49 Congreso Internacional del Americanistas (ICA)

Quito Ecuador

7-11 julio 1997

 

Arturo Almandoz

CARACAS A FINALES DEL XIX. La visión de los viajeros olvidados

Dr. Arturo ALMANDOZ

Universidad Simón Bolívar, Caracas

LIN 08: LA VISION DEL OTRO: VIAJEROS DEL SIGLO XIX

RESUMEN

Partiendo de descripciones suministradas por viajeros no editados recientemente en antologías ni obras de referencia, la ponencia intenta recontruir una imagen inédita de Caracas de fines del XIX, en la que la visión desprejuiciada y cosmopolita de los visitantes pueda servir para reconstruir cambios físicos, sociales y culturales desde una perspectiva exógena.

CARACAS A FINALES DEL XIX

La visión de los viajeros olvidados (1)

Dr. Arturo ALMANDOZ (2)

In the opinion of three foreigners, Caracas deserves her title of the Paris of South America

R. H. Davis, Three Gringos in Venezuela and Central America (1896)

1. A pesar de su incomparable valor para apreciar la evolución de la ciudad desde la perspectiva cosmopolita de los visitantes, las descripciones de viajeros han sido una fuente relativamente poco utilizada dentro de la historiografía de Caracas. Esta deficiencia se torna más notoria en la historiografía del urbanismo, generalmente basada en el texto legal y técnico, pero poco atenta a las impresiones de viaje en tanto valiosos testimonios que permiten parangonar la cultura y el urbanismo de Caracas en relación con los de otras capitales. El mismo descuido ha sido sufrido por la literatura urbana que comenzó a surgir a finales del siglo pasado en los cuadros costumbristas o las primeras novelas ambientadas en la capital; esta literatura ha sido igualmente poco aprovechada en la historia urbanística, a pesar de que los personajes de las novelas muchas veces dicen más que un decreto, una ordenanza o un artículo de una revista especializada.

La creencia de que las descripciones de viaje y las novelas tienen mucho que aportar a la historiografía y la epistemología urbanísticas me llevó a incluírlas como fuentes primarias para la elaboración de mi tesis doctoral sobre European urbanism in Caracas (1870s-1930s), que concluí el año pasado en la Architectural Association de Londres (3). Esa fue la razón inicial de mi exploración de las descripciones de viajeros, desde aquellos que retrataron la sombría capital con salones pero sin palacios que era la Caracas pre-guzmancista, hasta los que quedaron sorprendidos con el dinamismo de la capital restaurada por López Contreras a finales de los años 1930, llena de suburbios y de tráfico en el centro. A través de esa revisión pude primeramente confirmar la riqueza y variedad de las descripciones sobre la cultura urbana y el urbanismo de Caracas, en los que los progresivos avances de la capital venezolana son puestos en perspectiva con los de otras capitales latinoamericanas, norteamericanas y europeas, con una perspicacia que sólo pueden alcanzar los extranjeros que visitan una ciudad.

Escritos con las imprecisiones y aciertos siempre presentes en la mirada del otro, las descripciones de viajeros constituyen - tal como lo hace notar Pino Iturrieta - documentos medulares para la reconstrucción de la cotidianidad republicana, que los venezolanos pueden usar como espejos para encontrarse a sí mismos, observando su país anterior (4). Por lo demás, más allá de saborear sus anécdotas y relatos, creo también haber rescatado algunas descripciones e informes que no aparecen registradas en antologías y obras de referencia sobre viajeros a Caracas y a Venezuela (5); por lo que el material que aquí presento resulta en buena parte inédito, llamado a ampliar el catálogo de fuentes primarias para la historiografía caraqueña y venezolana en general.

2. Conviene a continuación hacer algunas consideraciones sobre la cobertura de esta breve revisión de viajeros olvidados a la Caracas de finales del XIX. Aunque el alcance original de mi tesis doctoral incluye desde las reformas urbanísticas de Antonio Guzmán Blanco hasta los cambios que siguieron a la muerte de Juan Vicente Gómez a finales de los años 1930, van a ser ahora descartados la mayor parte de los visitantes del Guzmanato, que no pueden ser vistos como olvidados. Unos por haber sido incluídos en antologías recientes, tal como es el caso de los colombianos Isidoro Laverde Amaya y Alberto Urdaneta, y del inglés James Mudie Spence (6). Otros por haber sido objeto de ediciones completas en español, tales como los Recuerdos de Venezuela de Jenny de Tallenay; los Recuerdos de Leontine de Roncayolo; y Venezuela, país de eterno verano, de William Eleroy Curtis (7). La obra Les États-Unis du Vénézuéla de Paul de Cazeneuve y François Hareine (8) ha sido descartada por añadir pocas apreciaciones de los autores a la mera enumeración de componentes urbanos - lo cual obviamente constituye un criterio de selección básico. De manera que los incógnitos visitantes de los años 1880 quedan sólo representados por Lady Annie Brassey y el Mayor Walter E. Wood, quienes pasaron fugazmente por la Caracas de Guzmán Blanco y Rojas Paúl, respectivamente (9).

