transformación que llevaría a Buenos Aires a pasar de ser una ciudad marginal del Virreinato del Perú a capital del virreinato del Río de la Plata. Esta transformación fue en primer lugar demográfica: entre 1744 y 1810 su población se cuadruplicó pasando de 10.056 a 42.540 habitantes.Población y espacio en el Buenos Aires del siglo XVIII, Desarrollo Económico, 20, n.7, 1980, pp. 329-340; José Luis Moreno, La estructura social y demográfica de la ciudad de Buenos Aires en el año 1778, Anuario del Instituto de Investigaciones Históricas, Rosario, 8, 1965, pp. 153-170. La erección de Buenos Aires en capital del nuevo virreinato trajo aparejada la creación de una Audiencia. Todo esto supuso un incremento del sector burocrático. Por otro lado la difícil situación de la frontera del Imperio Español con el de Portugal, específicamente en la Colonia del Sacramento, provocó el crecimiento del Presidio de esta ciudad, una mayor fuerza militar se hizo presente. Pero fundamentalmente se dio un enorme auge mercantil. Dentro de la política borbónica, Buenos Aires fue elevada a centro principal del comercio ultramarino en el extremo sur del Imperio Español.

Todos estos cambios traerían consecuencias de índole social. La sociedad de Buenos Aires estaba compuesta por españoles (peninsulares y criollos), indios, negros y las denominadas castas. Los peninsulares y sus descendientes querían para sí, y muchas veces obtenían, los mejores cargos en la administración, en el ejército y en el comercio. Este sector -muy amplio en el caso de la ciudad porteña- que disfrutaba de amplios beneficios, estaba amenazado desde el exterior del propio grupo por un sector de mulatos libres, generalmente artesanos, que económicamente habían logrado una situación similar a la de algunos españoles del sector bajo o medio, que la gente de razón consideraba de su exclusividad. Población y espacio..., op. cit., p. 333.

Razas 1744 1778 1810

Blanca 8.068 80,2 16.097 66,8 17.856 66, 0

Negra-mulata 1.701 16,9 6.835 28,4 8.943 33,0

India. mestiza 287 2,9 1.151 4,8 270 1,0

Con respecto al intento de los españoles de oponer resistencia al grupo mulato, J. Lockhart afirma: También asistimos [a partir de 1750], al intento de los españoles como grupo de oponer mayores restricciones al ascenso de otros grupos a los puestos más elevados: se trataba de una lucha contra una tendencia irreversible. J. Lockhart y S. Schwartz, América Latina en la Edad moderna, España, Akal, 1992, p. 296. La otra amenaza partía del propio grupo noble, eran los nobles pobres o indigentes.nobles T. Halperín Donghi dice: En Hispanoamérica una concepción de la nobleza apoyada sobre todo en la noción de pureza de sangre se contrapone a la que reserva la condición de nobles a un número de linajes cuyos miembros tienen en la economía y en la sociedad, funciones precisas. Revolución y Guerra, Siglo XXI, Argentina, 1992, p. 54. Con respecto a ellos, los que gozaban de una mejor situación económica se sentían obligados a ayudarlos mediante la limosna o la caridad. Pero cuando aquéllos intentaban ocupar un espacio alto en la escala social, eran muchas veces acusados de no poseer la pureza de sangre indispensable para ingresar a los sectores ya enunciados. Revolución y Guerra, op. cit., e Historia Contemporánea de América Latina, Alianza ed., 5° ed., 1994. Hemos extraído de estas dos obras la idea de que el sector noble sufría una doble amenaza, idea que vemos confirmada en nuestras fuentes. Este grupo necesitaba no sólo preservar los espacios conquistados, sino también crear otros nuevos para sus integrantes. La fundación de los conventos respondió en gran medida a este crecimiento y transformación de la ciudad.

La fundación de ambos conventos fue solicitada por miembros tanto del ámbito eclesiástico como del secular: el Obispo de Buenos Aires, el Cabildo Eclesiástico, las distintas órdenes: los dominicos, franciscanos, mercedarios y recoletos, el Cabildo Secular, los Oficiales Reales. Documentos y Planos del Período Edilicio Colonial, t. IV, Fundaciones Religiosas, Buenos Aires, 1910, recopilación de documentos del Archivo General de Indias, España. Los motivos invocados: el importante servicio de Dios nuestro Señor, de Vuestra Majestad y bien común de esta ciudad...el amparo y refugio que su vecindad tendrá sin duda en dicho convento...Todos se beneficiarían con su fundación, Dios sería alabado, el rey tendría un coro de vírgenes que rogaría por él, la vecindad encontraría refugio.

También intentamos conocer a quiénes estarían destinados estos conventos, cual sería el sector de la vecindad que encontraría en él refugio. Optamos por separar el discurso invocado que encontramos en relación con cada convento ya que éste nos ofrece algunas diferencias notables. En el caso del convento de las monjas catalinas aparecen como destinatarias: Las mujeres que se conozca verdadera su vocación,[y asimismo] se puedan depositar las mujeres de calidad... habiendo una suma infinita de ellas en la mayor miseria... será preciso que las religiosas admitan niñas huérfanas El Monasterio de Santa Catalina de Sena de Buenos Aires , t. II, p. 156. [y] para los vecinos honrados previniendo que para casar una hija con mediana decencia es necesario mucho más caudal que para entrar dos en religión. Documentos, op.cit., p. 220.

El monasterio de las catalinas estaría limitado, según las peticiones, a aquellas mujeres con vocación que pudieran aportar la dote exigida. La intención de que este convento albergara en depósito mujeres de calidad y también niñas huérfanas, nunca se cumplió.

El convento de las capuchinas estaría destinado a:

Las hijas de familia de primera distinción y nobleza que sean pobres, [y que] despreciando al mundo y sus vanidades puedan elegir el estado religioso,cuando la falta de dote les tiene cerradas sus puertas el que se está previniendo para religiosas Dominicas en que sólo pueden entrar las que tienen medios y posibilidades que son las menosel número de mujeres de esta ciudad es grande y de los hombres parte se dedica al estado eclesiástico y religioso, otros están con el ánimo de restituirse a España, otros muchos se reparten en este dilatado Reino con que quedan muchas sin posibilidad de tomar estado y expuestas a grandes peligros como en la realidad se experimenta.

En el caso de las capuchinas se insistía en la no necesidad de aportar dote alguna, característica que lo convertía en un espacio especialmente destinado a las hijas de padres nobles y nobles pobres y se presentaba al convento como lugar de refugio ante las dificultades que encontraban las mujeres para contraer matrimonio.

  Requisitos para el ingreso a los conventos

  Los requisitos para el ingreso al convento, establecidos en el Concilio de Trento (1545-1563), en la Sección XXV, estaban aún vigentes en el siglo XVIII. Para el ingreso a los conventos de Buenos Aires se exigía: vocación, morigerada vida y costumbres, quince años de edad entre las catalinas y diecisiete entre las capuchinas, fuerzas físicas para poder observar las reglas, no haber pertenecido a otra orden, no ser casada, legitimidad de nacimiento, limpieza de sangre y el pago de una dote.

El análisis de estos requisitos nos permitió ver que tanto criterios religiosos como seculares fueron tenidos en cuenta en el momento de elaborarlos, y que algunos respondieron a necesidades puramente sociales.

