49 Congreso Internacional del Americanistas (ICA) |
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Quito Ecuador7-11 julio 1997 |
Juan Cruz Mendizábal
49 Congreso Internacional de Americanistas
Sesión:
Filosofía y Pensamiento: Reflexiones sobre el pasado, presente y futuro de Latinamérica: la visión estadounidense, luso-brasileña, española e iberoamericana.
Título:
Miguel de Unamuno: en busca de la esencia y el futuro de América
Juan Cruz Mendizábal, Indiana University of Pennsylvania, EE.UU.
RESUMEN: El presente trabajo estudia, a través de la abundante correspondencia sostenida entre Unamuno y los intelectuales y escritores iberoamericanos de la época, el interés que mostró el rector de la universidad de Salamanca por la cultura en general y por la literatura y el pensamiento en particular, de los pueblos de ultramar. De su correspondencia se pueden deducir dos conclusiones a las que se llega por las innumerables veces que las menciona a diversos escritores y pensadores. Primera: no se dejen ilusionar ni obcecar por las luces de París. No presten atención a las sirenas engañosas. Segunda: miren hacia dentro, miren a su interior, a su almario, al alma de su patria. Dénnoslas tal como son, sin mezcla de lo francés. Como medio para ello, la lengua. Esa lengua castellana habrá que recrearla, influída como está por las culturas nativas de cada país. Estas propuestas unamunianas nos llevan a reflexionar el desarrollo de la literatura hasta la explosión literaria de los sesenta, que es precisamente lo que quería y predicaba Unamuno. Como punto final, se centra el trabajo en la lengua común de 400 millones, reconocida y aceptada por grandes escritores y pensadores de hoy, tales como Sábato, Paz, Fuentes, García Márquez, etc., como lazo de unidad entre todos los países de habla castellana pero con la peculiaridad de cada país y de cada región que aportan con su linguística particular un extraordinario colorido a la unidad de la lengua, base del futuro éxito de nuestros países.
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Han dado en la flor de traerme y llevarme y asenderarme, en oficio de predicador laico o caballero andante de la Palabra (Unamuno a Ricardo Palma IX-3-1904)
Cita inicial que me sirve para el propósito que me atañe, que es ver a Miguel de Unamuno caballero andante de la Palabra, recorriendo los países iberoamericanos por medio de una nutrida correspondencia con los escritores de nuestro siglo, hasta su muerte en 1936. Que Unamuno demostró interés sincero por conocer las letras hispanoamericanas, no cabe duda. Basta repasar la ingente correspondencia y en ella, el abierto deseo de conocer cuanto más, mejor.
Que la intención de escribir en general, y en particular en Hispanoamérica --recordemos La Nación , de Buenos Aires-- y a los hispanoamericanos, no cabe duda que tiene mucho de predicador laico, de consejero e impulsador de nuevos caminos. Trataré en este trabajo de la insistente prédica unamuniana cuyo tema es: desvíen sus corazones de París y vuélvanse a su adentro. Lo que quiere saber es, cuál es la esencia de cada país porque en ella habrán de encontrar la palabra renovadora e inovadora que hará lucir y brillar aún más nuestra común lengua. ¿Se le hizo caso a Miguel de Unamuno? Se puede negar o aceptar. Lo cierto es que a su debido tiempo se produjo la gran explosión de la literatura hispanoamericana y de norte a sur brotan obras que llaman la atención por su palabra, por su dicción, por su contenido. Llegó la madurez, fructificó la semilla lanzada en su caminar andante en su prédica láica, nuestro Miguel de Unamuno. Y con vistas al futuro, quisiera examinar lo que peninsulares e hispanomericanos dicen sobre la necesidad, en todos los campos, de una unidad que nos es dada por la palabra, milagro de los milagros, según Ernesto Sábato, el podernos comunicar en la misma lengua desde México a la Patagonia, de España a cualquier país iberoamericano. Esta comunicación, que es acción común, es interacción, no sólo es satisfacciòn verbal, sino motivo de fuerza que une tanto en economía como en política y en cultura.
Volvamos a Unamuno. ¿Cuál fue la intención, el interés de Unamuno por conocer y dar a conocer literatura y literatos hispanoamericanos al mundo español y al europeo? Manuel Sol, en su artículo Valle-Inclán y Baroja, dos imágenes de México y de Hispanoamérica, publicado en Cuadernos Hispanoamericanos , septiembre de 1974, dice que: La actitud de los novelistas de la generación del 98 frente a la realidad hispanoamericana ha sido muy variada y distinta. Todos ellos se ocuparon de su problemática social y política, y, consecuentemente, de su literatura. La actitud es distinta y distintos y muy diversos los motivos que los mueven a hablar y escribir de América. Si Pío Baroja no encuentra en la literatura de los hispanoamericanos nada positivo, antes al contrario mísero y sin sonsistencia, oleada de vulgaridad, de snobismo, de chabacanería, quizá fuera por su actitud de hombre inquebrantable, de una dureza crítica incapaz de ver nada positivo que pudiera encontrarse en tanta escombrera, como él dice. Baroja, achaca a Unamuno de adulaciones interesadas los comentarios que hace a las obras que llegan de las Américas. Es el estilo de hacer las cosas lo que diferencia a estos dos vascos de la generaciòn del 98 y aun del mismo Valle-Inclán. Como asegura Manuel Sol: Unamuno, Baroja y Valle-Inclán (sobre todo durante su época esperpéntica) se dedicaron a esta labor de descombre. No voy a detenerme en los ataques y juicios personales que emiten unos de, o en contra de otros. Voy a esas adulaciones interesadas, que achaca Baroja a Unamuno. Puede ser que hubiera intereses personales por parte de Unamuno. Puede ser que adulara en algunos casos a sus co-escritores del otro lado del Atlántico, pero también es cierto que tras las adulaciones hay un látigo de advertencia y en muchos casos una insistente, cruel y a veces insensible crítica.
