CONGRESO VIRTUAL 2000

Globalización: un conflicto entre la Libertad y la Tradición

Por Carlos Arboleda González[1]

Primero el suelo nativo que nada; él ha formado con sus elementos nuestro ser; nuestra vida no es otra cosa que la herencia de nuestro pobre país; allí se encuentran los testigos de nuestro nacimiento, los creadores de nuestra existencia y los que nos han dado alma por la educación; los sepulcros de nuestros padres yacen allí y nos reclaman seguridad y reposo; todo nos recuerda un deber, todo excita sentimientos tiernos y memorias deliciosas; allí fue el teatro de nuestra inocencia, de nuestros primeros amores, de nuestras primeras sensaciones y de cuanto nos ha formado.

Simón Bolívar

I.   Una nueva definición de diversidad cultural

Existen términos que han ocupado tanto espacio, engendrado tantas polémicas, gastado tanto papel, que pareciera que están destinados a permanecer en el aire. Así, el amor, la justicia, la libertad, la identidad y la cultura. Respecto al amor no agotamos el tema, ni como poetas, ni como protagonistas; la justicia y la libertad siguen provocando rebeliones, enfrentando bandos y creando sus propios ejércitos de ideólogos; en cuanto a la identidad seguimos asociándola con la tierra, el pensar, el modo de ser, la lengua, la religión, la superstición, la violencia, el arte, en fin, con todos los elementos que caben dentro de ese otro término que todos más o menos hemos definido como cultura.

Lo cierto es que cada día nos sentimos menos libres; abundan los verdugos, amamos menos, y somos, como lo dijera algún autor oriental, unos bárbaros civilizados. Pero es necesario asumir algún derrotero para establecer un destino a esta reflexión sobre la categoría humana relacionada con la multiplicidad de sus manifestaciones y frente al más inmediato problema que figura ya en todos los textos con el nombre de globalización. Casi todos los autores coinciden en asociar la palabra cultura con la palabra diversidad ya que esto posibilita un margen amplio de consideraciones no exclusivo, relativo, y por lo tanto, orgánico; estas son, más o menos, las ideas de Ignacio Abello, Sergio de Zubiría y Silvio Sánchez en su texto Cultura: Teorías y gestión, publicado en julio de 1998, y que reúne lúcidos conceptos de estos tres pensadores contemporáneos colombianos que han trabajado la materia con un público diverso, en todo el país, en diferentes seminarios.

Existe un debate sobre si términos como cultura e identidad pueden aplicarse en ciertos contextos. Por ejemplo, si es lícito hablar de la cultura de la violencia o si podemos definir antropológicamente la identidad de las pandillas, del sicariato, de las autodefensas o de todas las facciones no oficiales. Este asunto corresponde a una parte muy importante del estudio sobre la cultura en su referencia al lenguaje. Ignacio Abello T., en un capítulo del libro reseñado denominado La Cultura como lenguaje, incluye una cita de Nietzsche del libro Consideraciones intempestivas que dice: "La cultura es ante todo la unidad de estilo artístico en todas las manifestaciones vitales de un pueblo. Saber muchas cosas y haber aprendido muchas otras, no son, sin embargo, ni un medio necesario de la cultura ni tampoco una señal de cultura y resultan perfectamente compatibles, si es preciso, con la antítesis de la cultura, con la barbarie, es decir, con la carencia de estilo y con la mezcolanza caótica de todos los estilos"[2]. Porque la época de las definiciones clásicas ha pasado y ahora nos encontramos ante un panorama confuso, enredado intencional y deliberadamente por los mismos tratadistas respecto a los asuntos que nos ocupan desde el comienzo: el amor, la justicia, la libertad, la identidad y la cultura.