Después de la era guzmancista, la recreación de la glamorosa capital de la presidencia de Joaquín Crespo (1892-1898) es primeramente posible a partir de las descripciones de viajeros que escribieron en las páginas de la revista El Cojo Ilustrado, tales como Julio Galofre y Pierre Savelli (10). Pero fueron Richard Harding Davis, seguido deTommaso Caivano, Ira Nelson Morris y William Lindsay Scruggs, los que difundieron en Norteamérica y Europa la leyenda de la Caracas post-guzmancista en tanto el París de Suramérica (11). Ese título seguramente hubiera parecido sin sentido a los inconformes personajes de Todo un pueblo (1899), de Miguel Eduardo Pardo, o Idolos rotos (1901), del modernista Manuel Díaz Rodríguez, ya que la indulgente visión propia de los visitantes no les permitía percatarse de las miserias que tuvieron que padecer y denunciar los habitantes de la Caracas asolada por revoluciones, desde Alberto Soria hasta Thomas Rusell Ybarra (12). Sin embargo - al igual que muchas escenas de las Vidas oscuras (1916) de José Rafael Pocaterra - los viajados visitantes nos hacen ver los relativos avances de la capital de fin de siglo, con sus victorias, tranvías y lámparas eléctricas en las calles y sus elegantes galas en el Teatro Municipal; todo ello desde una perspectiva cosmopolita que va más allá de los retratos de los costumbristas, a veces cargados de críticas y resentimientos políticos.

3. La Baronesa Lady Annie Brassey pertenece a esa clase de viajeras victorianas que confirman la imagen de los ingleses como pioneros de la exploración y el turismo modernos. A bordo del Sunbeam con su esposo durante casi un año, Lady Brassey había explorado la costa meridional de Suramérica a finales de los años 1870; por esa época también hizo cruceros al Mediterráneo oriental (13). Aunque en esos viajes había visitado Rio de Janeiro, Montevideo, Santiago, Valparaíso y Constantinopla, la exploradora estaba más interesada en la naturaleza que en las ciudades: era una precursora de lo que ahora llaman el ecoturismo. Quizá por ello, durante su próximo viaje a bordo del Sunbeam en 1883, Lady Brassey no mostró mayor interés por conocer Caracas; estaba contenta en el Hotel Neptuno de La Guaira, cuyo menú incluía Roast beef y Papas á linglesa (14). Cuando finalmente subió en mula a la capital venezolana, ésta le pareció poco interesante: las entradas carecían de puertas o murallas monumentales y el perfil chato era ocasionalmente roto por algunas iglesias o edificios públicos; la aristócrata no entendió por qué Caracas era renombrada una de las más bellas ciudades de Suramérica (15). En este sentido, no debemos olvidar que en ese año de 1883 - el año de la Exposición Nacional organizada por Guzmán Blanco - los caraqueños estaban orondos de que el colombiano Urdaneta hubiera parangonado los bulevares de Caracas con los de París, y de que el español Guell y Mercader hubiera proclamado que la transformación de la capital guzmancista era un milagro continental; al año siguiente, Curtis afirmaría que Caracas era una especie de París de un piso (16).

A pesar de su displicencia con la ciudad, Lady Brassey reconoció el valor de algunas de las obras públicas del Guzmanato. Su bucolismo inglés fue cautivado por el paseo de El Calvario, el cual le pareció bellamente sembrado, y obviamente modelado a semejanza del Cerro de Santa Lucía de Santiago. La misma impresión había tenido el año anterior el argentino Miguel Cané, quien no sólo parangonó la jardinería del paseo guzmancista con la de otros parques latinoamericanos, sino incluso estimó que El Calvario y la Plaza Bolívar podrían figurar con honor en cualquier ciudad europea (17). De regreso a La Guaira, la viajera reconoció también la impresionante ingeniería del ferrocarril construído por sus compatriotas, comparable a la línea Oroya en Perú, y al ferrocarril entre Veracruz y Ciudad de México (18).

El ferrocarril Caracas-La Guaira también impresionó al Mayor Walter E. Wood, quien había estado dedicado por dos años a la supervisión de las nuevas vías férreas en Barcelona, Guanta y Puerto La Cruz. Cuando finalmente conoció la obra cumbre del Guzmanato, el miembro del Institute of Civil Engineers y del Imperial Institute no pudo dejar de admirarla como una de las maravillas de la técnica humana, de la cual Inglaterra tenía que sentirse orgullosa. A pesar de su paso fugaz por la Caracas de Rojas Paúl, el Mayor se mostró complacido con los edificios públicos y hoteles que daban crédito a la capital, a lo que probablemente contribuyó el que su estadía en el Hotel St. Amand fue amenizada por otros huéspedes ingleses (19). De regreso a La Guaira - que le confirmó su fama de ser el lugar más caliente de la tierra - Wood se embarcó en el vapor Valencia de la línea americana Red D, con rumbo a Nueva York; pero antes, coincidencialmente, pudo presenciar el caluroso recibimiento brindado a Crespo después del exilio (20).