Vamos a partir, sin embargo, de la labor positiva de Miguel de Unamuno. En su rincón universal de Salamanca, el alma de caballero andante soñaba poder tener el mundo hispano en sus manos, ese mundo que política y socialmente se había independizado, había llegado a su mayoría de edad. Soñaba Unamuno en conseguir la unidad más fuerte aún que la unidad política, la unidad de la lengua, la ampliación e inovación de la lengua castellana para hacerla española, influenciada y mejorada por la riqueza tan variada de cada país hispanoamericano. Soñar. Tengo ganas de soñar, cara al cielo de la tarde/ que se recuesta en el mar./ Sueños de nunca y de siempre/ sueños de no despertar,/sueños que ya soñados/ valen otra eternidad (Desde Hendaya, EI, TII,255).
Aunque estos sueños de Unamuno reflejan su ansia de regreso a la patria, tienen, sin embargo, sentido hondo y universal que lo aplico a la misión de predicador --soñador-- de la palabra. Sueños de una Hispanoamérica auténtica, sin mezcla de europeismo y menos aún de galicismo, una hispanoamérica que sea sueños que ya soñados valen otra eternidad.
Si hay algo que Unamuno quiere dejar bien claramente establecido a todo escritor hispanoamericano que dirija entusiasmado su mirada hacia la ansiada Francia, hacia el París deslumbrante, es que se ha equivocado de dirección, que su brújula le engaña y que ha de dirigirse hacia otras patrias, hacia otras miras. Eleanor Paucker, en el artículo Unamuno y la poesía hispanoamericana resume claramente la actitud de Unamuno que luego examinaremos más detenidamente en algunas de sus cartas. Dice la profesora Paucker: Con frecuencia Unamuno afirmó su posición en contra del purismo linguístico, pero estaba convencido de que el ensanchamiento del lenguaje y de la forma métrica para que el castellano pudiera seguir sirviendo de vehículo adecuado de expresión para todos los que la empleaban, habría que hacerlo de dentro y no de fuera , y sobre todo no por medio del idioma francés. Dentro y fuera son dos palabras que Unamuno las utiliza con frecuencia como polos opuestos en actitudes humanas. La lengua tampoco debe evolucionar por acción foránea exclusivamente, ni tampoco el contenido literario. Volver adentro, escudriñarse, analizarse, encontrase, encontrar lo universal en uno, encontrar lo universal en cada país, en cada región. Estamos dando con el auténtico, con el eterno Unamuno, el soñador que sueña sueños eternos, pero, aquí, tangibles. Predicador laico de la palabra necesita renovarse, pero desde dentro.
En carta a Eloy Luis André, del 7 de agosto de 1899, le recomienda que, aunque el francés sería más fácil que el alemán o el inglés, sin embargo no aconsejo a nadie que vaya a Francia. En esto soy casi un maníaco; la influencia francesa me parece funestísima en nuestro pensamiento. Es el pueblo... que siempre nos ha dado falsa dirección. (Pienso escribir de largo acerca de ello). Largo y extenso. Podemos decir que están en estas palabras la base, la semilla de su anti-galicismo. No creo que hay escritor americano que haya entablado correspondencia con Unamuno que no haya oído de su pluma una seria advertencia, una recriminación, un aviso urgente de que es mejor volver la mirada a otro lado sin dejarse seducir por las sirenas, y mejor aún si esa mirada va dirigida al interior, ¡adentro! A Juan Zorrilla de San Martín, en 1906, parece indicarle que no quisiera que en España se hiciera una catalogación o encasillamiento atribuyendo a todo escritor hispanoamericano su influencia y características francesas. Por eso le advierte que: Quiero que se conozca aquí lo bueno de América, y que no se confunda a todos ustedes en un desdén común motivado por las garrulerías de los cantores de faunos, ninfas, dríadas, abates versalleses y chucherías mal traducidas del mal francés.
Es un continuo acicate, punzón que irrita y enardece a nuestro Unamuno, el oir, tan siquiera, la palabra, el adjetivo francés. Si José María Salaverría le comenta en una carta que Francia es un país hecho que no queda nada por hacer, Unamuno lo rebate inmediatamente diciendo que: Sí, queda una cosa y es deshacer. Ingenua o sinceramente, no lo sé, (cada cual habla de la feria según le ha ido en ella), insiste Salaverría diciendo que los franceses todos son prudentes, inteligentes, humanos, galantes, y la respuesta de Unamuno: No, son egoístas. Prefiero la coz del inquisidor. Son egoístas, fríos, avaros, vanidosos, desdeñosos. Aman la vida y basta. Actitud unamuniana que persiste, incluso en el destierro, acogido por amigos franceses. En 1928 escribe uno de sus Poemas y Canciones desde Hendaya donde vuelve a expresar su fervor anti-francés: Francia, Francia, tu elegancia,/ no me basta a consolar;/ Francia, Francia, tu fragancia,/va a amargárseme a la mar.... Francia, que me diste leche/ de soñar el porvenir,/ que tu leche te aproveche,/ voy a mi España a dormir!
