49 Congreso Internacional del Americanistas (ICA) |
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Quito Ecuador7-11 julio 1997 |
Marie-Cécile Bénassy-Berling
Hist. 05 (Frédérique Langue) ELITES, PODER E IDENTIDAD EN AMERICA LATINA
Las monjas como miembros de la élite novohispana
Marie-Cécile Bénassy-Berling, Université de Paris III - Sorbonne Nouvelle
Resumen . Los estudios sobre la historia de los conventos de monjas en Hispanoamérica , y su tipo de relación con el mundo exterior se han desarrollado mucho en los últimos años. Aquí se escoge el ejemplo de la Nueva España. Después de describir la importancia de los conventos en la vida social que se origina en un fenómeno de focalización, y los elementos de autonomía que tenían las enclaustradas, la ponencia hace énfasis en la diferencia entre la realidad y la imagen que la sociedad se formaba de las monjas. Gracias a su riqueza de datos, complejidad y paradojas, un libro de 1684 recientemente reeditado, Parayso Occidental de Carlos de Siguenza y Góngora, representa un testimonio inmejorable sobre esta visión emblemática de las monjas y su contexto.
Varios textos mexicanos de fines del siglo pasado aluden a unos tiempos lejanos, cuando los futuros escritores iban de visita con sus madres a los locutorios de monasterios femeninos. Recuerdan con extrañeza la singular importancia de estos establecimientos en su país hasta la Reforma. Ahora bien, desde siempre, la imagen de la monja novohispana es doble y contradictoria : voto de pobreza y esplendor de los edificios, penitencias ásperas y pasteles deliciosos etc. El anticlericalismo decimonónico cerró los conventos pero le fue imposible borrar la fama de las monjas como cocineras y pasteleras. Típico es uno de los mosaicos del famoso Café de Tacuba en México instalado por más señas en el ex convento de Santa Clara. Representa una cocina monástica. Una india prepara unas tortillas, pero quienes mueven la cuchara en las cazuelas son unas monjas. Para limitar el alcance del homenaje, el artista las representó feas, viejas y antipáticas, pero la oportunidad del homenaje caía de su peso.
Después de muchos años muy fecundos gastados en archivos y papeles viejos de conventos, la especialista norteamericana Asunción Lavrin afirma que no se siente capaz de emitir juicios conclusivos : "todavía no se han iluminado completamente sus numerosos claroscuros"; "no hay un rasero simple para medir las incongruencias que parecen minar todo intento de hallar un patrón que defina la vida conventual" en la Nueva España. Sin embargo, gracias a los muchos trabajos de ella, y otros investigadores más, parece que podamos aproximarnos a la verdad en el importante aspecto de la relación de los monasterios con el mundo exterior. Lo que se quiere subrayar en esta ponencia es la importancia de los elementos simbólicos, fantasmáticos, emblemáticos, míticos de la imagen de "la monja" en este virreinato de ultramar, elementos que se relacionan estrechamente a la vez con la posición real de las mujeres que poblaban los claustros y con el anhelo muy fuerte de conseguir una identidad propria frente a la metrópoli.
En la Nueva España como en otras partes de las Indias de la Corona de España, los elementos básicos de la institución monástica femenina son los mismos : identidad de las órdenes y reglas, trámites de fundación, dignidad eminente de esposas místicas de Cristo, profesión con los tres votos de castidad, pobreza y obediencia más el de clausura, caminos hacia la mística, funcionamiento de los órganos de poder ; también selección social en el reclutamiento, intervención de las familias en la elección de estado de sus hijas, tipos de financiación y papel de los patronos. Si los monasterios desempeñan un gran papel en la vida local, puede consistir en una comunicación exagerada con el mundo exterior relacionada más o menos con la relajación de la regla, puede ser efecto del cariño que sienten los vecinos por sus piadosas monjas y puede ser esencialmente manifestación del orgullo que sienten por la grandiosidad de la institución o la belleza del edificio. Puede ser una mezcla de todo eso. El primer rasgo, la vinculación de los conventos con un "mundo" que en teoría habían abandonado las monjas va a cobrar en la Nueva España una enorme importancia y un cariz especial. Claro que se pueden encontrar semejanzas con Lima, con Quito, con bastantes ciudades del Imperio; menos con ciertas zonas como Cuba o la costa de este reino andino. Aquí nos ceñimos al ejemplo novohispano, más especialmente México, caîtal del virreinato, y la prestigiosa ciudad de Puebla de los Angeles.
