CONGRESO VIRTUAL 2000

LA PRETENSION ´HEGEMONICA´ DE LA CULTURA OCCIDENTAL Y EL SINCRETISMO DE NUESTRO ESPACIO -TIEMPO

*Olver Quijano Valencia

...A Jairo Quijano V.

A su compañía inteligente

Abstract

La reflexión alude desde una mirada panorámica, crítica y lógicamente germinal, a la pretensión de la cultura occidental por configurarse históricamente como espacio-centro a partir de la instalación y desarrollo de una inmensa empresa colonial en América Latina, la cual acciona en pro de la construcción-afirmación de una hegemonía religiosa, política y comercial, en ambientes de ´legitimidad´ y bajo el desconocimiento del ´otro´ como corpus de subjetividad distinta y realidad encubierta. Tal proyecto logra entonces una negación de la alteridad e introduce la conquista corporal, espiritual y material a través de violencia física y simbólica como parte de un itinerario de ´salvación´ y ´conversión´ del otro, proceso que desde el horizonte ´humanista´ legitima la sujeción y dominación del ´bárbaro´, ´inmaduro´, ´salvaje´ y ´subdesarrollado´. No obstante, los procesos de resistencia de nuestros pueblos, dan cuenta de la permanencia de rastros, rostros y huellas múltiples que hoy manifiestan un proceso de una escritura borrada artificialmente, sobre la cual se edifica una sociedad polifónica y pluricultural. Así, América Latina se explica como un palimpsesto o texto que leído puede comprenderse en su totalidad, pero que contiene en su interior otros textos, los cuales leídos son comprendidos, pero observados en sí mismos alcanza el sentido de totalidad o son textos en sí mismos coherentes, al punto de llegar a constituirse como complejos culturales. Nuestro espacio-tiempo entonces, se concibe y verifica como una urdimbre o un plexo en el cual confluyen contrapoderes, contradiscursos, contrarelatos o imaginarios, que constituyen el sincretismo en el cual segmentos sociales han inventado en su proyecto de sobrevivencia, cosmovisiones ante la dificultad de los metarelatos occidentales para explicar y guiar a la sociedad en su pluralidad y en una especie de simultaneidad de temporalidades y espacialidades culturales diversas, escenario donde la pretendida occidentalidad, se presenta como un ´eco diferido y deficiente´.

Una mirada al proceso de “invención”, descubrimiento, conquista y colonización de América, en la perspectiva del análisis y develamiento de los sistemas y relaciones ´hegemónicos´ instalados, requiere de un modo diferente de pensar la historia, de tal forma que, sea posible la superación de ésta como el conjunto de las discursividades acerca del poder desde la óptica del colonizador, o como historial del triunfalismo e instrumento generador de ´legitimidades´. Es preciso entonces, retomar la acepción que habla de la historia como una "forma particular de pensamiento que interroga el pasado desde las coyunturas del presente", desde la cual, de una parte, se puede entender la naturaleza de la inmensa empresa colonial instalada en América y su pretensión de configurar-afirmar una hegemonía religiosa, política y comercial en ambientes de legitimidad; y de otra, se posibilita una aproximación a la comprensión del “otro” como corpus de subjetividad distinta y ´realidad encubierta por el descubrimiento´.

La pretensión aludida se explica en primera instancia, a la luz de la “invención” del Nuevo Mundo, del Cuarto Mundo, de lo que Enrique Dussel ha denominado la “invención” del “ser-asiático” de América, producto de la imaginación europea renacentista, sin la mediación del reconocimiento de la especificidad de la realidad americana. Sobre el particular, el mencionado autor afirma:

Se “inventó” el “ser-asiático” de lo encontrado. ...América fue inventada a imagen y semejanza de Europa....El “ser-asiático” –y nada más- es un invento que solo existió en el imaginario, en la fantasía estética y contemplativa de los grandes navegantes del Mediterráneo. Es el modo como “desapareció” el Otro, el “indio” no fue descubierto como Otro, sino como “lo Mismo” ya conocido (el asiático) y sólo reconocido (negado entonces como Otro): “en-cubierto”[1]

La “invención” de América da cuenta entonces, de un no reconocimiento y en consecuencia, de la negación de la alteridad americana, proceso posibilitado por un intenso encubrimiento propio de la instauración de un proyecto con ontología y teleología eurocéntrica o en otras palabras, de la cultural occidental y su pretensión por hacerse universal y hegemoníca. O´Gorman, al respecto afirma :

..en la invención de América y en el desarrollo histórico que provocó hemos de ver, pues, la posibilidad efectiva de la universalización de la Cultura de Occidente como único programa (sic) de vida histórica capaz de incluir y ligar a todos los pueblos, pero concebido como tarea propia y no ya como el resultado de una imposición imperialista y explotadora [2].

