II Encuentro Nacional "La Universidad como Objeto de Investigación"

Centro de Estudios Avanzados (CEA - Universidad de Buenos Aires -UBA)

Noviembre 1997

Ponencias publicadas por el Equipo NAyA
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LA INSERCION DE LA UNIVERSIDAD EN EL SISTEMA ESTATAL DE CIENCIA Y TECNOLOGIA EN ARGENTINA:
UNA MIRADA HISTORICA

HORACIO O. PEREZ
UNIVERSIDAD DE BUENOS AIRES.

INTRODUCCION

En los días que corren ha llegado a hacerse habitual el escuchar hablar a -o de- los especialistas sobre "administración -o gestión- de la ciencia y la tecnología".

No cabe duda de que un nuevo nicho de especialización profesional ha nacido. Se trata en este caso de otro de los campos que se ponen en boga mediante la incorporación de algunas de las ideas fuertes de la época, aplicables a innumerables de ellos, pero sin ser planteado desde un enfoque que supere parcialismos y parcialidades o la repetición de una retórica abstracta que omite toda posibilidad de análisis del sector como parte de las políticas estatales y sus determinaciones sociales, tal como lo plantean Oszlak y OïDonnell.1 De acuerdo con esta posición no nos interesa de una política pública meramente su gestión o "gerenciamiento", su impacto u efectos presuntamente objetivos, ni siquiera las "demandas" a que responde. Lo central es, entonces, para nosotros cuándo, cómo y por qué un tema se convierte en cuestión de la agenda estatal, expresando qué intereses sociales, con qué correlatos administrativo-burocráticos a nivel institucional y cuál es su evolución hasta su resolución o salida de la agenda.

Interesado en el campo educativo y científico tecnológico, me parece valioso examinar cómo ciertas modificaciones estructurales del estado, gérmenes de una tendencia histórica que evolucionó durante 40 años hasta dar sus productos más acabados en los días que nos toca vivir actualmente, se reflejaron en la nueva organización estatal de dicho sector a partir de 1955, la que reemplazaría la de la etapa anterior y se vertebraría en torno de nuevas instituciones.

A partir de 1955 comienza a desarrollarse una nueva etapa en el desenvolvimiento del estado argentino. Sobre el período que comienza entonces OïDonnell ha hecho una caracterización certera en uno de sus trabajos: "De esto resultó un aparato estatal extensamente colonizado por la sociedad civil. En el no sólo se aferraban las fracciones superiores de la burguesía sino también sus fracciones más débiles y parte de las clases subalternas (...) Las luchas de la sociedad civil se interiorizaban en el sistema institucional del estado en un grado que expresaba no sólo el peso de las fracciones superiores de la burguesía sino también las particulares circunstancias que daban gran capacidad de resistencia y victoria parcial a la alianza defensiva. Como consecuencia de esto, ese estado colonizado fue también un estado extraordinariamente fraccionado (...)

Ese estado no podía "tomar distancia" respecto de las demandas y de los intereses inmediatos de cada alianza gobernante, por lo que sólo pudo reforzar los impulsos que nos han ocupado en este trabajo. Fue, por eso, un estado débil. Como sujeto del sistema general de dominación, por su continuo (y creciente) aflojamiento implicado por las movilizaciones del sector popular y el "poder de negociación de los sindicatos. Como sistema institucional, por su colonización y fraccionamiento.(...) Acatando la terminologí acorriente se puede decir, entonces, que en sus dos planos fue un caso de sumamente baja autonomía relativa." 2 (Cursivas nuestras. H.P.)

Sin embargo, creemos que, imbricada en este proceso se halla también una reestructuración del estado que hará que finalmente algunas de estas particularidades se instalen como cambios más estables en sus parámetros de funcionamiento y en el abandono de múchas de sus antiguas áreas a las fuerzas de la sociedad civil y sus actores más poderosos, capaces ya de gestionar sus intereses sin su injerencia. Daremos ahora un vistazo a la organización que atrae nuestra atención.

EL CONICET

Entre las mencionadas innovaciones en el campo científico tecnológico, una fundamental, el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas, ocuparía el sitio de nucleo articulador. El Consejo fue creado por decreto ley 1291 de 1958, publicado el 19 de febrero de ese año con la firma del presidente de facto, Gral. Aramburu.

A partir de allí comienza una nueva vertebración de la actividad científica en nuestro país, en la que surgirán nuevas instituciones y una nueva organzación. El Consejo pasa a ser sobre todo el rector ideológico y el punto de referencia de la actividad científica, si bien nunca dejarían de existir instituciones científicas muy fuertes que quedaban fuera de su injerencia directa. Pese a todo no puede decirse que haya sido la conducción del sistema científico ya que eso no parece haber estado entre las intenciones que lo originaron, como veremos más adelante.

Era un ente autárquico y, por ende, relativamente autónomo del resto del poder ejecutivo, lo que se intentaba acentuar en la percepción de los investigadores, aunque, en diversos sentidos, era muy difícil de plasmar en plena dictadur militar y, sólo se haría factible en asociación con algunos de los fenómenos o fuerzas descriptos en la cita de OïDonnell y que el gobierno impulsaba.

La función del Consejo era "... promover, coordinar y orientar las investigaciones en el campo de las ciencias puras y de las aplicadas. En la distribución de los fondos destinados al cumplimiento de los fines especificados, el consejo podrá fijar un orden de prioridades que contemple las necesidades del país respecto de las investigaciones y la situación real de los distintos actores de la actividad científica".3

Por otro lado se establecían entre sus misiones, además de las de asesoramiento al Poder Ejecutivo y otras que sintetizaremos por motivos de espacio, las siguientes:

"...c. Crear y subvencionar institutos, laboratorios y otros centros de investigación, los que podrán funcionar en universidades y otras instituciones oficiales o privadas, según los términos que se acordaren con las mismas, o bajo la dependencia directa del consejo;

d. Fomentar y subvencionar la realización de estudios e investigaciones que considere especialmente requeridos por el avance de la ciencia, el desarrollo de la economía nacional, la ejecución de los planes de gobierno u otra razón de trascendente interés colectivo;

e. Auspiciar por los medios apropiados el desarrollo de las investigaciones en la industria privada y brindar a ésta su asesoramiento en materia científico-técnica; (...)

j. Otorgar subsidios para la realización de investigaciones científicas específicas, los que podrán ser empleados por los beneficiarios en todo aquello que se vincule al objeto de su otorgamiento;

k. Crear becas destinadas a enviar al extranjero a jóvenes argentinos que posean título superior de graduación, para capacitarse en los métodos y los problemas de la investigación científica, organizar la selección de los mismos, sus viajes y estadías en los lugares de estudio;

l. Crear becas destinadas a investigadores ya formados, con residencia y acividad en la Argentina, para que estudien en el extranjero temas especiales de investiación científica que no tengan desarrollo adecuado en el país;

m. Crear becas destinadas a jóvenes argentinos que posean un título universitario para capacitarse en los métodos y problemas de la investigación científica en laboratorios e instituciones del país;

n. Crear becas destinadas a investigadores ya formados, con residencia en la Argentina, para que estudien dentro del país temas especiales de investigación científica;

o. Organizar con intervención del ministerio de Educación y Justicia, la carrera de investigador científico de dedicación exclusiva, estableciendo un escalafón para el mismo, y, mediante becas suplementarias, asegurar a las personas que hayan demostrado capacidad en la realización de investigaciones y en la formación de discípulos, una dedicación completa durante un cierto número de años ..."4

Se atribuyó a esta institución un sentido fundacional de la ciencia en Argentina, a partir de que a través de ella se viabilizaba la integración de importante cantidad de científicos e intelectuales emigrados o separados durante el gobierno anterior y que se afincarían mayoritariamente en el ámbito que reconocían como su pertenencia natural: las universidades, que habían tenido tan conflictiva relación con dicho gobierno.

