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LA ANTROPOLOGÍA ECONÓMICA Y POLíTICA ANTE EL MERCOSUR REFLEXIONES DESDE EL CASO DE LA PROVINCIA DE ENTRE RÍOS

Mauricio Boivin
Ana Rosato
Fernando Alberto Balbi
Cecilia Ayerdi

RESUMEN:

     Se ha diagnosticado la caducidad de los métodos y los enfoques característicos de la antropología social ante la así llamada "globalización". Sin embargo, todos los procesos sociales están enraizados en relaciones sociales localizadas. Esto permite a la antropología social rescatar sus métodos y herramientas conceptuales tradicionales, centrando los análisis de los procesos económicos y políticos "globales" y regionales en sus circunstancias locales, de modo de considerarlos como particulares y locales. Ilustramos esta perspectiva a través del análisis de la situación de la producción primaria de la provincia argentina de Entre Ríos frente al Mercosur y del proceso de integración entre esa provincia y el estado de Río Grande do Sul.

     It has been argued that the traditional methods and perspectives of social anthropology are no longer usefull in times of the so called "globalization". But every social process has its roots in social relations wich are localized. This fact allows social anthropology to rescue its methods and conceptual tools by focusing on the local circunstancies of the "global" and regional pocesses, which can be seen as particular and local. We examine from this point of view the situation of primary production in the argentinian state of Entre Ríos as affected by the Mercosur and the regional process of integration which is taking place between the same state and the brazilian state of Río Grande do Sul.

 

En los últimos años se han escuchado numerosas voces diagnosticando la caducidad de los métodos y los enfoques característicos de la antropología social ante una situación que se describe como de "globalización". Sin embargo, ese diagnóstico parece apresurado. Por un lado, quienes lo hacen no cuestionan la existencia misma del fenómeno que llaman globalización, el cual es tratado como un hecho probado y, a continuación, transformado acríticamente en principio de explicación para dar cuenta de una serie de procesos sociales contemporáneos. Por el otro, el derrumbe masivo de los métodos y enfoques característicos de nuestra disciplina no parece haberse verificado en los hechos: si bien no es posible negar que la antropología social debe generar transformaciones para ser capaz de aprehender ciertos aspectos de los fenómenos sociales de escala territorial amplia y territorialmente descentrados, su adaptación no parece ser tan problemática como se ha afirmado.

     Cierto es que diversos autores (Strathern 1992, 1995: Friedman 1994; Velho 1997; Sahlins 1997) han señalado la complejidad que supone esta tarea. La antropología social se ha desarrollado históricamente ligada al estudio de fenómenos concebidos como pertenecientes a una escala local, lo que genera una serie de problemas conceptuales a la hora de tratar cuestiones que la exceden (Friedman 1994:1 y ss.; Strathern 1995).

     Sin embargo, como ha afirmado recientemente Marilyn Strathern (1995:170), todas las relaciones sociales son locales en el sentido de que están enraizadas en condiciones sociales localizadas. En esta medida, todos los procesos sociales son, sin importar su extensión y su dispersión espacial, locales desde cierto punto de vista. Por otra parte, la atención al detalle de las relaciones sociales siempre ha sido uno de los puntos fuertes de la antropología social. Por esta razón, Strathern (1995:170) considera que una estrategia fértil frente a los fenómenos relacionados con la globalización es la consistente en centrar nuestros análisis en sus circunstancias locales, considerando como particulares y locales a las estructuras burocráticas, las ideologías y -podríamos agregar- los procesos políticos "globales" y regionales.

     Nuestro propio trabajo en los campos tradicionalmente definidos como de la antropología económica y la antropología política nos ha puesto en contacto con diversos procesos del tipo que habitualmente se intenta explicar como efectos de la globalización. En efecto, la provincia mesopotámica de Entre Ríos -donde desarrollamos nuestros trabajos de investigación desde 1986- se ha visto involucrada en los últimos años en el proceso de integración regional que tiene como manifestación más evidente la conformación del Mercosur. Este proceso, en el que la provincia ha sido una parte activa, ha tenido efectos económicos y políticos de importancia. En las próximas páginas intentaremos mostrar que la inserción de la provincia en este proceso cuya escala territorial la excede ampliamente puede, sin embargo, ser objeto de análisis desde una antropología social que reivindica su concentración en el examen de relaciones sociales locales. Comenzaremos con una reseña de nuestros trabajos respecto de la inserción de dos actividades productivas primarias en el proceso de integración para, en el final, referirnos sucintamente al análisis -que acabamos de iniciar- de las relaciones entre los procesos políticos locales y el desarrollo de un proceso de integración entre la provincia y el estado brasileño de Río Grande do Sul.

La producción primaria entrerriana frente al Mercosur: el papel de las relaciones sociales locales

     En los últimos años, las relaciones comerciales entre Argentina y Brasil se han visto marcadas por el proceso de integración dirigido hacia la conformación del Mercosur. Nuestra intención es comparar dos actividades primarias dirigidas al consumo directo (pesca y avicultura) que se llevan a cabo en la provincia de Entre Ríos, atendiendo particularmente a las circunstancias locales que informan las transformaciones que han experimentado a partir del inicio del proceso de integración.

