Juegos de Reconocimeinto e Invención de Identidades: Ser o no Ser... Ilegal

Por María Carman

Licenciada en Trabajo Social. Becaria de investigación categoría iniciación UBACyT. Forma parte de subsidios de investigación colectivos respecto a la temática de ocupaciones ilegales de casas tomadas y problemáticas de identidades sociales. Inserta en el Area de Estudios Urbanos del Instituto de Investigaciones Gino Germani. U.B.A. Docente de Antropología en la Carrera de Trabajo Social U.B.A. E-mail: Carman@fsoc.uba.ar

Artículo publicado originalmente en Revista NAyA - AÑO 2 Número 14 - Junio 1997

INTRODUCCIÓN

A lo largo de estas páginas nos proponemos reflexionar e "inscribir" algunas cuestiones que surgen del trabajo de campo que estamos realizando en el barrio del Abasto, en el marco de una beca de investigación. Dicho trabajo investigativo indaga acerca de las disputas materiales y simbólicas, al interior de este entramado barrial, entre los ocupantes ilegales de casas tomadas y los demás actores sociales.

Como parte de esta lucha por la apropiación del espacio urbano, procuramos develar de qué manera las casas tomadas configuran estrategias habitacionales para estos sectores populares. También nos interesa, entre otras cosas, ahondar en las prácticas y discursos que se construyen en relación a los "otros" del barrio, a la vez que evidenciar de qué manera los actores se apropian diferencialmente de los bienes materiales y simbólicos de este escenario barrial.

El barrio que nos incumbe es denominado por el sentido común de la gente como "el Abasto", ya que allí fue emplazado, a fines del siglo pasado, el Mercado Central de frutas y verduras, en torno del cual se desarrolló una vasta actividad sociocultural. Retomamos entonces esta denominación, procurando respetar los límites barriales que más se aproximan a este imaginario vecinal y a las singulares características edilicias que se entretejen alrededor del mercado. El Abasto cuenta con dos peculiaridades difíciles de hallar juntas en otros barrios de Capital: a) su ubicación céntrica y b) su gran cantidad de espacios vacíos (baldíos, antiguos depósitos, casas abandonadas, etc.) que antes eran utilizados por el mercado, el cual fue clausurado hace 10 años, produciendo una profunda recesión en la zona. Otras de las peculiaridades que distinguen a este barrio es el marcado contraste entre los distintos grupos sociales que allí conviven, ya que encontramos residencias de clase media (edificios, casas dúplex, etc.) contiguas a deteriorados conventillos de sectores populares.

En particular, el problema que hemos de plantearnos aquí es el siguiente: cómo inciden los argumentos del sistema de clasificación oficial respecto a los ocupantes ilegales, en la construcción de identidades sociales de este sector y de otros afines? Tomaremos para el análisis la confrontación de dos casos: el de los ocupantes ilegales propiamente dichos -los actuales y más famosos "pobres"- y el de los antiguos trabajadores del mercado de Abasto, que también habitan precariamente en el barrio, dispersos en hoteles pensión y veredas reparadas del viento.

OCUPANTES ILEGALES: UNA "MARCA" CON POCA "CHAPA".

El rótulo de "ocupante ilegal" abarca, con sus precisas sílabas, a estos pobladores dispersos y anónimos que se han apropiado silenciosamente de lugares ociosos -edificios, casas, baldíos, bajos de autopistas, garitas de plazas- a lo largo de estos últimos 15 años. Esta alternativa habitacional de los sectores populares tiene actualmente un peso significativo dentro del paisaje urbano de la Capital Federal: mientras que en 1980 existían aproximadamente -según el Censo- unos 37.000 ocupantes gratuitos, los datos del último Censo nos permiten estimar -con un cierto margen de error- que existe una población ocupante que ronda las 200.000 personas.

El contenido que se asigna al término de ocupante dista de ser neutro, en tanto la imagen social hegemónica los uniforma como inmigrantes ilegales asociados a actos delictivos. En este contexto, se les atribuye determinados atributos fijos: se trata de individuos salvajes, fuera del sistema, que "rompen candado" y transforman la vivienda ultrajada en "aguantadero" de sus actividades non sanctas. Podríamos decir que existe aquí una pretensión de homogeneización: se intenta "unir a todos en un mismo destino y en torno a intereses idénticos".