II.  Identidad y cultura

Existen muchos puntos de vista respecto al origen del sentido de identidad, como sentido de pertenencia, o como forma de identificarse generalmente como habitante de una región o como miembro de una cultura. En un programa radial de España, con cierto sentido de humor se trataba de conocer algunos de los rasgos característicos de habitantes de variados países. Por ejemplo, para señalar al propio español decían que era un hombre que siempre tenía que estar recostado a un poste o a una pared para poder sostener una charla; que un mexicano requería siempre del tequila para todo tipo de asuntos y que un colombiano era un hombre que siempre tiene que estar oyendo radio o peleando. Aparte del dato jocoso de estas aventuradas definiciones la identidad de un hombre no es fácil establecerla. Tratadistas más serios, con aire de psicólogos, quieren determinar a los hombres por otro tipo de rasgos. Schopenhauer, en su tiempo, decía de los alemanes que eran tragadores de albóndigas y bebedores de cerveza. Albert Camus definía irónicamente a los franceses como fornicadores y lectores de prensa y nosotros, ¿cómo podríamos autocalificarnos? Siempre de múltiples maneras, porque no existe una definición nominal para un hombre, sobre todo por respeto. Porque algunas de las identidades que hemos aceptado, tamizada por chistes de salón y de concurso, son las de ladrones y criminales. Pero esa tampoco es nuestra identidad.

Ignacio Abello en su texto Identidad y diferencia, escribe: “De hecho la calificación de latina para América es relativamente reciente y nunca durante la Conquista, la Colonia o los primeros años de la República se habló de algo distinto de una América española, o de una América independiente y los intentos, por ejemplo de Bolívar, para unir políticamente a los pueblos de América, siempre se realizaron en nombre de un destino común por haber sido dominados por España, y por ser débiles política y económicamente frente a las metrópolis europeas y a los Estados Unidos de Norteamérica”[3]. Más bien, al hablar de identidad tenemos que aclarar que no podemos fundir este concepto con su empleo político, ni confundirlo con sus connotaciones etnográficas y menos ahora con su falso uso por los ideólogos entreguistas del neoliberalismo y del capitalismo salvaje. Porque en este momento sí contamos como bloques de aprovechamiento económico para los cuales se nos reconocen ciertos puntos en común como países bolivarianos o como “El Grupo de los Ocho del Río”. Igual ocurre con la identidad centroamericana que sólo ha importado como punto estratégico por el Canal del Panamá y por ser un foco revolucionario: Nicaragua, Salvador y Guatemala.

Nuestra identidad cultural es popular: nunca hemos pretendido universalismo alguno, porque no somos países conquistadores, ni colonizadores, ni imperialistas; nuestros héroes son anónimos, son los presidentes de los cabildos populares, los campesinos, los ciudadanos, los hombres que seguimos inventando la vida y el mañana aunque no exista. El reclamo de identidad en nuestra gente se convierte en la necesidad de un destino y adquiere una connotación hondamente política después del reconocimiento de nuestro multiculturalismo como única expectativa para defender a las minorías desconocidas por las políticas económicas y por divisiones antropológicas en clases y en grupos. Sergio de Zubiría Samper, en su ensayo sobre Multiculturalidad e interculturalidad, dice que estos conceptos son nuevos ya muy entrado el siglo XX debido a que muchos grupos humanos habían permanecido fuera de la cronología oficial y una de las connotaciones que le atribuye al reconocimiento de esta plurivalencia cultural es la del reclamo de reconocimiento a estas pequeñas etnias: “Al identificar la multiculturalidad con la defensa de las minorías y sus derechos, puede parecer a primera vista una manifestación de multiculturalismo, pero en general lleva en sentido contrario a una especie de fragmentación autista y a la hostilidad ante la coexistencia de culturas diversas. La simple defensa de culturas minoritarias o sojuzgadas no constituye una manifestación o una conducta multicultural”[4]. Ocurre aquí que el mero reconocimiento de la existencia de pequeñas comunidades se hace desde afuera, por parte del estado que las ha desconocido culposamente. Es como si empezáramos a darnos cuenta de la riqueza de las rayas del tigre cuando éste está muerto o enjaulado.

Pero decíamos que nuestra cultura es popular, no en el sentido de contraponerla a lo que denominamos la cultura de las metrópolis europeas, ni tampoco en el alcance de su procedencia de clases y grupos que económicamente no significan, sino en el sentido de su arraigo en las costumbres más antiguas, más fidedignas del sentir, del pensar y del querer de la gente, aunque su procedencia muchas veces sea el resultado de la desmembración y pérdida de culturas raíces más amplias. Por ejemplo, la mayoría de los usos alimenticios de los altiplanos en Colombia, de los campesinos y de las clases populares, constituyen una auténtica cultura popular de origen muy antiguo como fragmentos de usos y costumbres de pueblos aborígenes.