4. En abril de 1895, el colombiano Julio Galofre quedó impresionado no sólo con la belleza natural de las caraqueñas - con mucho de Andalucía y algo de las mujeres griegas - sino también con su elegancia y arreglo: arrogante, esplendorosa, soberbia, llena de vida, arrolladora, perfumada; entre un montón de gasas, cintas, plumas, guantes, la caraqueña finisecular ofrecía un arreglo más europeizado que el de la bogotana y la limeña, todavía envueltas en mantillas y pañolones (21). La misma impresión habían tenido Curtis y Madame Roncayolo: las caraqueñas eran más afrancesadas y seculares que las hijas del sol, sus tradicionales rivales limeñas (22). Imitando los esnobismos impuestos desde el Septenio por la esposa de Guzmán Blanco, las caraqueñas pudientes sólo se regían por peluqueros y modistes franceses, como si fuera imposible que una mujer que habla el idioma de Castilla, pueda cortar un traje a la moda, tal como lo parodió el costumbrista Justo (23). Por lo demás, las lectoras de El Cojo Ilustrado podían ver en las páginas de modas las últimas creaciones de los principales almacenes parisinos, tales como La Belle Jardinière, Printemps, La Samaritaine y Au Bon Marché, el cual incluso ofrecía enviar sus catálogos por encargo a las clientes caraqueñas. Estas le añadían su propio toque de simplicidad y buen gusto, creando así una balanceada elegancia que despertaría la envidia de la más refinada parisiense, de acuerdo al juicio del también colombiano Alirio Díaz Guerra, secretario de Crespo (24).

Galofre también estaba impresionado por los Carnavales crespistas, en los que los caraqueños presumían haber trasladado a la Avenida del Este el esplendor que los festivales solían tener en la Via del Corso de Roma (25). Ciertamente, los violentos Carnavales de la época colonial habían sido transformados en una fiesta civilizada desde el Septenio, al menos de acuerdo al juicio de cronistas e historiadores que presenciaron el cambio, desde Arístides Rojas hasta González Guinán (26). El exotismo carnavalesco, combinado con el lujo increíble de la metrópoli caraqueña, manifiesto en los arreglos de sus mujeres y en la decoración de sus casas, llevó al visitante a decir que había un asiatismo en las costumbres de esa población en donde con algunas libras esterlinas se pueden pasar días venturosos que no tendrían que envidiar a los de París (27).

Al año siguiente, Pierre Savelli tuvo la misma impresión de esa sultana del Oriente recostada a los pies del Avila, donde todos los goces del progreso y de la civilización habían econtrado grata acogida (28). Esa era la Caracas que acababa de inaugurar el Hipódromo de Sabana Grande y el Jockey Club de Venezuela, símbolo de las nuevas recreaciones sancionadas por las más avanzadas civilizaciones en los primeros países de Europa, al decir de El Cojo Ilustrado; allí los dandys caraqueños pavoneaban sus levitas, como en Long-Cham (29). Además de que El Calvario era el refugio de poetas y artistas, Savelli pudo confirmar que la Plaza Bolívar era el rendez-vous social de la juventud en las primeras horas de la noche, cuando las retretas de la Banda Marcial acompañaban la conversación y el paseo de los concurrentes con fragmentos de óperas, valses y música charanguera (30). Aunque con su cierto dejo crítico para con la ciudad, el Alberto Soria de Idolos rotos nos completa la descripción del rendez-vous visitado por Savelli:

En esas noches la concurrencia es numerosa y mezclada y no tiene el sello característico, peculiar de la concurrencia más reducida de todas las tardes. Pero así en la tarde como en la noche la plaza ofrece un aspecto de salón difícil de hallarse en otra plaza pública. Las apariencias de salón, en parte provienen de su pavimento de mosaico; y tanto del pavimento como de los aires señoriles que él da a toda la plaza andan ufanos y orgullosos muchos hijos de la ciudad, como si poseyeran algo único en el mundo (31).

5. El italiano Tommaso Caivano también quedó impresionado con el ambiente de salón de la Plaza Bolívar: frecuentadas por un emjambre de jóvenes de la pequeña burguesía y de la clase trabajadora, las retretas de jueves y domingo convocaban a una sociedad que se comportaba en general colla stessa grazia e con quella stessa squisitezza di modi che si è usi a trovare nei saloni del gran mondo europeo ai quali quelli di Caracas non restano punto indietro (32). En Carnavales, los festivales nocturnos de la Plaza eran comparables a los de la Piazza Navona. Gracia y alegría, elegancia y colorido también se observaban en los Carnavales de la Candelaria así como en la Avenida de El Paraíso, que el italiano comparó a los paseos de La Reforma en Ciudad de México, y Palermo en Buenos Aires (33).

Entre 1895 y 1896, Caivano pasó 5 meses en la Venezuela de Crespo, atraído por la curiosidad que originaba en Europa la disputa territorial de la oscura república con el poderoso Imperio Británico. El interés latinoamericanista del visitante era evidente en textos previos sobre la región, incluyendo un libro sobre Guatemala publicado dos años antes que el de Venezuela (34). Al arribar a Caracas a bordo del ferrocarril que desembocaba en El Calvario y Santa Inés, la primera impresión de Caivano había sido que la antigua capital colonial no era ya il prodotto di una civiltà decrepita o semplicemente in ritardo, ma di quella civiltà novissima invece che si ellabora nella grande fucina europea in questa portentosa fine di secolo (35). La impresión de una capital refinada y elegante fue corroborada en la Plaza Bolívar y en las elegantes galas del Municipal, donde el italiano pudo asistir a una representación veramente magistrale de I Pagliacci de Leoncavallo; la elegancia tropical de la concurrencia sobrepasaba lo que había visto en el foyer del Teatro Municipal de Lima, y la descripción de esa soirée es acaso uno de los retratos más exquisitos de la Caracas crespista (36). Entre las elegantes damas de la concurrencia probablemente estaban Chucha Gárate y su tía Elisa, protagonistas de las Vidas oscuras de Pocaterra; en efecto, luciendo trajes diseñados por la modista de La Compagnie Française, la sobrina y la esposa del ministro de Crespo también asistieron por esos años a las representaciones de I Pagliacci en el Teatro Municipal (37).