En el mismo gesto en que estos elementos -aparentemente persistentes y comprobables- se enfatizan, son adoptados como emblemas de identidad para marcar, desde las miradas del afuera, la especificidad de ese grupo social. Los rasgos y prácticas descriptas son priorizados, en los esquemas de percepción y clasificación dominantes, como criterio para la imputación de la marca de ocupante ilegal, y la consecuente calificación del individuo que "cae" dentro de dicha denominación. Así, los ocupantes ilegales no ven reconocida su especificidad más que como estigma.

Hemos de retomar entonces, para nuestro análisis, esta categoría de "ocupantes ilegales" que se encuentra constituida a priori por sectores sociales con diversos intereses, si bien se encuentra naturalizada como si se tratara de una "realidad dada", homogénea, deducible de determinadas condiciones materiales de vida.

LA DISPUTA EN TORNO A LA CLASIFICACIÓN: LAS ESTRATEGIAS DE LOS MÁS ILEGALES.

A partir de lo enunciado, es posible hablar de una identidad de los ocupantes ilegales? Como primera instancia, debemos señalar que esta cualificación externa que define ciertos atributos como característicos de los ocupantes ilegales, no resulta suficiente argumento para definir la identidad social de este sector.

Estos esquemas clasificatorios tienen "el poder de hacer ver y creer", organizando el mundo a través de diversos principios de visión y división. No obstante, la imposición de esta definición como legítima no está exenta de conflictos; en todo caso, se trata de "cristalizaciones provisionales" en constante movimiento que delimitan permanentemente nuevos trazados de "otros-nosotros". En otras palabras, los sistemas de clasificación, así como la atribución de identidades sociales, son objeto de disputas.

En el caso que nos concierne, los ocupantes generan estrategias de manipulación de identidades en procura de obtener un lugar social más favorable, las cuales se combinan con estrategias materiales de acceso a la vivienda y a los consumos colectivos, para enfrentar la expoliación urbana de estas ciudades. (Acaso sea necesario aclarar que, desde esta perspectiva teórica de la que estamos partiendo, existe -en términos de García Canclini- una "indisolubilidad de lo económico y lo simbólico, de lo material y lo cultural", por lo que estas dimensiones sólo pueden ser separadas en términos analíticos. Asimismo, consideramos que los conflictos urbanos no sólo tienen origen en las contradicciones propias de la urbanización de tipo capitalista, sino también -y crecientemente- en procesos que tienen lugar en el campo de lo simbólico, por lo que sería impensable limitar el análisis de nuestra problemática a sus dimensiones meramente materiales -en nuestro caso, la estrategia habitacional de ocupación de casas-; sin considerar, en el mismo gesto, las "astucias" de distinción que también despliegan estos actores sociales. Consideramos fundamental, pues, indagar acerca del "otro" a partir de la categoría de cultura, en tanto ésta "...se vuelve fundamental para entender las relaciones y las diferencias sociales").

Volviendo a las estrategias de orden simbólico de este grupo social, resulta interesante reflexionar cómo se expresan en un contexto urbano marcado por una enorme diversificación de modos de vida y concepciones del mundo, en donde se vuelve impensable "...una experiencia de la totalidad, ampliamente compartida, capaz de engendrar una identidad social común y duradera". Frente a este marco de fragmentación social, cómo pueden los mismos "ocupantes ilegales" conferirle un nuevo status a ese término con el que son designados, si la noción conlleva en sí misma el estigma de la ilegalidad, la burla de la lógica de la propiedad privada?

A partir de aquí podemos desplegar algunos supuestos respecto a la construcción de identidades en los ocupantes ilegales. Estamos en condiciones de argumentar, a partir de nuestra experiencia de trabajo en terreno, que los ocupantes disputan no sólo el nombre que los designa sino también los sentidos que le vienen asociados.

Contrariamente a los habitantes de las villas miseria, que se apropiaron del rótulo estigmatizante con los que son nombrados por la sociedad -"villeros"-, resignificándolo en términos reivindicativos, los ocupantes no se denominan a sí mismos de tal manera. O, en todo caso, se apropian del término pero lo usan de una manera distinta a aquella proveniente de los "ecos ajenos". Desde sus percepciones, ellos no son ocupantes, sino que están ocupando: el hecho de habitar "provisoriamente" esa casa inviste una situación de ilegalidad, y no ellos, que en última instancia son una suerte de "trabajadores caídos en desgracia", de ciudadanos pauperizados... Por lo que ellos no serían casi ocupantes: se trata más de una fatalidad, una mala jugada del destino que va a revertirse.

