49 Congreso Internacional del Americanistas (ICA) |
|
Quito Ecuador7-11 julio 1997 |
Nilsa M. Alzola de Cvitanovic
49 Congreso Internacional de Americanistas
Quito - Ecuador
Simposio Hist. 02, América Latina ante la Segunda Guerra Mundial.
Título: La opinión pública argentina ante los acontecimientos internos de Alemania hacia el fin de la Segunda Guerra Mundial.
Nilsa M. Alzola de Cvitanovic
Universidad Nacional del Sur
Bahía Blanca, Argentina
Resumen:
El contenido de esta ponencia es conocer la opinión pública argentina ante un hecho puntual de la Segunda Guerra Mundial y de la Historia interna de Alemania: el atentado a Hitler perpetrado el 20 de julio de 1944.
La Opinión Pública Argentina ante los Acontecimientos Internos de Alemania hacia el fin de la Segunda Guerra Mundial
Durante la Segunda Guerra Mundial a mediados de 1944 el conflicto que se desarrollaba en los frentes europeos se había volcado decididamente a favor de los aliados. En el frente ruso, las tropas se hallaban cerca de Berlín; en Italia, el Norte, en poder de Mussolini tambaleaba y en Francia los aliados avanzaban vigorosamente. En medio de esta situación internacional, un acontecimiento interno alemán va a conmocionar el mundo; nos referimos al atentado sufrido por Hitler el 20 de julio de 1944, del cual salvó milagrosamente su vida y que ha sido ampliamente estudiado y referenciado entre otros por Elisabeth Wiskemann (1) y por William L. Shirer (2).
Es nuestro propósito analizar la información que tenían los argentinos de la época sobre este hecho interno en la historia de la Nación Alemana, consignando las fuentes y comprarándolas con el informe oficial enviado desde Europa por un funcionario argentino a nuestra Cancillería el 2 de octubre de 1944.
Para ello, hemos tomado los diarios La Nación, La Prensa y El Mundo , que en sus páginas cubren ampliamente los hechos ocurridos en Alemania entre los días 20 y 27 de julio de 1944.
El diario La Prensa (3) en esos días publicó un exhaustivo relato sobre la forma en que se produjeron los acontecimientos, destacando que sólo un grupo de oficiales sería el responsable del atentado y puso en duda que existiera un complot mayor. Al parecer, el general Von Staunffenberg llegó al cuartel general para entregar un documento importantísimo (4) al canciller. Después de dejar el portafolios, abandonó precipitadamente el edificio y partió en un automóvil que lo aguardaba. La valija fue tomada por Berger, que era el secretario de Hitler y, aunque no inmediatamente, la abrió, haciendo estallar el mecanismo de la bomba que le destrozó la cara y le produjo la muerte instantánea junto con otros dos coroneles. Hitler, contrariamente a la versión oficial, no se hallaba cerca; q uizás -afirma el periódico- (5) no estuviera presente y las quemaduras que según las fotografías tendría, serían simuladas.
Sin embargo, este mismo periódico el día 27 de julio publicaba una versión distinta proveniente de Londres de la agencia U.P. sobre los acontecimientos. Según esta fuente, el doctor Goebbels, ministro de propaganda del Reich, había pronunciado un discurso que fue retransmitido por Radio Berlín detallando el frustrado intento de muchos jefes militares alemanes para dar muerte a Hitler y derrocar al régimen nazi (6).
El periódico continúa más adelante afirmando que el discurso de Goebbels no fue en verdad sino un esfuerzo desesperado para convencer al pueblo germano y al mundo exterior que los conspiradores no eran más que una reducida camarilla sin importancia y silenció intencionadamente la sangrienta depuración, una de las más feroces de la historia del nacional socialismo, que realizaba el jefe de la Gestapo y Ministro del Interior, Heinrich Himmler.
El diario comenta que probablemente el propósito principal del discurso fue reforzar la moral vacilante de los ejércitos germanos y del pueblo que se tambaleaba peligrosamente bajo este último hecho que sembró en Alemania el más fatal de los desalientos. Goebbels comenzó su discurso diciendo que si la salvación del Fuhrer no es un milagro, entonces no existen los milagros (7). El criminal, según explicó, había introducido una mina en una cartera de documentos y toda la habitación quedó convertida en una zona de destrucción. Sólo un lugar quedó intacto, el lugar donde se hallaba el Fuhrer, quien apenas sufrió algunos rasguños y quemaduras leves. Seguidamente, destacó que el nazismo había procedido a la democratización del ejército y dijo que todos aquellos que no estaban de acuerdo eran los que se habían levantado contra el Estado y contra la vida del Fuhrer (8).