6. Desde la inauguración del Teatro Guzmán Blanco en 1881, la elegante vida teatral de la modesta capital fue uno de los rasgos resaltados por visitantes anglosajones. En 1884, Curtis había asistido a una representación de Robert Le Diable que fue as well rendered as the average operatic performance in the United States, y en la que los palcos del teatro estaban llenos de damas as handsomely dressed and as highly bejewelled as can be seen at the Metropolitan Opera House or the Academy of Music in New York (38). A mediados de los años 1890, Caracas era regularmente visitada por las mejores compañías operáticas de Europa durante los meses de invierno, cuando los caraqueños abarrotaban todas las gradas del Teatro Municipal, el cual era an ornament to almost any city in the United States or Europe (39). Por esos años, el americano Richard Harding Davis estimó que la capital venezolana tenía suficientes sitios de interés como para entretener a un extranjero por una quincena; las pastelerías eran comparables a las de Regent Street o Broadway, y los tranvías corrían por calles como las de Nueva York (40).

La grata sorpresa de Davis era debida en buena parte a que Caracas era la última parada de un largo viaje por Centroamérica, después del cual Venezuela era como un retorno a la civilización. Acompañado de sus dos amigos gringos (41), el novelista, dramaturgo y periodista americano sabía que llegaba a una tierra asolada por dictadores y revoluciones, en disputa territorial con el Imperio Británico y dependiente del auxilio de la Doctrina Monroe (42). Pero tales adversidades fueron recompensadas por un país cuyo gobierno le confirió la Orden del Busto de Bolívar en Cuarta Clase, la cual el visitante consideró como la más preciable, después de la Legión de Honor. Otro regalo que el país le hizo fue el descubrimiento del cremoso aguacate, del cual Davis tomó cierta provisión a su regreso a Nueva York (43). No obstante sus refinadas temporadas en Europa - recogidas en Our English Cousins (1894) y About Paris (1895) - Davis andaba en busca del exotismo tropical de América Latina, que el narrador y cronista supo recrear para el público norteamericano de fin de siglo con el mismo atractivo que Kipling recreó la India para el público inglés (44). De manera que no era difícil que el viajero fuera cautivado por la combinación de naturaleza, primitivismo y civilización de la Venezuela de Crespo. No sólo comparable a Londres o Nueva York en relación con las capitales de Centroamérica, Caracas era the Paris of South America - un título que los gringos no cesaron de repetir hasta que se embarcaron rumbo a Nueva York, el París de Norteamérica (45).

7. La frase aparentemente tuvo eco inmediato entre los lectores de Harpers Magazine, donde Davis publicó originalmente sus descripciones de Caracas (46). El mismo año de 1895, Ira Nelson Morris estuvo de acuerdo con su compatriota al visitar el París de Suramérica: the decidedly French air de la ciudad no era disminuído por el hecho de que los intereses yanquis estaban creciendo en la Venezuela de Crespo, ni tampoco por la nueva costumbre de las parejas de sociedad de cortejarse con tarjetas, a la manera norteamericana (47). Durante la semana que pasó en la capital, Morris fue gratamente impresionado por el Palacio Federal, la casa de Guzmán en Antímano y el Teatro Municipal, donde el futuro diplomático advirtió, sin embargo, que no todos los caballeros vestían trajes de etiqueta (48) - tal como Caivano nos ha hecho creer.

Después de embarcarse en Nueva York con destino a Venezuela, Morris había visitado St. Thomas, Santa Cruz, St. Kitts, Antigua, Martinica, Santa Lucía, Grenada y Barbados, cuya capital, Bridgetown, le pareció el Nueva York de las Indias (49); en Trinidad, el americano dió gracias a Inglaterra por haber transplantado la civilización y las ventajas de la Europa moderna a estas remotas partes del mundo. Ya en La Guaira, el visitante fue recibido por el Marqués de Montelo, con quien pasó unos días en Macuto, el Newport de Venezuela; posteriormente subió a Caracas a bordo del impresionante ferrocarril que consideró - al igual que Lady Brassey - superior al de Veracruz-Ciudad de México. En el país azteca el americano había aprendido algo de español, que por cierto no le fue suficiente en Venezuela. Después de finalizada su visita a la capital, a gem in the Andes, Morris encontró las ciudades del interior atrasadas y poco atractivas. Aunque el telégrafo y el teléfono operaban ya en el resto del país, pudiendo uno telefonear de Valencia a Caracas with less difficulty than from New York to Chicago, el visitante se decepcionó de la segunda ciudad del país, así como de Maracaibo y Ciudad Bolívar (50).