Estas identidades más cotizadas socialmente que la de "ser un intruso" se representan en pos de un determinado interlocutor que les imponen un modo de ser asociado a la ilegalidad, ya sea el Estado, algunos medios de comunicación, o los vecinos de clase media con los que comparten el espacio barrial en disputa. A través de la puesta en práctica de este sentido del juego, los ocupantes disputan un lugar social más favorable, mostrándose ante la sociedad con diferentes caras de sí mismos.

Una de las caras posibles se vincula con la construcción de una diferencia con los demás ocupantes, los cuales son ubicados en el "polo negativo":

"...Y es así, ojo, es verdad que hay gente que le gusta vivir en la mugre, por ejemplo a éstos (señala hacia el fondo del baldío, donde están los cartoneros) les conviene vivir acá en el terreno baldío porque así pueden traer todas esas porquerías que traen... (se pone muy seria) Pero no todos viven así porque les gusta... los problemas no son todos iguales..."

"Acá por ejemplo somos 20 familias. Toda gente de trabajo, laburante, excepto en 3 ó 4 piezas que son los que andan en la drogadicción, o en el robo, y que vienen acá porque tienen las puertas abiertas, entonces les conviene, nadie los vigila..."

Se construye de esta manera una gama de distinciones que compone un intrincado sistema de clasificación interno de los habitantes de casas tomadas. Estas sutilezas discursivas se combinan, a su vez, con diversas estrategias materiales dirigidas a lograr una mayor permanencia en la casa, o a borrar las "huellas" que los desprestigian socialmente.

Por un lado, dichas estrategias se expresan en el arreglo de la fachada de la casa, el pago de los impuestos, o la aspiración de convertirse en inquilinos municipales, situaciones que les permitiría acceder -desde la percepción de este grupo de ocupantes- a una mayor legalidad social:

"(...) acá viene cada negrito querida que te querés morir... Está viniendo cada uno últimamente... Yo los trato de convencer para que entre todos arreglemos la casa... La otra vez hice una reunión y todo, que era para que juntemos 10$ cada uno por dos meses.

Si fuera así, viste, lo enfrentaríamos de otra manera, porque si aparece el dueño y la casa es un desastre, tiene todo el derecho de sacarnos, pero si uno lo estuvo cuidando y además lo mejoró no va a ser tan fácil sacarte... Eso te da más seguridad, lo podés luchar más...

Lo que ellos no se dan cuenta es que si lo arreglamos somos menos usurpadores, menos depredadores, y nos van a tirar manos bronca, nos van a mirar de otra manera, y podemos conseguir más cosas... la van a pensar más veces antes de sacarnos..."

No obstante, la estrategia que prevalece entre los ocupantes del barrio estudiado no es la que acabamos de mencionar, sino la que, por el contrario, apuesta sus fichas a lograr el perfil más bajo posible. La mayoría de los ocupantes procura que sus casas resulten desapercibidas en el escenario barrial. Para ello disimulan las entradas que resultan muy visibles, mantienen cerradas las persianas que dan a la calle en forma permanente, se privan de la luz del día o restituyen la puerta principal allí donde no existe, etc. El trabajo de campo que hemos llevado a cabo pudo reconstruir, en parte, la lógica que subyace a estas prácticas de ocultamiento. Desde la perspectiva de los ocupantes, los habitantes de las casas y baldíos que exhiben "demasiado" su ilegalidad serían los "peores jugadores":

"SH: Igual no creo que venga [la orden de desalojo] todavía. Acá hay gente que hace 15 años que está viviendo acá, y todavía no pasó nada... Aunque la otra vez vi que habían sacado a unos de un frigorífico, no me acuerdo cómo se llamaba...

Yo: los de las bodegas Giol?

SH: Ah sí esos... Y después en la cuadra esa de la vía, una que yo paso siempre que está llena de vidrio y cartone', que estaba tomado bueno, yo siempre pasaba y los veía pero ahora los sacaron, no quedó nadie. Está la policía ahora ahí, cuidando que no lo tomen...

Pero era un asco eso, era un villerío yo creo.

Yo: Por qué un villerío?

SH: Sí claro porque estaba lleno de cosa', además todos los que pasaban los veían, si pasan un montón de colectivos por ahí y no los tapa nada, estaba ahí a la vista de todos.