Una primera nota que se aprecia acerca del rol principal del consejo era el de ser un organismo bastante peculiar de gestión y financiamiento -si bien por la vía de los subsidios y los becas- de la ciencia, lo cual constituyó una innovación. En apoyo de esta afirmación podemos adelantar que hasta entonces las políticas estatales estaban orientadas a que no existiera un órgano encargado de la distribución de los fondos: la universidad, sus diferentes departamentos y demás instituciones o centros destinados a la investigación tenían su propio presupuesto asignado y su propia infraestructura y la investigación no dependía de los subsidios -que podían ser complementarios- perteneciendo además enteramente a la órbita estatal, en forma independiente de lo que pudiera ocurrir en centros privados. Los responsables políticos de cada jurisdicción evaluaban los resultados de la labor y asignaban los recursos. Por cierto, las universidades no habían tenido antes, ni tampoco tuvieron durante el período peronista, vocación especialmente remarcada por la investigación científica. Ahora se pretendía cambiar esa situación.

Por otra parte, tanto organizaciones públicas como privadas podían aspirar a ser sedes de investigaciones de la órbita del consejo, prácticamente en pie de igualdad. Sin embargo, no se visualiza, pese a todo, entre las funciones de gestión de la institución nada que coresponda a la fijación de la política científica ni la dirección de las actividades del sector. Más bien quedaba limitada al nivel de promoción, coordinación y orientación, siendo los dos últimos aspectos concebidos en forma débil, lo que se desprende de la lectura completa del decreto. Adviertase que la fijación de prioridades "puede" ser realizada por el Consejo a fines de la asignación de subsidios. La peculiaridad anotada consistía entonces en que el Consejo concentraba poder en tanto era el responsable de asignar los fondos, renunciando al mismo tiempo a la prerrogativa estatal de fijar una política y prioridades que la investigación nacional debía seguir. Establecía así una relación casi de derecho privado con los miembros del campo científico, que tenían libertad absoluta para decidir lo que deseaban investigar, como si lo hicieran con sus propios recursos, y eventualmente serían subsidiados si ello cuadraba dentro de ciertas prioridades

Siendo esto así, se supone que los responsables sustantivos de la actividad del sector serían las universidades, quienes hasta entonces habían cumplido, un rol más bien cultural y formativo, y los centros más afines al Consejo o creados a su arbitrio. La consistencia del sector dependería entonces de la dirección, programación, equipos e infraestructura que tuvieran de por sí, que como el tiempo demostraría, serían cada vez más escasos. Además se fue generando una situación donde todo lo vinculado con investigación correría por cuenta del CONICET, aún en el seno de las casas de estudios, y donde éstas se autorestringían a la cuestión de la formación de los futuros profesionales, aunque la producción de conocimientos continuaba en sus propios laboratorios. En este sentido sólo se percibían como constelaciones de científicos sometidos a su propia dinámica.

Como veremos más adelante, todo esto fue realmente producto de una situación donde interactuaron intereses e ideologías concretos que presionaron fuertemenete en ese sentido hasta determinar el contenido del propio texto del decreto y de las decisiones posteriores.

Lo cierto es que en ese momento se identificó, con fundamento en ciertos aspectos de la experiencia pasada, que ciertas modalidades de organización del sector eran las responsables de la burocratización, la ineficicencia, la promoción de los incapaces y obsecuentes, el desprecio por la jerarquía de los científicos y, en general, de la unánimemente rechazada contaminación política de la actividad científica. Y esto reforzó las líneas organizativas que describimos como dominantes.

Creemos conveniente hacer aquí un paréntesis para retomar luego este análisis, tras señalar ciertos aspectos que resultarán utiles a los fines comparativos.

LOS ANTECEDENTES

Existe bastante evidencia para afirmar que la problemática científico-tecnológica se convierte por primera vez en cuestión objeto de interés y toma de posición por parte del estado argentino durante el gobierno peronista de 1946 a 1955, independientemente del juicio que merezca la modalidad con la que esto se realizó o el contexto ideológico-cultural del momento. Nos proponemos aportar la información que puede sustentar tal afirmación, así como analizar las consecuencias y procesos que dicha toma de posición produjo en la sociedad.

Con anterioridad a esa época los antecedentes en investigación científico-tecnológica en Argentina se reducen a algunos centros aislados y a esfuerzos individuales de científicos, que se podrían identificar bajo el mote de "caballeros de la ciencia", con una particular vinculación con el ámbito universitario, y, por otro lado, a oficinas de las reparticiones públicas, incluidas las Fuerzas Armadas, dedicadas a la producción o a los servicios, de los cuales funcionaban como insumo insustituible.

Sin embargo, es indiscutible que no existía interés ni conciencia estatal por la trascendencia que el tema pudiera tener para la vida de la sociedad, quedando librado a que se lo considerara un interés privado y específico de los particulares que, por razones propias e indiferentes al resto de la comunidad, eligieran dicho campo de acción para desarrollarse en él.

Desde el siglo pasado ni el estado ni la universidad pública -y obviamente tampoco los precarísimos ejemplos de intentos de iniciativa privada en el área- habían registrado como prioridad el estímulo a la producción científica en un momento crucial del desarrollo humano en dicho campo. Apenas se puede contabilizar un puñado de iniciativas, siempre minoritarias, que llevaron al surgimiento de algunos laboratorios en algunas universidades, perdidos en un mar de aspirantes a profesionales liberales y amanuenses del modelo agroexportador.

Desde 1909 y por inspiración del propio Joaquín V. González se había creado en la universidad de La Plata el Laboratorio de Física, cuya primera década fue brillante bajo la conducción de dos científicos extranjeros: Bose, en primer término, y Ganz luego, y del que saldría en 1921 para formarse en los más importantes laboratorios de Europa y Estados Unidos quien sería uno de los más prominentes y dinámicos físicos argentinos: Enrique Gaviola.

También por iniciativa de dicha universidad habían marchado a Europa en 1914 becarios de dicha especialidad para formarse con el Dr. Nernst, quien más tarde dictaría clases como invitado en nuestro país. Y en 1931 el citado Gaviola comenzaría su fructífera labor local ocupando allí mismo la cátedra de Física.

Entretanto, otro centro de investigación científica era el Observatorio Astronómico de Córdoba, fundado en el siglo pasado por Sarmiento y que pronto pasaría a ser dirigido por Gaviola y con posteriridad por otra figura de relieve internacional, el Dr. Guido Beck. Otro gran físico argentino, Tomás Isnardi dirigía por entonces el Laboratorio de Física de la Universidad de Buenos Aires.

Todo este grupo culminaría con la fundación de la Asociación Física Argentina en 1944. Pese a que también se contaban desarrollos interesantes en materia de química, quedaban subordinados por los anteriores, en un momento en que la Física era la disciplina estrella a nivel mundial, lo que llegaría a la culminación con los estudios para la producción de la bomba nuclear.