     Una comparación preliminar entre ambas actividades nos permite establecer ciertas similitudes:

     - se trata, en ambos casos, de productos primarios no tradicionales para el caso argentino, cuya demanda por parte del mercado interno estaba estancada.

     - el aumento en el flujo de comercialización se dio en ambos casos de forma paralela a las negociaciones por la consolidación del Mercosur, de tal manera que cuando se liberaron finalmente las barreras arancelarias el vínculo previo solo tuvo que ser  consolidado.

     - el proceso de producción está estructurado a través de una relación entre capital y trabajo donde éste no se encuentra proletarizado.

     Por otra parte, si bien ambos procesos productivos fueron afectados por las nuevas relaciones comerciales establecidas por el Mercosur, el sentido de su incidencia fue diferente en cada caso: la integración con el Brasil supuso un aumento de la demanda en uno y un incremento de la oferta en el otro. De allí, precisamente, el interés que presenta su comparación. [1]

A- El caso de la producción pesquera entrerriana [2]

     El origen del proceso productivo pesquero [3] en el Dpto. de Victoria, Entre Ríos, se remonta a la década del '60 (Balbi 1990). Sus principales características eran, hasta 1991, las siguientes:

     - División del proceso productivo en dos procesos de trabajo: el de captura del pescado, desarrollado por pescadores que conforman pequeñas unidades productivas independientes de carácter doméstico, y el de traslado, que está en manos de los acopiadores (como se los denomina en la zona), comerciantes que se valen de trabajadores asalariados para desarrollar su parte del proceso productivo. Los acopiadores eran los únicos partícipes de la producción pesquera que contaban con los medios técnicos (camiones térmicos, máquinas para picar hielo, etc.), los contactos y la capacidad de gestión necesarios para acceder a los centros de consumo.

     - Relación de intercambio desigual (extracción de plusvalor en forma de productos) entre el pescador y el acopiador: el pescador, que no puede conservar fresco el pescado, se ve forzado a aceptar los precios que impone el acopiador, quien cuenta con el camión térmico y el hielo necesarios para ello. En la pesca, los riesgos son grandes porque se depende de un recurso natural móvil y porque, dado el carácter rudimentario de la tecnología, la productividad depende directamente de la desigual calificación de los pescadores. En este marco, por un lado, el control directo de la captura sólo resulta conveniente cuando es masivo, es decir, cuando involucra un gran número de equipos de pesca, porque ese número reduce las pérdidas ocasionadas por las oscilaciones de la productividad y permite establecer un promedio adecuado en base a las desiguales capacidades de los peones. Sin embargo, esto requiere de una inversión considerable que no está al alcance de todos los acopiadores (Balbi 1991). Por otro lado, los acopiadores encuentran conveniente dejar la captura en manos de productores independientes porque ello les permite transferirles los riesgos y buena parte de los costos a través del control de las condiciones de intercambio.

     Esta situación parecía condenada a revertirse a partir de 1992, cuando -a través de la instalación de nuevas empresas en la zona de captura, las industrias exportadoras- se incrementa notablemente la demanda de pescado fresco desde Brasil, pasando de 1163 tn en 1990 a 4805 tn en 1995.

  Año

1990

1991

1992

1993

1994

1995

Toneladas

1163

1467

1579

3842

3645

4805

Fuente: Comisión de Puertos de Fiscalización, Victoria, E.R.

     La producción pesquera entrerriana no parecía preparada para enfrentar una expansión radical de la demanda: tecnología estancada desde hacia 20 años, baja capacidad de inversión del capital comercial, etc. Sin embargo, los nuevos empresarios pesqueros encontraron en las relaciones sociales de producción vigentes antes de su ingreso al area los instrumentos adecuados para generar un incremento de la producción.

     El mercado interno se caracterizaba por la discontinuidad de la demanda y, en consecuencia, los ciclos productivos eran también discontinuos. Puesto que el mercado externo es estable, el brusco aumento de la demanda pudo ser enfrentado, básicamente, a partir de la introducción de una mayor continuidad en las actividades productivas, en el sentido de un menor y mas regular espaciamiento de los ciclos productivos [4] . En suma, existía una capacidad productiva ociosa que no afectaba al proceso de acumulación del capital pesquero gracias al tipo de relaciones de producción predominante (que dejaba en manos de los pescadores la reproducción de sus unidades domésticas y productivas durante los períodos de caída de la demanda), capacidad que pudo ser aprovechada para abastecer el aumento de la demanda sin introducir nuevas tecnologías y, en principio, sin necesidad de introducir más fuerza de trabajo [5] . Las industrias no necesitaron proletarizar a los pescadores para aumentar la producción y el intercambio desigual, con todas sus ventajas, siguió siendo la forma básica de la relación capital‑trabajo. [6]

     Si bien no se introdujeron nuevas tecnologías, no se proletarizó masivamente a los pescadores ni se intensificó el proceso de trabajo, existieron cambios en la organización de éste que contribuyeron a incrementar la productividad. En la etapa previa, dos restricciones relacionadas con el factor tiempo limitaban la productividad de los pescadores.