La lectura de las fuentes nos enfrentó con la realidad de que no siempre se cumplieron estos requisitos en forma absoluta. Ello nos movió a investigar la posibilidad de los sujetos y de los conventos como institución, de escapar, contravenir o aceptar la normativa en la búsqueda de soluciones personales, familiares y sociales Soluciones que cada uno implementaría de acuerdo con sus propios recursos, los de su grupo de pertenencia o los de su familia. Centramos nuestra atención en las situaciones vividas y las estrategias implementadas.

La lectura de los testamentos que otorgaban las novicias poco antes de profesar nos permitió ver cuál era el discurso que se invocaba en Buenos Aires en el siglo XVIII para justificar la elección de la vida religiosa, lo que resulta particularmente interesante ya que del análisis del mismo se desprende la visión del mundo y de la religión en el período que nos ocupa. Esta visión se divide en dos partes, una negativa donde se hace referencia a los peligros del mundo, y una positiva donde se trata de explicar la vocación . En casi todos los testamentos relevados leemos: ha muchos días que conociendo los peligros del mundo y la inestabilidad de las promesas, que éstas por frágiles naturalmente producen miserias... y los trabajos y calamidades no logran premios y si alguno se adquiere se desmorona fácilmente.Se presenta al mundo como plagado de miserias, peligros, inestabilidad, inseguridad, un mundo donde no se obtienen premios, y en caso de obtenerlos, no son duraderos. El premio que se deseaba era el de la la eterna salvación y el único camino para lograrlo el de la religión donde enajenada la propia voluntad y resignada en la de sus Superiores sigue las huellas de Cristo vida Nuestra. El discurso es claro, se buscaba la vida eterna, la gloria, y la única manera de llegar a ella era la vida religiosa en el convento. El convento era visualizado como un puerto seguro en medio de la tormenta que representaba el mundo.

El segundo aspecto en relación con la vocación lo encontramos en unas cartas que unas mujeres de probada pobreza escribieron al Virrey, pidiéndole autorización para pedir limosna públicamente y así formar su dote par ingresar al convento. En ellas se menciona la vocación como un llamado de Dios.Religious Calling and Poverty in the Late Colonial Period in Buenos Aires, ponencia presentada en la 74 Annual Conference, The Canadian Historical Association, Montreal, Canada, agosto, 1995. En una carta del Arcediano de la Catedral, el Dr. M.J. de Riglos, al referirse a una aspirante a monja amplía el concepto al expresar: los positivos deseos con que viene de unos años a esta parte de seguir el estado religioso...con intenciones fervorosas y eficaces que le acreditan ser propias de la Divina Providencia que la llama para aquel estado de mayor perfección, a conseguir el último fin para el que fuimos creados.

El convento ya no es solamente el puerto seguro, sino el lugar adecuado para lograr el estado más perfecto, y a través de él, la gloria eterna. De todos modos el mundo seguía siendo un lugar del que había que huir si se deseaba obtener la salvación.

Otros de los requisitos era el de la legitimidad. No se hace referencia a ella en las reglas de ninguna de las dos órdenes que nos ocupan. Pero a fines del siglo XVII se convierte en exigencia para ingresar a los conventos de las catalinas: Tampoco puedan admitirse las que no sean legítimas, por prohibición de los Capítulos Generales Romanos de 1694 y 1706. Las capuchinas no hacen referencia a esta exigencia ni en su regla ni en las constituciones. El tema de la legitimidad aparece también en los Libros de Entradas o de Licencias de ambos conventos. En el Archivo del Monasterio de Santa Catalina encontramos una carta del Provisor a la Priora donde le pedía expresamente no se admitieran hijas ilegítimas para religiosas de velo negro por traer muchos inconvenientes la dispensación de la legitimidad.No aclara cuáles son esos inconvenientes, si son de índole social, como sería abrir las puertas de un lugar de prestigio a alguien rechazado por la sociedad o si la condición de ilegítima traería aparejada alguna consecuencia en el comportamiento de la aspirante al hábito. En ambos conventos encontramos excepciones al cumplimiento de este requisito. Se trata de tres monjas en el convento de las catalinas y una en el de las capuchinas. En ningún caso se hace mención al nacimiento ilegítimo de estas monjas, ni en los testamentos, ni en el Libro de Profesión. Es de notar que en ambos documentos se indica la legitimidad de nacimiento cuando esta existe.

Sor Ignacia Aoiz, monja de velo negro del convento de las catalinas, era hija ilegítima de don Pablo Aioz, General de los Reales Ejércitos. En el archivo del convento encontramos la partida de bautismo de sor Juana, en ella leemos: hija de padres no conocidos. Y agregado en la misma partida: Certifico también que la nombrada María Ignacia, es hija natural de don Pablo de Aoiz y de Madre Española conjuntamente, y que ambos eran personas solteras en aquel tiempo de la generación y nacimiento y según me hallo informado de muchas personas verídicas de esta ciudad.Se destacan aquí dos requisitos indispensables: que los padres fueran españoles y solteros en el momento de la concepción, dos condiciones que mitigaban el estigma de la ilegitimidad. En el censo de 1744 encontramos entre los miembros de la familia de don Pablo Aoiz a María Ignacia Abascal, huérfana. Este fue tal vez un caso más en que, habiendo un hombre concebido un hijo natural, lo incorporó a su hogar donde fue aceptado en calidad de huérfano.

En el archivo de las catalinas encontramos también la licencia que se da a la Madre Priora del Monasterio de Santa Catalina de Sena para que admita de novicia para el velo negro de su sagrada religión a Doña María Mercedes de Garfias y que ésta pueda recibir el sagrado hábito de tal novicia atento a habérsele dispensado por Su Ilustrísima en su ilegitimidad [...] y que asimismo consta su aprobación por la mayor parte de las Hermanas de la Comunidad.Era hija de don Agustín Garfias, importante comerciante de Buenos Aires. En el Archivo General de la Nación se encuentran dos cartas de María Mercedes al Provisor, relacionadas con el tema de su ilegitimidad.Por ella nos enteramos que saber tocar el clave le permitió a María Mercedes ingresar al convento como monja de velo negro, velo que no le hubiera correspondido por su defecto de nacimiento. Pero, según consta en dichas cartas considerando el mucho peso que tiene una religiosa de velo blanco... debiendo [Mercedes] asistir a todas las funciones en que necesiten de clave o música... y el impedimento que tengo es dispensable, pues por parte de mi padre es conocida su naturaleza y por la de mi madre es igual..., la Madre Priora, que en un primer momento se había mostrado renuente a otorgar el velo negro a Mercedes, terminó por aceptarla en vista de que no había religiosa alguna que entendiese de música.