La Cultura Occidental -siguiendo al autor en mención-, puede concebirse por consiguiente como “el paso de la particularidad a la universalidad sin novedad ni fecundación de alteridad alguna. En realidad es sólo la particularidad europea con pretensión de universalidad” . Este tránsito establece lógicamente, un sinnúmero de mecanismos o dispositivos para la regulación y control de la vida de los seres sujetos a transformación, homogenización y redención. De ahí que, como lo expresa el profesor Guido Barona B., especialmente para el siglo XVI, la empresa colonial,

requirió de una justificación ideológica, expresada en dos niveles que tuvieron una solidaridad irreductible entre sí: en el terreno de lo jurídico-político esta tarea y los imperativos de expansión de España a nuevas regiones del mundo, constituyeron un discurso y una razón de superioridad política sobre los “imperios”, sobre las organizaciones sociales del “Nuevo Mundo”....En el espacio de las mentalidades y la cotidianidad la empresa expresó la superioridad del hombre europeo frente a los sujetos de dominación y sujeción, a través de una obligación moral para los polos en contradicción e impuso una hegemonía cultural y por supuesto social.. [3].

Puede establecerse en principio, la evidente implantación de un proyecto expansivo e imperialista, que niega la alteridad e introduce la conquista corporal, espiritual y material de los nativos mediante prácticas de violencia física y simbólica como parte de un itinerario de “salvación” y “conversión” del otro, que desde el horizonte “humanista” legitima la sujeción y dominación ejercida sobre el “bárbaro”, “inmaduro” y “salvaje” que acaba de ser “descubierto”-“encubierto”.

De otra parte, el proyecto imperial eurocéntrico al enfrentarse a la realidad americana, encuentra una especie de actualización en la medida en que, sufre indudablemente como lo ha planteado el historiador Barona Becerra, una especie de honda “alteración y transformación del horizonte mental y lingüístico de Europa y una readecuación de los modelos interpretativos con los cuales en el pasado, habían constituido los habitantes del “Antiguo Continente” su “imago mundi”” . Esta redefinición y actualización europea, a la luz de la presencia de América en el mundo, suscita lo que algunos autores han denominado la “Europa moderna como centro del mundo”, en tanto al alcanzar con América la noción de totalidad, encuentra su certeza de mundo. De esta forma,

“el círculo se cerraba: la Tierra había sido “descubierta” como el lugar de la “Historia Mundial”, por primera vez aparece una “Cuarta Parte” América, que se separa de la “cuarta península” asiática, desde una Europa que se auto-interpreta, también por primera vez, como “Centro” del Acontecer Humano en General, y por lo tanto despliega su horizonte “particular” como horizonte “universal” (la cultura occidental).... los habitantes de las nuevas tierras descubiertas no aparecen como Otros, sino como lo Mismo a ser conquistado, colonizado, modernizado, civilizado, como “materia” del ego moderno. Y es así como los europeos (o los ingleses en particular) se transformaron en los “misioneros de la civilización en todo el mundo”, en especial con “los pueblos bárbaros””[4]

La hegemonía pretendida de la cultura occidental en tal momento histórico, postula entonces entre otros aspectos, la desnudez cultural, espiritual y axiológica de los nativos, “invención” que se configura como el pretexto o justificación para el desarrollo de la colonización de las formas de vida. Tzvetan Todorov, al referirse a esta situación afirma que los pueblos amerindios fueron vistos como culturalmente vírgenes o como una página en blanco en espera de la inscripción española y cristiana. Según la lectura hispánica , “los indios, físicamente desnudos, también son, para los ojos de Colón, seres despojados de toda propiedad cultural: se caracterizan, en cierta forma, por la ausencia de costumbres, ritos, religión...”[5]