     Ambas limitaciones resultan del hecho de que los pescadores eran, en su gran mayoría, habitantes de la ciudad de Victoria, cabecera del Departamento. Antaño, buena parte de los pescadores eran isleños. Sin embargo, las grandes inundaciones de principios de la década pasada dieron lugar a un paulatino despoblamiento de las islas, donde sólo quedaron quienes se desempeñan como puesteros, cuidando del ganado llevado allí para su engorde. En estas condiciones, y visto el hecho de que los mejores sitios de pesca se encuentran en medio del Delta, toda la organización de la producción se vio doblemente condicionada por la necesidad de que los pescadores se trasladaran diariamente a ellos.

     Por un lado, los viajes entre los puntos de desembarco y las zonas de captura eran realizados por los pescadores en botes de escasa capacidad de carga y dotados de motores de poca potencia, insumiéndoles varias horas (variables según los sitios de pesca elegidos por cada uno), horas que se perdían para las actividades productivas propiamente dichas.

Por otro lado, problemas relacionados con la conservación del pescado impedían a los pescadores combinar dos técnicas de pesca diferentes: el lanceado y el calado (Rosato et.al., 1987). En el primero, el pescador arroja la red allí donde detecta un cardumen y, encerrando al pescado entre las aguas bajas de la ribera y el bote, lo atrapa; en el segundo, la red se deja fija, a la espera de que el pescado quede atrapado en ella. Normalmente, los pescadores no podían combinar ambas alternativas por obra de una limitación temporal: el calado implica que el pescado atrapado en la red permanezca vivo hasta que se lo levanta; como esto sucede cerca de la superficie del agua, el pescado queda expuesto al sol, el cual comienza a "pudrirlo por dentro", de manera que es preciso levantarlo antes de que este proceso se inicie. Ahora bien, si un pescador deja calado por la noche, debe hacerlo cerca del punto de descarga a fin de asegurarse de tener un viaje corto que le permita llegar a levantar el pescado antes de que se eche a perder. Esto supone, sin embargo, privarse de pescar en los mejores sitios, generalmente alejados del puerto. Si, en cambio, opta por lancear en los mejores sitios, debe privarse de calar por la noche porque no podría evitar que el pescado se pudriera durante las horas de espera en la red (y, una vez eviscerado, durante las horas dedicadas a lancear y al viaje de regreso). Todo esto resulta del hecho, ya mencionado, de que el pescador carece de los medios técnicos necesarios para conservar el pescado por un lapso prolongado: las técnicas de conservación, en efecto, se limitan a eviscerar y lavar al pescado, colgarlo (en pares) de ramas colocadas transversalmente en el bote y cubrirlo con hojas para protegerlo del sol.

     Evidentemente, pues, estas limitaciones de la productividad se relacionaban con el nivel de la tecnología empleada (botes y medios de conservación). Sin embargo, ellas podían ser superadas sin necesidad de introducir tecnologías más productivas, y la única razón por la que esto no se produjo antes de 1992 fue la de que la demanda no era lo bastante alta como para hacerlo necesario. Analizaremos primero las transformaciones, para luego considerar la forma en que fueron producidas.

     Las dos limitaciones mencionadas aparecen, en principio, como limitaciones temporales: el pescador pierde tiempo de producción porque debe viajar hasta el sitio de pesca, y no puede combinar las técnicas de lanceado y calado porque utilizar una implica no contar con el tiempo necesario para emprender la otra. Sin embargo, de hecho, ambas formas de escasez de tiempo resultan -dadas las relaciones producción y el nivel de desarrollo tecnológico existentes- de la organización espacial de las actividades productivas.

     Contemplemos el tiempo de viaje. Los viajes son inevitables, pero no es imperativo que los pescadores sean quienes se hagan cargo de ellos. Existe otra posibilidad: la de que los pescadores permanezcan en los sitios de pesca dejando el traslado del producto en manos de los barcos de acopio. Ello supone desplazar espacialmente el acto que vincula a las unidades productivas de los pescadores y los acopiadores: la compra-venta del pescado. Tal desplazamiento significaría una reducción del tiempo de trabajo improductivo para los pescadores, quienes podrían disponer de más tiempo para pescar; permitiría, además, que el volumen de pescado transportado en un sólo viaje ascendiera a varios miles de piezas [7] ; finalmente, la permanencia de los pescadores en los sitios de pesca les permitiría calar por la noche y durante las pausas en el trabajo (almuerzo, etc.) sin por ello verse obligados a renunciar a lancear. En suma, si los pescadores se encontraran permanentemente en las islas en lugar de habitar en tierra firme, la productividad aumentaría marcadamente.

Y, en efecto, a partir de 1992 se incrementó la participación ‑de larga data‑ de los barcos de acopio, que antes se limitaban a recorrer la zona de islas comprando pescado a los -cada vez más escasos- isleños. En los últimos años se adoptó un tipo de organización diferente: los pescadores se instalan en grupos en las islas durante varios días, dedicándose exclusivamente a la pesca, mientras que los barcos pasan regularmente a buscar la captura para llevarla a tierra firme.