Sor María Pintos entró como monja de velo blanco en el convento de las capuchinas. Allí, en el Libro de Licencias consta la que le otorgó el obispo en vista de haber sido informado de su vida modesta, ejemplar y recogida, como de la limpieza de sangre de sus padres naturales, por seria atestación del Ministro que la bautizó, oleó y crismó y no siendo impedimento para la profesión religiosa el defecto de ilegítimo nacimiento, si no se excepciona en alguna Constitución o Capítulo de la Orden.Las Constituciones de las capuchinas, no hacían mención a la legitimidad de nacimiento como requisito indispensable. Entre las catalinas, donde sí se lo mencionaba, vimos que hubo espacio para las excepciones, según quiénes fueran los padres de la aspirante al hábito, o las necesidades del convento. Tal vez la alta tasa de ilegitimidad en la América Latina colonial, y la necesidad de que los miembros del sector alto encontraran un espacio para sus hijas adecuado a su status, haya contribuido a que se obviara esta exigencia en algunos casos. Sin duda los conventos cumplieron una misión de válvula de escape en relación con algunos temas conflictivos de la sociedad colonial.válvula de escape de la sociedad es presentado por Susan Soeiro en The Social and Economic Role of the Convent: Women and Nuns in Colonial Bahia, 1677-1800, Hispanic America Historical Review , 54:2, 1974, pp. 209-232 y por Jaime Peire en Estudio social y económico de los mercedarios en México y Caribe, 1773-1790, Jarhbuch Fur Geschichte, Böhlam Verlag Köln, Wien, 1989.

Otro requisito era el de la limpieza de sangre , requisito contemplado en ambas órdenes aunque con un grado de exigencia muy distinta. Las catalinas exigían: Que no sea esclava, ni descendiente de mahometanos, herejes o judíos, como tampoco de mulatos o mestizos, bajo pena de nulidad del Hábito, como de la Profesión. Respecto de los últimos, Capítulo General de Valencia, 1647.Entre las capuchinas la exigencia era menor: Que sea libre, y no siéndolo sea recibida con licencia de su dueño o dueña.A pesar de ello, fue justamente en el convento de las capuchinas donde se dio un hecho que provocó enormes problemas. Se trata del tan mentado caso de Sor Antonia González, acusada por algunas monjas de este monasterio de tener sangre mulata y de ser hija de sastre. Historia de la Iglesia en la Argentina, XII v., Buenos Aires, 1970, v. VI. Al no poder obtener datos sobre el tema en el archivo del convento nos vimos obligados a usar los obtenidos en el Archivo General de la Nación y en el de Indias, y privados de una visión, tal vez distinta, de las propias monjas.

Real Cédula, sala IX, 24.8.2.

Documentos de la Biblioteca Nacional, Legajo 211, manuscrito 2314, Informe al Rey por el Obispo de la Torre con motivo de los disturbios de las monjas Capuchinas de esta capital.

Archivo General de Indias, Audiencia de Buenos Aires 262, Interrogatorio sobre monjas capuchinas. Aquí solamente queremos hacer ver que así como el defecto de la ilegitimidad era resuelto en forma silenciosa y rápida, el problema suscitado por la limpieza de sangre duró más de quince años, involucró a gran parte de la sociedad porteña, a toda la comunidad religiosa, al Obispo, al Gobernador y hasta al Rey. Somos conscientes de que otros asuntos y anteriores antagonismos entraron en este caso. En los distintos documentos percibimos enfrentamientos entre el Rey y el Obispo, el Obispo y la Abadesa, y un grupo de monjas y la Abadesa. En el interior del convento un grupo de cuatro monjas se negó a aceptar a Antonia González como monja de velo negro, a pesar de haberse aceptado su ingreso por los votos de la mayoría de las monjas profesas. Como consecuencia de su actitud no recibieron los sacramentos por más de diez años y se les prohibió votar en las elecciones de Abadesa por su falta de obediencia y su rebeldía que había destrozado la paz del convento. Cuando el Obispo de la Torre, partidario del ingreso de Antonia, hizo referencia en su Informe al Rey, a que se conocían las fe de bautismo de sus padres y abuelos, contenidos en el Libro de Españoles de la Catedral, una monja comentó: se había de hacer poco caso de tales fes porque los curas podían poner lo que quisieran.. Hay aquí una crítica solapada a los curas que llevaban dichos registros, y una acusación de que la división entre españoles por un lado , y negros, mulatos y mestizos por otro, tal como se debía realizar en dichos Registros, se desvirtuaba en la realidad.

La lectura de las fuentes citadas en relación con este caso de limpieza de sangre, nos mostró una sociedad muy sensibilizada con respecto al tema. ¿Se estaba infiltrando gente de raza mezclada en los espacios que los nobles y gente de razón querían exclusivamente para sí: el ejército, la administración, la iglesia? Tema que según Ann Gallagher tuvo su origen en la España del siglo XV con su aversión a los moros y judíos.El concepto de limpieza de sangre tuvo su origen a mediados del siglo XV en España cuando se promulgó el Primer Estatuto de limpieza de sangre, para prevenir el ingreso a los cargos públicos de los conversos o cristianos nuevos. p. 11.

En los documentos citados encontramos numerosas referencias a la limpieza de sangre, hemos elegido dos, que creo, ilustran hasta dónde este tema era central en la sociedad porteña del siglo XVIII. En su Informe al Rey comentaba el Obispo de la Torre: Con motivo de una pretensión de hábito parecía el Locutorio una Indulgencia Plenaria, según el concurso de mujeres que entraban y salían... reduciendo su recitado a revolear la sangre de muchas familias y desenterrar los huesos de los que descansan en paz.

Y en el mismo documento agregaba: Si en la descendencia [sic] aparecía una rama colateral con algún defecto, daban al tronco por el pie, y no se trasplantaba en su claustro y con esto era una revolución cada monja o monjío, escandalizándose no pocas inteligencias de la humildísima profesión de las capuchinas como hijas de San Francisco.

¿Exageraba de la Torre al dar a entender que esto era algo habitual, o existieron otros casos? No hemos encontrado otras fuentes para dar una respuesta a este interrogante. De todos modos la trascendencia de este solo caso fue lo suficientemente importante como para adherir a la idea desarrollada por T. Halperín Donghi sobre la amenaza que representaban para los nobles, algunos sectores de la gente de color que intentaban ascender en la escala social. Los mulatos terminan por ser, en casi todas partes, la amenaza externa [externa al grupo de los nobles] más grave para esa organización social según castas que se consideraba vigente, en Revolución y guerra, Argentina, Siglo XXI, 3° ed., p. 55.

Los disturbios que destrozaron la paz del convento durante quince años fueron provocados fundamentalmente por un problema de índole social, no religiosa. Sin embargo, esa misma sociedad que lo provocó, castigó a la comunidad conventual cuando percibió que ésta no cumplía con lo que en el imaginario colonial se esperaba de ella. En el Auto de visita del Obispo Azamor leemos: ...estos gravísimos y horrendos males han empañado y oscurecido la antigua y venerada honra de aquel Monasterio: han apartado a los fieles del buen concepto que de él tenían y devoción con que le miraban, visitaban y socorrían.

Otro de los requisitos era la dote. Esta era una suma de dinero que la aspirante a monja debía entregar al monasterio antes de profesar. Ello fue siempre una exigencia entre las catalinas y así consta en el Metódico General que el Cabildo Eclesiástico envió a la Priora Las dotes de las Monjas deben pagarse en plata, sin permitirse su asignación en bienes estables.Las capuchinas, según sus constituciones tenían prohibido el aporte de dote alguna, pero en el caso de Buenos Aires, aquéllas que profesaron en los años cercanos a la fundación debieron hacerlo -aunque en calidad de limosna- pues el convento debía devolver un préstamo que había contraído con su síndico.

La dote aportada por las catalinas varió entre 2.000 y 1.500 pesos, más 300 para la celda en el caso de las monjas de velo negro; las de velo blanco debieron aportar 500 pesos.