Los pueblos americanos son sometidos a procesos de dominación por la vía violenta y simultáneamente a la colonización de la vida cotidiana, prácticas extendidas con posterioridad, a los esclavos africanos. Esta situación se convierte según E. Dussel, en:

“el primer proceso europeo de modernización, de civilización, de “subsumir” o (alienar) al Otro como “lo Mismo”; pero ahora no ya como objeto de una praxis guerrera, de violencia pura, sino de una praxis erótica, pedagógica, cultural, política, económica, es decir del dominio de los cuerpos por el machismo sexual, de la cultura, de tipos de trabajos, de instituciones creadas por una nueva burocracia política, etc., dominación del Otro. Es el comienzo de la domesticación, estructuración, colonización del “modo” como aquellas gentes vivían y reproducían su vida humana. Sobre el efecto de aquella “colonización” del mundo de la vida se construirá la América Latina posterior: una raza mestiza, una cultura sincrética, híbrida, un Estado colonial, una economía capitalista (primero mercantilista y después industrial) dependiente y periférica desde su inicio, desde el origen de la Modernidad (su “Otra- cara”. El mundo de la vida cotidiana (lebenswelt) conquistadora-europea “colonizará” el mundo de la vida del indio, de la India, de América[6].

Una de las inferencia que hasta aquí puede precisarse, hace alusión al carácter mestizo, sincrético e híbrido, el cual sin duda distingue a América Latina en tanto producto del proceso de colonización del mundo de la vida nativa y del prohijamiento ulterior de la racionalidad o la lógica occidental –liberal, industrial, católica, anticomunista-, con la dificultad de que estas manifestaciones se desarrollan lenta, precaria e insuficientemente, a la vez que coexiste en medio de un sinnúmero de contrarelatos e imaginarios, los cuales en si mismos configuran sistemas de alta complejidad cultural.

El proyecto occidental acude para su desarrollo a instrumentos como el ecumenismo del cristianismo en tanto religión y única verdad revelada, discurso desde el cual los nativos se transforman en “infieles” sujetos a la aplicación de múltiples tecnologías de evangelización, en pro de la salvación de sus almas hechiceras, profanas y demoniacas. El ideal cristiano como hoy, posibilita el aniquilamiento del otro por medio de su demonización, es decir a partir de la difusión de la idea de la existencia de enemigos del orden cristiano, de la convivencia y el ´desarrollo´, portando un lenguaje propio de un ente privilegiado y opulento, que ha inventado al enemigo y continuamente con su fuerte carga religiosa lo aniquila discursiva y físicamente. Esta manifestación de la conquista espiritual al consolidar el dominio del imaginario del nativo, se presenta como el ideal de salvación, paradojalmente en medio de la irracionalidad de la violencia del proceso de sometimiento. Así los imaginarios propios del mundo mítico de América, hermenéuticamente se aprecian como lo perverso y pagano, lo cual permite la conclusión acerca de que -según Dussel- “como la religión indígena es demoniaca y la europea divina, debe negarse totalmente la primera y, simplemente, comenzarse de nuevo y radicalmente desde la segunda la enseñanza religiosa[7].

La denominada “conquista espiritual” se presenta como forma de dominación que recae sobre el “imaginario” del nativo, una vez se concreta su conquista por medio de la violencia física, posible por la apelación a las armas como elemento de “liberación” del estado de inmadurez propio de su condición de “bárbaro”.

La religión católica como uno de los instrumentos para construir hegemonía desde la lógica occidental, puede verse en nuestra realidad como manifestación de gran significación, aunque parafraseando a Dussel, en el trasfondo o en el claro-oscuro de las prácticas cotidianas, reina una especie de religión sincrética, en tanto cobija múltiples expresiones de espiritualidad, ritualismo, animismo o una “pluralización del paisaje confesional”, por encima del dios cristiano como vector y fundamento del proceso de dominación.