     La transformación en la organización de las actividades de captura resultó , en suma, de un desplazamiento espacial del acto constitutivo fundamental del proceso productivo: la venta de pescado del pescador independiente al intermediario. Este desigual intercambio, que antes ocurría en el puerto de la ciudad, pasó a producirse en los sitios de pesca. Los intermediarios concentraron y aceleraron el traslado del pescado, permitiendo a los pescadores reducir la proporción de tiempo de trabajo improductivo. Se liberó, de esta forma, una capacidad productiva que antes estaba ociosa por la sencilla razón de que no había provecho alguno en explotarla.

     La consecuencia más notable de este desplazamiento espacial del acto que vincula a las unidades que desarrollan las diferentes etapas del proceso productivo pesquero -aparte del incremento de la producción- fue la revalorización del espacio isleño como un lugar donde vivir en forma permanente [8] . El reasentamiento de población, inicialmente precario y limitado a los días hábiles, tendió luego a ser permanente. La consolidación del nuevo sistema garantizaba una demanda de pescado continua en la zona de islas; esto permitió que muchas familias se trasladaran a las islas, donde pueden combinar la pesca y la caza de nutrias y, a la vez, generar un ahorro considerable al producir buena parte de sus alimentos. [9]

     ¿Cómo fueron producidas estas transformaciones?. En primer lugar, a través del aprovechamiento de cierto capital disponible localmente. Los barcos de acopio ya operaban en el área; las empresas exportadoras, simplemente, se asociaron con sus propietarios evitando invertir un capital extra para introducir la nueva forma de organización del trabajo. En segundo lugar, la reorganización se hizo a través de las relaciones de producción vigentes anteriormente, sea porque las nuevas empresas las adoptaron desde un principio, sea porque optaron por no tratar directamente con los pescadores, dejando que los intermediarios locales organizaran el proceso de captura en su beneficio. Esto permitió, además, mantener el sistema de intercambio desigual -como ya vimos-. Hizo posible, asimismo, que las transformaciones no generaran mayores conflictos. Al ser los pescadores productores independientes, la decisión final de aceptar o no las nuevas modalidades está en sus manos. En cambio, si se hubiera generalizado el control directo de la captura por parte de las industrias, los pescadores proletarizados se hubiesen visto forzados a trabajar según las nuevas condiciones más aptas para el capital, lo que hubiese supuesto un potencial de conflictos mucho mayor. Por otro lado, las relaciones capital/trabajo en la pesca están fuertemente personalizadas, fundamentalmente a través de la participación de los intermediarios locales (los acopiadores locales, la  cooperativa de pescadores, y los propietarios de barcos de acopio) que se hacen cargo del trato cara a cara con los pescadores (Balbi 1995). Estas relaciones involucran intercambios de favores recíprocos, lazos de parentesco y de amistad y vecindad, siendo a través de ellas que las actividades de los pescadores son controladas y organizadas según las necesidades de los acopiadores que controlan el mercado interno y, en los últimos años, de las empresas exportadoras. Ello permite que las diferencias de intereses sean manejadas y controladas a través de la manipulación de los lazos personales, lo que mantiene bajo el nivel de conflictos.

     Finalmente, la reorganización de la captura se produjo velozmente porque el patrón adoptado en modo alguno constituía una novedad para los pescadores y los intermediarios. En efecto, la forma en que se respondió a un aumento permanente del nivel de demanda fue la misma que se empleaba antes de 1992 para responder a sus aumentos coyunturales. El consumo interno de pescado tiene su pico durante el período que abarca la Cuaresma y la Semana Santa, cuando la demanda se acelera y los acopiadores compiten por el pescado ofreciendo precios superiores a los habituales. Entonces, hasta 1992, era común que pescadores e intermediarios adoptaran una serie de prácticas dirigidas a implementar la capacidad productiva ociosa durante el resto del año (Balbi 1994). Estas incluían pescar los siete días de la semana y, fundamentalmente, la instalación de los pescadores en islas para lancear y calar sin interrupciones, entregando su producción a los barcos. En este sentido, de hecho, es importante advertir que la reorganización espacial del proceso de captura no fue tanto una iniciativa de las industrias como una respuesta al incremento de la demanda por parte de los actores locales -pescadores e intermediarios-, quienes reorganizaron sus actividades productivas de manera de liberar una capacidad productiva hasta entonces ociosa. Esto fue particularmente visible en el hecho de que muchos pescadores decidieran, una vez asentado el sistema, trasladar a sus familias a las islas. Si los frigoríficos no ejercieron desde el primer momento un control directo de las actividades de captura del pescado -si no invirtieron en botes, redes y salarios para formar equipos de pesca propios- fue, en última instancia, porque encontraron a nivel local determinadas condiciones que hicieron que ello no fuera necesario ni conveniente.

B- El caso de la actividad avícola entrerriana [10]

     La actividad avícola en la provincia de Entre Ríos estuvo, en sus orígenes, en manos de productores independientes: los granjeros, quienes producían y vendían el producto directamente al mercado local. A partir de la década del '60, con la introducción de importantes cambios tecnológicos, se da un complejo proceso (Rosato 1995) que culmina, hacia fines de la década del '70 y comienzos de la del '80, en el sistema de contrato entre empresas avícolas y galponeros actualmente en vigencia. Sus principales características se resumen a continuación:

     - Integración: el galponero, propietario de las instalaciones donde se lleva a cabo el engorde del pollo, está adscripto contractualmente al servicio de una empresa frigorífica que le suministra los insumos básicos para llevar adelante el engorde y cuidado de los pollos y le estipula un tiempo de crianza al final del cual le paga por el servicio [11] . Los insumos (pollitos BB, alimentos balanceados, etc.) que la empresa entrega en forma de paquete son la base de su control "tecnológico" y de la dependencia del productor [12] . A este tipo de relación se la conoce como integración.