AMSCS. Libro de dotes. La mayor o menor cantidad varió de acuerdo con las necesidades del convento y el número de monjas.El monto de la dote era colocado a censo al 5% anual. La renta producida se usaba para el vestido, el calzado, comida y todo lo demás que se necesita y a más se han de pagar botica, sangrador y capellán..

Es en relación con el tema de la dote donde con mayor claridad vemos a los porteños del siglo XVIII desarrollando estrategias para lograr el ingreso al convento, tanto por parte de los padres o benefactores de las aspirantes como por ellas mismas. Se realizaron en torno a la dote verdaderas negociaciones. Algunas monjas vieron reducido el monto de su dote por saber tocar el órgano o el clave.Otra aspirante no tuvo dote por haberse ofrecido su padre a ser síndico y cobrar las deudas del convento.El padre de otra novicia solicitó una disminución de la dote pues anda ella por la calle pidiendo limosna.Todas estas situaciones fueron contempladas por la Priora y su consejo.

La escasez de recursos de sus familias no frenó a algunas mujeres en su decisión de ingresar al convento. La limosna tenía un espacio importante en la sociedad colonial y a ella apelaron. En el Archivo General de la Nación encontramos doce expedientes de mujeres de probada pobreza solicitando autorización al Virrey para pedir limosna públicamente y así formar su dote. De estas doce, tres aspiraban a entrar al convento de las capuchinas y lo lograron. Las nueve restantes habían optado por el de las catalinas: sólo cuatro consiguieron su objetivo. Un análisis de sus familias de origen y su depositario (persona designada para custodiar y llevar la cuenta del dinero recogido), nos permitió ver que aquéllas que estaban más cerca del sector alto de la sociedad, lograron su anhelo. El estudio de estos casos nos lleva a pensar que si bien los sujetos tenían capacidad y posibilidad de implementar estrategias en la persecución de un objetivo, la sociedad colonial jerarquizada y estratificada ponía los límites a muchas ambiciones.

Hemos observado actitudes casi opuestas con respecto a la dote. Por un lado existieron hombres como el Capitán y Regidor don Juan José de la Palma, quien ante la decisión de sus seis hijas de ingresar al Monasterio de Santa Catalina de Sena dio en dote la casa de su morada, quedando sin medios para darle estado a un hijo varón [...]. Tolerando esta quiebra porque logren mis hijas el espiritual consuelo sobre que incesantemente están clamoreando, con tanta eficacia que ya me faltan las fuerzas para resistir.

Por otro lado, y tal vez para que no llegaran a producirse situaciones como ésta, o porque algunos sectores estaban influenciados por una nueva racionalidad, se intentó llevar adelante un Plan de Reformas instrumentado a través del Cabildo, donde entre otras cosas, se proponía se mande que las dotes de las religiosas hayan de volver precisamente al tronco de su familia luego que haya fallecido la monja... no hacer tributaria con el tiempo toda la ciudad a estos conventos. El Plan no fue aceptado, lo que nos habla de que si bien una nueva mentalidad estaba surgiendo, no se encontraba aun lo suficientemente arraigada. La dote para que una mujer del siglo XVIII entrara al convento seguía siendo una buena inversión dentro del imaginario de la época. Existían razones de índole social: una hija en el convento otorgaba prestigio a todo el grupo familiar; religiosa: la salvación del alma, tema importante en la época, se vería ayudada por las oraciones de una monja; y de índole económica: una hija en el convento suponía un más fácil acceso al dinero proveniente de las dotes, que el convento de las catalinas ofrecía a censo. También es importante recordar que las novicias antes de profesar otorgaban un testamento o renuncia, documento mediante el cual renunciaban a sus legítimas materna y paterna, o a cualquier otra herencia futura, muchas veces a favor de sus padres o hermanos.

Nos interesó establecer alguna relación entre la dote aportada para entrar al convento de las catalinas y la necesaria para el matrimonio, fundamentalmente para corroborar si se cumplía aquello de que para casar a una hija con mediana decencia es necesario mucho más caudal que para entrar dos en religión.Consultamos para ello las sucesiones y/o testamentos de los padres de algunas monjas. Fue realmente interesante la diversidad de casos comprobados. Pudimos ver que en el momento de dotar a sus hijas entraban en juego muchísimas variables: el capital material, el capital simbólico, las redes sociales de las que cada familia formaba parte, el número de hijos, el momento en el ciclo vital de la familia en el que se otorgaba cada dote, la muerte prematura del padre. Así encontramos al mismo de la Palma que había entregado la casa de su morada -evaluada en 4.500 pesos- y algún dinero adicional, para el ingreso de sus seis hijas al convento y que se lamentaba por no haberle quedado con qué ayudar a su hijo varón, otorgando una dote evaluada en 4.692 pesos para casar a su hija María Isabel.Otro padre de una monja catalina, Don Pedro Salcés, padre de diez hijos, dio en dote matrimonial a una de sus hijas, solamente treinta pesos en ropa.Tal vez dos ejemplos extremos dentro del ámbito que estamos considerando, pero que nos confirman que colocar a una hija en el convento significó algo distinto para cada familia.

En 1789 una Real Ordenanza estableció que tanto en España como en América deben ser iguales las dotes que acrediten mujeres que hubieren de casar con oficiales subalternos y han de consistir en tres mil pesos fuertes ya sean del estado noble o general. Historia de la dote en el Derecho Argentino, Instituto de Investigaciones de Historia del Derecho, Buenos Aires, 1982, p. 133. Dato sumamente interesante pues fue alto el porcentaje de hijas de militares en los conventos de Buenos Aires. Es decir que para casarse dentro del status de su familia hubieran necesitado el doble de lo aportado para entrar al convento.

Las mujeres que ingresaron a los conventos de Buenos Aires pertenecían a familias con un nivel económico muy diverso. Para algunas de estas familias, la entrada de una o más hijas al convento significó un alivio en relación con el capital material de la familia, para otras una pesada carga.

Hemos visto que tanto en el ámbito conventual como en el secular hubo flexibilidad e imaginación en relación con el tema de la dote; desde su eximisión o reducción por un lado hasta la apelación a los más variados recursos para constituirla, -pedido de limosna en forma privada o pública, ofrecimiento de servicios- por el otro.

  Jerarquización en el convento

  Los conventos de monjas de Buenos Aires fueron fundados para las mujeres de los sectores nobles y nobles pobres de una sociedad jerárquicamente organizada. En nuestro interés por develar la relación existente entre los conventos femeninos y la sociedad en que estaban inmersos, nos preguntamos si en el espacio conventual existía algún tipo de jerarquización y si ésta era reflejo de la jerarquización prevaleciente en el ámbito secular.

En las reglas primitivas de cada convento encontramos referencias a la relación convento-sociedad. En la de San Agustín (catalinas), leemos: las que en el siglo eran estimadas por su posición y nobleza, no desprecien a las otras en el monasterio... más se han de gloriar de tales hermanas pobres que de sus parientes abundantes y ricos.La Regla de Santa Clara expresa: Las hermanas no se apropien de nada. Y como peregrinas y advenedizas en este mundo, sirviendo al Señor en pobreza y humildad, envíen confiadamente por limosna.