Adicionalmente, el proyecto desde el ámbito de la organización política, prevee la subordinación a partir del establecimiento de instituciones y relaciones coercitivas y violentas, manifiestas en estructuras de poder que constituían pilares sustentatorios de proyectos de desarrollo económico. El eurocentrismo al concebir la política del lucro, o la “economía del poder y del imperativo de las asimetrías”, se traduce en desarrollismo, a partir del cual los pueblos alcanzarán su redención. La concepción occidental preconizada como proyecto para la superación de los pueblos, plantea según E. Morin, dos aspectos: por una parte como mito global donde las sociedades que se vuelven industriales logran el bienestar, reducen las desigualdades extremas y dan a los individuos la máxima felicidad que puede dar una sociedad. Por otra parte es una concepción reducionista donde el crecimiento económico es el motor necesario y suficiente de todos los desarrollos sociales, psíquicos y morales. Esta falacia cimentada en la lógica del lucro, permite edificar proyectos en torno a la búsqueda exacerbada de ganancias en el marco de instituciones violentas como garantes de prosperidad.

Empero, el establecimiento de instituciones de carácter jurídico dedicadas al control, tales como la mita, la encomienda, el concierto, los pueblos de indios, los resguardos; y de la Legislación Indiana y la Cédulas, a pesar de ser determinantes en la geografía económica y política, no alcanzan a impedir la insularidad, los ´espacios vacíos´ y en síntesis la fragmentación del proyecto económico que pretende hegemonizarse. Esta situación se demostraría en el análisis que para la Gobernación de Popayán hace el profesor Guido Barona, en el cual en uno de sus apartes plantea que “las “revoluciones independentistas” del siglo XIX confirmarían, en una dirección, la debilidad de todo el “andamiaje” colonial y en la otra, la ausencia de un proyecto político y social capaz de transformar la inercia colonial que hasta ese momento, había tenido[8] .

La metáfora del ´archipielado regional´ utilizada para el estudio aludido, es una muestra -como lo indica el autor- del primado de “un mundo fragmentado de discursividades económicas, culturales y sociales en interrelación y oposición. Un mundo donde lo hispánico estaba presente en pequeños “islotes” en continua transformación: donde lo aborígen americano, después de la “catástrofe demográfica” de los siglos XVI y XVII, en la mayoría de las regiones en donde sus sistemas culturales fueron comprometidos, se redefinió en una profunda e intensa interacción con las otras regularidades económicas y culturales que hicieron presencia en estos espacios: donde lo africano, al igual que lo hispano y lo nativo americano, fue más representación que realidad social y cultural[9] . Estas afirmaciones configuran una explicación acerca de las obstáculos que enfrenta el sistema hispánico colonial para imponerse con su aparato administrativo-institucional en el conjunto de la geografía objeto de dominación.

Las dificultades enfrentadas por el sistema administrativo colonial, facilita entonces, la constitución de poderes locales y clientelas cimentadas en el parentesco como expresión con finalidades político-económicas, realidades que dan cuenta de cómo la visión eurocéntrica en esta esfera, no se concreta clara y absolutamente en hegemónica, por el contrario pervive con otras manifestaciones determinantes aún en nuestra contemporaneidad.

Visto el fenómeno desde la dimensión de la interculturalidad, América Latina en su estructuración deja entrever algo así como un modelo etnocéntrico, producto de la conformación social a partir de las razas (blanca, negra, india), en la cual cada una de estas, sin duda, se encuentra acompañada de un ethos cultural. Esta situación plantea entonces, la presunción de la estratificación social derivada de la noción pigmentocrática, es decir la diferenciación social a partir de la relación con el color de la piel. En esta dirección la pregunta acerca de la superioridad de la raza blanca queda resuelta con la preeminencia del mestizaje, realidad que hoy da cuenta del carácter sincrético e híbrido del contexto latinoamericano y específicamente colombiano.

A la luz de este fenómeno, distinguimos como los procesos de resistencia permiten la permanencia y conservación de rastros, rostros y huellas múltiples que hoy manifiestan un proceso de una escritura borrada artificialmente, sobre la cual se edifica una sociedad polifónica y pluricultural.  Dicho de otra forma, latinoamérica se explica como un palimpsesto, entendido como un texto que leído puede comprenderse en su totalidad, pero que contiene en su interior otros textos, los cuales leídos son comprendidos, pero observados en sí mismos alcanza el sentido de totalidad o son textos en sí mismos coherentes, al punto de llegar a constituirse como complejos culturales.

