The Ecological Indian. Myth and History.
de Krech III, Shepard.
Nueva York, W.W. Norton, 1999, 318 p.
Reseñado por:
Dra Margarita Gascón
Instituto de Ciencias Humanas, Sociales y Ambientales
CRICYT- CONICET - Mendoza
gascon@lab.cricyt.edu.ar
Cada vez que se publica un trabajo de revisión crítica sobre percepciones distorsionadas, clichés y mitos, que no por equívocos son infrecuentes, quienes trabajamos en el campo de las ciencias humanas y sociales debemos celebrarlo. El libro del profesor Shepard Krech pertenece a ese tipo contribuciones que sirven tanto a antropólogos como a historiadores y a sociólogos. Ecólogos, ambientalistas y comunicadores sociales se benefician en la misma medida de sus conclusiones. Más aun, The Ecological Indian está destinado a un público mayor que sienta interés por temas relacionados con los nativos y con sus formas presentes y pasadas de manejar los recursos naturales.
¿Son las sociedades indígenas un ejemplo de manejo adecuado de los recursos naturales? ¿Era su filosofía sobre la naturaleza lo que permitía una explotación más "racional" de los bosques y praderas? ¿O los indios eran depredadores, igual que nosotros, aunque su menor número generó menos impacto negativo en sus ambientes naturales? Estas son las preguntas que han guiado la abarcativa investigación del Dr. Krech, quien ejerce como profesor de antropología en la Brown University (Providence, Rhode Island). Krech es un amplio conocedor de la evolución de las formas de explotación de los recursos naturales por parte de diferentes nativos de Estados Unidos y Canadá. En efecto, casi 80 páginas del libro están destinadas a citas ampliatorias de la información del texto, testimoniando así la sólida investigación que fundamenta cada capítulo. Esta bibliografía y sus comentarios son, además, auxiliares valiosos que permitirán a investigadores locales acceder a un cuerpo bibliográfico actualizado.
El enfoque diacrónico responde al subtítulo de "Mito e Historia" con lo cual el Dr. Krech evita congelar a las comunidades nativas en tiempos remotos, más bien idealizados. Por el contrario, el autor muestra los cambios en las utilización de los bosques y de sus animales en momentos tan diferentes como fueron los tiempos precolombinos, la irrupción de los europeos y los ciclos de los mercados en Europa, desde el siglo XVII al XIX. Finalmente, las tensiones de las actuales negociaciones, sumamente sensibles y polémicas, que discuten los usos de las reservas indígenas en casos del paso a través de ellas de camiones con contaminantes o en casos de permisos para depositar residuos peligrosos. A partir de esta concepción que entiende la relación sociedad-ambiente como cambiante, dinámica e histórica, Krech clarifica en qué consiste la historia y el mito del "indio ecológico".
La dicotomía del "noble" o del "bárbaro salvaje" acompaña la tradición occidental desde hace siglos, posiblemente con contornos más explícitos en las obras de Michel de Montaigne y de Jean-Jacques Rousseau. Pero desde la década de los 1970s, Estados Unidos y Canadá han construido una aureola de santidad ecológica en los nativos. Desparramada por la industria del cine en los taquilleros "Danza con Lobos" y "Pocahontas" aparece la imagen de armonía entre los nativos y la naturaleza; imagen que, aunque bastante emotiva, es equívoca. Peor aun, esta imagen coloca a los indígenas en el mismo estadio que a los animales, y por lo tanto, les saca la autoría consciente de los cambios que han producido en sus ambientes por medio de su cultura.
La rica industria vincuada con el New Age ha hecho su aporte. A raíz de la imagen que asocia bienestar con armonía con la naturaleza, manufactura utopías escandalosas que reditúan en mayor facturación a través de libros, música y turismo a determinados sitios. Hace un par de años, las antropólogas biológicas Christy y Jacqueline Turner saltaron a la fama por su voluminoso libro (Man Corn, Utah, 1999), pero el motivo de la fama se debió a los disgustos nacidos de sus conclusiones sobre el canibalismo entre los Anazasi. Semejante conclusión contradecía la supuesta armonía cósmica de los Anazasi, de la cual los los adeptos al New Age decían que eran sus herederos. Durante la Convergencia Armónica de 1987, se reunieron a cantar y a orar tomados de las manos en el Cañón del Chaco. Enterarse de que sus ancestros seguían ritos brutales de canibalismo ritual era una pésima noticia, irrefutable, además, ya que la formulaba una experta como Christy Turner, quien a su experiencia como arqueóloga, sumaba su cargo de consultora forense. Al ser entrevistada, señaló que algunos de los restos óseos de los 76 sitios excavados en la región del Cañón del Chaco le recordaban los asesinatos más tenebrosos por los que había sido consultada por el departamento forense de la policía.