Tenemos unos testimonios obvios : las estadísticas y los monumentos u obras de arte. que subsisten hoy en día. En vísperas de la Independencia, México capital cuya población alcanzaba unos 130 000 habitantes contaba veinte y dos monasterios y casi un millar de monja. La extensión y riqueza arquitectónica de los monasterios era muy notable, y sus medios financieros considerables, aunque con altibajos fuertes causados por la situación económica general o por la mala administración de algún mayordomo. La presencia de muchas criadas (más que en la Península, por cierto) y de muchas niñas educandas introducía la profanidad en el recinto sagrado. Las "celdas" de las monjas ricas eran casitas o apartamentos permitidos por unas exenciones del voto de pobreza que se renovaban rutinariamente. Las niñas vivían repartidas en las celdas, ofreciendo un objeto al instinto materno de unas monjas que a menudo eran sus tías. Los locutorios eran salones concurridos, donde se comían pasteles e incluso se tocaba música.
Los pintores criollos han inmortalizado bastantes trajes de profesión. Eran muy ricos, con bellísimos ramos y coronas de flores. Tales cuadros no parecen tan frecuentes en la península. . Efectivamente, las ceremonias de profesión eran lucidísimas. Asistía toda la élite civil y religiosa de la ciudad. Vestían a la joven como si fuera una princesa y la paseaban por la ciudad. A pesar de lo caro que era el papel, se ponían a veces en letras de molde el sermón , o las letrillas que se habían cantado durante la ceremonia. Era un acontecimiento mucho más sonado que una boda. También los rarísimos cambios de lugar de unas monjas: cambio de edificio o nueva fundación, se realizaban con mucha solemnidad y concurso de pueblo. A veces los inmortalizaba un pintor.
El historiador liberal mexicano José María Luis Mora ([1836] 1986, I, 281) ha notado con mucho sentido común que el esplendor de las fiestas de profesión podía ser - es decir era a veces - una verdadera trampa o señuelo para unas jovencitas que percibían muy mal el reverso de la medalla : toda la vida en el encierro y la sujeción y una "miseria sexual" que podía empezar a a ser realmente penosa cuando ya era tarde para cambiar de destino. Este incentivo de la fiesta grandiosa se añadía al factor bien conocido en todo el mundo católico de aquel tiempo : la presión, incluso a veces imposición, de la familia que quería reservar lo esencial de la fortuna a otros hijos o practicaba determinadas estrategias para conservar un patrimonio material y simbólico. Un caso paralelo era el de la joven pobre a quien un protector bien intencionado proponía la dote para profesar. Era muy difícil despreciar semejante posibilidad de ascensión social, pero aceptarlas podía traer consigo unas consecuencias muy tristes, a veces trágicas.
En la Nueva España no admitían para profesar en los conventos a las jóvenes de las llamadas castas, es decir las jóvenes que no se habían clasificado como de origen español (blanco) en el momento del bautizo. Se fundaron unos pocos claustros para las indias, siendo el más famoso el muy observante de Corpus Christi de México (1727), pero únicamente para las hijas de caciques. La función de acceso, conservación y glorificación de la clase dominante se volvía mucho más estratégica que en la península, y tal vez más aún en las ciudades de provincia. Demos el ejemplo de la Concepción de Puebla fundada en 1593: "producto de una determinada madurez de la sociedad urbana", poblada por hijas de enriquecidos curtidores, obrajeros etc que quieren "homogeneizar culturalmente al nuevo sector dominante" ..."establecer un elemento de cohesión ... y marcar una distinción del lugar que ocupaban en la sociedad en su conjunto" (R. Loreto López 1991, 164, 165, 177). El convento era un lugar "visible", y medio abierto gracias a las bellas ceremonias y al locutorio. Su númeroimportaba mucho para determinar la jerarquía de las ciudades de las Indias. Además, por más que se pudiesen temer los conflictos de las monjas con la autoridad clerical, el riesgo de que estas instituciones se independentizaran de verdad era casi nulo. La situación colonial quitaba a las familias muchas ocasiones de lucirse en comparación con las de la Península. Quedaban los conventos y se produjo en las Indias un verdadero fenómeno de focalización. Gracias a ellos, los criollos protegían su posición superior de varias maneras : eran patronos de instituciones prestigiosas y aseguraban así el recuerdo de su persona por medio de su tumba y una colocación honrosa en el futuro para cierto número de hembras de la familia. Al pedir mercedes a la Corona, los novohispanos solían mencionar a las monjas de la familia como timbre de gloria. En término medio, el prestigio de éstas era mayor que el de sus hermanas casadas. Incluso la competencia entre los varios conventos era algo excitante que daba pábulo a los mentideros: competencia en manifestaciones de santidad como en talentos mundanos, musicales y pasteleros. Finalmente, la mejor prueba de la importancia de los conventos novohispanos es la cantidad de legajos que tratan de ellos, en el Archivo de Indias de Sevilla por ejemplo.