Acá por lo menos tenés una puerta, y quién sabe cómo vive uno, si adentro hay departamentos o qué? La gente no se entera, salvo ponele vos o las chicas, que vienen y entran, pero sino el resto no sabe que es una casa tomada... Y es como que... cómo te explico... estás más tranquilo...

Yo: Como que te protege?

SH: Exactamente, tenés protección."

La fachada está íntimamente ligada, pues, a la mayor o menor legalidad de los ocupantes. Las casas más expuestas a la mirada de los "otros", las que más disputan el espacio público (apropiación de las veredas o la calle para comer, hacer sus necesidades, etc.) son las más estigmatizadas. Desde la percepción de los ocupantes, la extrema visibilidad de una casa tomada, la hace "merecer" mayores controles policiales y allanamientos, e incluso el desalojo. Inversamente, la posibilidad de volverse "invisibles" frente a los ojos de los demás, les permitirá poner en juego a los ocupantes un mayor número de maniobras para ser, dentro de la ilegalidad, los más legales posibles.

La complejidad de la problemática, que estamos en vías de analizar, excede los límites de este trabajo, y es por ello que optaremos por no entrar en mayores puntualizaciones. Lo que nos interesa resaltar, en relación a lo expuesto, es que los habitus y prácticas de los habitantes de casas tomadas -sumadas a sus historias residenciales y laborales- nos remiten a identidades múltiples y fragmentadas, que ponen en cuestión la pretendida homogeneidad que se les imputa a estos sectores desde las miradas prevalecientes del sentido común. Creemos entonces que, como punto de partida para el análisis de las identidades de un grupo social, es necesario no deducir las identidades de las condiciones materiales de vida -vale decir, como si fuera algo "dado", observable- sino partir de los modos en que esta identidad es simbólicamente representada, dentro de esta lucha por el reconocimiento social.

EL CASO DE LOS POBRES DE LA VIEJA CAMADA: LOS "DUEÑOS LEGÍTIMOS" DE LA HISTORIA LOCAL.

Las disputas que se generan en torno de reconocimientos y clasificaciones también refieren a otros habitantes precarios del barrio en cuestión. Hemos de reparar, específicamente, en el caso de los antiguos trabajadores del mercado, que permanentemente son confundidos con los ocupantes ilegales en las percepciones de otros actores locales más cotizados -propietarios, comerciantes, etc.- .

Con la expresión antiguos trabajadores del mercado aludimos a ex-changarines y pequeños puesteros del mercado que continúan viviendo en los alrededores del Abasto en condiciones de gran pobreza. Incluso algunos de ellos -pese a la edad avanzada- viajan regularmente hasta el actual Mercado Central, ubicado en la autopista Ricchieri, para "hacer unos pesos". Nuestro contacto se centró en tres de ellos: uno de ellos vive en forma permanente en la vereda del mercado abandonado; otro en un hotel pensión enfrente del mismo; y el último en una famosa cantina tanguera hoy cerrada, cuyo dueño consiente que habite a cambio de cuidado y arreglos.

El caso de estos "pobres de la vieja camada" que aún subsisten en el escenario barrial resulta interesante para retomar las sutilezas de los juegos de reconocimiento y diferenciación dentro de una relación de fuerzas desigual, en donde éstos -al igual que los ocupantes- ocupan una posición subordinada en el sistema de clasificación hegemónico.

En términos de Bourdieu, el espacio social se modela como un espacio de relaciones en donde los actores sociales se definen por sus posiciones relativas en el mismo: "...el mundo social se presenta (...) como un sistema simbólico que está organizado según la lógica de la diferencia", y es por ello que "el espacio social tiende a funcionar como un espacio simbólico". Esta aseveración cobra sentido si tenemos en cuenta que las propiedades materiales, una vez que son percibidas y apreciadas en relación a otras propiedades, funcionan como propiedades simbólicas: las diferencias materiales se retraducen en signos de distinción o marcas de infamia y vulgaridad. Desde esta perspectiva, el "rating" social que adquieren los ex-trabajadores no difiere de aquel que obtienen los ocupantes ilegales. Incluso podemos argumentar que la disputa construida alrededor de la diferencia es tanto más grande en los espacios más próximos de la distribución social, aquellos espacios que incluso para un observador extraño serían homogéneos, de tan próximos. La Lucha por la diferencia específica, por la última diferencia enmascara, pues, este género común.