Ignacio Abello nos hace caer en la cuenta de la importancia de este concepto, para que no designemos como cultura popular, en el sentido peyorativo del término, todos aquellos usos y costumbres que él considera, con nosotros, como de un origen legítimo: “Desde la comprensión teórica que hemos desarrollado, no cabe entonces hablar de cultura popular, pues ella correspondería a una marco de clasificación de carácter universal del cual hemos tratado de mostrar, no su falta de validez, sino el tipo de conocimiento que es posible obtener a partir de ella. Además, porque como ya vimos, la noción de cultura popular conlleva implícitamente una noción de pureza, en el sentido en que el espacio donde se presenta y el grupo de personas que la practican no se encuentran contaminadas por otros valores y otras comprensiones. Y la verdad es que aunque existen, son pocos, poquísimos, los grupos con estas características en el mundo entero”[5].

III.    La libertad de expresión y la globalización.

Indoamérica posee sus propios adherentes internos a este programa mundial de homogenización de todas las actividades humanas: el entreguismo, que es la conducta resultante de la dependencia económica, como ocurre en todos los países subsidiarios del régimen policivo norteamericano y del régimen economicista mundial del Fondo Monetario Internacional y del Banco Mundial. Otra es el precepto de las nuevas generaciones al beneplácito con todo tipo de conductas importadas, modelos que se procesan en lo educativo, en la información y en la cultura en general. En el texto ¿Qué es la globalización?” de Ulrich Beck, de 1998, cuyo subtítulo es “Falacias del globalismo, respuestas a la globalización”, se la define en estos términos: “Globalización significa la perceptible pérdida de fronteras del quehacer cotidiano en las distintas dimensiones de la economía, la información, la ecología, la técnica, los conflictos transculturales y la sociedad civil y relacionada básicamente con todo esto, una cosa es que es al mismo tiempo familiar e inasible - difícilmente captable-, que modifica a todas luces con perceptible violencia la vida cotidiana y que fuerza a todos a adaptarse y a responder. El dinero, las tecnologías, las mercancías, las informaciones, y las intoxicaciones, “traspasan” las fronteras, como si éstas no existieran. Inclusive cosas, personas e ideas que los gobiernos mantendrían, si pudieran, fuera del país, (droga, inmigrantes ilegales, críticas a sus violaciones de los derechos humanos), consiguen introducirse. Así entendida la globalización significa la muerte del apartamiento, el vernos inmersos en formas de vida transnacionales, a menudo no queridas e incomprendidas, o –tomando prestado la definición de Anthony Gideens- actuar y (con)vivir superando todo tipo de separaciones (en los mundos aparentemente separados de los estados nacionales, las religiones, las regiones y los continentes)[6]. Con esta palabra se nos está siendo familiar la investidura del nuevo orden mundial, el que sucederá a la muerte definitiva del estado, o el imperio mundial de la economía cuya cabeza visible es el dinero, lo que quiere decir, en realidad, la muerte de la individualidad, del alma y de los sueños humanos. Es el imperio que subvierte todos los pasados intentos de liberación del sufrimiento y de la ignorancia y los rempla a por programas en los que sólo importa el rendimiento, la eficiencia y la cifra.