8. Cuando Morris visitó la Guayana Esequiba, el futuro diplomático sintió que los Estados Unidos, like its emblem the eagle, which extends its broad wings to protect its young from harm or disturbance, has taken the position of affording its protection to all the young countries of the American continent (51). En efecto, el águila norteamericana vigilaba desde hacía tiempo el territorio en disputa con Gran Bretaña, cuyos intereses expansionistas ofrecieron a los Estados Unidos la excusa perfecta para desempolvar la vieja Doctrina Monroe: America belongs to the Americans (52). Después de la ruptura de relaciones anglo-venezolanas en 1887, la administración Cleveland tuvo que intervenir en el conflicto mediante la designación de William Lindsay Scruggs como agente especial ante la comisión limítrofe. El abogado y diplomático ya conocía de las ambiciones inglesas, con las que tuvo que lidiar durante su embajada en Colombia (1873-1885); posteriormente había sido Embajador del gobierno de Benjamin Harrison en Venezuela. En vista de todo ese conocimiento previo, Scruggs justificó rápidamente su adhesión a la causa venezolana en el informe British Aggressions in Venezuela; or the Monroe Doctrine on Trial (1894), donde proclamó la necesidad histórica de los Estados Unidos de desafiar el expansionismo victoriano (53). La mediación del diplomático hizo posible el arbitraje de 1899, que no sólo resolvió temporalmente el conflicto del disputed El Dorado, sino también marcó el comienzo del fin de la supremacía británica en Latinoamérica (54).

Además de abogado y diplomático, Scruggs era también periodista y escritor por vocación, habiendo dirigido el Daily Sun de Columbus (1862-65) y el Atlanta Daily New Era (1870-72). Fue esa vena didáctica de periodista la que reapareció en su libro The Colombian and Venezuelan Republics. With Notes on Other Parts of Central and South America (1900), donde el autor hizo ver al público americano que Caracas estaba a menos de ocho días de viaje desde Washington, que los puertos venezolanos estaban a menos de seis días de navegación desde Nueva York, y a menos de cuatro desde Savannah y Charleston. El diplomático también trató de transmitir su fascinación por los parajes naturales caraqueños, aunque la ortografía de sus nombres se le escapara: alimentado por limpias corrientes provenientes de las montañas azuladas, el río Guira ( sic ) atravesaba el valle de Chaçäo ( sic ) que servía de asiento a la capital, el cual semejaba el earthly paradise con el cual era a veces comparado; hacia el oeste, el poblado de Antémino ( sic ) podía ser considerado el pequeño Tirol de Venezuela. En términos urbanos, the little Paris of South America ofrecía más parques y plazas que muchas de las ciudades hispanoamericanas; un Capitolio ostentoso, aunque construído con materiales de baja calidad; un Panteón que era una especie de Abadía de Westminster venezolana; un teatro cuya construcción había sido muy costosa, pero que ciertamente sería un adorno en cualquier ciudad de los Estados Unidos o Europa; las iglesias, sin embargo, eran menos relevantes que las de otras capitales bolivarianas (55).

Al igual que otros visitantes norteamericanos, Scruggs estaba consciente de que la mayoría de los adelantos urbanos de Caracas eran debidos a los gobiernos de old Guzy, quien había conseguido unos niveles de orden público, decoro y prosperidad nunca vistos en Venezuela (56). Aunque probablemente ignorante de tal reconocimiento, el Ilustre Americano - quien para ese momento agonizaba en la capital francesa - hubiera estado feliz de saber que los gringos le consideraban el promotor del París de los trópicos. Tal reconocimiento era imposible de obtener de las plumas de costumbristas como Bolet Peraza o el Marqués de Rojas, quienes por esos años resentían la modernización guzmancista como una profanación de los sobrios valores de la sociedad postcolonial (57). Herederas de la crítica política contra el autócrata civilizador, generaciones posteriores de pensadores venezolanos también atacaron el decorado urbano del Guzmanato, por su supuesta copia de mal gusto del París del Segundo Imperio (58). No obstante - tal como he intentado hacer ver recientemente - puede decirse que los visitantes americanos estaban en lo correcto: el arte urbano guzmancista no sólo sentó las bases arquitectónicas y culturales del París de Suramérica, sino también hizo posible la entrada de Caracas en la sinfonía europea de la Bella Epoca (59).

NOTAS

(1) Esta ponencia es un primer resultado de la investigación Caracas 1880-1940. La visión de los viajeros olvidados, patrocinada por el Decanato de Investigación

y Desarrollo de la Universidad Simón Bolívar (USB), Caracas, Venezuela

(2) Profesor Agregado del Departamento de Planificación Urbana, USB, en el área de Teoría e Historia de la Ciudad y el Urbanismo

(3) Bajo la supervisión del Dr. Nicholas Bullock, Kings College, Cambridge. Una primera versión del esquema de la tesis fue publicada bajo el mismo título: Urbanismo europeo en Caracas (1870-1940), Caracas: Fundarte, Ateneo de Caracas, 1995; una versión final de las conclusiones de la tesis va a ser próximamente publicada: European urbanism in Caracas (1870s-1930s), Planning History, vol. 18, no. 2: International Planning History Society,1996, pp. 14-19