No es el ataque a lo francés por el mero hecho de ser francés. Cuenta con muy buenos amigos entre los franceses. También la toma contra españoles y argentinos. En carta a Ricardo Palma le habla del peruano Manuel González Prada en quien parece haberse asentado cómodamente el afrancesamiento, pero le advierte: Sin que le quiera ver ni clerical ni hispanófilo indiscriminado. Es también crítico cuando de Argentina se trata, a pesar de que es ahí donde escribe sus artìculos en La Nación , pero su fusta azota con energía de predicador herido. A José María Salaverría le recomienda en carta del 28 de mayo de 1910 que: viviría mejor en Colombia --¡qué tierra tan simpática!-- que en esa petulante y huera Argentina. Huera como Lugones... Rojas es otra cosa... Ramos Mejía...¡Uf! Ingenieros... ¡Uf!,¡Uf!,¡Uf! No conozco sino un hombre de veras sólido y él uruguayo. No Rodó, no! Rodó es artificial y rebuscado. Es Vaz Ferreira. Lo demás todo improvisado, todo sin base, todo alcanesco. Alvarado, el que acompañó a Altamira en su viaje, viene más impresionado de Méjico que de la Argentina. Lo creo. Si estas son las adulaciones que Baroja ve en Unamuno no me parece que fueran bien recibidas por los interesados, esto aparte de que sea verdad o no lo que dice Unamuno.
No es el hecho de alabar o criticar la obra literaria o sus características novelescas. En Unamuno se da la tendencia a comentar, a abrir puertas a la comunicación y una vez establecido el contacto sin reservas, ensanchar el horizonte de inspiración, buscando en la propia esencia, en el propio país, en la propia región, lo auténticamente universal, la expresión viva de la palabra que despierte al lector habitual de delicadezas francesas y europeas. ¡Adentro!. Es el llamado unamuniano. No dejarse llevar por el canto sensual y superficial de las sirenas.
De la abundante correspondencia entre Unamuno y poetas, escritores e intelectuales de Iberoamérica, es la que mantiene con Rubén Darío, la que más me impresiona. La actitud tan distinta de ambos y en el fondo tan igual. Rubén busca en Unamuno palabras de reconocimiento a su labor modernista, de renovador de la poesía y Unamuno quiere que Rubén reconozca en él la vena poética, ambición de su vida. Unamuno se comporta terca y, en apariencia, displicentemente y si no se siguiera hasta el final la correspondencia entre estos dos grandes, quedaría uno desilusionado por la actitud tan torva como la de Unamuno ante un Darío bueno y paciente.
Darío, por otra parte, se nos presenta sensible, dulce, amable e incluso cuando quiere atacar y reprochar a Unamuno, lo hace con guante blanco: Hay que ser bueno y justo, don Miguel Si en la correspondencia con otros autores, Unamuno les aconseja que se desliguen de Francia, parece que con Darío, quizá por ser el líder del movimiento modernista, las recriminaciones son aún más fuertes. Hasta el mismo Unamuno reconoce en 1907, en carta a Darío que: Con los años se me va enervando dentro de mí el inquisidor calvinista, descontentadizo y áspero que siempre he llevado en lo más íntimo. Darío debió reconocer que tenía razón Unamuno, pero en vez de aprovecharse de ello y atacarle, tan sólo solicita de él palabras de aliento, ya que no ve posible reconocimiento por la labor innovadora en la que está envuelto. Incluso le recuerda que: yo --Darío-- soy uno de los pocos que han visto en usted al poeta... ¡Qué más podía esperar Unamuno que estas palabras de Darío! Pero, consciente o inconscientemente, por su papel de predicador y caballero andante de la palabra, en broma o en serio, no lo sé, Unamuno parece no cejar, se mantiene en sus trece. Escribe en 1908 a Eduardo Marquina que sí que vive, pero cada día más aislado, más puerco-espín, más asqueado, más intransigente, más displicente. ¡Cómo no!
Cuando Unamuno acepta el papel de misionero de las ideas y de la palabra, no tiene vuelta atrás. Ha creído tomar sobre sus espaldas la responsabilidad de liberar a sus hermanos latinoamericanos de la influencia vacua francesa, para que su energía se torne al interior, a la patria, a la tradición, cualquiera que ésta sea. Se lo comunica a Darío en una de sus cartas: le diré que en usted prefiero lo nativo, lo de abolengo, lo que de un modo o de otro puede ahijarse con viejos orígenes indígenas a lo que haya podido tomar de esa Francia que me es tan poco simpática y aun de esta mi querida España. En otra parte, con el mismo interés por alejarlo de influencia e imitaciones de la vieja europa y en particular de la atracción parisina, le dice: En el inmenso coro del universo hay sitio para todos, con tal que cada cual dé su nota nativa, la que le es propia. Lo malo es que el ruiseñor pretenda rugir o gorgear el león.
Lo que se ve claramente en las citas anteriores es que Unamuno recrimina la falta de expresión individual y la abundancia de imitaciones a la moda, al estilo parisino, francés. Hay que tener sustancia. La poesía no es un vacío cubierto de floridas palabras sino un mensaje de ideas en palabras densas. Mira, amigo, cuando libres/ al mundo tu pensamiento,/ cuida que sea ante todo/ denso, denso... Dinos en pocas palabras,/ y sin dejar el sendero,/ lo más que decir se pueda,/ denso, denso.