Hay sin duda una clara invitación a abandonar las riquezas del mundo y cortar lazos hasta de parentesco, que las pudieran mantener sujetas a él. En su testamento, santa Clara da un paso mucho más exigente y les pide a sus monjas algo más difícil de lograr con respecto al mundo: El Señor nos ha puesto como modelo, ejemplo y espejo, para los demás. Ya no se trata sólo de soltar amarras con ese mundo donde, según el discurso invocado en numerosos documentos de la época, sólo se podían encontrar miserias e inseguridades, sino que en la relación convento-sociedad, el convento debía crear un espacio nuevo, más perfecto.

Pasando al tema de la jerarquización dentro de los conventos, partiremos del análisis de la normativa para abordar luego el de las prácticas. En ambos conventos existían monjas de velo negro o coristas y monjas de velo blanco, también llamadas conversas o de obediencia (catalinas), y serviciales (capuchinas).Espiritualidad monástica medieval, en B. Jiménez Duque, Historia de la espiritualidad, Juan Flors, ed., 2vs., v I, p. 883.

En las dos órdenes que nos ocupan se dio autorización para recibir algunas religiosas aunque pocas -una de cada siete de velo negro- para ocuparse de los oficios corporales. Debían llevar un velo blanco sobre la cabeza, no estaban obligadas al rezo del Oficio Divino, sino al rezo de determinado número de Padrenuestros y Avemarías en las distintas horas canónicas; debían levantarse a la misma hora que las demás; asistir a misa diariamente y podían ser eximidas del ayuno en algunas épocas del año en atención al trabajo corporal que realizaban.

Las monjas de velo negro o coristas tenían como principal ocupación el rezo del Oficio divino en el coro. Eran monjas contemplativas cuya tarea principal consistía en lograr la unión con Dios por medio de la oración mental y vocal. Las oraciones se realizaban en latín, tarea para la que eran formadas por la maestra de novicias durante el año de noviciado. También tenían momentos dedicados a su formación espiritual y otros en los que realizaban labores de mano.

En ambos conventos existía, en el período colonial, un Directorio o Tabla con los oficios que debían realizar las monjas en su vida cotidiana. Eran veinticuatro en cada convento, similares aunque no idénticos: Priora (catalinas) o Abadesa (capuchinas), Maestra de novicias, Madres de consejo, cantora, escuchas, torneras, sacristanas, cocinera, enfermeras, roperas, refectoleras, secretaria, entre otros.

AMNSP, Libro Manual. La mayoría de las monjas tenía un oficio específico que cumplir dentro del convento, además de las obligaciones ya indicadas según su velo.

Pudimos conocer los mecanismos utilizados para llevar a cabo los nombramientos para dichos oficios, a través de las constituciones -en el caso de las catalinas-, y las constituciones y los capítulos de elección, en el de las capuchinas. En ambos conventos se llevaban a cabo las elecciones por cédulas secretas, que las monjas habilitadas para votar, colocaban dentro de una urna. Cada monja debía escribir el nombre de aquélla a quien elegía. La elección se debía realizar cada tres años y la Priora o Abadesa no podía ser electa para dos períodos consecutivos. El día establecido para la elección concurría el obispo acompañado por dos canónigos escrutadores y el capellán de las monjas. Estas se instalaban en el coro bajo del convento y el obispo y sus acompañantes del otro lado de la reja, en la iglesia. Antes de llevar a cabo la elección de Priora o Abadesa, el obispo exhortaba a las monjas a proceder con justicia, sin mirar amistad, familiaridad, antiguedad, ni otros aspectos humanos y poniendo los ojos en la más digna. Una vez más se invitaba a las monjas a despreciar los lazos humanos, aquéllos creados en el siglo, que las podrían llevar a dar equivocadamente su voto. En fecha anterior a la elección las monjas tenían prohibido hablar del tema entre ellas, para no recibir influencias externas a su conciencia. En algunos conventos de Perú, el día anterior a la elección ya se sabía, no sólo en el convento sino en toda la ciudad, quién resultaría electa, ya que la elite influía en la decisión de las monjas. Daughters of the Conquistadores, Women of the Viceroyalty of Peru, Albuquerque, University of New Mexico, 1983, Monastic Riots and Partisan Politics. En las actas de los capítulos de elección de las capuchinas de Buenos Aires, por el contrario, consta que en muchos casos, la votación se debía repetir dos y hasta tres veces antes de lograr la mayoría necesaria, (la mitad mas uno de los votos), lo que podría estar indicando que no existía la costumbre de un consenso previo, o de una fuerte influencia desde afuera del muro de la clausura.

Nos interesó saber quiénes estaban habilitadas para votar, es decir qué sector de las monjas tenía en sus manos gran parte del poder adentro del convento. Entre las catalinas solamente las monjas con más de doce años de profesión. Estas elegían a la Priora, quien a su vez elegía a la Superiora. La Priora reunida en consejo con cuatro Madres de las más antiguas, elegía a las monjas que ocuparían los otros cargos. La elección era confirmada por el obispo. Entre las capuchinas todo fue más complicado. Las elecciones también se debían realizar cada tres años. Normalmente sólo tenían acceso al voto las monjas de velo negro con tres años de profesión. Pero durante el tiempo que estuvieron en vigencia los estatutos aprobados por Urbano VIII, impuestos por el obispo de la Torre (1762-75) todas las monjas podían votar, incluso las de velo blanco. En este convento los oficios estaban divididos en mayores- Abadesa, Vicaria, Maestra de novicias, Conciliarias, Tornera 1° y 2° - y menores, todos los demás. La monjas elegían por cédulas secretas a las que desempeñarían los oficios mayores. Comprobamos así que en el convento de las catalinas la antiguedad en la orden era muy respetada y el poder estaba concentrado en la Priora y su Consejo, era un sistema de gobierno muy vertical. En el caso de las capuchinas, la elección era más amplia en cuanto al número de las que votaban y la cantidad de oficios que se elegían directamente por votación secreta.

  Relación velo-oficio-sector social

  Visto el mecanismo utilizado para la obtención de los distintos oficios, intentamos averiguar si existía alguna correspondencia entre el velo (negro-blanco), las tareas que realizaban las monjas en el convento y el sector social al que pertenecían sus familias de origen.

Durante todo el período colonial ingresaron 12 monjas de velo blanco (sobre un total de 97) al convento de las catalinas, y 7 (sobre 56) al de las capuchinas. La mayoría lo hizo en fecha cercana a la fundación, seguramente para cubrir las necesidades del convento. Las monjas catalinas de velo blanco debían aportar una dote de 500 pesos. Si bien se trataba de mujeres que no habían podido reunir una dote mayor, contaban con las características étnicas y culturales exigidas para entrar al convento. Las capuchinas no tenían obligación de aportar dote. En las actas de elección que estas últimas nos han dejado en su Libro Manual, pudimos rastrear qué oficio desempeñaron las monjas de velo blanco, fueron: despenseras, enfermeras, cocineras, refectoleras, veleras, roperas de blanco y beleneras.