Las noticias en los distintos periódicos continuaron llegando sobre este hecho y sus consecuencias en la política interna alemana. Describían la situación como caótica, desesperada y confusa, aunque presentaron matices diversos, y así leemos en titulares de La Nación (9): Oficiales alemanes atentaron contra la vida de Hitler; el periódico El Mundo (10) consignó: Habría dominado la situación la Gestapo. La Prensa (11) decía que Desde Alemania se informó que la Gestapo continúa reprimiendo severísimamente el complot subversivo. Noticias llegadas a países neutrales expresan que se producen rebeliones militares y civiles en Alemania. Existen anuncios de sublevaciones y huelgas, se registran detenciones en masa y fusilamientos (12). Instase a luchar contra Hitler por medio de una radiodifusora. Nombraríase a Himmler primer ministro del Reich. Habría síntomas de descontento en la marinería alemana. Viajeros llegados a Suecia afirman que fueron fusilados cientos de oficiales. Manifiestan su temor los berlineses por los presuntos amotinamientos de tropas. La revista Cabildo del 23 de julio de 1944 afirmó que no estaba gravemente herido el canciller. Mientras que La Nación del mismo día consignaba que era aún muy confusa la situación en Alemania.
Llama la atención en medio de toda esta información la actitud atribuida al mariscal del Reich, Hermann Goering. Se lo señalaba sucesivamente como el hombre que había creado un nuevo cuerpo aéreo que tenía por misión el custodiar todos los campos de aviación para impedir que pudieran caer en manos de los rebeldes (13). Y a continuación, un comentarista de asuntos militares del Sunday Dispacht , Paul Reuhfer, le atribuía, según una fuente insospechable, que era la principal figura en la que confiaban los confabulados y que después de vacilar al respecto impuso de toda la trama a Hitler, lo que permitió a éste citar a Himmler y sofocar la rebelión.
En cuanto a la importancia del atentado contra Hitler y las consecuencias para el desarrollo futuro de la guerra en Alemania, es interesante detenerse en los artículos que comparan lo ocurrido con los sucesos de 1918.
El diario La Prensa del 23 de julio de 1944 en un despacho llegado desde Roma relata que los matutinos en general acogían los acontecimientos ocurridos en Alemania como los prolegómenos del fin del nazismo y juzgaban que esos hechos acortarían la duración de la guerra.
Para el Risorgimiento Liberale , la crisis alemana había tomado el mismo aspecto que en 1918, porque el nazismo se veía atacado en su propio baluarte; por lo tanto, el nazismo había fracasado. Il Tempo , órgano independiente, expresaba que la revuelta en Alemania era de alcances más amplios de lo que pretendía Hitler y que su resultado sería la pronta derrota de los alemanes.
El mismo día, La Prensa continuaba afirmando que existía una notable similitud con los sucesos pasados y que uno por uno empezaban a reproducirse los acontecimientos de la guerra europea en forma que tenían un notable paralelo. El atentado contra Hitler y las informaciones alemanas sobre la existencia de un movimiento destinado a la paz, lo mismo que las informaciones sobre levantamientos en Kiel y en Stettin, recordaban, según el diario, el motín del 28 de octubre de 1918 de los marineros alemanes en Kiel, muy poco antes de finalizar la guerra.
Sin embargo, la mayoría de los expertos consideraron con respecto a este hecho que el momento culminante de la guerra pasada había sido en Soissons el 18 de julio de 1918. Y sostenían que el cambio de rumbo en la guerra actual había ocurrido mucho antes, en 1942, cuando los rusos iniciaron la marcha de Stalingrado y los británicos avanzaron desde el Alamein. Desde entonces, la suerte había sido siempre adversa para los países del Eje.
El diario El Mundo del 24 de julio de 1944 en una nota especial redactada por José P. Sadi dice que lo más grave y significativo de lo sucedido en Alemania fue el hecho que la rebelión se hubiese gestado en las altas esferas del Comando Militar ya que ellos no ignoraban nada de la situación de sus fuerzas en los teatros europeos, ni de las cartas que aún podría jugar el Reich en los dramáticos instantes que se avecinaban. Por ello, opina el corresponsal que la crisis en la que se debatía Hitler era de mayor seriedad que la que abatió al Kaiser y que los problemas bélicos que debería afrontar Guderian eran más difíciles que los que abrumaron a Hindenburg y Ludendorff.