     - Precio: la relación entre instalaciones, insumos y trabajo queda objetivada en el precio que se paga por pollo, mismo que representa la retribución que el productor recibe por el trabajo realizado y por el uso que hace la empresa de las instalaciones. El precio se establece según la conversión y la mortandad. Ambas variables surgen de una relación entre peso/alimento utilizado, entre Kg. totales de pollo terminado entregados por el productor y Kg. totales de balanceado entregados por la empresa. Todas las cantidades que intervienen en estos cálculos son establecidas por las empresas.

     - Preferencia por las granjas domésticas: las empresas se vinculan a través del contrato con dos tipos de unidades productivas. Estas incluyen a las conformadas por capitalistas propietarios de las instalaciones y por peones asalariados a cargo del trabajo, y a las conformadas por pequeños productores dueños de las instalaciones que aportan tanto su trabajo y el de los miembros de sus unidades domésticas como su propio capital. Históricamente, las empresas han tenido una preferencia por proveerse en granjas domésticas [13] , en la medida en que ‑tal como hemos visto en el caso de la producción pesquera‑ el intercambio desigual les permite transferirles costos y riesgos.

     Cuando en 1992/93 se introdujo en el mercado local la oferta proveniente del Brasil [14] a precios altamente competitivos, la antigua preferencia de la empresas por abastecerse de pollos provenientes de unidades domésticas a través del sistema de contrato pareció contraproducente. Las empresas entrerrianas necesitaban refuncionalizar no sólo los procesos que controlaban directamente sino también el proceso productivo que controlaban indirectamente, intentando lograr al mismo tiempo cantidad y calidad en el producto final. Para ello hubiera sido necesario adaptar las unidades productivas encargadas de la crianza, pero al no tener un control directo de ellas el proceso de refuncionalización había de ser, inevitablemente, lento.

     Ante esta situación, las empresas parecían encontrarse frente a la necesidad de transformar sus relaciones con los galponeros en relaciones formales de manera de poder introducir más rápidamente los cambios técnicos necesarios para lograr una mayor productividad y abaratar los costos. Sin embargo, lejos de modificar la relación de producción en este sentido, se acentúo el aprovisionamiento de los pequeños productores por parte de las  empresas, manteniendo con ellos las mismas relaciones vigentes hasta entonces. La estrategia que se adoptó fue, justamente, la de hacer que los pequeños productores asumieran los costos que suponía la adaptación a las nuevas condiciones. Las empresas intensificaron entonces el uso ‑que siempre habían hecho‑ de una cláusula existente en el contrato: la que establece los arreglos respecto del tiempo de producción.

     El pago del trabajo se realiza al final de la crianza cuando el pollo alcanza el peso adecuado y es retirado por la empresa [15] . A ello se agrega un tiempo de reposición o de espera -aquél que transcurre entre una crianza y la otra y que el productor emplea para poner en condiciones el galpón-. Si los tiempos técnicos se cumplieran, ello le permitiría al productor mantener una continuidad de trabajo y de ingreso total anual: en la práctica, sin embargo, las empresas siempre han manejado estos plazos de acuerdo a sus propios tiempos de producción industrial y, principalmente, de mercado. Con la entrada del producto brasileño al mercado nacional, las empresas, sencillamente, profundizaron este manejo. [16]   Esto tiene varios efectos negativos desde el punto de vista de los intereses del galponero:

     - se reduce el número de crianzas al año.

     - durante los tiempos suplementarios de crianza y de espera el productor realiza un trabajo que no le será pagado.

     - la prolongación del tiempo de crianza altera la conversión alimentos/engorde en perjuicio del galponero, porque los alimentos consumidos durante ese período extra no conducen a un mayor engorde de los pollos, y porque aumenta el riesgo de mortandad. [17]

     En suma, el mantenimiento de las relaciones sociales de producción que caracterizan a la avicultura desde la puesta en vigencia del sistema de contrato, permitió a las empresas sobrevivir a la crisis sin asumir costos que inevitablemente hubieran debido solventar en caso de optar por la imposición de un sistema basado en el asalaramiento de los galponeros. Cabe preguntarse si las empresas hubieran sido capaces de superar la crisis de haber tenido como único recurso el de asumir el control directo de todas las unidades productivas y refuncionalizarlas a través de la incorporación de tecnologías más productivas, lo que hubiese supuesto, además de la absorción del costo de la nueva tecnología, la adquisición de instalaciones y tierras, y el asalaramiento de toda la fuerza de trabajo.

C- Conclusiones: relaciones sociales, etnografía y comparación.