En nuestro intento por configurar la unidad doméstica a la que pertenecían estas monjas de velo blanco nos encontramos con que , en el caso de las capuchinas, nuestros datos son escasísimos, lo cual nos permite inferir que pertenecían a sectores sociales muy bajos. Sus padres no otorgaron testamento, no figuran en ningún diccionario biográfico colonial, ni en los censos.fueron mal censados. Cfr. Lyman Johson y Enrique Tándeter, comp., Economías coloniales. Precios y salarios en América Latina, Siglo XXI, FCE. Argentina, 1° ed. en español, 1992, p. 175. Entre las catalinas, cuatro son hijas de hombres con grado militar, tres son Capitanes.Tres tenían hermanas de velo negro en el mismo convento hecho que llamó profundamente nuestra atención pues no logramos conocer cómo se produjo la decisión de quién llevaría cada velo dentro de la misma familia, teniendo en cuenta la vida tan distinta que harían dentro del convento. ¿La situación familiar no era entonces determinante en el momento de optar por uno u otro velo? En el Monasterio de Santa Catalina de Sena encontramos una carta del capitán González de Carbajal al obispo, en la cual, cuando se refiere al distinto velo que recibirían sus dos hijas dice: que es lo que desean.¿Entraría en juego la capacidad intelectual, la edad, la posibilidad de la familia de aportar una sola dote de 1.500 pesos, o sería en algunos casos una opción personal fundamentada en la humildad? La mística carmelitana, la doctrina de Santa Teresa y San Juan de la Cruz, ed. Herder, Barcelona, 1981.

Las monjas de velo negro constituyeron la mayoría en los dos conventos. Según ya vimos éstas debían aportar una dote de entre 1.500 y 2.000 pesos entre las catalinas. Las capuchinas, según sus constituciones no debían ingresar dote. En cuanto a las actividades que desarrollaron las monjas de velo negro en el convento, nuestro análisis de los capítulos de elección de las capuchinas nos permitió constatar que éstas desempeñaron absolutamente todos los oficios en el Monasterio de Nuestra Señora del Pilar, hasta los considerados más humildes, turnándose con las monjas de velo blanco en los inferiores. Al respecto leemos en las constituciones de las capuchinas: La obediencia de la cocina se dará a una hermana lega [velo blanco] si se pudiere y si no corista [velo negro] , y ninguna repare en hacerla, antes bien se tenga por dichosa en guisar la comida a las esposas de Jesucristo y tener en su casa el oficio de santa Marta, pues no por esto dejará de ejecutar el de María. Todos los oficios servían para agradar al esposo.

Con respecto a este grupo de monjas de velo negro averiguamos quiénes llegaron a Prioras (catalinas) o Abadesas (capuchinas). Se trata de dos realidades diferentes. Entre las catalinas las tres primeras Prioras fueron monjas venidas del Monasterio de las catalinas de la ciudad de Córdoba (cabe recordar que la fundadora, Sor Ana María de la Concepción Arregui de Armaza y su hija Gertrudis, eran de Buenos Aires), pero ya en el capítulo de 1754 se eligió a Sor Josefa Gutiérrez de Paz, que había profesado en Buenos Aires.Memorias que se conservan en el monasterio leemos: En 1754 fue electa Priora Sor Josefa Gutiérrez de Paz, hija de don Juan Gutiérrez de Paz, tío materno de la Madre fundadora Sor Ana María de la Concepción Arregui. Nos preguntamos si habrá influido el parentesco en el momento de efectuar esta elección. Dentro de las monjas tenidas en cuenta para realizar este trabajo, es decir las que profesaron desde la fundación del convento hasta 1810, dieciocho accedieron al cargo de Priora, algunas en más de un período. Doce de ellas pertenecían al sector social más alto. Para ubicarlas dentro de este sector social tuvimos en cuenta la estructura y tamaño de la unidad doméstica a la que pertenecían, la ocupación o cargos desempeñados por el padre, la pertenencia de ambos progenitores a terceras órdenes y la pertenencia de algunos de sus hermanos al clero secular o regular. Los padres de ocho de estas monjas que llegaron a Prioras tenían grado militar, tres fueron miembros del Cabildo, uno llegó a Gobernador, uno se desempeñaba como comerciante, tres pertenecían a la Tercera Orden de San Francisco y uno era Caballero de la Orden de Santiago. El promedio de hijos por unidad doméstica era de 7. En nueve de estas unidades domésticas tenían esclavos. Ocho de estas monjas tenían hermanos frailes y/o presbíteros y dos tenían hermanas monjas. Si tenemos en cuenta que en el imaginario colonial estos items analizados otorgaban prestigio, podemos inferir que este grupo de mujeres pertenecía al sector alto de la sociedad de Buenos Aires. Seguramente se trataba de mujeres con una más esmerada educación, ya que el cargo exigía un buen, y en algunos casos un difícil manejo de un grupo de monjas, esclavos y donadas. Por otro lado, si bien el síndico se ocupaba de una parte del manejo económico del convento, entre las fuentes consultadas encontramos a sus Prioras escribiendo cartas relacionadas con la construcción del convento, con juicios por reclamos de pagos, con la escasez de fondos. Sus conocimientos de las reglas y constituciones, del latín y de la liturgia debían ser excelentes, ya que era su deber supervisar todo lo que ocurría en el monasterio.

Con respecto a las Abadesas de las capuchinas, diez monjas, de las que ingresaron en Buenos Aires hasta 1810, ocuparon ese cargo. Desde el año 1749 hasta 1777, solamente las fundadoras, provenientes del monasterio de monjas capuchinas de Santiago de Chile, fueron elegidas. Desde 1777 hasta 1789 no hubo elecciones debido a la situación conflictiva producida como consecuencia del ingreso de una presunta mulata. A partir de esa fecha, las Abadesas fueron mujeres que habían ingresado en Buenos Aires. Nuestros datos sobre la unidad doméstica a la que pertenecían estas monjas son incompletos. Se trataba de mujeres cuyas familias pertenecían a diferentes sectores socioeconómicos. Hemos encontrado datos sobre la ocupación de sólo cuatro padres: uno era terrateniente en la Banda Oriental, otro Ministro del Tribunal Real de Cuentas, un tercero comerciante y otro herrero. En sólo tres unidades domésticas encontramos esclavos, dos monjas tenían un hermano fraile y una un hermano presbítero, una sola tenía una hermana monja. Sin duda las familias de estas Abadesas ocupaban, en general, un escalón más bajo que las de las catalinas en la escala social.

En el caso de las capuchinas pudimos elaborar tablas con la finalidad de detectar un posible patrón de ascenso, dentro del convento, hasta la obtención del cargo de Abadesa. Utilizamos para ello, una vez más, el Libro Manual que contiene los capítulos de elección. En la mayoría de los casos, las monjas capuchinas que llegaron a Abadesa, comenzaron su carrera ocupando oficios muy sencillos como enfermera, cocinera mayor o ropera de blanco, oficios que , como vimos, también fueron desempeñados por las monjas de velo blanco. En general fueron electas abadesa después de veinticinco años de profesión. De ello deducimos que la antiguedad en la orden era tenida muy en cuenta en el momento de emitir el voto. Todas o en su enorme mayoría, pasaron por cargos como Vicaria, Maestra de novicias y Conciliarias; cargos a los que se llegaba por elección secreta de las monjas de velo negro con tres años de profesión. De los otros oficios, en la mitad de los casos fueron correctoras de coro, secretaria y sacristana: cargos para los que se requerían conocimientos de latín, matemática y liturgia.