También en esa ciudad, la prestigiosa Academia Nacional de Ciencias de Córdoba ejercía su influencia desde su creación como organismo estatal durante el siglo pasado

En otros campos poco podía decirse, salvo por el ejemplo de Bernardo Houssay y su ciclópea labor en el Instituto de Fisiología en la UBA y Juan T. Lewis con su homónimo de Rosario.

A partir de 1934 Houssay y sus discípulos más prominentes crearían la Asociación Argentina para el Progreso de las Ciencias que se nutriría de subsidios estatales determinados por ley, pero que no era una institución de producción científica, sino de difusión y promoción..

Mientras tanto en el ámbito militar no es ocioso destacar - tras las primigenias creaciones en materia de meteorología, cartografía e hidrografía- los desarrollos vinculados a la explotación petrolera bajo la inspiración del gral. Mosconi desde las primeras décadas del siglo y en los aspectos siderúrgicos,los que llevarían a la instalación de los altos hornos impulsados por Savio dede Fabricaciones Militares y la Sociedad Mixta de aceros especiales, antecedente de SOMISA, de los años treinta. Otras oficinas técnico-experimentales en el sector estatal habían surgido en Obras Sanitarias, en ferrocarriles, en la Dirección de Vialidad, etc.

Las formas organizativas se reducían a la mera existencia de institutos o laboratorios, que tejían entre sí relaciones que no superaban el rango de personales, lo que podía dar lugar a sociedades o clubes del campo privado. De hecho, el que dichos centros más reputados pertenecieran a universidades estatales resultaba casi intrascendente, ya que ni de parte del estado ni de parte de la mayoría de los sectores de peso en la producción económica se había planteado la necesidad de trazar planes o programas por los que la investigación fuera situada en la posición de contribuir a o satisfacer requerimentos de la misma o de las agencias el gobierno. En el caso de los laboratorios de empresas o reparticiones estatales quedaban reducidos a la producción de los insumos para la actividad sustantiva, ya fuera de servicios o de otro tipo.

Entre los científicos, concomitantemente, eran representativos de ese momento pensamientos como el de Houssay. Este abstraía la ciencia de la injerencia estatal y la sometía al arbitrio de sacrificados y desinteresados sabios, ajenos a cualquier cuestión social, política o ideológica. Aún cuando la tarea científica era para él el valor supremo, e, incluso, eje del progreso abstractamente comprendido de la humanidad y las naciones, lo que realmente pesaba para impedir que dicho tipo de pensamiento se constituyera en expresión de una conciencia acerca de la relevancia del sector científico técnico y en factor de su inclusión en la agenda nacional es, justamente, su incapacidad de valorar la organización, la difusión, la regulación y el impulso estatales de las actividades de dicho campo que, si bien con otra repercusión en la sociedad civil, ya era la norma en la mayoría de los países centrales. Para él ello debía producirse por un despertar individual de los ciudadanos que reconocieran el valor de la ciencia y el altruismo de sus cultores.

Houssay, durante muchas décadas la figura señera de la ciencia argentina, era uno de los pocos médicos que había privilegiado la investigación y había fundado el Instituto de Fisiología en la Facultad de Medicina de la UBA, pero se oponía a la masificación de la enseñanza superior y consideraba el tiempo destinado a tal función un derroche del precioso que debía ser invertido en la investigación de alto nivel y la formación de los estudiantes con aptitudes superiores, realmente capacitados y con posibilidades de dedicar todo su esfuerzo a una actividad absorbente sin precisar distraerlo demasiado en la obtención de recursos para la subsistencia, aunque ello fuera una limitación para los menos pudientes o los menos frugales5. Se trata de una concepción aristocrática ajena a toda articulación socioeconómica de la investigación científico-técnica -su función en el "progreso"- que se complementaba con un aparente apoliticismo, renuente a cuestionar los mecanismos y productos de los procesos de poder de la sociedad.

Houssay sólo estaba dispuesto a alternar con estos para interceder por el sostén de la actividad científica -lo que está en la matriz de la ideología científica predominante hasta hoy- desde una postura individualista y reacia a la injerencia estatal en dicho campo, cuyo desarrollo tal vez pudo en un principio imaginarse posible exclusivamente mediante el aliento de las personalidades científicas aisladas, liberalmente temerosa de las posibles limitaciones, esclavitudes, distorsiones o utilizaciones que el interés del estado podría imponer a la suprema libertad de los científicos. Pero los sucesos desencadenados a partir de comienzos de la segunda guerra darían definitivamente por tierra con dicha perspectiva al cambiar el contexto internacional para el desenvolvimiento de la actividad científica. Se pasaba de la cooperación internacional entre científicos desinteresados a la ciencia secreta al servicio de las necesidades estratégicas nacionales y apoyada por ingentes cantidades de recursos provinientes de los gobiernos.6

La politización de dicho liberalismo cientificista por imposibilidad de tolerar las características del peronismo precipitaría los acontecimientos y llevaría al desplazamiento, en muchos casos cruento, de la esfera de la universidad pública de estos personajes, que no hallarían obstáculos en recrear su esquema de trabajo sin acusar ninguna limitación en la esfera privada, con base en los aportes privados o en los propios patrimonios de los científicos, lejos de las instituciones de docencia superior y del circuito económico productivo, al extremo que, ni aún desplazado el peronismo vieron con buen grado su incorporación a una universidad democratizada y participativa, poniendo precios altísimos e injustificados a su enrolamiento en esta.7

La irrupción del peronismo, y del énfasis militarista e industrialista orientado a la defensa que, incluso, lo precediera en los diferentes movimientos castrenses que tuvieron lugar con anterioridad al mismo, culminando con el extremismo del golpe del 43, marcaría una ruptura fácilmente perceptible tanto en el discurso como en las creaciones a nivel del aparato institucional como en la asignación de recursos para el sector.

Sobre la base de sustentación constituida por dichos militares centrados en las necesidades de la defensa y la capacidad de producción propia del pais, por parte de los industriales, entusiasmados por la perspectiva de crecimiento del consumo y la ampliación de sus excedentes que nuevas técnicas podrían acarrearles, y por la legitimidación indiferenciada por parte de la clase obrera fabril a la política del gobierno, la cuestión científico técnica halló su primer vehículo para llegar a instalarse entre las prioridades de la sociedad y del estado.

Desde el principio el peronismo en el estado hace, a su modo, una fuerte definición por la tecnología y la investigación aplicada a la vez que choca con los universitarios y exhibe una actitud despectiva, y que llevaría al encumbramiento de sectores poco menos que oscurantistas, sobre el rol jugado por la universidad en la producción del conocimiento y sobre su lugar en los procesos histórico-sociales, incluyendo los científico- técnicos.

Encontramos múltiples indicios que nos permiten apreciar de qué manera se definía la cuestión por entonces. El propio Perón sostuvo acerca del conocimiento de los universitarios hasta entonces:

"... por esa razón nosotros, en nuestros planes de gobierno, luchamos por una ciencia y una cultura populares.

No podremos decir que un país sea culto ni tenga un gran adelanto en su ciencia porque cuenta con tres, cuatro o diez sabios y hombres cultos, mientras el resto es un mudo y torpe rebaño de ignorantes. La cultura del pueblo está en que aún cuando no poseamos ningún sabio ni ningún hombre extraordinariamente culto, tengamos una masa popular de una cultura aceptable.