El alto mando alemán en la Primera Guerra no estimó conveniente proseguir una lucha sin esperanzas de victoria, sin ninguna perspectiva de éxito; prolongando el instante de la decisión final y pidió al Kaiser que tratase de gestionar el armisticio por intermedio del Presidente Wilson.
En cambio, en 1944, la pregunta clave era: ¿Cuál es la situación de Alemania para que el Estado Mayor Central y los jefes más destacados de la Wehrmacht hayan optado por liquidar a Hitler para formar un gobierno de armisticio? (14).
Sobre la situación política interna de Alemania los periódicos argentinos se explayan largamente.
El diario La Prensa del domingo 23 de julio de 1944 expresaba que desde Alemania se había informado que, una cosa era cierta, (de lo que, al parecer, no quedaban dudas) y era que Hitler y Himmler -quien como consecuencia de la revuelta se había convertido en el hombre número dos de Alemania- estaban tomando terribles represalias por el atentado del que había sido objeto el primero, al mismo tiempo que utilizaban la intentona de los altos jefes militares como pretexto para barrer con todos los importantes elementos que podían constituir una amenaza en lo futuro para el dominio de los nazis.
El legislador británico Edgar Grauville, predecía que Hitler preparaba una llamada revolución nazi entre los junkers y los terratenientes, a fin de arrastrar a Alemania a una conmoción revolucionaria y evitar así directamente la derrota militar.
El diario La Nación (15) admite que era muy confusa la situación en Alemania y relata que desde los capitales neutrales de Europa se recibían versiones de que la Gestapo parecía haberse hecho cargo de la dirección de la vida en todo el Reich y que la situación, por lo menos superficialmente, había sido dominada. Desde Suiza, se afirmaba que los jefes más destacados del ejército, que siempre se habían sentido enemigos del régimen nazi, habían sido fusilados. Y el periódico se cuestionó el hecho que la radiodifusora de Berlín no hubiera comunicado los nombres de los comandantes culpables del golpe contra Hitler, salvo el de Von Beck y el del Baron de Stauffenberg. Y sostenía que en esta capital donde los gobiernos aliados mantenían constante atención sobre los territorios ocupados de Europa por medio de un intrincado sistema de agentes secretos, esos jefes habían intentado formar un gobierno con el propósito de lograr la paz con los aliados. Se afirmaba que los junkers no se habrían propuesto tal objetivo por amor a la paz o por salvar sus vidas, sino por considerar que la guerra estaba ya decidida y Alemania sólo podría esperar mayores daños si continuaban las hostilidades.
A esto La Prensa (16) agregaba que aumentaban los indicios de que se había realizado un virtual llamamiento a la guerra de clases contra la aristocracia, seguida por la acción de la Gestapo contra los alemanes pertenecientes a viejas y distinguidas familias.
Este mismo periódico, al día siguiente, en sus titulares, consignaba que preferían los junkers germanos una paz con los anglonorteamericanos porque le temían a Rusia y al comunismo y esa sería la causa del atentado contra Hitler. Según este artículo, proveniente de Angora, la revuelta de los junkers contra Hitler era considerada por los comentaristas diplomáticos de esta ciudad como un intento desesperado a fin de ganarse la voluntad de los anglonorteamericanos e impedir que Alemania se convirtiera en una Nación comunista.
Por otra parte, el artículo, en contradicción con lo anterior, sostiene que, a pesar de la cortina de humo tendida por los nazis respecto al comunismo en Alemania, algunos de los comentaristas que habían regresado hacía poco de ese país estaban de acuerdo en afirmar que los teutones estaban convencidos que Rusia podría ofrecer condiciones de paz mucho mejores que los otros aliados y luego mediante un sistema de infiltración podrían los alemanes minar cualquier régimen comunista que se implantase en Alemania y preservar el esqueleto del nacional-socialismo. Se ofrecía esta teoría como confirmación de la débil resistencia que los ejércitos alemanes ponían en el frente oriental, en comparación con la intensa y vigorosa oposición que desarrollaban en Normandía.