Es por ello que, como veremos, estos "viejos pobres" acuden a los "tesoros" de la historia local para diferenciarse de los actuales pobres -los ocupantes ilegales- ya que, al igual que ellos, "...deben enfrentar cotidianamente un sistema de clasificación (...) que los denigra, sin contar con la posibilidad de mostrar su éxito económico para desmentir el estereotipo que de ellos se tiene. Por el contrario, (...) tienen que lidiar con el hecho de que, a primera vista, los estereotipos (...) parecen confirmarse".

Frente a este sistema de clasificación que inclina la balanza a favor de la evidencia física, la salida posible se vincula con la construcción de una diferencia o la "invención" de otra fachada para aumentar su cotización como grupo social. Coincidimos con Bourdieu en que "la lucha simbólica tiende a circunscribirse a la vecindad inmediata", por lo cual "el más vecino es el que más amenaza la identidad social". En tanto la diferencia de estos ex-trabajadores del mercado con los ocupantes ilegales no es palpable sino que por el contrario, lo que salta a la vista es su similitud, ésta deberá construirse desde un determinado manejo de la impresión: invocando un pasado más glorioso para distinguirse de los ocupantes "sin arraigo y sin historia".

Ahora bien, de qué manera "echar mano a la historia" se transforma en una estrategia simbólica? Para responder este interrogante hemos de tomar en cuenta la investigación realizada por el antropólogo Pablo Vila en la frontera entre México y Estados Unidos. Al igual que en el caso que el autor reseña, nosotros observamos que la construcción de una identidad valuada es lograda por nuestros entrevistados a través de un doble movimiento: separándose del barrio "real" e "inventándose" un barrio con el cual relacionarse con orgullo.

Por un lado ellos reivindican su herencia de "verdaderos vecinos del Abasto", pero puntualizando que están orgullosos del Abasto del pasado. Y cómo construyen estos entrevistados su "viejo Abasto" del cual se sienten orgullosos?

"Raúl pasa hacia el fondo del salón, y con un gesto solemne y teatral me invita a conocer el estrado donde cantó Gardel.

R: Acá cantaba Gardelito... (se emociona) ...se paraba ahí arriba y cantaba... qué grande Gardelito!! Qué épocas!! Mirá lo que son estas columnas, este lugar es histórico! (De golpe se entristece) Esto no tendría que estar así, todo abandonado, porque es un lugar... HISTÓRICO, sabés Marita?".

"V: (...) Sí, pero eso ya no es un hotel, antes era un hotel en serio, decente, todo limpito, ordenado, y no podías decir 'mire, no tengo para pagar'. Antes había unos hoteles bárbaros acá, yo vivía en el más lindo de todos, el más pitucón que lo acababan de abrir. Y el bar 88 tampoco era así... Yo me acuerdo que a mi hijo me lo llevaba al 88 que era el boliche de los dueños ricos, no iba ningún pobre ahí...".

Se trata, pues, de un Abasto "totalmente diferente" al barrio contemporáneo. Perciben al barrio de su pasado como rico y feliz, y el argumento se extiende hasta sostener que no sólo el barrio ha cambiado, sino también su gente. Estos actores remarcan su larga residencia en el barrio como un factor de prestigio. Paralelamente, el Abasto del presente del que buscan distanciarse para preservar sus identidades, es sentido como algo extraño y ajeno.

"Hace 40 años que vivo en el barrio, y éste para las clases populares, es el mejor barrio del mundo.

Yo: Por qué?

F: Y, porque acá empezó Gardel a cantar sus primeras canciones, en estas calles, y Leguisamo cuando venía de ganar una carrera, adónde venía? Al mercado de Abasto. Entonces para la gente de las clases populares este barrio es lo mejor que hay, tiene mucha historia, me entendés? Aunque ahora hay mucha necesidad..."

"Yo trabajé en el mercado durante muchos años... Hay que ver lo que era esto, porque vos pensá que el mercado no es sólo esto (señala la planta baja), hay tres pisos más abajo y dos arriba... Antes ésto era una olla de grillos...Era lindísimo, lindísimo...Hace poco, cuando cerró el mercado, hubo gente que se murió de angustia. Con el cierre falleció mucha gente, muchos ancianos como yo..."