Por eso hemos establecido entre nuestros objetivos que tanto la cultura como la ciencia son elementos al servicio del pueblo y esgrimidos por la mano del pueblo ... (...) No queremos universidades para formar charlatanes y generalizadores. No queremos escuelas para formar hombres que les digan a los demás cómo hay que hacer las cosas, sino que sepan hacer por sí las cosas (...) Por eso queremos que esta escuela que nace con nuestras propias orientaciones, sepa que en la vida ni la ciencia pura tiene valor alguno si no se la somete a la aplicación.

La ciencia pura ... es el lujo que se pueden dar algunos que no tienen nada que realizar. En la ciencia es el conocimiento profundo realizado en el empirismo absoluto de las realizaciones lo que importa; si no, las cosas no valen. Por eso he dicho y he sostenido muchas veces que queremos operarios que se formen en la escuela de orientación profesional trabajando con sus herramientas y sus máquinas, que sepan hacer aunque no sepan mucho decir ..."8

Vemos en estas palabras, combinados, la opción -que luego aparecería relativizada- por la ciencia aplicada, incluso al extremo de considerarla necesidad inherente a la complejización y desarrollo de la actividad de producción, el desprecio por el antiguo modelo universitario, asociado exclusivamente con la charlatanería, y la pretensión de rearticularlo con los intereses de la clase obrera. Y esto tiene ciertas derivaciones prácticas, en tanto se complementaría con un discurso crítico acerca de la universidad y su tendencia a la politización y el desorden, de resonancias conservadoras y disciplinatorias, apoyado en conceptos caros al profesorado tradicional, que quedaría reflejado en la sanción de la ley universitaria de 1947.

Por eso resultó coherente que se creara otro circuito para la investigación y la producción científico-tecnológica, menos propenso a las "veleidades" de los universitarios, más funcional a la perspectiva del gobierno, y con clara conciencia de su razón de ser, aunque desde un punto de vista político esto significara correr con el precio de la desjerarquización de las casa de altos estudios. En los primeros ejemplares del órgano de difusión de la CONEA, esto ya aparece conclaridad:

"Toda nuestra tradición científica finca en nuestras universidades, nacidas, indudablemente, con la ambición más sana de ser verdadeeros centros de cultura y de investigación. Pero este propósito no fue cumplido por múltiples razones; fundamentalmente el ambiente no era propicio para lograr tal finalidad. Tratandose de un país joven, con ansias de progreso y posibilidades enormes de aplicación práctica de los conocimientos, el interés puramente científico se vio reducido a su expresión mínima. Los medios para poder encarar seriamente la investigación fueron sumamente escasos y cercenaron las aspiraciones de los pocos que pudieran tener una vocación marcada por la ciencia pura. No exisitiendo una continuidad de trabajos, como en las universidades del viejo mundo, ni el peso económico extraordinario de otras, las nuestras fueron tomando el carácter de escuelas superiores de especialidades técnicas, en general extremadamente amplias por la falta de un campo realmente apto para desarrollar los conocimientos. La investigación científica, salvo en algunos cassos particulares, fue dejada totalmente de lado, y se recurrió a las escuelas y universidades extranjeras cuando se necesitó de una mayor solidez de conocimientos.

(...) En nuestro país, carente la universidad de las características científicas que debieran definirla, divorciada de los centros industriales que muy raras veces la han consultado en sus problemas ha surgido como una necesidad la creación de centros aislados de investigación y estudio que por su mismo origen, por la dispersión en que se hallan, por la escasez de medios y la falta de vinculación, ven esterilizados en parte sus esfuerzos y anuladas una cantidad de energías que bien dirigidas y encauzadas podrían dar excelentes frutos." 9 Y en otro ejemplar del msmo medio se dejaba bien en claro donde estaba hecha la apuesta en matería de desarrollo científico:

"Los defectos de la cultura moderna son los defectos de sus directores intelectuales, sus profesores y artistas (...) Sería entonces,, un poco ingenuo suponer que los profesores y docentes pueden ser llamados para resolver el problema de la reforma cultural (...) y, por lo dicho anteriormente, la reforma debe venir de afuera de las casas de estudios, vale decir, de elementos no viciados, o de aquéllos, que si algún día lo fueron, hayan sabido reaccionar oportunamente..."10

Más allá de estas definiciones explícitas, parecería que efectivamente se va a producir una escisión entre la práctica científico-académica, o sea la vinculada a la universidad, que hasta entonces tenía escasas expresiones, salvando el ejemplo de Medicina, y que en adelante sería defendida más bien por los que, como estudiantes, eran aspirantes a engrosar los contingentes de intelectuales y profesionales liberales egresados de las facultades de Filosofía o Ingeniería, y la científico-tecnológica que va a hallar su refugio en diversidad de instituciones que se crearían por entonces y que materializarían esa decisión de impulsar el desarrollo científico y técnico en función de una veloz industrialización y de ganar mayor autonomía económica y política nacionales. A nivel de la estructuración del aparato estatal esto daría lugar a la conformación en su seno de un sector científico tecnológico hasta entonces inexistente.

Poco después de llegado al poder el gobierno del Gral. Perón crearía la secretaría Técnica de la Presidencia que ocuparía el hasta entonces estadígrafo del ministerio de Trabajo, J. M. Figuerola. Pero ya contaba con un antecedente en el Consejo de Posguerra, el que se abocaría a la elaboración del Primer Plan Quinquenal e iniciaría los primeros estudios sobre diversas cuestiones socioeconómicas, necesarios para fundamentar la futura acción de gobierno. En realidad, las necesidades de la Planificación Gubernamental fueron para el peronismo el primer acicate de las actividades de investigación y por lo tanto, no sólo su gestión sino también las temáticas y las preocupaciones no eran por entonces demasiado cercanas a las dominantes entre los hombres de ciencia activos con anterioridad. La orientación práctica y aplicada, más que por una posición epistemológica, quedaría evidenciada por dichos motivos ya desde el primer momento. En ese contexto se estatuyó que la mencionada secretaría: "... informa y propone al presidente ..." en lo relativo a medidas y planes de gobierno, "... realiza estudios e investigaciones ..." las que se encuadrarían fundamentalmente en las áreas "... económicas, estadísticas y sociales ..." y contendría como órgano asesor al Consejo Económico y Social integrado por representantes de los organismos del estado en dicho sector y de las organizaciones obreras y patronales.11

En realidad el gobierno revolucionario ya había comenzado a producir diferenciaciones horizontales y verticales en el aparato burocrático estatal desde 1944, cuando creó el Instituto Nacional Tecnológico en el ámbito del área de Agricultura, interesado en cuestiones industriales y especialmente en la "investigación básica" que pudiera contribuir a la industrialización de las materias primas y los productos originados en el país12, que poco después se convertiría a secas en Instituto Tecnológico y pasaría sin modificaciones a depender de la Secretaría de Industria y Comercio, constituyendose en el antecedente directo del actual INTI, recreado en 1957.13

En 1948 se iniciaría la "Investigación y Experimentación Agropecuaria" en el campo estatal, antecesora del actual INTA. Se desarrollaría a partir de una ley del congreso en función de la cual se crearían: un Centro Nacional de Investigación Agropecuaria, en los terrenos adjudicados en el partido de Morón, "centros nacionales de investigación agopecuaria fundamental" en cada una de las regiones, una "estación experimental agrícola" en cada provincia o territorio y una "estación experimental zootécnica" donde fuera rquerido.14

Estos dos últimos ejemplos muestran el otro aspecto de la investigación propulsada por el gobierno, destinado a la tecnificación de las producciones del país.