Por otra parte, insiste el artículo nuevamente que la orgullosa Wehrmatch, con sus oficiales junkers apoyados por la burguesía germana, abogaban por una inmediata negociación de paz con los anglonorteamericanos antes de que Rusia invadiera territorio de Alemania. Mientras que los ejércitos soviéticos se encontraban avanzando y golpeaban a las puertas de Prusia, cuna de los junkers, éstos aparentemente deseaban evitar ser invadidos y quizás con la aquiescencia de los nazis hubieran decidido que era el momento para poner en escena la farsa de una revolución conservadora.
Como vemos, el artículo se contradice flagrantemente en las razones que podrían haber impulsado a los alemanes a llevar a cabo un golpe y vacila entre las opciones de realizar la paz con los rusos o con los anglonorteamericanos.
Los comentaristas especulaban sobre quién podría dirigir el grupo de los junkers recordándose en esta oportunidad los rumores circulantes en otras ocasiones sobre las tendencias del embajador germano en Turquía, Franz Von Papen, quien en diversas circunstancias había emitido pareceres entre los anglonorteamericanos con respecto a una posible concertación de paz y destacaban el hecho que Von Papen jamás se había quejado a las autoridades turcas con respecto a las críticas hacia los hombres del nazismo germano y en cambio cualquier motivo de crítica para los junkers o altos dirigentes de la Wehrmatch le causaba una enorme irritación. Los junkers se consideraban a sí mismos depositarios de las tradiciones de Hindenburg, recordándose que cuando Hitler ocupó la Cancillería el anciano mariscal germano le manifestó: No se olvide que usted es sólo un cabo.
Se decía que Von Papen tenía aún una carta de triunfo en su poder, es decir la última voluntad del anciano Hindenburg expresada en su testamento, aconsejando a los alemanes que se liberaran de Hitler y que retornaran a la simplicidad cristiana. Uno de los sueños dorados de Von Papen había sido la posibilidad de que estallara un movimiento revolucionario conservador en su patria. El Imperio Santo era la frase que empleaba en sus discursos y siempre esperaba que Hitler hiciera el tonto.
Por otro lado, el mismo día, La Prensa , en un artículo proveniente de Zurich, sostiene que la agencia alemana había informado que el coronel general Guderian era el nuevo jefe del Estado Mayor General y había comprometido ante Hitler la lealtad del ejército alemán. El ejército había sido depurado y se habían eliminado los elementos deshonestos.
La purga, afirma, estaba dirigida especialmente contra la nobleza en general, ya estuviera relacionada con el complot o no. Era suficiente que el apellido tuviera la palabra von para que quien lo llevase se encontrara en peligro.
El día 25 de julio de 1944, el diario La Nación ratifica la información de La Prensa cuando se refiere a la rebelión de los generales alemanes, según una información recibida directamente de Berlín, en la que se afirmaba que el estallido había brindado a Hitler y a Himmler la oportunidad de despojar a los altos jefes militares del poder que todavía les quedaba dentro de Alemania y les permitió imponer la última palabra en materia de terror policial en todo el Reich.
Con la reapertura de las comunicaciones telefónicas entre Berlín y Madrid se pudo saber que las tropas alemanas S.S., es decir, la guardia elegida, las fuerzas de la Juventud Hitlerista y toda la guardia nacional nazi se encontraban listas y en posiciones que les habían sido asignadas desde hacía mucho tiempo para el caso que la maquinaria bélica nazi se derrumbase. En resumen, Hitler y los nazis habían ganado esta batalla interna a los militares alemanes, que aparentemente sabían que la derrota era inminente.
Más adelante, noticias provenientes de Berna consignaban que, según conductos secretos y dignos de la mayor confianza, era posible decir que la dirección de la oposición interna al nazismo en Alemania seguía intacta, si se exceptuaban algunas brechas insignificantes. Y trascendió que el comité y su organización de resistencia existían en Alemania desde hacía más de seis meses y que lo integraban no sólo militares, sino también representantes de las Iglesias Católica y Evangelista.
La intentona para matar a Hitler tuvo por fin mostrar al pueblo de Alemania que era posible proceder contra Hitler a pesar de sus guardias S.S., que eran formidables y de la Gestapo, que era la policía secreta del Tercer Reich.
El centro de oposición militar estaba en el Frente Oriental, donde funcionaba un subcomité que no se vio afectado por las medidas de Himmler. Otro subcomité actuaba en el Frente Occidental, uno tercero en Italia y finalmente un subcomité civil desarrollaba sus actividades en Alemania misma. Por lo demás, se había logrado demostrar que Hitler no era invulnerable, ni siquiera en su propio cuartel general.