(4) Elías Pino Iturrieta, Pedro Enrique Calzadilla, Estudio Preliminar de La mirada del otro. Viajeros entranjeros en la Venezuela del siglo XIX, ed. Elías Pino Iturrieta, Pedro Enrique Calzadilla, Caracas: Fundación Bigott, 1991, pp. 19-21. El mismo Pino Iturrieta señala que las descripciones de viajeros son fundamentales para una reconstrucción dirigida hacia lecturas inéditas de la Venezuela post-independentista, no obstante las prevenciones que haya que tomar sobre la confiabilidad de la información. Ver Pistas para viajar con los extranjeros en el país del siglo XIX, en Artistas y cronistas extranjeros en Venezuela 1825-1899, Caracas: Fundación Galería de Arte Nacional, 1993, pp. 23-24

(5) La mayoría de las Crónicas, Descripciones, Informes y Relaciones de Viajes a Venezuela aparecen identificados en el Apéndice 3 del Diccionario de Historia de Venezuela, 3 vols., Caracas: Fundación Polar, 1992, vol. 3, pp. 1091-1163. Allí se definen las Descripciones como aquellos comentarios de las características más notables del país, sus gentes y, en menor medida, los hechos. Aunque los Informes son definidos como comunicaciones oficiales breves destinadas a ser utilizadas dentro del marco de instituciones..., el término informe será utilizado aquí para referirnos a comunicaciones institucionales, no necesariamente breves.

La antología más conocida sobre el período en cuestión es la de Pascual Venegas Filardo, Viajeros a Venezuela en los siglos XIX y XX, Caracas: Monte Avila, 1973. Para el siglo XIX, ver La mirada del otro... Viajeros entranjeros en la Venezuela del siglo XIX... , y el catálogo de la exposición Artistas y cronistas extranjeros en Venezuela 1825-1899 . Específicamente para el caso de Caracas, existe dos compilaciones: una realizada por Graziano Gasparini, La ciudad de Caracas en las crónicas de cuatro siglos, Boletín del Centro de Investigaciones Históricas y Estéticas, 4, Caracas: Universidad Central de Venezuela (UCV), Facultad de Arquitectura y Urbanismo (FAU), enero 1966, pp. 81-131; y La Pintoresca Caracas. Descripciones de Viajeros, ed. Horacio Jorge Becco y Carlota María Espagnol, Caracas: Fundación Promoción Cultural de Venezuela, 1993

(6) Isidoro Laverde Amaya, Viaje a Caracas, Bogotá: Tipografía de Ignacio Borda, 1885; Alberto Urdaneta, De Bogotá a Caracas (1883), Crónica de Caracas, 45-46, Caracas: julio-diciembre 1960, pp. 382-88; 55-57, Caracas: enero-octubre 1963, pp. 489-94. Buena parte de las crónicas de ambos autores fue compilada en Viajeros Colombianos en Venezuela, ed. Gabriel Giraldo Jaramillo, Bogotá: Imprenta Nacional, 1954, pp. 43-102. Posteriormente han sido reproducidos en Rafael Ramón Castellanos, Caracas 1883 (Centenario del Natalicio del Libertador), Caracas: Academia Nacional de la Historia, 1983, 2 vols. La descripción de los lugares de Caracas, tomada de la obra de James Mudie Spence - The Land of Bolivar or War, Peace and Adventure in the Republic of Venezuela, London: Sampson Low, Marston, Searle & Rivington, 1878, 2 vols - ha sido incluída en La Pintoresca Caracas..., pp. 100-109

(7) Jenny de Tallenay, Souvenirs du Vénézuéla. Notes du voyage, Paris: Librairie Plon, 1884 ( Recuerdos de Venezuela, trad. René L. F. Durand, Caracas: Fundación de Promoción Cultural de Venezuela, 1989); Madame Leontine de Roncayolo, Au Vénézuéla. Souvenirs (1876-1892), Paris: Paul Dupont, 1894 ( Recuerdos, trad. Marisa Vannini de Gerulewicz, Maracaibo: Universidad del Zulia, 1968); William Eleroy Curtis, Venezuela, a land where its always summer, New York: Harper & Brothers Publishers ( Venezuela, país de eterno verano, trad. Josefina Ernst, Alfredo Castro, Caracas: Ediciones del Congreso de la República, 1977; Venezuela, la tierra donde siempre es verano, trad. Edgardo Mondolfi, Caracas: Fundación de Promoción Cultural de Venezuela, 1993).

(8) Paris: Sauvaitre, Éditeur, 1888. Más allá de reconocer que la educación y la cultura de Caracas estaban au niveau des principaux villes européenes (p. 48), los enviados del Ilustre Americano añaden pocos elementos propios a su descripción de la ciudad, obviamente dirigida a reconocer los avances logrados durante el Guzmanato.

(9) Lady Brassey, In the Trades, the Tropics & the Roaring Forties, London: Longmans, Green & Co., 1885, pp. 185-97; W. E. Wood, Venezuela; or Two Years in the Spanish Main, London: Simpkin, Marshall, Hamilton, Kent & Co., 1896, pp. 177-83.