Pero simultaneamente con estos sucesos, con la implantación del nuevo modelo, también el proceso que vimos desarrollarse en el campo científico básico con anterioridad al acceso al gobierno del peronismo sería absorbido hacia el seno del Estado, donde encontraría su culminación. Los militares, que estuvieron interesados desde el momento en que tomaron el poder en 1943 en propulsar la investigaciones científicas vinculadas al área de defensa, no podían desconocer la importancia estratégica de la materia física, que contaba con importantes especialistas locales. Para 1946 tanto la marina con su Instituto Radiotécnico en convenio con la UBA, como el Gral. Savio -aunque luego no adheriría al gobierno- con su Instituto de Investigaciones Físicas, en el ámbito del ejército y, poco después, varios proyectos parlamentarios, se asociarían con varios de los científicos ya mencionados en la perspectiva de crear importantes centros investigación básica en el país15, aunque la aventura abortaría cuando estaba a punto de fructificar. En ese entonces el Dr. W. Heisenberg ya había aceptado una invitación para radicarse en el país y dirigir el primero de los centros referidos, que luego se frustraría.

Según Mariscotti16 lo señalado se habría debido a dos razones. La primera, una furibunda campaña iniciada por New Republic, un importante medio periodístico norteamericano vinculado al estabilishment -estaba dirigido por H. Wallace, un ex vicepresidente- que tenía por objeto alertar sobre la presunta intención de obtener armas nucleares por la Argentina, cuyo impacto prácticamente desmanteló el entusiasmo de los científicos y obtuvo como respuesta la paralización de cualquier intento en esa dirección por parte del gobierno. La segunda fue la aparición en escena del Dr. R. Richter, científico de relativo renombre en Europa que, justo en ese momento, alentaría una ilusión que se sobredimensionaría al jugar el papel de reemplazo al alcance de la mano de los esforzados planes científicos que acababan de recibir tan despiadado golpe. Así nacería el Proyecto Huemul, donde el presidente haría recaer, vistos los avatares relatados, todo su interés acerca de la investigción de punta, como era en ese momento la casi desconocida e impensable cuestión de la fusión nuclear. Obviamente, este comienzo y el humillante final que dicha experiencia tendría trazarían una brecha considerable entre una parte importante de la comunidad científica académica y el gobierno.

El Dr. Gaviola ya no volvería a plantear al gobierno la formación de una Comisión Nacional de Investigaciones Científicas como órgano rector del sector, integrado por eminencias científicas, que debería esperar algunos años para ver la luz, y por añadidura, bajo un enfoque completamente diferente.

Lo cierto es que las promesas de Richter y sus rimbombantes anuncios de éxito en 1951 serían un fiasco total y el resultado de la ingente inversión realizada por el estado no se llegaría a ver.17 Pero a su sombra, o a su alrededor, comenzarían a surgir las instituciones más importantes del campo científico y que llevarían a éste a su máximo desarrollo histórico. Sobre este particular, es recomendable atenerse no sólo a información que pudiera estar teñida de ciertos intereses o distorsiones, como la generada por el propio estado de entonces o condimentada con ciertas inclinaciones partidarias -en un terreno en que resultó casi imposible sustraerse a las tomas de partido y a una alta carga subjetiva en las afirmacines vertidas desde cualquier sector. Por eso optamos por recurrir a los autores menos sospechables de simpatías peronistas, que podemos suponer, sostienen este punto con base en evaluaciones objetivas, como pueden ser Cereijido18 o Mariscotti.19 Este es especial destaca la importante capacidad de reversión o aprovechamiento de lo sucedido en torno de dicho fracaso a partir del desarrollo de equipos y proyectos al amparo del estado, que habían sido iniciados como apoyo y también secuela de esa aspiración frustrada, primero en la Dirección nacional de Investigaciones Técnicas y luego en la de Energía Atómica.

De acuerdo a ellos, y a otros, es innegable que la creación de la Comisión Nacional de Energía Atómica en 1950, y poco después, de las direcciones recién mencionadas, simultánemente con la segunda de las cuales, en 1951, se crearía el Consejo Nacional de Investigaciones Técnicas y Científicas, constituyen un hito en el sector y con el tiempo promoverían los mayores avances y el máximo compromiso estatal con la investigación científico-técnica.

Pero antes de referirnos a ellas cabe mencionar que ya con posterioridad a la Reforma constitucional de 1949, el gobierno había producido otra innovación a nivel de la organización de la burocracia estatal al crear, junto con otros que obedecían a las prioridades estratégicas del gobierno ya evidenciadas entonces -como Trabajo y Previsión, Transportes, Salud o Educación- el Ministerode Asuntos Técnicos, que se pondría a cargo de Raúl Mendé.

Entre sus funciones se hallaban, además de todo lo relacionado en general con la "cientificidad, racionalidad, eficiencia y planificación" de las acciones de la administración y el gobierno del estado: "...

Consideración y estudio de asuntos técnicos generales que interesen a las distintas actividades de la Nación (...) Dirección General de la investigación de asuntos técnicos que por su naturaleza convenga mantener reservados o no divulgar (...) Compilar, sistematizar, dirigir y fiscalizar el censo general y las estdísticas permanentes de la Nación", entre otras.20

Dentro de este se crearían diversas estructuras y en su dependencia confluirían todos aquéllos organismos en poco tiempo. Comprendía también un Cuerpo de Consultores Técnicos con comisiones de Economía, que incluía industria, comercio, transporte y agricultura; Políticas Sociales, que incluía trabajo, salud, cultura y educación; Defensa; Organización Cientifica y Racionalización de la Administración y Obras Públicas. También contaba con las direciones generales del Servicio Estadístico Nacional, del Servicio Meteorológico Nacional, del Servicio Geográfico Nacional y de Investigaciones Técnicas y con un Departamento de Biología Humana, entre otros.

La mencionada CONEA también se hallaría en su órbita, si bien estaba conformada por el presidente d la Nación , el ministro, el director de la Planta de Energía Atómica de Bariloche (que era Richter) y un secretario general.

Sobre la base del Cuerpo Consultivo y la dirección de investigaciones se crearía en 1950 la mencionada D.N.I.C.yT.

En 1951 se crearía la también aludida D.N.E.A., que estaría a cargo del Secretario General de la CONEA, Coronel E.

González, y que comenzaría a independizar de ésta un rubro importante de cuestiones de física nuclear, al punto que más tarde se transformaría en lo que es la actual CONEA y daría orígen a diversas experiencias trascendentes, como las que derivarían en la creación del Instituto Balseiro, en las instalaciones de lo que fuera la planta de Bariloche.

Creemos que es importante ahora analizar la estructura del Consejo Nacional de Investigaciones Técnicas y Científicas, creado en dependencias y con financiamiento del antes citado ministerio

Como más tarde su sucesor, también debía "... orientar, coordinar y promover las investigaciones técnicas y científicas de todo orden que se realicen en el país". Pero esta finalidad estaba teñida de muy diferentes componentes según el resto del articulado:

En el Artículo 2 encontramos:

"...d. Coordinar los estudios e investigaciones con la planificación y racionalización de los planes de gobierno e. Proponer las medidas de racionalización de las funciones y elementos de los centros e Institutos de Investigaciones Técnicas y Científicas del Estado.