Se podría comparar esta actitud unamuniana con otra que también tantas veces criticó hasta el final de sus días, y puede que con toda razón: la pedagogía. La pedagogía esa --escribe a Manuel Gálvez en 1915-- no es sino una colección de moldes para quesos, de todas formas y tamaños, mas como no tienen leche ni cuajo no hacen queso. ¡La supersticiòn del método! A Marcelo Rivas Mateos, Director de Primera Enseñanza, vuelve a remachar esta idea en carta de 1918 escribiéndole que: Y no quieren entender los maestros que en pedagogía lo que importa es lo que se ha de enseñar y no cómo se ha de enseñarlo, y que enseñar jugando puede parar en jugar a que se enseña. Estamos en la misma raíz del problema. El punto de vista de Unamuno que para él es auténtico problema. En ambos casos lo que busca don Miguel es substancia, densidad, el modo de diseminarla vendrá en proporción a la intensidad y conocimientos que se tengan. Con esto no quiero decir que todos los autores latinoamericanos, y menos Darío, sufrieran de este mal. Es la obsesión y, como dije antes, la misión que Unamuno ha aceptado y se ha propuesto llevar hasta el final. Podríamos resumirlo de esta manera: Lo exterior nunca podrá sustituir al conocimiento interior. Los moldes sin cuajo, no dan queso, pero cuando hay leche y cuajo, aunque no haya moldes, se hace el queso a mano.
El intercambio epistolar con Darío resulta aún más dramático puesto que Darío no es sólo molde, sino que ha logrado romper la intransigente línea dogmática del molde para darle otros posibles diseños al cuajo que bulle en su corazón. Unamuno lo sabe, lo reconoce. Lo reconoce en vida de Darío, pero no lo hace públicamente. Es cuando se entera de su muerte. El quince de febrero de 1916 le escribe a Francisco de Cossío: Acabo de hacer para Sunma y realmente conmovido una cosa en recuerdo del pobre Rubén, con quien fui, en su vida, desdeñoso en extremo. La carta a su amigo fallecido, es un documento emotivo. Todo lo que debió decírselo en vida a su entrañable amigo Darío, se lo dice ahora al mundo sin que pueda oirlo Rubén. A José María Salaverría le da, años atrás, la razón de su modo de ser: Yo he sido amargo, desabrido y duro con todos. He molestado a todos los públicos y a todos los pueblos que he visitado, y aunque a la larga digan tenía razón, en el fondo les soy antipático.(19-XI-1908)
La carta a Darío nos muestra un Unamuno que pudo ser bueno y justo y que a pesar del papel de misionero de la palabra, de caballero andante de la palabra, podría haber reconocido el esfuerzo de otros. ¡No, no fui justo ni bueno con Rubén;--escribe Unamuno como homenaje póstumo-- no lo fui! No lo he sido acaso con otros. Y él, Rubén, era justo y bueno. Era justo; capaz, muy capaz de comprender y de gustar las obras que más se apartaban del sentido y el tono de las suyas... Sí, buen Rubén, óptimo poeta y mejor hombre; este tu huraño y hermético amigo, que debe ser justo y debe ser justo contigo y con los demás, te debía palabras de benevolencia, de admiración y de fervorosa alabanza, por tus esfuerzos de cultura.
Dije antes que tanto Darío como Unamuno pueden perfectamente hermanarse a pesar de que las apariencias parezcan decir lo contrario. Es otro poeta el que vio estas almas gemelas en Rubén y en Miguel, cuando los jóvenes de entonces recibían con el mismo entusiasmo a Darío y a Unamuno. Dice Juan Ramón Jiménez: Darío nos trajo un vocabulario nuevo que correspondía a una forma sensorial y no a una forma hueca como creían algunos necios. Ese vocabulario nos llegó muy adentro. Unamuno no lo tenía pero de él aprendimos, en cambio, la interiorización. En la universidad de Puerto Rico va a unir Juan Ramón las aparentes divergencias de estos dos poetas modernistas al decir de ellos que: Unamuno está todo lleno de teología; Rubén Darío de mitología. Pero no hay que olvidar que teología es mitología y mitología es teología.
La interiorización que menciona Juan Ramón Jiménez al hablar de Unamuno, es la bandera que lleva a todas sus batallas y en ésta, con los escritores latinoamericanos, es especialmente particular. Desde La Nación de Buenos Aires, lanzará su constante misiva hacia la interiorizaciòn, salvándolos de los sutiles lazos con los que se creen seguros, pero que son lazos ilusorios, deslumbrantes de luz de artificio del París de moda. A La Nación la llamará él mismo su tribuna desde donde he logrado bastante favor entre los intelectuales de esos países (Carta al general Cipriano de Castro, venezolano, del 1-IV-1903). A Teixeira de Pascoaes le dice en 1907: La Nación , de Buenos Aires --mi tribuna hoy--, y tribuna que se hace oir en casi todo Sudamérica, no sólo en la Argentina.