La actitud de la sociedad en el momento de la admisión no era exactamente racial, más bien social. Una mestiza por la sangre incorporada a la sociedad dominante podía ser monja, como lo fueron unas descendientes de Montezuma. También, si el peso de la familia o de las circunstancias era suficiente, se podía disimular un nacimiento ilegítimo, porque era un accidente demasiado frecuente. El convento servía para asegurar cierta continuidad de la sociedad dominante a través de los (fuertes) avatares financieros. La nieta arruinada de un conquistador merecía que algún rico le pagara la dote, y lo conseguía a menudo. Una joven "decente" pero desvalida tenía menos posibilidades todavía que en la Península para ganarse la vida con un sueldo. Tenía dos opciones si se quedaba en el mundo : un matrimonio muy desigual o una situación irregular y ésta última - con estabilidad o sin ella - era bastante común. Si la joven quería proteger su virtud, existían recogimientos cuya vida era tan austera como la de un convento, sin las ventajas de éste. El único destino honroso y satisfactorio era profesar como monja "de velo y voto". La elasticidad social no era nula. Existía la intervención individual de algún protector a favor de una joven "interesante", siendo el caso más famoso el de Sor Juana Inés de la Cruz (1650?-1695) que no era ninguna nieta de conquistador, que unía la ilegitimidad a la pobreza, pero cuyas dotes intelectuales sin par unidas a la belleza hacían de ella un problema para los guardianes del orden social; no se sabe de fijo si fue el confesor, la virreina u otra persona quien obtuvo el donativo del benefactor. Existían también becas para las buenas músicas cuyo talento iba a dar mayor lustre a la casa. Las "pobres" siempre eran minoritarias y las "hermanas" religiosas rara vez olvidaban el origen de cada cual. Subir en la escala social se conseguía, pero se pagaba caro.
No es fácil percibir el peso social de las monjas porque ha dejado pocas huellas materiales. Sus elementos eran funciones religiosas, visitas, carteo y educación de las sobrinas o ahijadas, y claro chismes. En una emisión de radio el llorado Michel de Certeau decía que el locutorio servía de "sala de prensa". Servía también de salón en una sociedad nueva que incluía a muchos inmigrantes de poca educación y riqueza reciente deseosos de pulir sus modales. En las casas particulares, la vida de "salon" a la francesa no existía y la Corte de la virreina acogía a una élite restringida. El "devoto de monjas" que nunca logra el premio de su cortejo existía en mayor cantidad en la Nueva España que en la Península porque había muchos solteros. En las Indias, la abundancia de criadas de condición más o menos servil permitía a muchos varones aplazar sin mayor problema la hora del verdadero enlace. Aquí viene una comparación inesperada para la monjita joven, placentera e ingeniosa: la geisha japonesa que sabe encantar a sus huéspedes y presidir una mesa. Además de las especialidades de repostería de cada convento, los talentos musicales, en la iglesia y a veces en el locutorio, influían en gran medida en la fama y la concurrencia.
Tengamos en cuenta también que, a menudo, una familia poderosa conseguía colocar a más de media docena de hembras en el mismo convento, es decir que éste podía transformarse casi en un anexo de la casa familiar. En la Concepción de Puebla, profesan tres hijas de un fundador, más siete descendientes (Loreto López. 1991: 166). Varios autores, y Pilar Gonzalbo Aizpuru en primera línea, han recalcado el hecho de que, gracias al peso enorme de la religiosidad, el convento era casi el modelo de la vida social. No sólo imperaban las recetas de cocina o las canciones, las flores de papel aprendidas allí, también el lenguaje, los modales, la cortesía frutos de la educación. Tantas niñas criadas con sus tías en un claustro continuaban a menudo una sociabilidad de mujeres basada en bordados, devociones, y comadreos en que el marido (cuando no había desaparecido) era casi un forastero. Es decir que entre el "mundo" y el claustro, la influencia era mutua.