(...) g. Asesorar al poder Ejecutivo acerca de la política nacional a seguir en materia de investigaciones técnicas y científicas

h. Asesorar al Poder Ejecutivo en materia de subsidios y contribuciones especiales destinados a ayudar a entidades privadas de investigación técnica y científica "

En el artículo 5:

"El Consejo Nacional de Investigaciones Técnicas y Científicas podrá requerir por intermedio del Ministerio de Asuntos Técnicos, cuando así lo sugiera la naturaleza de los problemas a resolver, la cooperación a título de consulta de todos los centros, organismos e institutos de investigaciones técnicas del estado así como de las personas cuya capacidad y alta especialización sea evidente"

Por otra parte, las becas y subsidios estaban contemplados como una función más del Consejo dentro de las muy diversas de promoción y estímulo, que no recorreremos, dado que al citar sólo apuntamos a las cuestiones que mejor informan sobre la naturaleza político-organizativa del organismo y a sus funciones dentro de la gestión de los asuntos estatales.

Aunque no era un organismo con la suma del poder científico-técnico dentro de la organización estatal -ya sabemos que existían otras creaciones anteriores de gran importancia y autonomía, y, en todo caso, su fortaleza dependía de ser conducido por los altos funcionarios de la línea del Ministerio del ramo- revela una concepción de la organización científico-técnica estatal diferente de la que nos ocupará luego, por los temas que se consideraban relevantes o inherentes a la definición de funciones de un organismo de su índole.

Por lo citado, advertimos que para este enfoque existe una "política nacional a seguir en materia de investigaciones técnicas y científicas", y que, además, ésta es atribución del Poder Ejecutivo. Por otra parte, debe existir "coordinación" entre la actividad del sector científico-tecnológico y los planes de gobierno -que, por entonces, se asumían, sin demasiadas disquisiciones, como el interés de la propia comunidad nacional expresada a través del estado. Incluso esto le daba derecho a analizar su "racionalidad", así como era objeto de preocupación la del propio gobierno .

Como contrapartida, todos los centros y, aún, especialistas individuales, pueden ser convocados por el estado para asesoramiento, en el contexto de los deberes solidarios y responsabilidades sociales que se pregonaban para los intelectuales y hombres de ciencia, tanto en la Constitución de 1949, como en el Segundo Plan Quinquenal, entre otros. Y los centros privados de investigación también están contemplados, aunque sólo a través de subsidios -ocasionales- los que, a diferencia de lo que sucedería más tarde, sólo están previstis a este fin.

No se trataba, entonces, de un organismo de financiación de la investigación, sino de orientación y dirección. Personal, equipos y materiales corrían por cuenta de las partidas presupuestarias de cada organismo donde se realizaran.

En cuanto a su conformación, el Consejo reunía entre sus miembros sólo a representantes institucionales de las distitntas reparticiones donde se realizaran las actividades científico-técnicas del estado, incluyendo representantes de todas las universidades, de la Junta de Investigaciones Científicas y Experimetnación de la Fuerzas Armadas, de los Servicios Técnicos del Estado, de la Secretaría de Cultura (su titular) y de la CONEA, bajo la direción del ministro y la secretaría del Director Nacional de Investigaciones Técnicas del citado ministerio.

En este mismo orden de ideas vale también señalar la inclusión de la ciencia y la tecnología como capítulo específico del mencionado Segundo plan Quinquenal, donde quedaban específicadas las funciones del estdo en materia de dirección, asignaciónde recursos y selecciónde prioridades.21

MODERNIZACION Y PROGRESISMO EN EL SECTOR CIENTIFICO- TECNOLOGICO

Como en muchos otros casos en el período peronista, todas estas iniciativas estatales llevan a que se produzca una polarización en la toma de posiciones por distintos sectores de la sociedad civil respecto de la cuestión que nos ocupa.

En el bloque opositor conviven entonces los académicos desplazados, que de por sí no son un bloque homogéneo, y los grupos liberales modernizantes, cuyo ariete va a estar constituido por los estudiantes representados por la FUBA.

A partir del desplazamiento del peronismo estos sectores adquieren la primacía en el espacio académico, influyendo en las definiciones estatales, pero el predominio político quedaría en manos de los más conservadores, más afines a la gran burguesía urbana y rural que sostenía el gobierno, y al status político preperonista -recordar las relaciones con la iglesia en el campo educativo. En el campo científico se haría sentir la primavera unversitaria, comenzando el gran impulso a la radicación de proyectos en la universidad, especialmente, en Buenos Aires, en la Facultad de Ciencias Exactas.

El eje del campo científico se reclinaría entonces hacia dichos establecimientos. En ellos estaban gran cantidad de los antiguos opositores, sobre todo en su etapa de alumnos, y a ellos aspiraban a reincorporarse muchos de quienes habían sido desplazados, de las más heterogéneas orientaciones

Esto constituyó un nuevo sustento social para la tarea académica y científica en la medida que los mencionados protagonistas formaban parte de un extenso bloque, en el que, resumiendo groseramente, podemos anotar partes sustanciales de las fuerzas armadas, la gran burguesía agraria, parte de la urbana, los partidos liberales, sectores medios, etc.

Se consideraba la gestión del peronismo como enemiga de la ciencia, por la experiencia universitaria, por las posiciones retrógradas de muchas autoridades del campo de la educación y la cultura y por el resultado de ciertas experiencias como la del proyecto Huemul. No existía valoración alguna de lo realizado en otros campos como la investigación atómica, industrial, agrícola, el impulso a los asuntos técnicos, etc., y esto se debía, probablemente, a que su subordinación a una conducción estatal discrecional y su inclusión en la línea burocrática de los organismos ejecutores de la política gubernamental no parecía responder a los más modernos sistemas de producción científica, con los que muchos universitarios habían tomado contacto en el exterior, donde lo más valorado era la independencia, la ciencia pura, la referencia continua de las sociedades de pares, los foros y las publicaciones internacionales como contexto obligado de legitimación y reconocimiento del valor de la producción científica, etc.

Pero simultáneamente se desarrollaban nuevas condiciones socioeconómicas para la inserción del sector científico- tecnológico. El modelo de desarrollo económico adoptado no le daba ya un alcance similar al que tuviera antes:

"... estas restricciones se manifestaron no sólo en el mantenimiento de una baja capacidad de innovación tecnologica por la empresas de capital nacional sino, además, en una reducida demanda de nueva tecnología hacia los organismos científico-tecnológicos el sector público.

Esta circunstancia redundó sin duda en el escaso apoyo otorgado a las actividades de investigación y desarrollo, pero sobre todo tuvo fuerte influencia sobre los criterios de asignación de recursos destinados a las actividades científico-tecnológicas ..."22

Por otro lado, las transformaciones que comenzarían a darse en el estado desde entonces, también generarían un nuevo escenario para el desenvolvimiento científico, en que algunas posturas, o expresiones de voluntad, estatales, aún cuando atribuyeran relevancia al tema, carecerían de penetración social, quedando su eficiencia subordinada a su articulación con intereses para-estatales y a la voluntad de sectores de la esfera privada, en un proceso de fragmentación, colonizacion y privatización de partes o áreas del estado al que no serían ajenos los organismos de investigación.