Pongamos un brevísimo paréntesis a este Unamuno que de tan misionero y caballero andante, parecería que actuara con espíritu incondicional y desinteresado, pero. ¿Cómo no?, es humano nuestro don Miguel y es natural que también se alegre de que: La Nación de Buenos Aires, mi tribuna de hoy (es donde pagan, amigo, y encima agradecen) (A Víctor Said Armesto, 20-1-1908).Es, pues, en especial por medio de La Nación , pero también a través de otras publicaciones americanas cómo Unamuno mantiene un triple motivo de colaboración. Primero: conocer y dar a conocer la literatura y culturas de los distintos países. Segundo: mantener un intercambio de ideas y puertas abiertas a la interacción. Tercero: púlpito de su predicación monótona y constante de la interiorización. Al argentino Francisco Soto y Calvo le comenta en carta de enero de 1900: Triste cosa es que haya en Buenos Aires quienes pretendan hacer del emporio argentino una contrahechura de París y de un París parcialmente y por fuera visto, y no más Buenos Aires cada vez, más hondamente argentino, único medio de ser cada vez más humano... Porque es dentro, no me cansaré de repetirlo, y no fuera, donde hemos de buscar al Hombre; en las entrañas de lo local y circunscrito, lo universal, y en las entrañas de lo temporal y pasajero, lo eterno. Se lo decía a Rubén Darío: enorgullézcase usted de Nicaragua, así como ella, estoy seguro, se enorgullecerá de usted... Háblenos usted de su tierra, levántela en brazos. Hermoso es ver que una madre levante en sus brazos al hijo para que todos le vean y le bendigan; pero es más hermoso ver al hijo fuerte y nervudo que levante en alto a su madre para llevarla por encima del barro, sin que éste la toque, y para que todos la bendigan. Esto es lo que busca Unamuno en cada uno de los países hispanoamericanos. Su esencia, lo característico, lo interior, el corazón. De cada país --decía-- me interesan los que más del país son, los más castizos, los más propios, los menos traducidos y menos traducibles,los que más en alto pueden poner a su propia patria.
Lo que llama la atención es, que tanto en sus artículos, sean en La Nación o en otros periódicos y publicaciones, así como en las cartas a los intelectuales y escritores hispanomericanos, Unamuno hace un esfuerzo --al menos aparente-- por salvarlos de un estado de vulgaridad, siendo capaces de producir una literatura que podría deslumbrar al mundo entero. De ahí la insistencia en volver la mirada a lo propio y característico para lograr la universalidad. Es preferible lo nativo a lo superficial imitado. El futuro dependerá de esta actitud y hasta su muerte será la sirena de alarma para el intelectual, para el político, para el escritor americano. Pero no es sólo evitar imitaciones fáciles. Es la misma lengua, la elaboración de una lengua que sea capaz de interpretar lo intrínseco del escritor y del país. Así se lo decía a Rubén Darío: tienen, ante todo, en América, que hacerse su lengua, y tenemos todos que trabajar para que sobre el núcleo del viejo castellano se forme el idioma español, que aún no está hecho ni mucho menos.
Miguel de Unamuno siembra la semilla. Una semilla que germinará en su día. Siembra una preocupación que en su día se disipará. Germinó en parte durante su vida. Se desvió la vista de París cómo única influencia vital literaria. Si hubiera presenciado don Miguel en la década de los sesenta, cuando se deja sentir la explosión literaria hispanoamericana de norte a sur, la revolución literaria, precisamente con las características que él tantas veces inculcara en sus escritos públicos y cartas personales, no hay duda que quedaría maravillado. Sería muy arriesgado proponer que fue la prédica unamuniana, su misón de caballero andante de la palabra, quien hizo reflexionar a los intelectuales y escritores volviéndose más americanos, más personales, más nacionales, consiguiendo con ello una mayor y más extensa universalidad. Son los tópicos unamunianos los que, consciente o inconscientemente adoptan los novelistas y narradores del siglo XX. La tribuna argentina desde donde predica Unamuno se deja sentir en todos los países hispanoamericanos.
Indudablemente, se da un proceso natural de desarrollo de la literatura local, individual, nacional y americana. La creación de la palabra, la evolución de la lengua, la revolución del verbo que pedía Unamuno a Darío y a tantos otros escritores de México, Venezuela, Argentina o Chile, va quedando al descubierto primero con la llamada literatura telúrica del Ecuador, de Argentina, de México, de Venezuela, en la que el hombre queda absorvido por la voraz naturaleza, por la barbarie a la que ni Santos Luzardo parece ser capaz de superar.
Preparado el terreno, viene la explosión que tanto hubiera admirado Unamuno. Parece que brotaran en cada nación, cantos, no ya a la naturaleza incontrolable, sino al hombre, al hombre que vive su vida diaria en los contornos monótonos de su existir. Es Artemio Cruz y son los Buendías. Es Juan Rulfo y es Cortázar. Es Ocativo Paz y es Borges y Donoso. Arguedas, Vargas Llosa, Cabrera Infante, Oneti. No puedo enumerar la letanía de nombres y obras, estrellas refulgentes en el firmamento literario de nuestra lengua, del continente americano del mundo hispano. Es la voz, es la palabra. Es el hombre interiorizado. Es el país tal como es. Es Macondo y es el México de Rulfo y Fuentes. Es el Chile de Donoso y la Argentina de Cortázar y el Perú de Vargas Llosa. Cosa curiosa. Muchos de ellos, no escriben en sus propios países. Lo hacen en un exilio obligado o escogido por propia voluntad, pero todos ellos llevan dentro --interiorizada-- su patria, la esencia de lo que son, la que aparece en su novelìstica. Explosión que llamó la atención del mundo entero; literatura que se universalizó rápidamente. Hacia esta América quería volver los ojos Unamuno cansado de Europa y de los politiqueos españoles. Ya en 1906 le escribìa a Eduardo Marquina: he aquí por qué vuelvo mis ojos a América, esta España del porvenir. O a Maldonado: Todas estas cosas y otras me empujan cada vez más a volver mis ojos a la America española (1907). ¡Cómo hubiera descansado, satisfecho, al ver surgir la nueva y pujante literatura, con una nueva lengua, rejuvenecida y brillante, alma de la narrativa!