     Hoy en día se insiste en que la competitividad depende de la modernización de las formas de organización del trabajo y la utilización de tecnología de punta. Sin embargo, los dos casos analizados muestran que, al menos en las actividades primarias, la competitividad puede resultar del mero mantenimiento de formas de organización de la producción que no coinciden con aquellas que habitualmente se consideran características del proceso de acumulación del capital a escala mundial en general y, menos aún, de su fase "globalizada" de desarrollo actual. [18] Ahora bien, lo que nos ha permitido apreciar este hecho es la atención brindada a las condiciones sociales de las dos actividades primarias analizadas, a los entramados de relaciones sociales que constituyen sus fundamentos. Y, a su vez, en la medida en que nos centramos en las relaciones sociales locales hemos rescatado una serie de preocupaciones conceptuales que tienen una larga historia en la antropología económica: el problema del rol de los grupos domésticos en la organización de la producción, la dependencia de las actividades económicas en relación con complejos entramados de relaciones sociales, etc. Asimismo, al centrarnos en las relaciones sociales que constituyen las condiciones locales de los procesos analizados, hemos podido servirnos del acerbo metodológico fundamental de la disciplina: el método etnográfico, que prioriza las técnicas de observación participante y de entrevista abierta para la recolección de información y recurre a la comparación para construir sus análisis. [19]

El proceso de integración entrerriano-riograndense: representaciones sociales y procesos políticos locales

     La misma perspectiva que hemos sostenido para el análisis de ciertas derivaciones económicas del proceso de integración es aplicable al examen de sus facetas políticas. En este sentido, nos encontramos actualmente abocados al análisis de un proceso de integración en curso entre la provincia de Entre Ríos y el estado de Río Grande do Sul.

     Este proceso comienza antes de entrar en vigencia los tratados fundantes del Mercosur y se inscribe en el marco de una iniciativa más amplia emprendida en 1988 por las provincias de litoral argentino y los estados del sur de Brasil con el objeto de lograr una "integración regional". Hacia 1994, la provincia de Entre Ríos se propone hegemonizar dicho proceso, comenzando con el envío de una comitiva de empresarios, productores y funcionarios a la ciudad de Porto Alegre para establecer contactos institucionales y comerciales con el estado de Río Grande do Sul.

     Como resultado de esta iniciativa, se realiza en agosto de ese año el Primer Encuentro Entrerriano-Riograndense entre funcionarios, profesionales, productores y empresarios de ambos estados. Un mes más tarde, la provincia argentina inaugura la Casa de Entre Ríos en Porto Alegre, estableciendo una base permanente para la promoción de la integración. A los Encuentros anuales se suman una serie de eventos artísticos y culturales y -a partir de 1995- una Reunión de Municipios del Mercosur, con representantes del sur del Brasil, Uruguay y las provincias argentinas de Corrientes, Santa Fe y Entre Ríos. El último de estos eventos -Encuentros y Reuniones se desarrollan de manera simultanea- se desarrolló en agosto de 1997 en  la ciudad de Colón (E.R.), reuniendo 1500 participantes.

     Nos encontramos, así, con un proceso de construcción de lazos políticos, institucionales, económicos y culturales entre ambos estados. El proceso es producto de una iniciativa política de sectores del oficialismo entrerriano que organizan tanto la delegación político-empresarial que inicia los contactos en 1994 como el primer Encuentro. Desde ese momento, la relación entre el proceso de integración y la política entrerriana es estrecha. En efecto, ella no afecta por igual a todos los sectores económicos y actores sociales: ya hemos visto los efectos diferenciales de la integración económica sobre el sector primario; igualmente, existen intereses diversos frente a la integración por parte del gobierno, los partidos políticos de oposición, los diversos profesionales liberales, trabajadores estatales, sindicatos, etc. Así las cosas, la integración con Río Grande do Sul pasa inevitablemente a ser un factor en los procesos políticos locales en los niveles provincial, departamental y municipal.

     La diversidad de intereses de cara al proceso efectivo de construcción de lazos con el estado brasileño se refleja en las múltiples concepciones de la integración que sostienen los actores. Esto es: si bien desde el primer momento todos los sectores involucrados se refieren al mismo como a un "proceso de integración regional" (empleando una terminología vinculada al Mercosur, el NAFTA, etc.), sus concepciones respecto de cómo es y de cómo debería ser esa "integración" son extremadamente diversas. En este sentido, los múltiples discursos (en un sentido lato del término) sobre la integración constituyen un conjunto de representaciones sociales (Durkheim 1951, 1992): las diversas concepciones del proceso de integración son otras tantas formas de exposición simbólica (Leach 1977:36) del proceso efectivo de construcción de lazos entre ambos estados, los modos en que los actores involucrados en dicho proceso expresan sus concepciones del mismo y toman posición ante él.

     Recapitulando, encontramos en todo este fenómeno tres elementos centrales interrelacionados de manera compleja. El objeto de nuestro proyecto es, precisamente, analizar las relaciones entre esos elementos, a saber: (a) el proceso de construcción de lazos políticos, institucionales, económicos y culturales entre los dos estados, (b) las representaciones sociales de dicho proceso que se presentan predominantemente en términos de la noción de "integración", y (c) los procesos políticos locales que constituyen la fuerza motriz de las políticas tendientes a la integración y que se ven condicionados por ella.