Ahora conviene considerar las posibilidades de realización ("achievement") personal de las monjas. La opinión de Octavio Paz en su famosísimo libro es tajante; "La producción artística, filosófica y científica - con la conocida excepción de Sor Juana - fue insignificante"(1982, 165). La gran archivera Josefina Muriel cita muchos nombres de monjas músicas, pintoras o escultoras etc, precisa que las monjas participaban en los certámenes de poesía, incluso nos dice que una carmelita de Morelia compuso en 1821 unos versos al ejército trigarante que se difundieron ampliamente (Muriel, 1982, 502). Si se considera la obra conservada por la posteridad, y si se hace caso omiso de los escritos místicos, la reivindicación de la archivera no logra contrarrestar realmente la afirmación del poeta. Sin embargo dice Beatriz Pastor que el convento es "un espacio alternativo donde se abrían opciones de desarrollo personal, de solidaridad femenina, de expresión cultural" (1996, 193). El terreno esencial del poder y la iniciativa es el gobierno del mismo convento. El de la prelada y sus asistentes, incluso la maestra de novicias, es innegable, al servicio de la piedad o/y al servicio de la profanidad. Pilar Gonzalbo Aizpuru ha descrito varias veces las artimañas de las monjas para evitar la salida de las numerosas seglares que llenaban los claustros cuando el cuarto concilio provincial mexicano, en 1771, intentó por fin poner en ejecución los decretos del Concilio de Trento. Era tan fácil confundir las categorías, decir que las criadas eran unas donadas, o iban a serlo, que las niñas educandas estaban dudando si profesar o no etc El poder de los prelados era mucho menos absoluto de lo que prescribía la regla. Además era posible apelar a Madrid o a Roma, o reclamar la jurisdicción episcopal si el superior era un religioso; la jurisdicción religiosa en el caso inverso.
Otro terreno de acción menos conocido, pero fundamental, es el de las finanzas. El mayordomo compartía la iniciativa con la(s) contadora(s), y las demás monjas estimaban enormemente el talento en esta materia. Desde los descubrimientos sensacionales de Elías Trabulse, sabemos que el talento muy cierto de Sor Juana como mujer de negocios fue para ella un arma esencial al final de su vida. Atacada por el arzobispo, su prelado, consiguió después de largas sesiones de discusión, obtener un acuerdo secreto que era como un empate. Ella cerraba el locutorio, vendía la biblioteca para los pobres y ellos difundían la noticia de que se había convertido a una vida estrechamente monástica, que caminaba hacia la santidad. Mientras tanto, la Décima Musa estaba tranquilita en su "celda", libre del "mundanal ruido", escribiendo y leyendo libros recién comprados con un dinero que ella había atesorado cuidadosamente. Como seguía siendo contadora del convento, conservaba un contacto con el mundo exterior : el mayordomo. La mentira oficial necesitaba de la complicidad de las demás monjas. Problabemente, éstas, incluso las envidiosas, tenían pocas ganas de privarse de los provechos financieros obtenidos gracias a Sor Juana.
En cuanto a lo principal de la "realización" de Sor Juana, su gran obra literaria, claro que es la excepción que confirma la regla, y mediante muchísimas cortapisas. Es importante notar que ninguna obra dramática suya se representa en público en México, ni siquiera un auto sacramental. Mientras tanto, hay por lo menos una representación en una casa privada ante los virreyes; se trata de Los empeños de una casa, una comedia de capa y espada. Posiblemente se representó la otra, Amor es más laberinto , en Palacio; es cierto para unas loas de homenaje. Y en México, se editan casi únicamente unas obras de ocasión, celebraciones, villancicos. En éstos, a veces, falta el nombre de la autora. Lo esencial de la publicación de Sor Juana se realiza en la península... y la llegada de los ejemplares a México acarrea serios problemas a la Décima Musa.
La Nueva España puede enorgullecerse también de otra figura de monja mucho menos conocida, pero cuyo papel social e intelectual fue realmente excepcional: Ma Ignacia de Azlor y Echeverz (1715-1767) que, siendo huérfana a los veinte años y muy rica, dedicó su vida y su fortuna a la fundación de verdaderos colegios de niñas en su patria. Consiguió realizarla tras muchas dificultades en 1754. Ma Ignacia descendía del conquistador Francisco de Urdiñola, y sus padres eran muy cultos. Leían francés, lo que no era todavía muy común. En vez de profesar en un claustro "elegante", viajó a España para ingresar a la orden de la Compañía de María, fundada en Francia a principios del siglo XVII por Jeanne de Lestonnac, una sobrina muy culta del escritor Michel de Montaigne, que quería elevar el nivel intelectual de las jóvenes católicas. El convento-colegio del Pilar de México, llamado comunmente "La Enseñanza" incluía además del internado una escuela gratuita para externas.