Indudablemente, la pretendida superioridad de la raza blanca, la realidad indígena sumadas al orden esclavista colonial y posteriormente al denominado “tercer rostro” o “los de abajo” –hijos de Malinche-, dan cuenta del sincretismo latinoamericano, aunque finalmente América Latina se defina ante todo como mestiza, situación que encierra en sí misma la paradoja latinoamerica, en la medida en que como lo afirma Dussel,

El mestizo vivirá en su cuerpo y sangre la contradictoria figura de la Modernidad –como emancipación y como mito sacrificial-. Pretenderá ser “moderno” como su “padre” –como la ilustración borbónica colonial del siglo XVIII, como el liberalismo positivista del siglo XIX, o como el desarrollismo de dependencia modernizada después de la crisis de los populismo y el socialismo en el siglo XX-, pero fracasará siempre al no recuperar la herencia de su “madre” Malinche. Su condición de “mestizo” exige la afirmación del bloque origen –amerindio, periférico y colonial-[10]

La pretendida hegemonía de la cultura occidental en América Latina alcanza como lo hemos visto apelando a algunas variables, cierto desarrollo en la medida en que instala la sujeción, la legimitidad y dominación como los vectores o paradigmas por los cuales se desenvuelve la empresa de imperialismo cultural, ideológico y religioso. En esta dirección es evidente como el discurso de la sujeción y de la legitimidad, como lo indica el profesor Guido Barona B., “se apoderó de la humanidad del bárbaro, de su alma, de sus costumbres y de sus formas de organización social y política. El construyó un sujeto de disposición total a través de la semántica de la sujeción[11] .

No obstante, la pregunta por la hegemonía de un proyecto debe partir de reconocer algunos de sus aspectos característicos, entre los cuales vale la pena resaltar: a). Nunca la hegemonía es total, no es absoluta, nunca cubre exactamente al objeto o sujeto susceptible de dominio. La hegemonía es en este sentido relativa, logrando niveles de regularidad de la cotidianidad a través de diversos dispositivos de control de las conductas de los individuos como seres sujetos a normalización. B). La hegemonía no se reduce a la ideología ni a la comparación de diferentes formas de socialización. Ella es ante todo un principio político y una dirección estratégica. C).La hegemonía no se impone; ella se conquista través de una política de alianzas que debe abrir una perspectiva nacional al conjunto de la sociedad. D). La supremacía de un grupo social se manifiesta de dos maneras: como “dominación” y como “dirección intelectual y moral”[12] .

Evidentemente, a pesar de que la cultura occidental históricamente ha pretendido configurar-afirmar una hegemonía religiosa, política y comercial o la concreción de la universalización de su teleología y ontología, expresada como se ha indicado en la “invención” del Nuevo Mundo, la conquista corporal-espiritual y material, la colonización de las formas de vida, la “superioridad” del catolicismo, la instauración de instituciones democráticas, el anticomunismo, entre otros aspectos; en verdad el carácter de la sociedad latinoamericana y en particular la colombiana, da cuenta de un evidente sincretismo y de una cultura híbrida, en la cual la presunta hegemonía de la cultura occidental no es total o absoluta, a la vez que su relatividad se expresa en que sin duda, ésta –la cult occid- ha alcanzado significativos niveles de regularidad de la cotidianidad mediante dispositivos básicos de control. Empero, al no cubrir exactamente, los hombres no insertados y coptados en el proceso hegemónico, logran edificar, reconstruir y reconstituir manifestaciones de gran complejidad cultural.

Dicho de otra manera, la cultura occidental a pesar de en-cubrir y negar la alteridad, no logra cubrir exactamente los otros imaginarios. Para el caso de América Latina y más concretamente Colombia, a pesar de la pretensión hegemónica de la lógica occidental, nuestro espacio-tiempo social se concibe y verifica como una urdimbre o un plexo en la cual confluyen contrapoderes, contradiscursos, contrarelatos o imaginarios, los cuales en sí mismos o en su especificidad, alcanzan trascendencia y coherencia.  Esta realidad construida históricamente en el trasfondo o en el claro-oscuro de las prácticas cotidianas instauradas por el proyecto eurocéntrico, constituye el sincretismo de nuestro tiempo, en el cual algunos segmentos sociales han inventado en su proyecto de sobrevivencia, contrarelatos y cosmovisiones ante la dificultad de los metarelatos occidentales para explicar y guiar a la sociedad en su pluralidad y en una especie de simultaneidad de temporalidades y espacialidades culturales diversas.