Por otro lado, estos entrevistados se separan de los sectores populares del presente, a quienes no reconocen como "uno de los nuestros", ni siquiera en cuanto a su condición de trabajadores:

"Y después cuando cuando cerraron el mercado se fueron todos para allá, para el mercado central, y quedaron un montón de depósitos vacíos... Y ahí vienen (con gesto despectivo) todos esos delincuentes, ladrones, narcotraficantes y prostitución (sic!) , todo esto, que se instalan a vivir ahí. Y estos no tenían nada que ver con la gente que trabajaba en el mercado, que era OTRO TIPO de gente, nada que ver".

Nuestro entrevistado niega a estos nuevos sectores populares que habitan en el barrio la condición de "vecinos", en tanto no tienen arraigo, como si ellos fuesen los únicos portadores de la "verdadera" herencia y tradición locales. Los ocupantes ilegales constituyen, para estos trabajadores pauperizados, los "otros" de los cuales hay que diferenciarse para construir una identidad propia. Y estos entrevistados puntualizan que la distinción entre ellos y los "otros" reside básicamente en una ética y una moral diferentes:

"Antes era lindísimo, teníamos valores... Eramos pobres, pero de buena cuna, me entendés? Andábamos siempre de traje, a las fiestas tenías que ir con el trajecito, los zapatos, la corbatita, todo bien puesto... Siempre estábamos bien vestidos, no como ahora que no hay valores ... Acá en esta cuadra de Agüero [las casas tomadas frente al mercado] no se puede andar, está llena de delincuentes. Hacen unas fiestas... Se matan entre ellos. A mí me molesta el ruido y me voy a caminar...".

"Esta es gente de mal vivir, no hay caso, gente que tiene la moral deteriorada... De noche no podes andar ni loco! Son una roña, pura basura".

De esta manera el Abasto deja de ser un barrio y "...se transforma en un concepto, una forma de entender la moral y la ética", moral y ética que supuestamente fueron las características de un barrio que existió hace mucho tiempo atrás. Estos ex-trabajadores del mercado, diría Vila, "desplazan la geografía por la historia", ya que, ante la imposibilidad de negar el Abasto "real" que ven todos los días -y del que forman parte- recurren a ciertos símbolos de identidad asociados a la historia barrial, y a una "cultura que ya no existe más".

Es interesante comprobar cómo estos "pobres de la vieja camada" construyen su mecanismo de apropiación de la historia no sólo como parte de un interjuego con otros sectores (los vecinos del barrio, la sociedad global); sino también -y es lo que intentamos resaltar aquí- en relación a un tercer actor: los ocupantes ilegales. Los ex-trabajadores del mercado interponen los mitos del Abasto -uno de sus últimos recursos simbólicos- entre ellos y los habitantes de casas tomadas, una suerte de "sucesores" a los que han de negarles todo reconocimiento, incluyendo la valiosa "herencia" de la historia barrial.

CONCLUSIONES

Los dos casos reseñados dan cuenta de cómo la identidad se construye a partir de la diferencia, involucrando procedimientos de inclusión y exclusión. Esta lucha simbólica por imponer una determinada visión del mundo -que se procesa en la vida cotidiana de estos sectores- está permanentemente en función de la mirada del otro; por lo que adherimos a las palabras de Penna: "la identidad del actor social es el resultado de dos definiciones: la externa y la interna". Por un lado encontramos, pues, las clasificaciones originadas en el "exterior" del grupo, que muestran cómo el grupo es reconocido por los demás (alter-atribución). Por otro lado, está definición se completa con la identidad que "parte" del interior del grupo; las formas en que la identidad es simbólicamente representada por ese mismo grupo (auto-atribución). En los casos analizados procuramos dar cuenta de cómo estas dos direcciones que intervienen en la construcción de identidades sociales, se articulan en forma compleja.

Por último, resulta interesante constatar de qué manera, aun los sectores más desfavorecidos, reconocen a un "otro" peor cotizado que ellos mismos, al que "desplazan" las acusaciones que la sociedad pretendía endilgarles. Esta astucia del desplazamiento permite, en el mismo gesto, rechazar la identidad imputada y legitimar la identidad pretendida, procurando otorgar nuevos contenidos al sistema de clasificación hegemónico. En otras palabras, estos sectores también "juegan", traman estrategias y maniobran identidades, por lo que sus juegos de reconocimiento también actúan sobre las relaciones de poder, reproduciéndolas o transformándolas.

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