Una de las cosas que al parecer más temían los nacionalistas (17) era que la paz negociada equivaldría a la destrucción de Alemania para siempre y sostenían que la única esperanza estribaba en permanecer fieles a Hitler y luchar hasta alcanzar la victoria final.
El 27 de julio, el diario La Prensa afirmaba que Heinrich Himmler anunciaba el principio de la fase final de la movilización para defender la última trinchera del suelo alemán. Esta fue la primera consecuencia de la crisis del alto mando alemán.
En el campo interno, al parecer Hitler prefería reunir a sus fieles servidores y hundirse con ellos en un infierno de destrucción, esperando con ello que la idea nazi sobreviviera a la derrota militar. Y continúa reflexionando que si esta interpretación era acertada significaría que Hitler estaba dispuesto, para levantar el nivel del Partido, a arriesgar el probable efecto destructor causado en la moral de grandes sectores del ejército.
La nazificación de las fuerzas armadas alemanas a última hora, no daba a los soldados otra alternativa que la de alzar una mano con el saludo nazi o ambas para entregarse.
En cuanto a la perspectiva y opinión formada de los argentinos sobre estos hechos podemos afirmar que en una abrumadora mayoría, las agencias de noticias que registraban los acontecimientos evaluados eran aliadas. Entre ellas, se encontraban A.P. y U.P. (norteamericanas) y Reuter (inglesa), a las que se sumaban las noticias enviadas por países neutrales tales como Suiza y Turquía.
Hemos tomado un artículo especial del diario La Nación por considerarlo representativo de las opiniones emitidas por el resto de los periódicos del país. En él se aseguraba: Ya veremos cómo salen por aquí intérpretes benévolos del atentado contra Hitler, arguyendo que, puesto que esta vez el gesto no se puede imputar al enemigo, el hecho demostraría la aparición en el Reich de elementos hostiles al nazismo, de elementos que tal vez militen en las filas del underground o en los del propio ejército. Y apuntarían quizás la conveniencia de entenderse con ellos, con esos supuestos antinazis, explicándoles que sus vencedores, los aliados buscan ante todo la justicia pero no la venganza, y se pregunta si no sería en todo caso eso una maquinación desesperada urdida por Berlín para amortiguar el golpe. concluyendo que en todo caso hay algo podrido en Alemania (18). Incluso, como hemos visto, el artículo duda que el atentado haya sido real pues podría tratarse de una hábil estrategia urdida para apuntalar la popularidad del tirano.
Si comparamos las crónicas que hemos extraído de los periódicos leídos mayoritariamente por los argentinos de la época con el documento que hemos hallado en el Archivo de Relaciones Exteriores de la Nación, enviado al gobierno de nuestro país y que es de fecha 2 de octubre de ese mismo año, veremos cómo en él se precisan y explicitan los hechos que eran de dominio de la opinión pública argentina.
Este documento fue enviado vía aérea a Buenos Aires por el doctor Amadeo al señor Ministro de Relaciones Exteriores y Culto, general don Orlando L. Peluffo y, aunque también es un artículo de periódico le hemos dado un carácter diferente a los consignados hasta ahora, porque el envío dice textualmente:
Sr. ministro, no existiendo en este momento ninguna representación diplomática y consular argentina en condiciones de poder informar sobre la situación interna del Reich, creo oportuno poder transcribir a V.E. a título documentario, una correspondencia del corresponsal del Journal de Genéve en Berlín aparecida el 15 de septiembre ppdo. En la que se exponen objetivamente las razones que obligaban al pueblo alemán a una resistencia desesperada, sea por terror, en algunos, a la represalia del partido nazi o por el espectro que representa para otros la perspectiva de una ocupación rusa (19).
El artículo comienza preguntándose si Alemania estaba realmente a las puertas de una rendición incondicional y nos dice que el jefe del Gran Estado Mayor General, sostenido por todos los mariscales, había hecho conocer al Canciller que era preciso esperar lo peor dentro de un breve plazo y que los dirigentes de la industria y de la economía alemana estaban convencidos que se depondrían las armas en un plazo máximo de ocho semanas. El pesimismo del Estado Mayor alemán no se debía solamente a la superioridad material o numérica de los aliados sino que se fundaba en el propio reconocimiento del derrumbe creciente de las fuerzas morales y físicas del combatiente alemán.
