V Congreso de Antropologia Social |
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La Plata - ArgentinaJulio-Agosto 1997 |
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VIOLENCIA, BURLA Y RELATO POPULAR: LAS MODALIDADES DE LA DIFERENCIA
Lic. Silvia Elizalde.Facultad de Ciencias Sociales. Univerisidad Nacional del Centro
1) Introducción
En términos generales, las conceptualizaciones que abordan la construcción de subjetividades problemáticas parten de suponer a la sociedad como sustentada en una serie de "verdades ideológicas" por las cuales es posible excluir determinadas prácticas y experiencias de la grilla de posiciones elaboradas en relaciones sociales objetivas. La manera en que se piensa y actúa esta exclusión difiere, sin embargo, según se focalice en el sistema jurídico-legal, en los mecanismos políticos de elaboración de consenso o en las gramáticas mediales, por mencionar algunos espacios de articulación de los sentidos colectivos en torno de la seguridad ciudadana, el orden público, la autoridad y el bien común.En este trabajo se analiza, desde una perspectiva interpretativa y transdiciplinaria, la producción de posiciones sociales conflictivas a partir de dos materialidades diferentes que participan de la construcción de subjetividades peligrosas en los jóvenes de la ciudad de Olavarría: la relación entre el delito y la burla, y la violencia amorosa como superficie de lectura de los antagonismos sociales en relación con la clase.
Se aborda, además, el vínculo oscilante entre los discursos mediáticos y otros formatos de la literarura popular -el melodrama, el relato popular sobre delitos rurales, el reality show o la telenovela- como dispositivos de enuciación que colaboran en la producción de sentidos específicos de amenaza y de estrategias de control de las diferencias culturales.
Para eso partimos de concebir la diferencia cultural como un espacio relacional que puede alcanzar, en condiciones específicas, el estatuto de antagonismo a partir del cual deconstruir los efectos ideológicos de los discursos institucionales más amplios, sobre todo, los producidos en y desde los medios.
El papel de los discursos mediáticos es, pues, de fundamental importancia para el análisis tanto de los procesos de legitimación indirecta de los sentidos vigentes o de clausura de la crisis, como de la producción de nuevas tensiones. Justamente porque permiten desmontar los modos en que las desigualdades reales quedan absorbidas en formas puntuales de desorganización social. Juego éste en el que -como intentaremos demostrar- la retórica ideológica de los medios participa de manera significativa tanto en el reforzamiento de la esquematización como en la politización de la delincuencia en términos morales.
2) La vecindad burlada
El primero de los materiales culturales que presentamos tiene que ver con una serie de sucesos ocurridos entre marzo y noviembre de 1994 en Olavarría y que tuvieron como protagonistas a jóvenes de barrios pobres, esos bolsones de la ciudad donde además "se conforman ámbitos particularizados que condicionan la construcción social (negativa) de los sujetos" (Merklen, 1994). Y donde el robo en los domicilios aparece conceptualizado desde esta lógica como el gesto inevitable frente a la desprotección y falta de contención social del Estado.Se trata de un contexto en el que la recesión económica se anuda con la crisis de la gobernabilidad política. Porque en la medida en que se erige como sostén político e ideológico del proceso de acumulación capitalista, la democracia desnuda su carácter neoconservador y, en este sentido, su rotunda incapacidad para evitar la eliminación virtual de ciertos sectores sociales, relegados tanto de los modos de distribución económica como de la participación cívica real.
En este punto, reiteramos, sin embargo, que las articulaciones entre las identidades- como espacios de experiencia concreta- no son nunca únicamente clasistas, sino que en estas producciones ideológicas pueden intervenir otros intereses -como los producidos por diferencias de edad, sexo, grupo, etc.- que se superponen o dan lugar a condensaciones significativas específicas, que no están establecidas con anterioridad a la interpretación que hacemos de ellasi . De todos modos, la percepción simbólica del antagonismo se reformula históricamente en articulación con los conflictos de clase.