Esto, además de las mencionadas determinaciones económicas, se reveló también como un fruto del agotamiento de anteriores formas y estrategias de acción social y del repunte de sectores que tradicionalmente integraban el bloque dominante, quienes ante la nueva coyuntura decidirían cambiar el énfasis que anteriormente habían puesto sobre la centralidad de las misiones que el estado debía cumplir, ante los riesgos económicos y políticos que ello les podía implicar en ciertas etapas, como las de reciente memoria, y también ante su mayor capacidad de maniobra propia, aunque lejos estuvieran de tal condición los miembros del sector científico-técnico.

Así, podemos ver que la primera legislación del Conicet disponía que sería conducido por un directorio integrado mayoritariamente por "... personas que se hayan destacado en la investigación científica y técnica ..." y que en adelante se disponía que los futuros miembros serían propuestos por ternas por CONEA, Academias, Facultades de disciplinas científicas de universidades nacionales y "...no menos de seis instituciones y sociedades científicas de reconocida jerarquía", aunque la decisión sería del propio directorio.23 De este modo se admitía la participación de entidades privadas en la elección de su conducción, peroal mismo tiempo, al ser el propio directorio, el que decidía, su autonomía era muy importante, más allá de las frecuentes intervenciones que se sucederían. Esto debe agregarse a que, como se vio ya entre las funciones del consejo, el ambito privado era equiparado en muchos aspectos al oficial.

Pero, más allá de cuestiones formales, no se nos escapa que el Consejo tenía un importante poder real. Expresaba una definición de la cuestión, que impulsaría por múltiples canales y tendría fuerte peso a nivel de la política estatal para el sector. Como demostración simbólica del peso de esta iniciativa debe considerarse que el presidente del consejo hasta 1966 fue el propio Hossay.

En sus seno, desde el principio, las distinas opciones de politica que se abrían quedaron perfectamente claras y enfrentadas en un debate, con sus bases ideológicas, sus articulaciones sociales y económicas y sus estilos y propuestas organizativas. Desde un principio Houssay y el vicepresidente Rolando García encabezaron las tendencias encontradas. El primero prefería poner los fondos directamente en manos de los científicos individuales, no engrosar el presupuesto de los grandes organismos, como las universidades, vincular directamente a investigadores y, sobre todo, a centros existentes o por crearse, al Consejo y no despilfarrar recursos, asignandolos a los investigadores confiables e impulsando sólo proyectos seguros. García pretendía que el presupuesto se asignará a las instituciones públicas de docencia e investigación, como las universidades, reducir la cantidad de centros, particulares o de otro tipo, vinculandolos a las mismas y no autónomamente al Consejo y, sobre todo, reclamar un presupuesto mucho más alto para dar auténtico apoyo oficial a la investigación científica, al extremo de que lo propuesto por el Consejo como total -30 millones- según él, ni siquiera alcanzaba para cubrir los proyectos de una sóla facultad de una sola universidad, que era aquélla de donde él provenía -era decano de Ciencias Exactas de la UBA.

La postura que se impuso fue la primera y, en algunas ocasiones, se acusaría a García de simpatías soviéticas para descalificar sus propuestas.24

Aunque muchos otros factores intevinieron, estas determinaciones no son ajenas a que, con el correr del tiempo, proliferaran centros cuasi privados -o completamente- que el Consejo sostenía sin existir evidencias del nivel de su producción científica. Tampoco a que los investigadores independientes se abstrayeran completamente de las necesidades o conveniencias del contexto, aunque subordinandose a una red internacional de división del trabajo científico al servicio de metas y prioridades no sólo ajenas sino, en muchos casos, ni siquiera conocidas;25 y a que los científicos se separaran progresivamente de la docencia y la formación, llegando a existir institutos unversitarios de punta que, por definición se consideraban excluidos de las responsabilidades docentes.

También llevaron a que casi el único gasto en el sector se hiciera por su intermedio, dejando de existir toda otra invesión estatal, con la consecuente caída de salarios, infraestructura elemental, etc.; la investigación quedó sostenida solamente por subsidios o becas, es decir, aquéllo más identificado con la función supletoria del estado -como lo fue, por su concepción, la propia Carrera del Investigador, iniciada en 1964 y que llegaría a ser la única fuente de sustento de muchos científicos.

El propio Hossay con su IBYME y, más claramente Leloir con Campomar evidenciarían esta tortuosa relación entre estado y organizaciones privadas. Por ser autoridades disciplinarias, el estado ahora consideraba lógico ofrecerles la dirección de las políticas para el sector.

Pero ellos desconfiaban completamente del estado como actor autorizado del desarrollo científico-técnico, al extremo de que preferían continuar en sus propios centros privados de investigación -IBYME y Campomar- y fueron a duras penas convencidos -en especial el último26- de volver a comprometerse con la universidad pública, al punto de excluirse a los citados Institutos de todo compromiso en materia docente, con lo que se creaba a futuro una subdivisión elitista, donde las investigaciones que se pretendían como de mejor nivel fueron ajenas a los curricula de las asignaturas que participan de la formación de los alumnos y donde los investigadores de mayores aspiraciones se nutrieron del presupuesto docente sin dictar clases.

En términos generales se podría decir que el eje de la preocupación estatal por lo científico técnico durante el período se desplaza de los enfoques tecnológico-productivos a los científico universitarios. Instituciones existentes como CONEA y los institutos de más reciente fundación, como el INTA y el INTI, se subordinarían en principio al discurso dominante, abandonando toda pretensión de centralidad. Sin embargo, su posición era firme desde el punto de vista de su inserción burócratica y pronto, sin cuestionar el nuevo molde, lograrían aprovechar los resquicios del sistema y los intereses sectoriales que también ingresaban al estado en el nuevo bloque para preservar y autonomizar crecientemente sus espacios, como ha sido descripto por Oszlak.27

Aunque el momento es conocido como uno de los de mayor fecundidad científica de la historia por la eclosión en torno de la Facultd de Ciencias Exactas de UBA, desde un punto de vista estructural, la inserción de la ciencia en las estrategias estatales variaría sustancialemente debilitandose, proceso que sería acompañado por el desarrollo institucional del CONICET.

CONCLUSIONES

Creemos que a través de lo expuesto se dibuja un panorama de la organización estatal del sector que condice con las líneas generales descriptas en general para el periodo por OïDonnell. Efectivamente, en el sector estatal de ciencia y tecnología se advierte cierto fraccionamiento y la apropiación por parte de grupos de interés paraestatales del poder y la capacidad de gestión estatales de los organisos del sector. En algunos otros ello no sucedería, por lo menos en esta primera época, y continuarían con un molde similar al anterior, como sucedió con la CNEA, que evidenció, por obvios motivos de interés militar, casi la única política y el único compromiso estables, definidos e identificables del estado en el sector por muchos años.

En sectores afines, como el educativo, esta tendencia también está verificada. La creación en el Ministerio de Educación de lo que actualmente conocemos como Superintendencia Nacional de Educación Privada, la autorización para el funcionamiento de universidades privadas con aptitud de otorgar certificados profesionales habilitantes o el reemplazo de la antigua CNAOP, por un organismo con una participación y una estructura como las del CONET, producidas en esta época son, entre muchas otras de menor envergadura, muestras de una tendencia que no se detendría hasta la actualidad..28

Pero el proceso no sólo comprende la paulatina desestatización de múltiples actividades, sino que también implica la reformulación de la estructura estatal para reducir su capacidad de expresarse en diversos campos particulares y de conducirlos, como sucede con toda política estatal, mediante criterios surgidos de un balance de ingredientes que podían no coincidir con los intereses en juego de cada cuestión o campo particular y con la óptica de sus actores dominantes.