Esto era lo que los generales del Reich se esforzaban por hacer que Hitler comprendiera. Además, agrega, que si las informaciones no eran falsas, no se trataría sólo de la capitulación de la Wehrmacht si no de la necesidad de un cambio de régimen y sostiene que tal como estaban las cosas en Alemania la prolongación de la situación traería consecuencias desastrosas. Afirma más adelante que Alemania estaba dividida en dos grandes partidos, puesto que del partido único nacional-socialista había nacido un segundo partido en el que se había integrado automáticamente todo lo que no adhería al nazismo. El primero, a cuya cabeza se encontraban Hitler, Himmler, Goebbels, Borman, Ribbentropp, etcétera, era llamado en círculos competentes de Berlín el Partido de la Destrucción. El otro, en el que a veces se descubría la figura de Goering, era apodado Partido de la Paz. Nadie, sin embargo, debía imaginarse que éstos eran realmente dos partidos constituidos y definidos de los cuales uno sería de izquierda y otro de derecha, del cual uno sería nazi y el otro no. Había de todo en los dos y en el segundo grupo había una proporción bastante grande de S.S.
Los integrantes de este partido estaban bastante atemorizados y no habían aceptado, junto con oficiales del ejército, el modo de ejecución de algunos camaradas que habían sido ahorcados, forma de morir considerada ignominiosa.
Continúa el relato diciendo textualmente: Ya que evocamos el drama del 20 de julio que nos sea permitido volver sobre este asunto, que está en vías por otra parte de magnificarse (20). El proceso de Goerleder y otros inculpados había comenzado ante el Tribunal del Pueblo y se comentaba que cundiría el asombro cuando se supiera el nombre de alguno de los cómplices.
El periodista sostiene que sería deseable saber especialmente si el conde Von Hellford, miembro del Partido, ex general de la S.A. y Prefecto de la Policía de Berlín arrestado por complicidad con Witzleben, vivía todavía. Si el ministro de Finanzas de Prusia, Dr. Popitz, arrestado por la misma razón permanecía aun en su celda. Y si lo mismo pasaba con el Dr. Schacht ex Presidente del Reichsbank y Ministro de Economía Nacional, arrestado en su propiedad de Lindow al Este de Berlín. De esta manera, continúa nombrando personajes importantes del Reich que se hallaban en las mismas circunstancias.
Más adelante, se pregunta qué ha sido de los oficiales que comandaban la guardia de los edificios públicos de la Wilhelmstrasse y que al día siguiente de la introducción del saludo nazi en el ejército, efectuaron el gesto habitual ejecutando una mímica que transformaba en grotesco el saludo tan grato al Fuhrer. Y se interroga, además, si aquellos oficiales arrestados inmediatamente y arrojados a la prisión, habían sido pasados por las armas el mismo día.
Se querría saber, además, por qué razón todos los altos personajes mencionados al ser arrestados fueron al mismo tiempo esposados y luego mantenidos con grillos en sus celdas. ¿Quién puede dar explicaciones del por qué la S.S. asesinó a la esposa y al Coronel Conde Von Stauffenberg, lo mismo que a su hermano, que era totalmente inocente de lo que había sucedido (21).
Afirma que evidentemente los arrestos de altos dignatarios y de diplomáticos detenidos no perseguían otro fin que ahogar toda posibilidad de paz y de impedir que se propagase una corriente que, pese a todo, tomaría en el futuro próximo un carácter torrencial. Los nazis pegan en la cabeza dice y por lo tanto se apoderaban de hombres que podrían formar los cuadros de sustitución del régimen. De este modo, al eliminar a los interlocutores que podrían intervenir en un diálogo con los aliados, querían, manifiestamente, dar un golpe definitivo al Partido de la Paz.
Lo más dramático es que la acción de Himmler y de Bormann no se detuvo allí. Por el contrario, se intensificó, y siempre con el mismo designio de impedir el advenimiento de un régimen nuevo se procedió en todo el país a detenciones en masa, cuyo total se evaluó en treinta mil personas, según informaciones de primerísima fuente. Todo lo que subsistía todavía en el plano humano de los partidos que componían el Reichstag, todos los parlamentarios aun vivos, todos los jefes socialistas o comunistas, todos los líderes sindicalistas, sindicatos socialistas o burgueses, todo, en una palabra, lo que representaba el armazón interior y exterior de la República, fue aprisionado o internado.