Habiendo reproducido los mecanismos por medio de los cuales se constituía en cada convento la elite interna, y sin perder de vista el tema de nuestro trabajo -la interacción entre los conventos y la sociedadsecular-, analizamos la correlación entre la elite dentro del convento y la elite de la sociedad porteña. Esta correlación se dio entre las catalinas. Se trataba de un grupo con una muy importante homogeneidad socioeconómica y ello se hizo evidente en las monjas que fueron electas Prioras. La falta de fuentes no nos permitió seguir la carrera de estas monjas dentro del convento, ni saber quiénes desempeñaron los oficios menores, ya que no conservan los libros con los capítulos de elección. En el convento de las capuchinas las Abadesas fueron de diversa extracción social, lo que está en perfecta correlación con la también diversa extracción social del conjunto de sus integrantes. Es decir que, hasta donde llega nuestra posibilidad de inferir de acuerdo con las fuentes, las monjas de este convento pudieron, por medio del voto secreto, elegir a sus autoridades, prescindiendo de la influencia de la elite externa, formando así una elite propia, tal vez de acuerdo solamente con lo que mandaban sus constituciones o con o con lo que el propio grupo quería. La conformación social más heterogénea que la del convento de las catalinas les daba esta posibilidad, y la usaron.

La riqueza de las fuentes manejadas nos permitió seguir la carrera de las monjas capuchinas a través de los distintos oficios. Elegimos seis monjas cuyas familias pertenecían al sector más alto de la sociedad de Buenos Aires, para verificar si de alguna manera, la elite externa se reproducía en el interior del convento.Los padres de estas monjas ostentaban cargos como: Oficial de la Reales Cajas de Oruro, Director de Tabacos del Virreinato, Maestre de Campo y Gobernador, o se trataba de muy ricos comerciantes. Una sola de estas mujeres llegó a Abadesa, una sola a Vicaria, y una fue Maestra de novicias. Desde conciliarias hasta el último de los oficios los ocuparon casi todos. Nos sorprendió encontrarlas como despenseras, cocineras, enfermeras y roperas de sayal. Hasta donde podemos llegar en nuestro análisis, no existió en el convento de las capuchinas una correlación entre elite interna y externa. ¿Qué pudo mover a estas mujeres acostumbradas al lujo, a estar atendidas por esclavos, a vivir en casas confortables -según podemos inferir por el nivel socioeconómico de sus respectivas familias- a realizar la opción de vivir entre mujeres de un sector inferior, cumpliendo tareas que en sus hogares seguramente realizaban los esclavos y a vivir en celdas que el obispo de la Torre describió como calabozos? Seguramente confluyeron todos los motivos ya expuestos: terror al mundo, dificultad de encontrar un hombre de su nivel social con quien casarse, imposibilidad por parte de sus padres de otorgarles una buena dote que les habría franqueado las puertas del convento de las catalinas, y también quizás, por qué no, una opción hecha en libertad, llevada por el deseo de vivir en clausura, tratando de alcanzar la perfección, con el objetivo de lograr la vida eterna, ya que esta aspiración formaba parte del imaginario colonial. Los imaginarios sociales, memorias y esperanzas colectivas, Buenos Aires, Nueva Visión, 1991.

Las monjas no vivían solas en los conventos. Absolutamente influenciadas por la realidad externa, eran auxiliadas en sus necesidades materiales por algunos esclavos. Las catalinas tenían además las donadas. Las capuchinas contaban con los hermanos legos. Solamente algunas esclavas y donadas podían penetrar en la clausura.

La posesión de esclavos fue una de las influencias más fuertes de la sociedad colonial en que los conventos estaban inmersos. En este aspecto reprodujeron la conformación social de los sectores altos al contar con esclavos para las tareas más pesadas. Los esclavos se adquirían por compra o donación. En la contabilidad llevada por los síndicos y en numerosos recibos que se conservan en los archivos de los conventos consta la compra de algunos esclavos por valores que oscilan entre 200 y 300 pesos. Otros fueron donados a los conventos por acaudalados vecinos, pero en su mayoría fueron aportados por las monjas al ingresar. Según consta en los testamento de las novicias, las catalinas aportaron quince esclavos y las capuchinas dos desde la fundación del convento hasta 1810. A diferencia de lo que ocurría en otros conventos de la América Latina colonial , en Buenos Aires encontramos un solo caso -entre las catalinas- de esclavos destinados al servicio personal de las monjas. Todos los demás, inclusive los dos de las capuchinas, fueron donados para el Monasterio, mientras dure la vida común [...] en caso de que falte la referida vida común la dejo para que a mí me asista y sirva.

Había esclavos de clausura y esclavos de calle. En el año 1754 el Provisor Don Francisco de los Ríos comunicó a la Priora de las catalinas que cualquier esclava que les tocaren o cupieren por vía de herencia o cualquier otro título legítimo, entrando a su clausura [...] ha de ser para el servicio de la Comunidad a excepción de si lo necesitaran (necesidad que ha de ser muy grave) [...] no siendo precisas, no entren a la dicha clausura [...] habiendo de mantenerse fuera (mientras tenga dicho Convento Ranchería formal) en las casas decentes que dicha Madre Priora les asigne con dicho Consejo y vivan cristianamente a la orden y disposición de la Madre Priora.

La ranchería existía. Han quedado registrados algunos gastos en relación con ella. Estaba en la manzana frente al monasterio. Allí vivían con sus familias algunas negras que servían en el convento.

Enrique Udaondo, Reseña Histórica del Monasterio de Santa Catalina de Sena, ed. San Pablo, Buenos Aires, 1945, p. 22 : la manzana de la Ranchería era la comprendida entre las actuales calles San Martín, Viamonte, Florida y Córdoba, manzana que dejó de pertenecer al monasterio en 1887. En el caso de que una esclava fuera destinada a la clausura no podía salir de ella sin expresa licencia del Obispo o Provisor y en caso de salir no podía volver a entrar más en ella con pretexto ni causa alguna. Se trataba, mediante esta disposición, de evitar toda comunicación entre el ámbito conventual y el secular, evitar que las ocupaciones y preocupaciones del mundo perturbaran la paz que se suponía debía reinar en la clausura. Sin embargo, encontramos un ejemplo más de la conexión entre ambos ámbitos. Sor Ignacia de Jesús Navarro expresó en su testamento: un negrito llamado Leandro quede en poder de mi padre para que con su trabajo me mantenga y después de su muerte, entre al convento como sacristán.Si bien son excepcionales los casos en que la familia siguió aportando ayuda económica una vez entrgada la dote, vemos que el trabajo de un negro, como medio de sostén económico de su dueña -hecho que se daba en la sociedad colonial- también había penetrado en el convento.

En cuanto al número de esclavos que vivían dentro de la clausura, el único dato al respecto lo encontramos en el censo de 1778: siete esclavas entre las catalinas y cinco en el caso de las capuchinas.

Las catalinas, además de los esclavos tenían donadas que atendían sus necesidades materiales. Eran sirvientas a las que se les permitía vestir el hábito de las monjas. tenían a su cargo supervisar a los esclavos y otros sirvientes. Estas donadas podían optar por permanecer en el convento toda su vida. Algunas profesaban como terciarias de la orden, lo que llevaba implícito el cumplimiento de determinadas prácticas religiosas.Generalmente se trataba de mujeres de sectores sociales muy bajos o de raza mezclada, o de esclavas liberadas por sus amas, que, deseando vivir en religión encontraban un espacio en el convento, dedicándose a las tareas domésticas. en el testamento o renuncia de Sor Teresa de San Marcos Senicos, la futura religiosa expresaba, al referirse a una negrita que llevaba al monasterio: y si después de mi fallecimiento quisiera ser donada de este Monasterio, ahora y para siempre le concedo libertad.