Este fenómeno se aprecia claramente hoy en medio de la emergencia o resurgimiento de fragmentaciones, tribalismos o atomizaciones, propias de la entropía cultural, aspecto al cual se suma la existencia de un “saber mosaico”, conformado por fronteras difusas, intertextualidades y bricolages. A la vez se aprecia en el marco “globalizador”, la afirmación de fenómenos de localización o glocalización, en donde efectivamente se configuran sujetos culturalmente fragmentados, a la luz de los cuales como lo plantea James Lull:

..en vísperas del siglo XXI no es posible pensar la vida cultural en términos de la ´supercultura´, o cultura común que cohesionaría un grupo, sino que la membresía y competencia cultural residen mas en la construcción y uso de fragmentos de estilos de vida las personas eligen e integran. Cada individuo o grupo se vincula a culturas múltiples, de acuerdo con sus roles y oportunidades sociales, preferencias y en la medida en que participa en una variedad de experiencias[13]

En el marco de América y en la especificidad colombiana, hoy en medio de su carácter híbrido y sincrético, no podrá negarse que la cultura occidental posicionó en su hegemonía relativa, legados y lecciones para hacer de nuestro espacio-tiempo, el locus del desconocimiento y de la macartización, así como el reemplazo de la memoria colectiva por la memoria institucional, el sujeto colectivo por la individuación, la eticidad y moralidad por la positivización de la conducta –el derecho-, los espacios de deliberación colectiva por una institucionalidad excluyente y violenta, la experiencia del diálogo por el establecimiento del rito de la eliminación-persecusión de la oposición, la pluralidad del universo confesional por el cristianismo y la práctica de la demonización del otro, las prácticas económicas autárquicas por la económica del poder y del imperio de las asimetrías, y entre otros aspectos, la violencia como rasgo prototípico de las instituciones y de la vida cotidiana, los mercados eficientes y las instituciones electivas; realidades que han hecho de nuestro espacio-tiempo y de nuestra sociedad un modelo de los invertidos y una especie de sociedad pervertida, en la cual nuestra pretendida occidentalización, se presenta como un ´eco diferido y deficiente´.

Bibliografía

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TODOROV, Tzvetan. La Conquista de América. El Problema del Otro. Siglo XX editores, 8ª edición, México 1.997.



* Contador Público, Especialista en Docencia sobre Problemas Latinoamericanos, C. Magíster en Estudios sobre Problemas Políticos Latinoamericanos, Profesor Universidad del Cauca, miembro Comité de Investigaciones FCCEA Univ Cauca.

[1] DUSSEL, Enrique. El Encubrimiento del Otro. Hacia el origen del mito de la Modernidad. Ediciones Abya-Yala, Quito, junio de 1.994, pp 38-41.

[2] O´Gorman, E. La Invención de América. Pag 98

[3] BARONA BECERRA, Guido. Legitimidad y Sujeción: los Paradigmas de la "Invensión " de América. Colcultura, 1ª Edición, Santafé de Bogotá, 1.993, pp 6.

[4] DUSSEL, Enrique, Op Cit, pp 46.

[5] TODOROV, Tzvetan. La Conquista de América. El Problema del Otro. Siglo XX Editores, 8ª edición, México 1.997, pp 44

[6] DUSSEL, Enrique, Op Cit, pp 62

[7] DUSSEL, Enrique, Ibidem pp 70.

[8] BARONA BECERRA, Guido. La Maldición de Midas en una Región del Mundo Colonial: Popayán 1.730 - 1.830, Fondo Misto de Cultura del Cauca, Universidad del Valle, Cali, pp 73.

[9] Ibid, pp 78

[10] DUSSEl. Enrique, Op Cit, pp 190-191, El Encubrimiento....

[11] BAROBA BECERRA, G. Op Cit, pp 30, Legitimidad y ....

[12] Algunas características sobre hegemonía, pueden encontrarse en el artículo “Del Consentimiento como hegemonía: la estrategia gramsciana”, de Christine Buci-Gluksmannn, en Revista mexicana de Sociología, No 2, abril-junio de 1.979., número dedicado al tema: dominación, hegemonía y desarrollo.

[13] LULL, James. “ HELP! Cultura e Identidad en el siglo XXI”. En Diá-logos de la Comunicación, No 48, Lima, Felafacs, octubre de 1.997.


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