El éxito fue muy grande y se fundaron otros colegios en las provincias, pero la ambición y originalidad de las escuelas de la orden fue disminuyendo progresivamente y no sobrevivieron a la Independencia. Desde luego, no era la ratio studioru m de los varones, pero eran "clases" de verdad, divididas en niveles. La poderosa comunidad vasca, la cofradía de Aránzazu, tuvo ambiciones paralelas, para sus hijas y fundó el colegio de Las Vizcaínas. Obtuvo del arzobispado, a duras penas, que las maestras de este colegio fueran unas seglares. Es decir que, con la brillante excepción de la Compañía de María, los conventos eran considerados entonces como totalmente incapaces de responder a las exigencias de la nueva época ilustrada.
Para una monja, la manera más normal de triunfar ha de ser la santidad. Efectivamente, muertas o vivas, muchas monjas consiguieron ser famosas en su patria. Aquí, precisamente, la realidad y la imagen fantasmática, se mezclan de modo esencial. Esa sociedad tan creyente pero tan pecadora necesitaba de un contrapeso. Las vírgenes puras eran como una bandera del honor colectivo. Además sus oraciones para sacar las ánimas del purgatorio constituían un seguro, sobre todo para este tipo de varones que denuncia Sor Juana en las famosas redondillas "Hombre necios que acusaís a las mujeres sin razón..." Había en la sociedad una "demanda" de santidad, y los claustros femeninos tenían que cumplir, que para eso los habían fundado y dotado.
Esta demanda se manifestaba por una sed de noticias extraordinarias: visiones, apariciones, intervenciones del demonio y de las ánimas del purgatorio, penitencias horripilantes etc. La santidad verdadera busca el secreto; por otra parte, la superioridad femenina - reconocida - en materia de vida mística puede constituir un temible poder. El clero lo vigilaba cuidadosamente, así como administraba la "oferta" de santidad publicando libros después de censurar su contenido. Es cierto que se difundieron algunos escritos privados de las monjas, y que muchos poemas sacados de su pluma fueron copiados cien veces por sus familiares y por otras monjas, pero los textos más importantes, las voces íntimas de las enclaustradas fueron confiscadas casi siempre.
Por su naturaleza, escapaban al poder jerárquico y masculino. Electa Arenal & Stacey Schlau dan una opinión extrema : "Especially after the Council of Trent, the prose of women in the convent was always an act of defiance although it purported to be an act of obedience" (1989, 16). Isabelle Poutrin, Kathleen Myers, Jean Franco, otras y otros han explicado como los escritos monjiles se realizan bajo la orden del confesor, a menudo a regañadientes, algo de que ya se quejaba Santa Teresa. Los manuscritos de la monja pueden servir para ser criticados - incluso castigados - o para edificar a los demás. Casi nunca se publican en vida de la monja. El confesor o sus amigos se encargan de una reescritura, que cita muy naturalmente al texto original sin comillas ya que apenas se conocía entonces la propiedad literaria.
En otros casos se publica una antología. Josefina Muriel nos proporciona un excelente ejemplo; "Gerónima de la Asunción..., fundadora de las descalzas de Manila, Filipinas, en el siglo XVI, escribe meditaciones, oraciones, tratados de oración mental y otras obras que vieron la luz pública en la ciudad de los Angeles, cuando Fray Bartolomé de Letona los publicó anexas al tomo segundo de su biografía Perfecta religios a, 1662"(1982, 474)Lo más común es la biografía de una difunta. Son todavía numerosísimas en las bibliotecas, a pesar de que seguramente se perdieron muchas. Que, en aquellos siglos, la Nueva España no haya obtenido de Roma ninguna beatificación de monja es algo sorprendente. Tal vez la misma abundancia de expedientes haya causado sospechas.
Una excepción interesantísima es la madre poblana María Anna Agueda de San Ignacio (1695-1756), cuyo prelado, el obispo Domingo Pantaleón Alvarez de Abreu permitió publicar viviendo ell a varios textos de teología mística que tenían algo de feminismo ya que exaltaban no la sangr e de Cristo sino la la lech e de María (véase Pastor 1996, 209). El título de uno es Devoción en honra de la Purísima Leche con que fue alimentado el niño Jesu s etc. Posiblemente haya sido ella sin querer una "anti-Sor Juana". Había nacido el mismo año de la muerte de la Décima Musa y también ella hubiera sido capaz de estudiar: había aprendido a leer a los tres años.