¿Pero porqué por todas partes se levantan fuertes manifestaciones de protesta contra este fenómeno? Porque sencillamente todo intento y toda práctica que ponga en marcha la idea de uniformar la naturaleza humana niega su propia entidad que es múltiple, incierta y azarosa. Es la antigua contienda entre la libertad y el orden, entre la ley y el instinto, entre el deseo y el pensamiento. Si el mundo es llevado a esta unidad regida por los cálculos y las operaciones bancarias conocerá definitivamente la muerte de la creación, del instinto creativo y de última expectativa de libertad, en este momento en el que la humanidad ha agudizado todos sus conflictos en busca de una madurez definitiva que reconozca la verdadera jerarquía del alma humana frente a la ciencia y frente al futuro. El amor, la justicia, la libertad, la identidad y la cultura están en juego. La ociosa facultad del ser humano de divagar en medio de la forma, de especular, de inventar, va a ser sometida a códigos. No es leyenda que así como existe el dinero plástico se expidan muy pronto tarjetas para pensar a ciertas horas sobre determinados contextos. Toda fecundidad del ser humano ya está siendo tasada por su significado monetario. Y los fracasos y logros de la civilización están siendo sopesados en la balanza virtual porque la globalización está anticipando el juicio final para la humanidad, a la que ya se le ha dicho, en la voz del Papa, que no existe ni cielo ni infierno. La globalización es la cumplimiento de un mundo sin sueños, en el que el cerebro humano está siendo remplazado por una máquina real que sólo sabe el mundo por sus dimensiones y no por su significado.

Muchos modelos económicos, como el de ahora, han sido los saqueadores de la riqueza de las naciones, para emplear un término acuñado, hace dos siglos y medio, por Adam Smith. Otto Morales Benítez, uno de los pensadores colombianos de mayor proyección con la identidad indoamericana, lo había advertido en forma clara y premonitoria, con gran visión de estadista, en 1991, en un texto denominado El neoliberalismo: la nueva derecha. Apertura, privatización, intervención del estado, capitalismo salvaje”, en carta enviada al profesor Rodolfo Ricardo Cabrera, de la Universidad de La Plata, Argentina, así: “El afán de lucro -lícito e ilícito- se ha apoderado de nuestros países. Por ello andamos de sorpresa en sorpresa: descubriendo cómo se toman nuestros servicios públicos –regalados, con mínima inversión- o cómo se apoderan de las industrias nacionales -del lento y difícil ahorro nacional, acumulado en varios años- las trasnacionales, sin límites en su apremio de codicia. Todos tan contentos. Y nuestros gobiernos tan complacientes . Lo que nos conduce a un tema aún más profundo como lo es la desaparición de la equidad social y la democracia limpia, frente a una limitada y manipulada. Es que lo de la privatización y apertura, tiene múltiples y dañinas radiaciones”[7].

Lo curioso de esta denuncia mundial contra la globalización es que los medios la favorecieron y difundieron ampliamente porque eran programas de los gobiernos con nombres fastuosos como apertura, palabra que derrumbó al imperio soviético, que tumbó el muro de Berlín y que hoy hace que el Papa Juan Pablo II pida perdón públicamente ante las camarillas económicas mundiales, que le diseñan su itinerario de evangelización en el siglo XXI. Pero ahora, nosotros, estamos siendo madurados por la evidencia tardía de la deshumanización flagrante y estamos convirtiéndonos en los historiadores del fin. ¡Después de todo ya todos sabemos porque se hundió el Titanic! Nos hemos convertido en verdaderos desastrólogos, porque tenemos demasiada verdad y la ética nos está asfixiando. Cabe preguntarnos en estos momentos si la globalización se demorará para penetrar hasta nuestro litoral pacífico, donde viven comunidades en la completa pobreza, territorios ante los cuales se detuvieron los esclaveros de su tiempo, gracias a lo cual allí todavía subsisten sonrisas y familias felices que no saben de macroeconomía y para las cuales nunca existió el Estado que ahora se entrega a los jerarcas de la economía mundial. El hecho es que la globalización es el tema que ha remplazado el de la guerra fría y también ha logrado centralizar todos los miedos y las expectativas ante la posibilidad de la hecatombe nuclear de la cual no se ha vuelto a hablar porque a alto nivel no existen conflictos entre los que manejan el negocio de las armas, la bolsa, el Jet Set, las drogas y el glamour mundial.