     Ahora bien, este problema está definido en términos de los enfoques y métodos característicos de la antropología social, tal como lo revelan la atención prioritaria a la perspectiva de los actores y a los procesos de escala local. Es así que de acuerdo con nuestra definición del problema a investigar habremos de ocuparnos, por un lado, de numerosas cuestiones típicas de la antropología política en particular y de la antropología social en general: procesos políticos locales, representaciones sociales de procesos y relaciones sociales, eventos formales (tales como los Encuentros y las Reuniones) que operan como instancias ritualizadas de expresión y manejo de los conflictos referidos a las representaciones sociales, etc. Y, por el otro, lo haremos valiéndonos de una perspectiva etnográfica, priorizando la observación participante y las entrevistas abiertas -¿de qué otra forma podríamos analizar los "rituales" de la integración y detectar en toda su diversidad las múltiples formas en que los actores la conciben?- y valiéndonos del método comparativo como base de nuestro análisis -contrastando diversas representaciones sociales, eventos "ritualizados" y procesos políticos-.

     En definitiva, no dudamos que los procesos sociales de escala regional -y aún de mayores escalas- pueden ser analizados adecuadamente desde los métodos y los recursos conceptuales que caracterizan a la antropología social. Particularmente, creemos necesario reivindicar la vigencia de la perspectiva etnográfica, entendiendo por etnografía a una forma de análisis que da por supuesta la diversidad de lo real y trata de aprehenderla (Balbi 1997), obteniendo sus materiales a través de la exposición directa del investigador a la alteridad concebida y analizada desde un punto de vista comparativo.

BIBLIOGRAFíA

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     Mauricio Boivin: Master en Antropología Social (London School of Economics). Profesor Regular Asociado, Dpto. de Cs. Antropológicas, FFyL-UBA. Profesor Titular Interino, Carrera de Cs. de la Comunicación, FCS-UBA. Ha dirigido proyectos de investigación sobre producción pesquera, cooperativismo, programas de desarrollo rural y efectos de la inundación de 1982-83 en el Delta entrerriano.

     Ana Rosato: Lic. en Cs. Antropológicas (UBA) y Master en Sociología (Flacso). Investigadora Asistente, Conicet. Profesora Regular Adjunta, Carrera de Cs. de la Comunicación, FCS-UBA. Profesora Regular Asociada, Carrera de Trabajo Social, FTS-UNER. Ha desarrollado investigaciones sobre producción pesquera, caza comercial, cooperativismo, producción avícola, programas de desarrollo rural y efectos de la inundación de 1982-83 en el Delta entrerriano.

     Fernando Alberto Balbi: Lic. en Cs. Antropológicas (UBA); candidato a Master en Antropología Social (UNaM). Becario de investigación, Programa UBACyT, categoría: perfeccionamiento. Jefe de Trabajos Prácticos regular, Dpto. Cs. Antropológicas, FFyL-UBA. Ha desarrollado investigaciones sobre producción pesquera, cooperativismo, programas de desarrollo rural y efectos de la inundación de 1982-83 en el Delta entrerriano.

     Cecilia Ayerdi: Lic. en Cs. Antropológicas (UBA). Jefa de Trabajos Prácticos, Carrera de Cs. de la Comunicación, FCS-UBA. Ha desarrollado investigaciones sobre producción pesquera, cooperativismo y programas de desarrollo rural en la provincia de Entre Ríos, especializándose particularmente en el rol de los grupos domésticos en la organización de la producción.

Dirección postal:  Instituto de Ciencias Antropológicas - Sección Antropología Social; Fac. de Filosofía y Letras - Universidad de Buenos Aires. Puán 470, piso 4, oficina 401. (1406) Capital Federal, Rep. Argentina.

E-mail: mboivin@teletel.com.ar.

 

NOTAS

 

[1] . Hemos expuesto una versión más detallada de este análisis en: Boivin, Rosato y Balbi 1996.

[2] . Nuestras investigaciones sobre la producción pesquera entrerriana se han desarrollado entre 1986 y la actualidad con financiación del Programa UBACyT y del Conicet.

[3] . Entendido en el sentido de todas las actividades necesarias para que el pescado fresco llegue a los consumidores, sean estos finales o industriales. El mercado interno para la producción pesquera de la zona se concentra fundamentalmente en el NOA y la provincia de Misiones (Balbi 1990). La especie de mayor importancia económica es el sábalo (prochilodus platensis). Para información respecto del recurso véase Boivin 1991.

[4] . Hasta 1992, la cantidad de días de trabajo por semana variaba entre dos y siete en distintos momentos del año. En la actualidad, los pescadores trabajan aproximadamente un promedio de cinco días por semana durante todo el año (Boivin, Rosato y Balbi 1996).

[5] . Por otra parte, en la medida en que trabajan más días por año, muchos pescadores han logrado cierta acumulación a pesar de que la desigualdad en las condiciones de intercambio no ha desaparecido. Esta acumulación ha permitido a algunos de ellos adquirir herramientas y  contratar peones, lo que ha supuesto una cierta incorporación de fuerza de trabajo a la actividad. Sin embargo, se trata de un fenómeno limitado que, sin lugar a dudas, no es una condición necesaria de la adaptación de la producción pesquera a la actual coyuntura del mercado.