(10) J. N. Galofre, Caracas, El Cojo Ilustrado, IV, 80, Caracas: abril 15, 1895, pp. 226-29; P. Savelli, Primeras impresiones, El Cojo Ilustrado, V, 112, Caracas: agosto 15, 1896, p. 624

(11) R. H. Davis, Three Gringos inVenezuela and Central America, New York: Harper & Brothers Publishers, 1896, pp. 221-82; I. N. Morris, With the Trade Winds. A Jaunt in Venezuela and the West Indies, New York: Putnams Sons, 1897, pp. 103-22; T. Caivano, Il Venezuela, Milano: Ulrico Hoepli, 1897 ( Venezuela, trad. T. Caivano, Barcelona: Antonio López, Editor, 1897, pp. 21-56); W. L. Scruggs, The Colombian and Venezuelan Republics with Notes on Other Parts of Central and South America, Boston: Sampson, Marston & Low Co., 1900, pp. 205-19

(12) No obstante la entrañable crónica de sus años caraqueños, el drama de la primitiva capital de fin de siglo fue reconocido por el americano-venezolano T. R. Ybarra en Young Man of Caracas, London: Robert Hale Limited, 1942, p. 95 ( Un joven caraqueño, trad. Carlos A. León, Caracas: UCV, 1969)

(13)Lady Annie Brassey, A Voyage in the Sunbeam. Our home in the ocean for eleven months, London: Longmans, Green & Co., 1878; Sunshine and Storm in the East; or, Cruises to Cyprus and Constantinople, London: Longmans & Co., 1879.

(14) Lady Brassey, In the Trades..., pp. 170-71

(15) Ibid., pp. 182, 195

(16) A. Urdaneta, Op. cit., p. 383; José Guell y Mercader (Hortensio), Guzmán Blanco y su tiempo, Caracas: Imprenta Nacional, p. 207; W. E. Curtis, Venezuela, a land..., pp. 153, 168

(17) Lady Brassey, In the Trades..., p. 190; Miguel Cané, En Viaje (1883), Buenos Aires: Editorial Molino, pp. 44-45

(18) Lady Brassey, In the Trades..., p. 195

(19) W. E. Wood., Op. cit., pp. 177-78

(20) Ibid., pp. 174, 179-80, 185. Inaugurada por los Boulton conjuntamente con socios americanos, esta línea cubría la ruta entre La Guira - como Wood se empeña en deletrear - y Nueva York. Además de Wood, Curtis y Morris reconocieron el equipamiento y nivel de servicios de sus vapores; ver The Capitals..., p. 257; Morris, Op. cit., pp. 107-108.

(21) J. Galofre, Op. cit., pp. 228-29

(22) W. E. Curtis, The Capitals of Spanish America, New York: Harper & Brothers, 1888, p. 283; M. Roncayolo, Au Vénézuéla..., p. 157

(23) Francisco de Sales Pérez (Justo), La modista (1877), en Costumbres Venezolanas, Caracas: Tip. Cultura Venezolana, 1919, p. 13

(24) A. Díaz Guerra, Diez años en Venezuela (1885-1895), Caracas: Editorial Elite, 1933, pp. 142-44

(25) El Cojo Ilustrado, IV, 77, Caracas: marzo 1, 1895, p. 149

(26) A. Rojas, El carnaval del Obispo (1890-91), en Crónica de Caracas, Caracas: Ministerio de Educación, Academia Nacional de la Historia, 1988, pp. 48-50; Francisco González Guinán, Historia Contemporánea de Venezuela (1909), 15 vols., Caracas: Ediciones de la Presidencia de la República, 1954, X, pp. 144-45, 242

(27) J. Galofre, Op. cit., p. 229

(28) P. Savelli, Op. cit, p. 624

(29) El Cojo Ilustrado, IV, 84, Caracas: junio 15, 1895, p. 371; José García de la Concha, Reminiscencias. Vida y costumbres de la vieja Caracas, Caracas: Editora Grafos, 1962, pp. 117, 142-43

(30) P. Savelli, Op. cit.

(31) Manuel Díaz Rodríguez, Idolos rotos (1901), en Narrativa y Ensayo, Caracas: Biblioteca Ayacucho, 1982, pp. 81-82

(32) T. Caivano, Il Venezuela, pp. 213, 216

(33) Ibid., pp. 249-50, 259

(34) T. Caivano, Il Guatemala, Firenze: Tipografia di Salvadore Landi, 1895

(35) Il Venezuela, p. 204

(36) Ibid., pp. 230-35

(37) José Rafael Pocaterra, Vidas oscuras (1916), Caracas: Monte Avila, 1990, pp. 131, 141-43

(38) W. E. Curtis, The Capitals..., pp. 271, 282

(39) W. L. Scruggs, Op. cit., pp. 217-18

(40) R. H. Davis, Three Gringos..., p. 246

(41) Los acompañantes de Davis eran Henry Somers Somerset, quien había escrito un libro sobre Canadá: The Land of the Muskeg; y Lloyd Griscom, antiguo attaché de la Embajada Americana en Londres, quien posteriormente sería Embajador en el Japón. Ver Gerald Langford, The Richard Harding Davis Years. A Biography of a Mother and Son, New York: Holt, Rinehart and Winston, 1961, p. 153

(42) Sobre la disputa territorial no sólo escribió al final de Three Gringos..., sino también en Colliers; ver Henry Cole Quinby, Richard Harding Davis. A bibliography, New York: E. P. Dutton & Co., 1924, p. 213. Davis posteriormente fue corresponsal del New York Herald para cubrir la revolución de Manuel Antonio Matos en Venezuela; esta experiencia le serviría para su obra su obra The White Mice (New York: Charles Scribners Son, 1909), ambientada en Valencia y Puerto Cabello.