El argumento de Shepard Krech comienza revisando la variedad de factores que han producido la extinción de especies en el Pleistoceno y las dificultades en la determinación de procesos tales como la desaparición de los Hohokam, indios del sudoeste de Estados Unidos. El factor demográfico muestra su decisiva fuerza a la hora de explicar la relación de una sociedad con la velocidad en la explotación y consumo de los recursos, aunque advierte que en la actualidad nuestro impacto sobre los recursos es complicado. Esto se debe a la abundancia, a los efectos de los cambios climáticos y ambientales, a las intenciones económicas, a los recursos tecnológicos, a la domesticación y manipulación genética de las especies, a la relaciones de producción y la economía política junto con las presiones e interdependencias globales. Sin embargo, para el siglo XVI, y sobre todo para el siglo XVII, el autor analiza especialmente el efecto de las epidemias traídas por los europeos. Retomando las estimaciones de los trabajos pioneros de la denominada Escuela de Berkeley de demografía histórica, Krech también concluye en que en América del Norte, entre 1539 y 1640, la caída demográfica por plagas a las que los nativos carecían de inmunidad fue de entre un 60 ó 70%. Esta catástrofe demográfica fue el primer impacto de la presencia europea en esta sección del continente.
En los siguientes capítulos analiza el uso del fuego en bosques y praderas, la caza del búfalo y del ciervo, y finalmente, el aprovechamiento de la piel de los castores. Con respecto al fuego, los nativos lo han usado tradicionalmente para numerosas acciones. Algunos usos se relacionan con su subsistencia, especialmente para ampliar tierras de cultivo, pero también para favorecer el crecimiento de pastos y atraer así más animales o para facilitar la recolección de ciertos bulbos y frutos. Otros comportamientos se refieren al uso del fuego en la defensa contra animales e insectos, para detener la agresión en guerras tribales, y para rodear animales y conducirlos a sitios donde fuese más fácil cazarlos. Por último, el fuego posibilitaba la comunicación y facilitaba los viajes a través de zonas densamente arboladas. La pregunta sobre si estos fuegos intencionales se relacionan con lo que llamaríamos actualmente un uso apropiado del fuego en bosques y praderas no tiene una respuesta unívoca. A veces el fuego no podía ser controlado por un cambio en la dirección de los vientos o porque el atraso en las lluvias ponía a arder enormes extensiones de bosques y praderas. Que los incendios forestales causados por rayos han demostrado formar parte del proceso de regeneración de los bosques, es una verdad comprobada. Pero de ahí a afirmar que los incendios provocados por los nativos sean asimilables a los incendios naturales, hay diferencia, ya que lo provocado por el hombre, tanto hoy como ayer, no puede entrar jamás en la categoría de "natural", de ninguna manera.
Con respecto a los búfalos, su matanza muestra dos concepciones que se interrelacionan: 1- varias tribus nativas compartían la creencia de que su abundancia era ilimitada porque se reproducían permanentemente en el mundo subterráneo, o salían de un lago, de acuerdo con los indios de Canadá; y 2- su matanza nunca podía ser excesiva o poner en riesgo la supervivencia de las manadas, aun si se aprovechasen solamente algunas pocas partes del animal. La proverbial abundancia y su aprovechamiento permitió que los búfalos y bisontes fuesen calificados por los colonizadores como las "tiendas de ramos generales" de las tribus ya que más de cien elementos de la cultura material de los nativos de las praderas provenían de estos animales. Esto explica la prioridad que los norteamericanos dieron al tema de su exterminación como forma de obligar a los indios a aceptar o bien ser reducidos, o bien morir de hambre. En 1884 se declaró la extinción de las manadas de búfalos que, cien años antes, según el relato de un agente de The Hudson Bay Co. formaban una masa tan compacta que tardó 10 días en salir de ella y que no le dejaban ver el suelo en leguas a la redonda por su abundancia.
Un poco menos dramático es el caso de los ciervos y venados. Acá la presencia de los europeos es nuevamente el elemento central ya que las pieles eran valiosas comercialmente. Entre 1690 y 1700 se exportaron unas 85.000 pieles desde Charleston y Virginia hacia Europa, llegando a 500.000 a mediados del siglo XVIII. Varios nativos como los cherokee creían que la abundancia era ilimitada debido a la reanimación o reencarnación del animal muerto, siempre y cuando se mantuviesen ciertos ritos. De este modo, su única preocupación era mantener esos cuidados simbólicos para que el próximo año el mismo número de animales estuviese disponible para su caza.