En 1766 vivían seis donadas en el Monasterio de Santa Catalina.Tanto la cantidad de donadas como el de esclavos fue escaso en ambos conventos, si lo comparamos con el altísimo número de sirvientes que poblaban los conventos de la Nueva España, a tal punto importante, que esta realidad fue invocada como uno de los principales motivos de la reforma llevada acabo en la segunda mitad del siglo XVIII, pues según se argumentaba, la presencia de tantos esclavos, sirvientas y niñas educandas, impedía a las religiosas cumplir con aquello para lo que habían entrado en religión.Ecclesiastical Reform of Nunneries in New Spain in the XVIII Century, The Americas, v. 22, n. 2, 1965.

Las capuchinas contaban con la ayuda de los hermanos legos para obtener parte de la limosna de la cual vivían. Era ésta una ayuda indispensable, pues según la Regla de Santa Clara por la que se regían, como comunidad no podían recibir ni tener posesión o propiedad, ni por sí, ni por intermedio de otras personas, ni tampoco cosa alguna que razonablemente pueda decirse propiedad.... Más adelante la misma regla hacía otra exhortación: envíen confiadamente por limosna, y no deben avergonzarse, ya que el Señor se ha hecho pobre por nosotros en el mundo.Siguiendo el espíritu de su regla, las capuchinas de Buenos Aires recurrían a la mesa del Señor, las limosnas, para su subsistencia. Estas limosnas, que oscilaron entre 20 y 2.500 pesos, eran entregadas por los vecinos de Buenos Aires al síndico del convento o a la Abadesa. Pero las capuchinas no se limitaron a esperar que las limosnas llegaran al convento, sino que contaban con los hermanos legos, franciscanos o seglares -especialmente designados por las monjas- para mendigar a favor del monasterio,quienes iban hasta el Paraguay, Montevideo y las Provincias de Arriba en busca de ayuda y de allí volvían trayendo algunos pesos, gran cantidad de ganado vacuno y ovejuno, tabaco, bayeta y unas cuantas fanegas de trigo, productos que en su gran mayoría se vendían par convertirlos en pesos.Estos limosneros funcionaron como nexo entre los dos ámbitos que estamos analizando, dando la posibilidad de que todos los sectores sociales, ya fuera en Buenos Aires o desde lugares muy remotos pudieran contribuir al sostén económico de un grupo de mujeres que habían optado, o se habían visto obligadas a vivir en clausura, llevando una vida de oración.

  Conclusiones

  Tanto santa Clara en su testamento otorgado en el siglo XIII, como el obispo de Buenos Aires, don Manuel Azamor en el siglo XVIII, aspiraban a que las monjas fueran espejo de Dios a los que sirven en el mundo y ejemplo de la comunidad.

Nos propusimos analizar la relación convento-sociedad con la intención de vislumbrar el carácter de la misma, en qué medida los conventos femeninos del Buenos Aires colonial cumplieron con la normativa conventual y la aspiración de la época expresada por uno de sus obispos, o si fueron simplemente un reflejo de la realidad en que estaban inmersos. Nuestro análisis de la normativa y de las prácticas nos permitió ver que la iglesia, -en nuestro caso una pequeña porción de ella- y la sociedad, no eran, durante el período colonial, dos espacios distintos.

El surgimiento de ambos conventos fue la respuesta a una necesidad a la vez religiosa y social: la creación de un nuevo espacio para las mujeres nobles y nobles pobres con vocación y para aquéllas que no pudieran acceder a un matrimonio acorde con su nivel social. El pedido de creación de ambos conventos surgió tanto del ámbito eclesiástico como del secular.

Fundados los conventos, éstos, a partir de sus reglas y constituciones, formularon los requisitos para el ingreso. El análisis de estos requisitos nos permitió ver la penetración de criterios seculares en el ámbito eclesial. Exigencias como la limpieza de sangre o la legitimidad de nacimiento no aparecen en las reglas primitivas de las órdenes que hemos investigado, fueron incorporados en constituciones posteriores, siguiendo criterios seculares. El análisis de las prácticas en relación con los requisitos para el ingreso, nos permitió ver las posibilidades de los sujetos de aceptar, enfrentar y modificar imaginativamente las reglas impuestas. Vimos cómo ingresaron algunas ilegítimas, nos enteramos de estrategias realmente originales implementadas para formar la dote de una aspirante al hábito en los casos en que su familia no contaba con el metálico suficiente, comprobamos cómo la sociedad tergiversó el motivo del ingreso al convento, que pasó de ser una respuesta a la llamada de Dios, según quería la iglesia, a una huida del mundo, un mundo plagado de dificultades, en busca de un refugio seguro, único medio de lograr la vida eterna.

Otro aspecto en el que también comprobamos que la sociedad traspasó el muro de la clausura fue en la existencia de una jerarquización interna en ambos conventos. Esta reprodujo, en cierta forma, la jerarquización existente afuera de los mismos: monjas de velo negro cuya tarea fundamental era el rezo del Oficio Divino, monjas de velo blanco para las tareas domésticas, donadas y por último, los esclavos para las tareas más pesadas.

Pero los conventos no fueron sólo una caja de resonancia o una válvula de escape de la sociedad en que estaban inmersos. Sería injusto quedarnos con la imagen de que conformaron simplemente un microcosmos donde se reprodujeron las características de la sociedad porteña. La no coincidencia de la elite conventual con la social en el monasterio de las capuchinas, nos permitió ver cómo un grupo de mujeres, por medio del voto secreto, elegía cada tres años a sus propias autoridades, y hasta donde nos dejan ver las fuentes, en forma independiente de las influencias seculares. El seguimiento de la carrera interna de seis monjas cuyas familias pertenecían a la elite de Buenos Aires, nos mostró que una vez traspasado el muro, éstas se desempeñaron en todos los oficios para los que fueron electas, incluyendo los inferiores, realizando tareas que seguramente en sus hogares desempeñaban los esclavos.

Sin duda el mundo había traspasado el muro de la clausura y penetrado en los conventos femeninos, pero si bien éstos no cumplieron siempre la aspiración de ser modelo para la sociedad, tampoco fueron un reflejo exacto, una copia de la misma. En la búsqueda de la perfección que las monjas se proponían alcanzar al ingresar, hubo espacio para algo distinto. En eso residió su originalidad, la sociedad lo percibió y ayudó a su existencia mediante una red de apoyo: les brindó sus hijas, las dotes, las limosnas. Por el contrario en el período en que el convento de las capuchinas se convirtió en una caja de resonancia de la sociedad, al intentar un grupo de monjas impedir la permanencia en él de una presunta mulata, la sociedad le quitó su colaboración. Durante muchos años desaparecieron las limosnas en ambos conventos: no estaban cumpliendo con la aspiración que formaba parte del imaginario colonia: que los conventos femeninos fueran un lugar de refugio donde un grupo de mujeres, mediante una vida de sacrificio y oración debía rezar por la eterna salvación de toda la población.

El desplazar la mirada desde la normativa conventual a los usos más imaginativos de la misma, tanto por parte de la propia comunidad conventual como por los sujetos del mundo secular, nos permitió ver, desde un muy particular punto de entrada -los conventos femeninos- a un grupo de hombres y mujeres del siglo XVIII dando forma a la sociedad porteña tardocolonial.

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