(43) Davis aparentemente hizo que el Delmonico - su restaurant favorito de Nueva York - iniciara la importación de aguacates venezolanos en los Estados Unidos. G. Langford., Op. cit., p. 159

(44) R. H. Davis, Our English Cousins, London: Sampson & Low, 1894; About Paris, New York: Harper & Bros., 1895. Davis (1864-1916) perteneció a una generación intermedia entre el realismo de Mark Twain, William Dean Howells y Henry James, y el naturalismo de Frank Norris y Stephen Crane, entre las cuales insertó cierto toque de frescura. Ver G. Langford, Op. cit., pp. x, 109-10

(45) R. H. Davis, Three Gringos..., pp. 237-38, 282

(46) Three Gringos in Central America and Venezuela, Harpers Magazine, 91, New York: September-October 1895

(47) I. N. Morris, Op. cit., pp. 106-107, 121

(48) Ibid., pp. 115-20. Nacido en Chicago en 1875, Morris llegaría a ser Comisionado General en Italia (1913), y Embajador en Suecia (1914-23), durante los gobiernos de Woodrow Wilson y Warren G. Harding

(49) Ibid., p. 59

(50) Ibid., pp. 101-102; 128, 133

(51) Ibid., p. 153

(52) La Doctrina Monroe había sido formulada por el Presidente norteamericano James Monroe en 1823. Scruggs explicaría su propia visión en Origin and Meaning of the Monroe Doctrine (1902)

(53) W. L. Scruggs, The Venezuelan Question. British Aggressions in Venezuela; or the Monroe Doctrine on Trial, Atlanta: The Franklin printing and publishing Co., 1895. El tono de Scruggs en este primer folleto es desafiante: Still, if England should finally decide upon this course, and under the flimsy pretext of a boundary dispute, of her own seeking, and which she has hitherto obstinately refused to adjust upon any just and reasonable basis, she should persist in her efforts to extend her colonial system within the territory and jurisdiction of an independent American republic, that factor would be but an additional reason, if any were necessary, why the United States should reaffirm, and maintain at all hazards, the principles of the declaration of 1823. The only alternative would be an explicit and final abandonment of those principles; and that would involve a sacrifice of national honour and prestige as no first-class power is likely ever to make, even for the sake of peace. (Ibid., p. 32). El diplomático volvió a explicar el conflicto en el Brief Concerning the Question of Boundary between Venezuela and British Guiana (1898). Sin embargo, Scruggs posteriormente advertiría sobre el peligro de malentender que la Doctrina Monroe podría ser invocada para prevenir el cumplimiento de las oblicaciones contraídas con las potencias europeas, probablemente pensando en los riesgos que corría la Venezuela de Castro en su endeudamiento con Inglaterra y Alemania ( The Colombian and Venezuelan Republics..., p. 256)

(54) Sobre la importancia de este conflicto en el juego de poderes mundial, ver por ejemplo Arthur Whitaker, The United States and South America.The Northern Republics, Cambridge, Mass.: Harvard University Press, 1948, pp. 158-60

(55) W. L. Scruggs, The Colombian and Venezuelan Republics..., pp. 205-207, 210-19, 221

(56) Ibid., p. 211. Reconocimientos a la obra urbana de Guzmán fueron hechos al mismo tiempo por Curtis ( Venezuela, a land..., p. 153) y Davis, quien recordó a los protagonistas de la reacción anti-guzmancista: you cannot wipe out history by pulling down columns or refacing inscriptions, and Guzmán Blanco undoubtedly did so much for his country, even though at the same time he was doing a great deal for Guzmán Blanco ( Three Gringos..., p. 258)

(57) Por ejemplo, la transformación de la Plaza Bolívar - que buscaba hacerla hermosa y espléndida como un pedacito de París - fue criticada por Nicanor Bolet Peraza en sus Cuadros Caraqueños (1893), en Artículos de costumbres y literarios, Barcelona: Araluce, 1931, pp. 74,99. Por su parte, José María (Marqués) de Rojas evocó el gusto sobrio y la tranquilidad arcádica de la Caracas pre-guzmancista en algunas páginas de Tiempo perdido (1905), Caracas: Fondo de Publicaciones de la Fundación Shell, 1967, pp. 269-70

(58) Ver R. Díaz Sánchez, Op. cit., p. 23; Arturo Uslar Pietri, El mal gusto en Caracas, Crónica de Caracas, 11, Caracas: julio-septiembre1952, p. 519; Caracas, en Veinticinco Ensayos, Caracas: Monte Avila, 1969, pp. 163-64; M. Picón Salas, Caracas Allí Está..., en Caracas en tres tiempos, Caracas: Ediciones Comisión de Asuntos Culturales del Cuatricentenario de Caracas, 1966, p. 14

(59) La continuidad de esta transición es la idea principal de mi artículo De la fiesta de Guzmán a la Belle Epoque , Boletín del Centro de Investigaciones Históricas y Estéticas, 30, Caracas: FAU, UCV, enero 1996, pp. 6-17. Desde el punto de vista urbanístico, la continuidad está explicada en la ponencia Influencia europea en el urbanismo moderno en Caracas (1870-1940) (I Congreso Euuropeo de Latinoamericanistas, Salamanca: junio 1996) y European urbanism in Caracas (1870-1940).


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