Y, sin embargo, ninguna de esas medidas podría impedir que el destino se cumpliera. En Rhenania, donde imperaba el terror y cuya principal víctima era la población católica, en toda la Alemania del Sur, sin ninguna excepción, las masas anhelaban cada día la entrada de los ejércitos aliados que habían de traerles la libertad.
Sostiene, además, que en Rhenania, como en toda la Alemania del Sur, las tropas aliadas serían bien recibidas. Y se pregunta ¿El Partido de la Destrucción puede todavía confiar en el triunfo? (22). No es probable, afirma, desde el momento que los ejércitos aliados tienen evidentemente la supremacía de la fuerza.
El documento concluye con un párrafo del doctor Amadeo que dice así: El 20 de julio de 1944 es una fecha que marca una página negra en la historia alemana moderna. Quiérase o no, los nazis deberán comprobar de un momento a otro el derrumbe de sus teorías sobre la unidad moral de los habitantes del Tercer Reich (23).
En conclusión, podemos afirmar, según se desprende del examen que hemos efectuado, que los argentinos de la época tenían un panorama muy completo de la confusión, el caos y las contradicciones que aquejaban a la política interna alemana y conocían las diversas posiciones que les llevaban, bien a estar con Hitler, muchos de ellos forzadamente, por temor a la destrucción de su país o a desear la paz con desesperación y combatir el nazismo con la intención de cambiar el régimen de gobierno.
En la Argentina, como hemos visto, la opinión pública se hallaba mayoritariamente influenciada por crónicas provenientes de agencias aliadas o neutrales, llevando a nuestros periódicos a publicar noticias especiales en los que se llegaba a dudar de la misma existencia del atentado contra Hitler y de la supuesta autenticidad de los grupos antinazis, lo que hubiese contribuido a fomentar en los aliados una cierta benevolencia con el país vencido.
Por otra parte, resulta ilustrativo el testimonio del doctor Amadeo enviado al gobierno del Presidente Farrel en el que se corrobora y explicita la situación planteada.
En definitiva, el atentado contra Hitler marca para los argentinos el principio del fin de la guerra y del régimen totalitario que imperaba en Alemania.
NOTAS
1. Elizabeth Whiskemann, La Europa de los Dictadores, Madrid, Siglo XXI, Edit. 1994.
2. William L. Shirer, The Rise and Fall of the Third Reich, Secker and Warburg, London, 1963.
3. La Prensa, 26 de julio de 1944.
4. Idem.
5. Idem.
6. La Prensa, 27 de julio de 1944.
7. Idem.
8. Idem.
9. La Nación, 21 de julio de 1944.
10. El Mundo, 23 de julio de 1944.
11. La Prensa, 23 de julio de 1944.
12. La Prensa, 24 de julio de 1944.
13. La Prensa, 23 de julio de 1944.
14. El Mundo, 24 de julio de 1944.
15. La Nación, 23 de julio de 1944.
16. La Prensa, 24 de julio de 1944.
17. La Prensa, 25 de julio de 1944.
18. La Nación, 21 de julio de 1944.
19. Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto. Departamento de Relaciones Externas, Informe Oficial, 2 de octubre de 1944. Nro. 121. M.R.E.
20. Idem.
21. Idem.
22. Idem.
23. Idem.
BIBLIOGRAFIA
Diario La Nación, Bs. As., (julio de 1944).
Diario El Mundo, Bs. As. (julio de 1944).
Diario La Prensa, Bs. As. (julio de 1944).
Cabildo, Bs. As. (julio de 1944).
Craig, Gordon A., Europe Since 1815 , New York, Holt, Rinehart and Winston,
1971.
Craig. Gordon A. The Politics of the Prussian Army 1640-1945 , New York,
Oxford University Press, 1964.
Kinder, Hermann y Hilgemann, Werner, Atlas Histórico Mundial , T. II, Ma-
drid, Edic. Itsmo, 1983.
Shirer, William L., The Rise and Fall of the Third Reich , London, Secker and
Warburg, 1963.
Toynbee Arnold, La Guerra y los Neutrales , Barcelona, Edit. A.H.R., 1958.
Wiskemann, Elizabeth, La Europa de los Dictadores, 1919-1945 . Madrid,
Siglo XXI. Edit. 1994.
Buscar en esta seccion :