Nosotros seguimos debatiéndonos en intrigas entre ministros y sindicatos y en grandes discusiones sobre fútbol que son parte de esta centralización de la enajenación colectiva. No aparecen, en parte alguna, las propuestas de cambio espiritual, humano y social, porque en Indoamérica también se está globalizando el conflicto y los medios están prestos a televisar la contienda por ordenes directas de los dueños de las grandes cadenas que no demorarán en fusionarse en esta escala así como ya lo están haciendo otros a escala mundial. Por eso Europa ha encontrado un medio muy eficaz para ahogar la xenofobia que la asfixia por todas partes: se llama la unificación, que consiste en declarar la libertad de todas las culturas a sobrevivir, aunque sea en los diccionarios de historia. Aquí en Indoamérica todavía no les hemos hecho eco a las voces que de cuando en vez hieren los oídos de los nacionalistas para instigarnos a un conflicto con Nicaragua o con Venezuela, como en el caso reciente de Perú y Ecuador, o de Inglaterra y Argentina, porque según parece los esfuerzos están siendo llevados a un programa definitivo que tiende a vietnamizarnos. Todo esto es parte de la globalización y anuncia para nuestro caso particular la muerte definitiva de nuestra historia en medio de la riqueza en esta descomunal presencia de seres humanos que gritan su individualidad como rebeldes, como artistas, como soñadores, como labriegos, como ciudadanos comunes, abandonados por un Estado que perdura sólo mientras se hacen los últimos intercambios. Porque en Colombia existe una clase poderosa que se declara en quiebra, porque como dice el hermano Andrés Hurtado no gana las millonadas de antes y por eso deben irse de Colombia para negar su identidad y su cultura, “víctimas de su propia codicia”[8].

Es difícil que una juventud como la de hoy, tan informada como lo está, sobre todos los aspectos de este conflictivo entorno, pueda pensar por sí misma y optar en medio del mismo conflicto por propuestas para el desarrollo cuando los mismos promotores de los programas de vida y educación no creen en ellos. Pero hemos sobrevivido como pueblo y como raza a otras violencias y barbaries y como seres humanos nos probamos en el arte y en el pensamiento y, sobre todo, con aquellos que están comprometidos con el ejercicio de las ideas y del enunciado de la libertad, que han terminado por convertirse, en medio de la guerra, en verdaderos promotores de la acción y del pensamiento, porque ¿acaso del caos no surge el acto creador? La misma humanidad sobrevivió a la pérdida del paraíso, al diluvio universal, a las pestes, a las guerras, y sólo superando la ignorancia y la violencia ha podido perpetuar hasta hoy todos los frutos de la civilización que siguen alimentándonos en medio de la anarquía. El conocimiento de la debilidad humana, de su indefensión, ha despertado tiranos y explotadores del hombre, pero también ha revelado a sus benefactores y ha mostrado que la verdadera fortaleza del hombre, que su indiscutible grandeza, sólo se manifiesta y se esgrime ante el mal. No necesariamente una perspectiva aguda de lo hecho es un juicio final, es una demanda a la resistencia inmemorial del hombre, a su naturaleza, a sus fuentes divinas, a su fuerza primordial. Por eso en nombre de la cultura y de la identidad sigamos apelando, hasta siempre, al amor, la justicia, la libertad y ante todo a la verdad.



[1] Director Instituto Caldense de Cultura

[2] Nietzsche, Friedrich. Consideraciones intempestivas, Madrid, Alianza Editorial, 1988, pp.330-331. Citada por Ignacio Abello en La Cultura como lenguaje, del libro Cultura: teorías y gestión, San Juan de Pasto, Ediciones Unariño, 1998, p.25

[3] Abello, Ignacio. Identidad y diferencia. En Cultura: Teorías y

Gestión. Op. Cit. p. 125

[4] Subiría Samper, Sergio de. Multiculturalidad e interculturalidad. En Cultura: Teorías y Gestión. Op. Cit. 203-204

[5] Abello, Ignacio. Culturas populares. En Cultura: Teorías y

Gestión. Op. Cit. P. 242

[6] Beck, Ulrich. ¿Qué es la globalización? Falacias del globalismo,

respuestas a la globalización. Barcelona, Editorial Piados, 1998,

p. 42

[7] Morales Benítez, Otto. El neoliberalismo: la nueva derecha. Apertura, privatización, intervención del estado, capitalismo salvaje. Carta enviada al profesor Rodolfo Ricardo Carrera, Universidad de La Plata, Argentina, julio 8 de 1991

[8] Hurtado García, Andrés. Op. Cit. P. 4


Buscar en esta seccion :