La reposición de búfalos, bisontes, ciervos y venados fue posible desde finales del siglo XIX a través de políticas activas de protección en áreas de reservas. Con los castores, la historia sigue un devenir semejante: los europeos impulsaron una cacería intensa para el aprovechamiento de las pieles, lo cual fue favorecido por la creencia de los nativos de que los animales se reencarnaban cuando los huesos eran arrojados nuevamente al agua, jamás debían ser comidos por perros, y jamás se debía hablar mal de los castores. Semejantes creencias impedían medir las consecuencias fatales de las cacerías, hasta que el número de castores decreció rápidamente y esto llevó, a su vez, a formular políticas de reposición gracias a lobbys conservacionistas. Todos los casos anteriores ejemplifican que nuestras definiciones y creencias sobre la naturaleza y los recursos tienen una influencia decisiva en las formas de aprovechamiento. Es claro que exagerar la abundancia y poder de reposición de las piezas conducía a ponerlas al borde del exterminio, del que se salvaron, precisamente, por oportunas acciones de conservación, no siempre encaradas por los nativos.
Más recientemente, varios descendientes de indígenas protegen los recursos porque saben exactamente el costo final de perderlos. Pero esto no significa que deban permanecer "pobres pero conservaditos". La relación con el aprovechamiento de los recursos naturales, sea porque convenga conservarlos o porque convenga explotarlos, es una relación atravesada de contradicciones, y que lleva a la toma de decisiones que, sin duda, no dejan feliz a todas las partes. El profesor Krech describe ejemplos de todo tipo: tribus aceptando ideas pro-desarrollo, y por lo tanto permitiendo la explotación de recursos mineros en sus reservas, y otros ejemplos de luchas en favor de la conservación, como los Cree en Canadá frente a los proyectos hidroeléctricos de Hydro-Quebec que inundan enormes extensiones de bosques. Krech no lo menciona, pero Hydro-Quebec, mientras tanto, compró enormes extensiones de bosques naturales en América Central para, según su propaganda, "proteger" a los bosques naturales de la depredación humana. Igual de interesantes son casos poco conocidos por nosotros que permiten cambiar la perspectiva hacia la complejidad actual de las relaciones entre sociedad y ambiente. Alegando necesidades de alimentación, en 1997 los makah consiguieron un permiso para cazar ballenas declaradas en extinción en esa zona, pero algunos organismos y particulares demostraron que el argumento era falaz. La Sociedad Protectora de Animales, entonces, amenazó con llevar a los makah a juicio y otra ONG les aseguró que se interpondría entre sus arpones y las ballenas con su enorme buque. Irónicamente, diez años antes, la defensa por los derechos de las ballenas hizo que hasta un rompehielos soviético con la venia de Reagan (quien incluso llamó a la Guardia Nacional de Alaska), y gracias a los lobbys de Greenpeace, rescatase a dos ballenas atrapadas en los hielos. La operación de rescate, seguida con ansiedad por los televidentes, costó un millón de dólares. No faltó quien señalase la contradicción que suponía que, el año anterior, cazadores nativos perdidos en el hielo hubiesen muerto sin que se hubiese intentado su rescate, ni gastado ni un décimo del esfuerzo ni del dinero que el invertido en el rescate de dos ballenas.
Ecological Indian es un libro ilustrativo, bien documentado y claramente escrito. Es de esperar que una traducción lo ponga al alcance de un mayor número de profesionales, estudiantes y público interesado en acceder a información sobre el tema. Quisiera concluir con una pequeña consideración crítica. El enfoque macro-regional adoptado por el Prof. Krech incluye ejemplos de Estados Unidos y Canadá. Sin embargo, este enfoque es abandonado cuando analiza las situaciones de los nativos del sudoeste de Estados Unidos. En este caso, carecemos del enfoque macro-regional que hubiese llevado al autor a incluir porciones del actual México. Un examen de las notas muestra la carencia absoluta de fuentes en español, y no solamente de fuentes primarias importantes como son los informes de misioneros, conquistadores, militares o viajeros, sino también de fuentes secundarias. Tal carencia no desmerece el valor general del libro, cuyos excelentes análisis servirán de inspiración para futuras investigaciones.
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