A riesgo de ser esquemático podríamos describir al estado "antiguo" como un aparato que, a partir de una legitimidad plebiscitaria, decidía sus políticas y luego las implementaba mediante su estructura burocrática en los diferentes ámbitos de la sociedad -tal vez, podríamos decir, más linealmente- rearticulandose en dicha implementación con los referentes en cada sector particular de aquéllos actores que le confirieran aquélla legitimidad.

El nuevo patrón nos mostraría un estado más permeable a los poderes propios de cada campo, cuyas políticas y órganos de gestión serían más penetrados por dichos intereses y direccionalizados en función de ellos. No es que el primero fuera reemplazado por completo y de un golpe por el segundo, pero en los vaivenes posteriores cada vez serían más esporádicas y menos conspícuas sus apariciones, a la inversa de lo que sucedería con las de éste.

Algo similar ocurriría desde la creación del CONICET. Ya se dijo que en materia científico-tecnológica no existían las condiciones que permitieran pensar en una privatización real. Pero sí una presión hacia el aflojamiento de la dirección estatal y a la mayor discrecionalidad de la comunidad científica sobre las orientaciones del sector a través de su participación en la gestión del organismo. Esto implicó una ruptura respecto del desarrollo de aquél en el período anterior.

Es obvio que esta ruptura se apoya antes que nada en la ruptura política que signfica la expulsión del estado de un bloque y su reemplazo por su antagónico, con el correlato que esto implica en los procesos economicos. Por eso no se debe dejar de tenerlo en cuenta al analizar la evolución y resolución de la cuestión. En la medida en que esta mecánica se hizo recurrente y pendular, la expresión en arenas públicas de esta cuestión -como otras- y de sus modalidades estuvieron siempre sobredeterminados por dicho antagonismo del nivel político que teñía todos los aspectos y, por ende, no posibilitaba un real debate de las distintas tomas de posición que tuvieran lugar.

También es obvio que las distorsiones del anterior modelo, en las que el plano político había jugado un papel no despreciable, habían generado la disconformidad y oposición de una parte importante de la comunidad científica, lo que acentuó aún más en este campo una lógica que sólo reconocía la pertenencia a facciones. En ese sentido aquélla negaba cualquier definición de la cuestión que no se amoldara a sus "tradiciones" y su ideología, en un contexto en que éstas también eran tachables de anacrónicas o, al menos quedaban cuestionadas. Aún reconociendo las problemáticas peculiaridades del universo simbólico y cultural del peronismo, es evidente que este había llevado a una instalacion de la cuestión científico tecnológica que cualquier revisión de la misma debía tratar de preservar, culesquiera fueran los términos a que condujera el afán modernizante.

Pero al mismo tiempo que el sector se autonomizaba, que su desarrollo era festejado por sus miembros, que los valores que defendían se imponían en el propio seno de su organización, su vigencia como parte de la agenda estatal comenzaba a languidecer, justamente porque iba perdiendo sustentación social y porque la forma en que quedaba definida como cuestión por los actores más cercanos a ésta no era antagónica con ello. Es lo que llevó a un autor como Oszlak a considerar, años después, que la investigación científico-tecnológica no había dado origen a una verdadera "cuestión" social, no había sido un tema socialmente problematizado, integrante de la agenda de cuestiones que suscitan tomas de posición de actores relevantes de la sociedad, como el propio estado. Pese a la retórica oficial, para él no era considerádo crítico para la existencia de la sociedad.29

¿La idea de la absoluta libertad, de la absoluta pureza, de la incontaminación de cualquier tipo, del desinterés en el mejor -¿y en el peor?- sentido de la palabra, la idea misma de superioridad que está implícita en todas estas notas -lo que se conocería como cientificismo30- no venían como anillo al dedo a un nuevo poder más interesado que nunca en alimentar las gratificaciones simbólicas y obviar toda otra consideración de un tema sin trascendencia para su propia reproducción?

¿Desde esta óptica, la noche de los bastones largos sería el golpe artero a los intelectuales lúcidos y críticos del modelo o el sinceramiento sobre el nuevo lugar que el sector científico tecnológico tenía en el ordenamiento estatal?

¿Fue un golpe contra los científicos y el saber en general o contra el sector subordinado de estos que había prestado su apoyo político al régimen y ahora ya no era necesario?

¿Los científicos desinteresados y apolíticos que abandonaron luego de este golpe sus lugares, lucharon contra dicha política, o se comprometieron con ella desde el aparato estatal -Leloir presidió honorariamente el Conicet durante el "Proceso"- en unos casos, mientras en otros se fueron en busca de mejores aires para continuar desarrollando su apostolado?

No es nuestra intención aventurar si el desarrollo científico de los primeros sesentas en algunas universidades fue mas bien la compensación asignada a uno de los actores políticamente relevantes en la caída del anterior régimen y la legitimación del nuevo sin ninguna otra funcionalidad. Pero el fracaso del esfuerzo por mantener instalada la "cuestión" nos obliga a rechazar las interpretaciones más facilistas. Lo hasta aquí expuesto presenta algunas hipótesis que no deberían dejar de ser consideradas al repecto.

NOTAS

1.Estado y políticas estatales en América Latina. Hacia una estrategia de investigación. Cedes. 1980.

2 "Estado y alianzas en la Argentina: 1956-1976". En Desarrollo Económico. N§ 64. 1977.

3. Decreto mencionado. Art. 1.

4. Ibídem. Art. 2.

5. Cereijido, M. La nuca de Houssay. Fondo de Cultura. Bs. Aires. 1990 6. Ver afirmaciones de Gaviola citadas en Mariscottti, M. El secreto atómico de Huemul. Sudamericana-Planeta. Bs. Aires. 1984.

7. Cereijido; op. cit. Se retoma en

8. Discurso de inauguración de la Universidad Obrera. Subs de Informaciones. Bs. Aires. 1952.

9. "Marchar sin vacilaciones" en Mundo atómico. N§ 2. Bs. Aires. Nov-Dic. de 1950.

10. "La reforma cultural" en Mundo atómico. N§15. 1§ trimestre de 1954.

11. Decreto 2098/46.

12. Ver decreto 16008/44.

13. Ver Oszlak, O.; Política y organización estatal de las actividades científico-técnicas en la Argentina. Cedes- Clacso. Bs. Aires.1976.

14. H. Congreso de la Nación. Ley 13254.

15. Mariscotti; op. cit.

16. Ibídem.

17. Ibídem.

18. Cereijido; op. cit.

19. Mariscotti; op. cit.

20. H. Congreso de la Nación. Ley 13529 (Ministerios)

21. H. Congreso de la nación. Ley 14184

22. Ver Oszlak; op.cit.

23. Decreto Ley 1291/58

24. Ver Cereijido; op cit. Cap. VIII.

25. La mejor ilustración y crítica de esta etapa se halla en Varsavsky, O.; Ciencia, Política y cientificismo. CEAL. Bs. Aires. 1969.

26. Ver relato Cereijido; op. cit.

27. Op. cit.

28. Ver Krotsch

29. Ver Oszlak, op. cit.

30. Ver Varsavsky, op. cit.

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