No hay punto final en la carrera de la vida; el hoy, el ayer y el mañana se hermanan en fraternal y no siempre cordial abrazo, pero nos dice la experiencia que las sombras del futuro se disipan con la luz hecha presente en el horizonte. La sombra que Unamuno veía en la actitud afrancesada de los intelectuales hispanoamericanos, desaparece ante el fogonazo de luz siempre futuro para Unamuno, presente para nosotros al tiempo que pasado. A las puertas de su España, tan cerca y tan lejos de su patria, nos deja Unamuno en verso, el fluir del tiempo y con el tiempo los anhelos, los cambios, la luz. Hoy --dice-- es la eterna anécdota de cada día;/ la cotidiana/ de noche se me hará categoría, me mandará al mañana,/ al que lo fue: el ayer;... En padecer el corazón se salva,/ retorna a revivir;/ la luz del alba/ devora la sombra del porvenir. También en Hispanoamérica la luz del alba de una nueva literatura devora toda duda, toda sombra de porvenir literario y linguístico en nuestra América.
¿Y ahora? ¿Vuelve a cubrirse de sombra el porvenir? No. Hay un canto al futuro que se deja oir en ambos lados del Atlántico y del Pacífico hispano. La luz del alba es ya luz del mediodía que además de luz es calor y es energía. En 1914 decía Unamuno a Ramo Turró: Y preveo además, y a usted muy en especial se lo digo, y es que la lengua castellana acabará por tomar valor universal. Esta universalidad, está por encima de la unidad o del sentimiento colectivo de América. La idea de la unidad de la América Hispana, estuvo a punto de ser realidad, dice Unamuno, cuando se dieron la mano Bolívar y San Martín en las vísperas de Ayacucho; pero pasado aquel momento épico, y una vez que cada nación suramericana quedó a merced de los caudillos, volvieron a un mutuo aislamiento: es decir que la idea de unidad, según Unamuno, es, en América, un sentimiento en cierta manera erudito y en vías de costosa formación ( La Nación , 20-6-1908).
¿Podríamos decir de esta unidad americana lo que hemos dicho de la literatura, que con su luz devora la sombra del provenir? Quizá, todavía no. Hay esfuerzos. Se hacen intentos, pero como dice Unamuno, está en vías de costosa formación. Las cumbre Iberoamericanas podrían ser un indicio, un destello de luz pre-albar, a esos intentos de unificación. Desde la primera cumbre se hace un llamado a la colaboración entre los países iberoamericanos a la integración regional y la cooperación y solidaridad entre los mismos. En ella se tratan temas relacionados con el acervo cultural común, la educación, la cultura, las poblaciones indígenas y los derechos humanos, también puntualiza sobre la democracia y la soberanía de los pueblos (www.prensa-latina).
Es posible que todo quede en un agradable sentimiento, en cierta manera erudito, un sueño. Pero no cabe duda que es un intento, un paso, una ilusión que se despierta un tanto perezosa un si es no es desconfiada, pero que pudiera ser en el futuro la luz que brille por igual en nuestros paìses hermanos.
En la primera cumbre se menciona el acervo cultural común. Punto de partida que junto con la lengua, con la palabra, puede constituirse en fuerte y sólido conglomerado de 400 millones de personas. Una lengua castellana que, ya en 1901 decía Unamuno, tiene que modificarse hondamente, haciéndose de veras española e hispanoamericana, si ha de arraigar a duración en los vastos territorios por que hoy se esparce (Nuestro Tiempo, año I, nº 11, 1901).
Si hemos visto a Unamuno criticar duramente el afrancesamiento, es tan duro, si no lo es más, al criticar a los que mantienen nuestra lengua encarcelada a su capricho o al capricho de una región, de un grupo de personas o al de los dogmáticos linguístas. La visiòn del porvenir del español es muy clara para Unamuno y su argumento difícil de rebatir. Dice en la revista Nuestro Tiempo de 1901: Derrámase hoy la lengua castellana por muy dilatadas tierras, bajo muy diferentes zonas, entre gentes de muy diversas procedencias y que viven en distintos grados y condiciones de vida social; natural es que en tales circunstancias se diversifique el habla. ¿Y por què ha de pretender una de esas tierras ser la que dé norma y tono al lenguaje de todas ellas? ¿Con qué derecho se ha de arrogar Castilla o España el cacicato linguístico?
Partiendo del mismo Unamuno podemos proyectar lo que los autores e intelectuales de hoy, tanto de iberoamérica como de España, piensan sobre nuestra lengua como alma de unidad entre nuestras naciones, tal como lo dejó dicho Unamuno en uno de sus sonetos: La sangre de mi espíritu es mi lengua/ y mi patria es allí donde resuene soberano su verbo., y que diría más tarde Roa Bastos: Mi patria es la lengua de Cervantes, es decir, una lengua viva, vivificante, capaz de renovarse sin perder su noble origen.
El 27 de octubre de 1994 aparece en el periódico madrileño ABC , la noticia de la celebración del Congreso de premios Cervantes, intelectuales de iberoamérica y España, en la ciudad de Valladolid, donde firman el llamado Documento de Valladolid. Dicho documento es un llamado y una declaraciòn de la universalidad de la lengua española, a la que se le considera como el mayor tesoro que, compartido con una veintena de naciones, permite entenderse a más de 400 millones de personas. Base importante de la unidad es el poder entenderse y el hacerlo en la misma lengua es un paso gigante hacia la victoria de la empresa. La variedad unamuniana, bajo la unidad de entendimiento mutuo. Una lengua que los premios Cervantes y linguístas hispanos reconocen en este documento que: se ha formado y forjado a lo largo de su compleja historia en contacto con otras, entre razas y pueblos distintos de una y otra orilla del Atlántico, enriquecièndose de ellas y enriqueciéndolas, y de ese complejo predicho por Unamuno como pervivencia de la lengua, concluye el documento de Valladolid que Es la fuerza que da cohesión, que aglutina y hace sentirse próximos a seres de varios continentes, de muy diversos pueblos, pareceres y mentalidades; a gentes que piensan, sienten y viven en español.