Como se conformaba totalmente con el perfil monástico, podía servir de contra-ejemplo. Notemos sin embargo que, después de su muerte, su obra se publicó no tal cual, sino en forma de antología, en 1758 y luego 1791: Varias devociones... sacadas de las obras de la Ven. Madre María Anna de San Ignaci o (Muriel 1982, 475). Distinto es el destino de María de San José, una monja de la generación de Sor Juana, autora de unas mil páginas de manuscritos de excepcional importancia, escritos a petición de los confesores, que permanecieron sin publicar, llegaron a la John Carter Brown Library de Providence, RI, Estados Unidos, hasta que los estudiara y publicara Kathleen Myers. María de San José es interesante, no sólo por sus experiencias místicas y lo terrible de sus maceraciones, sino por la fuerza de su estilo y su autonomía moral en toda la primera parte de su vida. Siendo adolescente vivía en el campo y no tenía director espiritual.
No ingresó al convento agustino de Santa Mónica hasta los treinta y tres años. "María de San José account, then, with its tensions and contradictions - between the ideal and the personal; rhetoric and colloquial language; authority and the individual; the body and spirit; ortodoxy and mysticism; the Spanish and Creole - could be considered paradigm of Creole identity" (Myers 1993: 54)Según se acostumbraba, esta vida edificante dió lugar en 1719 en Puebla a la publicación de la oración fúnebre y en 1723 en México de una biografía firmadas ambas por el dominico Sebastián de Salazar y Torres, pero los escritos no se difundieron Un libro muy sorprendente publicado en México en 1684 por el sacerdote criollo Carlos de Siguenza y Góngora suministra no sólo muchos datos sobre nuestro tema, sino también, y sobre todo, un montón de elementos sobre la imagen fantasmática que la sociedad de la capital se formaba de las enclaustradas.
Se llama Parayso Occidental plantado y cultivado por la liberal benefica mano de los muy Catholicos, y poderosos Reyes de España Nuestros Señores en su magnifico Real Convento de Jesus Maria de Mexico El título barroco se ha de tomar muy en serio. El Occidente es el continente americano, y más específicamente la ciudad de México. El paraíso vegetal de Adán y Eva que duró tan poco en el Viejo Mundo se ve sustituido por un jardín de flores vivas que son las monjas y que vale mucho más. Se desplaza el centro del Mundo. Esto es el complemento lógico de la difusión del culto a la Virgen milagrosa de Guadalupe, en la misma época y bajo la misma pluma. La gracia divina se traslada al Nuevo Mundo y los malabarismos estilísticos del barroco permiten condecorar al Occidente con los prestigios tradicionales del Oriente.
El Nuevo Mundo no estaba incluido en el pensamiento tradicional del Viejo, es decir que la tierra encontrada por Colón y Cortés es un "milagro", y como tal vale mucho más que el Viejo Mundo. Quizá la Nueva España sea un reino sometido a un rey lejano, pero es el más bello diamante de su Corona. El autor consigue afirmar a fin de cuentas que la dignidad de la Nueva España es superior a la de la ViejaEstamos en pleno proceso de formación, o de tentativa de formación de la identidad mexicana y las monjas de un claustro de México desempeñan el papel de vanguardia y de "metaphor of divine will in America" (Ross, 1993, 47). K. Ross en 1993 y Margo Glantz en su introducción a la reedición de Parayso.. .en 1995 han comentado brillantemente el libro de Siguenza. Citemos a la primera que lo define como: "a constant wavering of language from dominant to subordinate position resulting in subversion of European models even when those models are consciously being imitated" (1993, 7). Mientras tanto, el papel atribuido al rey no se ve confirmado en el cuerpo de Parayso Occidenta l. Felipe II se interesó por la fundación en un momento en que ya existía.
Varios prohombres de México lo habían fundado para las descendientes pobres de conquistadores y pedían una ayuda financiera. Ahora bien el rey deseaba colocar en él a una hija natural suya quien cruzó el Atlántico y luego murió pronto. La dotación que dedicó Felipe al convento, 20000 pesos no era tan magnífica, pero, precisamente, las monjas de Jesús María costean el libro en 1684 para celebrar el centenario de la institución y con el fin de obtener del monarca nuevos fondos que la dureza de los tiempos hace bien necesarios.