[6] . Parece sensato afirmar que de no haber contado con esta posibilidad, las industrias no hubieran sido capaces de satisfacer la demanda brasileña porque la baja composición orgánica de sus capitales no les hubiese permitido ampliar substancialmente la productividad en base a la proletarización de toda la fuerza de trabajo que opera en la captura y/o a la incorporación de nuevas tecnologías más productivas.

[7] . Los botes empleados por los pescadores sólo pueden transportar algunos cientos de sábalos, mientras que las lanchas de acopio lo hacen de a miles.

[8] . Hemos analizado las variaciones históricas del asentamiento humano en el área de islas del Dpto. entrerriano de Victoria en el marco de una investigación interdisciplinaria -en la que participan biólogos, edafólogos y climatólogos- referida a los efectos de la inundación de 1982-83 sobre dicha zona. La financiación de este estudio corresponde al Programa de Medioabiente UBACyT 1996-97. Cfr.: Boivin, Rosato y Balbi 1997.

[9] .  Esto generó, a su vez, una mayor presencia de las instituciones estatales en ellas: por ejemplo, se produjo la reapertura de una escuela que había dejado de funcionar a fines de la década pasada y se inauguró una escuela flotante.

[10] . Los datos correspondientes a la producción avícola provienen de una investigación realizada en 1995 por la Lic. Ana Rosato para la Secretaría de Asuntos Agrarios - Gobierno de la Provincia de Entre Ríos (SAA-ER).

[11] . Según los datos de que dispone la Subsecretaria de Asuntos Agrarios de la Provincia,  en 1984 había 1510 productores avícolas, de los cuales 1240 estaban integrados a los frigoríficos (82,12%), 150 eran subintegrados (9,93%), y 120 eran independientes (7,95%). En 1994, sobre un total de 2500 productores (un 46% más que 10 años antes) se calcula que existen 2300 integrados (92%).

[12] . Con este arreglo, el productor pierde parte de su autonomía tecnológica al tiempo que disminuye su riesgo de producción, el que es asumido parcialmente por la empresa.

[13] . En el Informe Preliminar de Reconversión Avícola (SAA‑ER), se concluye que las granjas con menos de 10.000 pollos "representan el 41% del total de las granjas integradas, que generan el 21% de la producción de aves vivas, y que tienen un reducido tamaño, de alrededor de 6.000 pollos por crianza" en promedio.

[14] . En ese entonces, la industria avícola entrerriana abastecía al 40% del mercado nacional, proveyendo un total de 94.311 cabezas (SAA, ER). Las empresas entrerrianas demandaron la participación del Estado para proteger la industria nacional frente a la externa, lo que derivó en el establecimiento de cupos para la entrada del producto brasileño, condicionados, sin embargo, a la reducción de costos y la adecuación del precio final al precio internacional por parte de las empresas nacionales.

[15] . Técnicamente, esto ocurre en 55 a 60 días.

[16] . Las empresas también prolongan el tiempo de pago -aquél que media desde que le retira al productor la crianza hasta que se la abona- entre 15 y 90 días.

[17] . El tiempo de espera técnicamente necesario varía de acuerdo a la capacidad del galpón y la capacidad técnica del productor, entre dos y siete días. Así, si el pollo fuera retirado por la empresa una vez alcanzado el peso adecuado, en 50-60 días, y  si la empresa le entregara la nueva crianza a los 7 días (tiempo que le permite al productor realizar los trabajos necesarios para preparar las instalaciones), cada ciclo insumiría un máximo de 67 días y el productor podría llegar a realizar casi 6 crianzas por año. En el Informe Preliminar de Reconversión Avícola (SAA‑ER) se menciona que el 41% del total de granjas integradas produce 6000 pollos promedio por crianza a un precio promedio por pollo de U$S 0,27 de tal manera que ese productor promedio recibiría U$S 1620.00 por crianza. Si tomamos el tiempo técnico de 70 días por crianza (el informe calcula sus aproximaciones sobre esta base) el productor medio  recibiría un ingreso anual de U$S 8440.20 (U$S 700 mensuales). Si, en cambio, se cumple el tiempo establecido usualmente en los contratos, de 90 días, ese mismo productor pasa a recibir U$S 6577.20 al año (U$S 548.10 mensuales), de manera que su ingreso se reduce en un 22%. Además, hemos encontrado casos en los cuales el productor ha tenido que esperar 15 o 20 días más para que le retiren el producto (hasta un total de 90 días).

[18] .  Los límites de esta posibilidad, sin embargo, parecen variar según las características de cada actividad productiva y de cada mercado: la actual crisis de la producción avícola entrerriana revela que la utilización de las antiguas relaciones de producción no permitió a la empresas superar los efectos negativos de la introducción de la oferta brasileña sino, tan sólo, posponerlos por algunos años.

[19] . Si bien no nos es posible extendernos aquí sobre este particular, creemos que el breve resumen de nuestros trabajos trasluce claramente tanto el tipo de información empleada -y, en consecuencia, el carácter etnográfico de nuestra indagación- como la naturaleza comparativa del análisis.


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