Como confirmación de esta declaración, me parece oportuno mencionar lo que García Márquez declara al contestar una pregunta que le hace Pilar Rico en El Semanal del 21-7-1996 y que no tiene pérdida. La pregunta es: La experiencia de vivir en París, cuando usted salió por vez
primera de Colombia, ¿le ayudó a entender mejor la realidad latinoamericana? Sin lugar a dudas, responde García Márquez. Cuando yo salí de Colombia, el colombiano era Caribe solamente. Llegué a París y desde ahí vi en perspectiva toda la America Latina, y me di cuenta que yo era de allá. Esa fue la primera comprobación. Era una maravilla, iba a un café y me encontraba a argentinos, a mexicanos, a venezolanos... a españoles. Entonces tomé conciencia de que no era caribe, que era miembro de una comunidad mucho más vasta, mucho más compleja y la verdad que mucho más interesante que ser sólo del pueblito.
Gabriel García Márquez aboga, también con miras al futuro de América Latina, por la cultura como medio de unificación. La cultura para él: Es el factor unificador más importante y de todas las expresiones de cultura la más influyente es la literatura. El sueño de la unidad --sigue García Márquez, del continente, supone un largo trabajo que inició Bolivar y fracasó, que ha seguido fracasando año tras año y que, aunque parezca mentira, ahora recibe un impulso mucho mayor que nunca gracias a la integración cultural... (pero) sigue siendo la literatura el factor unificador más importante: tenemos la suerte de tener la misma lengua a lo largo de un continente... por encima de las fronteras, por encima de todo, tenemos un idioma que a todos nos interesa mantener en primera línea.
Mario Vargas Llosa, en la entrevista que le hace Rocío García en Valladolid, confirma lo que Unamuno dejó dicho en 1914 y que lo hemos mencionado ya: La lengua castellana acabará por tomar valor universal, y asegura Vargas Llosa que la lengua española goza de gran atractivo en el resto del mundo, no sólo como lengua de cultura y medio de comunicación, sino también como de los idiomas modernos ligados al desarrollo del comercio, la economía y la modernidad en el sentido más ancho de la palabra ( El País , 12-11-1996). También lo atestigua Carlos Fuentes cuando al hablar de la lengua dice que: Su proyecciòn literaria en estos momentos es monumental y tendrá mucho que ver en los próximos años en toda la cultura mundial ( Diario 16 , 12-6-1992).
Así, pues, el futuro nos lo encontramos fuerte, optimista y unificado en la lengua que se extiende con fluidez y seguridad por todo el continente. Nuestra lengua, la lengua común a más de veintitantos países, la que entusiasmaba a Ganivet por las ventajas de comunicación directa e instantánea sin necesidad de traducciones ni intérpretes, es la lengua que mueve a nuestro escritor peruano Vargas Llosa a decir entusiasmado que El extraordinario desarrollo de la tecnología de las comunicaciones a una lengua como la española, que se extiende por varios continentes, la va a ayudar enormemente a preservar el denominador común ( El País , 13-1-1996).
Es el momento en que los grandes escritores de América Latina levantan en alto la lengua y su patria para que el mundo entero aprecie la grandeza y la belleza de esa lengua común y universal que nos une, con miras al futuro. Un futuro armónico y embellecido por las influencias propias de cada nación que ha llevado a sus intelectuales, como en el caso de Octavio Paz, a reconocer que hay una realidad no europea en México, la realidad indígena, un pasado y un presente, un fantasma que nos desvela y una presencia que nos interroga ( ABC, 30-9-1992 ). Fantasma y presencia, desvelo e interrogación engrandecen y hacen fuerte la lengua, que mejorada y ampliada, puede adaptarse a las necesidades de cada momento, de cada circunstancia, en cada país. Tienen ante todo, en América, que hacerse su lengua y tenemos todos que trabajar...(para que) se forme el idioma español que aùn no está hecho ni mucho menos, recordemos que es esto lo que le decía Unamuno a Rubén Darío, y aquello que: La cuestión es que los argentinos y todos los demás pueblos de habla española reivindiquen sus derechos a influir en el proceso de la común lengua española.
Ernesto Sábato define el español como una lengua que permite dar unidad a pueblos diferentes hermanados en el tuteo y el voseo ( ABC , 25-10-1994). Miguel Delibes confirma lo dicho por Sábato al comentar que la lengua hispana es el instrumento que canaliza y hermana las culturas española e iberoamericana ( El País , 25-10-1994). Son también los escritores españoles los que empiezan a apreciar de manera más clara los valores linguísticos, sintácticos y literarios de sus compañeros de trabajo en las lides de la palabra. Gonzalo Torrente Ballester declara que: Para mí la mayor virtud que tiene Carlos Fuentes es que sus novelas son muy buenas y su idioma estupendo... su lenguaje castellano-americano muy castizo y muy rico ( El País , 14-5-1994). El secretario de la Real Academia de la lengua, Víctor de la Concha, afirma de Carlos Fuentes que: ha sabido aportar también una visión específicamente hispanoamericana, abriéndose desde lo mexicano a lo universal, y con una lengua enriquecida en el valor de lo castizo ( El País , 14-5-1994). ¡Cómo le gustaría oir estos comentarios a nuestro Unamuno, digo yo, que predicó desde su rincón de Salamanca y desde la tribuna de La Nación de Buenos Aires, nada más y nada menos que esto; que la universalidad provendría de la interiorización de lo local y que la lengua castellana saldría enriquecida, bañada en lo castizo.