El polígrafo Siguenza y Góngora siempre tiene problemas para publicar sus obras. No puede perder tal oportunidad. Además del afán de prestigiar a la Nueva España, tratar este tema puede colmar varias aspiraciones suyas: su vocación de historiadorsus sentimientos cristianos, su amor entrañable a la patria acompañado de rencor hacia los presumidos peninsulares que ven a la criollas "regalonas y chocolateras" (folio 184) incapaces de las austeridades monásticas. Hasta hace poco, la obra levantaba poquísimo interés porque los lectores se chocaban inmediatamente al leer la pretensión de hacer historia en serio, con documentos y testimonios etc, seguida de una retahíla de episodios difíciles de creer (a veces casi espantosos) presentados en son de edificación. E
l mérito de Kathleen Ross es haber detallado los innumerables, "blendings", "shifts", "contradictions" etc que caracterizan el libro, haber constatado también que es imposible reconstituir su génesis por la ausencia de casi todas las fuentes, y la mescolanza de testimonios directos e indirectos o sospechososy, sin embargo, haberlo tomado en serio, estudiándolo con otro enfoque. Se interesó por él como testimonio inmejorable del nacimiento difícil de un sentimiento nacional que este "barroquismo" expresa perfectamente. Parece que no hubo reediciones en el siglo XVII. Posiblemente la envidia de los demás conventos haya dificultado su carrera a corto plazo. A mediano plazo la historia del convento no vino a reforzar la presentación hecha por Siguenza de "serafines abrazados en el amor de su esposo" (Siguenza [1684] 1995, 52). En 1693 hubo un escándalo sensacional que probaba por lo menos que la vigilancia era nula dentro de las "celdas" personales de las monjas y que la ausencia al coro se perdonaba con mucha facilidad
Luego, en 1713, una monja redactó de su puño y letra un pacto con el demonio (Cervantes 1994, 102-103). El mismo Siguenza confiesa que la fundación fue trabajosa, marcada por desavenencias entre los fundadores, que pronto se admitieron monjas ricas que no eran descendientes de conquistadores. No le choca en absoluto la riqueza del convento, al contrario la ve necesaria para que las monjas se dediquen tranquilamente a la oración, pero tiene que mencionar un largo periodo de relajación hasta la reforma de la Abadesa María Antonia de Santo Domingo (+1682). Se fundó San José, el primer convento de la orden del carmen en México, a partir de Jesús María, pero las monjas no fundadoras se abstuvieron de fomentar el proyecto y es evidente que, de ser tan santo el monasterio donde habían profesado las fundadoras, éstas no hubieran puesto tanto empeño en buscar más perfección en otro lugar.
Lo lógico hubiera sido escoger Siguenza como Parays o al monasterio de las carmelitas, el más observante de la ciudad sin lugar a dudas. Al contrario "canibaliza" casi a éste, dedicando dos capítulos a su fundación y diciendo que Santa Teresa había anunciado que se fundaría un convento suyo muy observante en México (folio 40 verso). Desde luego, el entusiasmo de Siguenza por el convento de Jesús María no se debe a la piedad excepcional de sus monjas, sino que se explica por unos motivos de tipo "patriótico". La gloria de abrigar a unas nietas de conquistadores, y de ser "Real convento" no es su único timbre de gloria . El edificio está situado en el lugar de la casa de Juan Jaramillo y Doña Marina que fue más que intérprete de Cortés: "sirvió de medio para que se le haya agregado tan indefinito numero de almas à la Catholica Iglesia" (folio 38v). La piadosísima fundadora cuya vida ejemplar llena gran parte del libro se llamaba también Marina, Marina de la Cruz. Esta candidata posible para la beatificación (apariciones, milagros etc) era amiga del candidato número uno a una canonización que no se logró: "el admirable anacoreta Gregorio López".
El capítulo XIX de la segunda parte se dedica enteramente a la "finissima correspondencia" entre ambos personajes. La fundadora había nacido en España, pero viajó joven a la Nueva España y se puede considerar como acriollada. Cuenta Siguenza un episodio enternecedor de solidaridad femenina. La monja da palabras de consuelo a una pobre mujer que "se descuydó y quedó preñada" (folio 126) durante una "prolixa ausencia" del marido. La caritativa monja "le pondera la gravedad de su pecado" pero no se olvida de los problemas prácticos. Obtiene del cielo gracias a sus oraciones un parto bastante temprano de la casada infiel, y una vuelta bastante tardía del antipático marido.. Así resulta que él no se entera de nada y la vida sigue su curso. Difícil imaginar semejante exemplum edificante en la Europa del siglo XVII. María Antonia de Santo Domingo, la abadesa cuya fama ha dado pié para el proyecto de Parayso occidental.. es una criolla de verdad nacida en Santiago de Guatemala.