La literatura, es una amplia literatura que se lee sin límites nacionales, asequible al mexicano, lo mismo que al español, colombiano o argentino. Con razón dice convencido Carlos Fuentes que no existe barrera alguna entre los escritores en castellano a uno y otro lado del Atlántico y podríamos añadir que ni la hay entre los países del norte, centro y sudamérica. Somos --dice Fuentes-- una comunidad linguística. Yo reclamo esa unidad y reclamo a Juan Goitisolo como escritor latinoamericano de la misma manera que otros me ven a mí o a Vargas Llosa como un escritor español ( El País , 14-5-1994).
Todo esto es hermoso. Emociona la gran potencia de una lengua como la nuestra que tiene entre sus hijos tantos distinguidos escritores e intelectuales que han utilizado el verbo castellano como medio de comunicación e instrucción. Pero todavía, a pesar de lo maravilloso de este suceso, se queja, y con razón Carlos Fuentes de que todavía, a estas alturas, el desconocimiento en España de la literatura hispanoamericana sea tan grande ( El País , 14-5-1994). En el número de Febrero del periódico-revista Bilbao , aparece también una nota que llama la atención. Es el grito de protesta de un grupo joven de escritores que señalan que los latinoamericanos se conocen poco entre ellos y es necesario unirse más, conseguir que los libros de las veintitantas naciones de este continente que hablan castellano rompan los límites de sus respectivos países e incluso lleguen a Europa.
Aparte de la verdad que encierran las palabras de Fuentes y la de estos jóvenes escritores, es ambicioso y en extremo impráctico, el querer hacer un estudio de la literatura hispanoamericana como si de un sólo país se tratara. Cuando hay una veintena de países que con el mismo idioma elaboran una literatura peculiar, característica de cada nación y enriquecida por sus circunstancia particulares, requiere un estudio mucho más a fondo de lo que se hace hasta el presente, de la cultura de cada país, de la literatura de cada nación hispanoamericana.
Raúl Guerra Garrido escritor español residenciado en el Pais Vasco, en San Sebastián, es un enamorado de las Américas, sobre todo enamorado de la lengua española y de la de las Américas tan especial, tan viva, tan suya. Es --dice-- la marcha de los tiempos, pero las nubes no arredran al explorador, al contrario, le estimulan a perderse en la selva linguística con más curiosidad, admiración y respeto, si cabe. Con la manga al codo, machete literario en ristre me gustaría ser capaz de escribir un relato en cada uno de los españoles que se hablan en cada una de las repúblicas de la América que amo
Un buen resumen-conclusión de la multiplicidad y unidad que Unamuno sugería y que Raúl Guerra Garrido ha comprobado en su viaje por las Américas con respeto y admiración por esa lengua común, lengua en ebullición en constante desarrollo. Carlos Blanco Aguinaga confirma una vez más la teoría de sus compatriotas Unamuno y Guerra Garrido en esta cita que la tomo de Cuadernos de Cervantes : La palabra, como la vida, es cambio y generaciòn constante. La palabra es la forma de la vida y con los cambios de ésta debe cambiar ella; debe ser dinámica. Tiene que estar siempre lista para desposarse y engendrar... Por eso a Guerra Garrido le atrae esa selva lexical-tropical del español que hablan los americanos... con el fulgor hipnótico que la polisemia de sus palabras emite un brillo superior al del resplandeciente verde de las hojas de sus ceibas, palmas y flamboyanes ( América , Prólogo)
Para terminar, alejándonos de las simplistas posiciones anti-cuanto sea, nada mejor que traer a colación las palabras con las que Angel Rosenblat termina su libro Nuestra lengua en ambos mundos . Dice así: la vida del hombre se sustenta en la fe del mañana, y gracias a ella trabaja y sueña. El ansia humana de inmortalidad se proyecta también sobre la lengua, que anhelamos ver siempre engrandecida y eterna. Cada generación es responsable de la vida de su lengua. ¿No es ella el legado más precioso de los siglos y la gran empresa que puede unir a todos?
BIBLIOGRAFIA CONSULTADA
Blanco Aguinaga, Carlos, Cuadernos Cervantes de la lengua española , enero-febrero 1997
Concha, Víctor de la, El País , Madrid, 14-5-1994
Delibes, Miguel, El País , Madrid,14-5-1994
Documento de Valladolid, ABC, Madrid, 27-10-1994 Fuentes, Carlos,. Diario 16, Madrid,12-6-1992
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García Blanco, Manuel, América y Unamuno . Editorial Gredos, Madrid 1964
García Márquez, Gabriel, El Semanal , Madrid, 21-7-1996
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Gullón, Ricardo, Conversaciones con Juan Ramón ,citado de las Obras Completas de Unamuno , T.XII, Edición de García Blanco, 1962, pgs.6 y 7
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Paz, Octavio, ABC , Madrid, 30-9-1992
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Vargas Llosa, Mario, El País, Madrid, 13-1-1996
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