Además de ser muy santa, es gran lectora, gran administradora y mujer de negocios. También discurre con discreción de los asuntos de piedad. Deseaba ser carmelita, no lo consiguió e ingresó a Jesús María. A ella se debe no sólo la reforma del convento sino una victoria contra el asalto de unos demonios. Este ejemplo y algunos más ha de probar que las criollas no son tan "regalonas y chocolateras" como pretenden los peninsulares, que sirven para monjas. Y el autor del Teatro de virtudes políticas , gran heraldo de los méritos de los aztecas introduce también en su libro a los indios del pasado, y, lo que es más notable, a los indios del presente. Dedica un amplio primer capítulo a recordar que los templos de Tenochtitlan abrigaron en otros tiempos a unas piadosas "vestales", más perfectas en castidad que las de Roma, cuya extrema austeridad es un modelo para sus sucesoras cristianas: "Si por ser esta virtud tan en estremo excelente, no es indignidad en las christianas narraciones ilustrarla aun con exemplos gentilicos, siendo los que se hallaron en estas Naciones occi-septentrionales, dignos de perpetuidad en la comun estima"La descripción de la vida de estas aztecas se describe con el vocabulario de las reglas monásticas: "superioras", "clausura", "recogimiento" etc. Y Siguenza no olvida a los humildes indios súbditos ya del rey de España. Alaba el entusiasmo de los obreros indios que regalan tesoros de artesanía a las monjas. Dedica dos capítulos a unas indias del convento que sobresalieron por su piedad: "Vida admirable de Petronila de la Concepcion, India, Donada de este convento". (folio 171-173).
También Francisca de San Miguel, india, y María de San Juan, negra, quien fue admitida a los "votos simples" poco tiempo antes de morir. Gozaba de tanta estima que le confiaron las llaves de la azotea. Estaba encargada de vigilar que las enclaustradas no la utilizaran para charlar con los vecinos. A fin de cuentas, el convento de Jesús María merecía ser la metáfora de la ciudad. Si Siguenza y Góngora es el más prominente en este género, no es el único. Evidente es el afán de la Nueva España por poseer figuras femeninas emblemáticas, evidente es también la dificultad. El malinchismo como mito es la creación tardía del México independiente. Los compañeros de combate como Bernal Díaz del Castillo admiraban enormemente a Doña Marina, no le reprochaban la irregularidad de su concubinato con Cortés. Hemos visto que, un siglo después, Siguenza y Góngora guardaba practicamente esta misma imagen de gran introductora del cristianismo, pero, precisamente, los mexicanos la veían todavía como una figura histórica positiva, no un mito. Hubo otra tentativa, fracasada a medias, de mitificación de una mujer que no era cristiana vieja, la llamada China poblana.
En 1689-90, en Puebla y luego México, aparecieron los tres tomos de la obra de un jesuita Alonso Ramos Prodigios de la omnipotencia y Milagros de la Gracia en la Vida de la Venerable Sierva de Dios Catharina de San Juan. Pero fue prohibida por la Inquisición. Esta vez las visiones y apariciones se juzgaron "inverosímiles" e " inútiles " Hasta cierto punto, se puede hablar de una mitificación de la Décima Musa que pervive por lo menos en algunos retratos póstumos de Sor Juan pintados durante el siglo XVIII, pero la perjudica la autoridad religiosa, la "negra envidia", y luego el cambio de moda literaria. Santa Rosa de Lima se venera como "bandera del criollismo" en todas las Indias españolas, pero es peruana, no mexicana. A fin de cuentas, a partir del siglo XVII, se desarrolla el culto tan maravilloso a la Virgen de Guadalupe que basta y sobra. "Non fecit taliter omni nationi". La Virgen no hizo otro tanto para todas las naciones. Bien parece que el proyecto de mitificación que representa Parayso no cuaja. Lo que queda es la imagen ideal de la figura de la monja, virgen cuya ceremonia de profesión ,"muerte en vida", se emparenta con los sacrificios humanos en el inconsciente colectivo.
Se prolonga esta imagen fantasmática en una novela que no es mexicana, Del amor y otros demonios de Gabriel García Marquez (1994), la cual recoge toda la fantasmagoría de la colonia en su versión tropical: erotismo y magias de los esclavos negros, Inquisición, niñas que llevan ya nombres de monja (Sierva María de Todos los Angeles), sobre todo claustros con su chocolate, sus reliquias, sus posesiones diabólicas, sus austeridades, y el amor prohibido (que precisamente no se cumple). También la realidad sobrevive sin dejarse destruir por el mito. Vayamos en busca de esta realidad leyendo, por ejemplo, villancicos de Sor Juana, viendo como una mujer de carne y hueso consigue desde su claustro encantar e instruir no a la élite que la visita en su locutorio sino al pueblo menudo con quien ya no convive pero de quien, como mexicana de verdad, se siente cercana. Un ejemplo excepcional, pero tan significativo.
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