Decíamos, entonces, que nuestro primer corpus lo contituían un conjunto de prácticas delictivas actuadas por grupos de jóvenes pobres suburbanos, pero fundamentalmente, los enunciados producidos por la prensa local sobre esas prácticas, donde desde el mismo titular la peligrosidad irrumpe con la magnitud de los alcances colectivos de la afrenta, exacerbando el patetismo de las pasiones que provoca el robo y el efecto barrocoii que produce en su encuentro con el lenguaje estandarizado de los medios. Entonces, palabras como "zozobra", "desolación" y "terror" -presentadas por la prensa en tanto pronunciamientos de las "víctimas/vecinos"- son las nuevas voces que se incorporan a la cadena más amplia (y difusa) de la vulnerabilidad del ciudadano privado.
Convertidos en acontecimientoiii , y sin llegar a la repetición idéntica de los sucesos, los delitos mostraban similitudes en sus componentes: la modalidad del asalto por violación de domicilio, la intervención de armas de fuego, las amenazas previas y la burla posterior; el volumen y los objetos del robo, las zonas de la ciudad elegidas, la juventud de los ladrones, su pertenencia barrial, etc.. Esto permitió enlazar la existencia de una "causa desconocida", en tanto elemento común producido por la argumentación, con la posibilidad de retroalimentar su presencia mediática por medio de la incorporación de detalles nuevosiv .
Pero si al principio la argumentación toma elementos de un "exterior real" mensurable para confirmar su verdad, paulatinamente busca entre los componentes ficcionales del género policial, el relato popular rural y el melodrama, el sostén de una violencia flotante que construye en progresivo crescendo. Recupera, entonces, formas de la serie literaria mayor de la que participa y se nutre de la novela negra, el noticiero sensacionalista y el reality show. Pero también del registro policial y el relato popular sobre delitos rurales que marcaron la historia de la constitución urbana de Olavarría, entre fines de 1870 y mediados de 1890, y que conviven actualizados en el imaginario urbano local del presente.
Así, la frase "vivir como en la época de los malones" que declaró una mujer asaltada a la prensa de entonces no sólo vincula la lógica del drama privado y el reclamo de seguridad ciudadana sino que remite al imaginario delictivo de fines del siglo pasado, cuando el abigeato era la modalidad delictiva dominante, y se actualiza simbólicamente en un doble sentido: por su carácter ilegal, y porque en su práctica específica de asalto y ensañamiento concentra un plus de violencia que es percibido como "perversidad" y "burla", acentuando la gratuidad de sus excesosv .
Como dispositivo de afrenta simbólica -además de económica- el delito rural sienta de este modo las bases de una vulnerabilidad que se circunscribe a la condición de sujeto propietario, bajo la categoría restrictiva de "vecino".
Y es precisamente esta relación entre exceso y "vecindad" la que permea -desde la urbanización misma de la ciudad- la construcción de umbrales de tolerancia, en articulación con la variabilidad histórica de las pautas morales socialmente compartidas y de las políticas públicas de distribución de premios y castigos.
"A la tarde misma de cuando robaron el quiosco estaban (los jóvenes) repartiendo los cigarrillos en la calle. No se puede decir legalmente que esos eran los cigarrillos que robaron, pero sí que es una burla para nosotros. Incluso anoche los buscó la policía por todos lados y hoy a la mañana andaban paseándose por la vereda del lugar donde robaron. Después de robar, se burlan" (E.P., 17/4/94).
Lo distintivo aparece, así, ligado a la burla y a la percepción de una crueldad excesiva. A la gratuidad de un daño que articula simbólicamente el gesto innecesario con las plusvalías semánticas del delito popular. Precisamente porque en él se sobreimprimen las nuevas formas delictivas que elabora la ciudad con otras modalidades de saturación del sentido y la violencia. Entonces, lo "urbano" y lo "rural" del delito borronean sus límites cuando se actualizan en la experiencia cotidiana como prácticas "humillantes".
3) Visualidad y control moral de las emociones
El segundo y último material que analizaremos se relaciona, como anticipamos, con la violencia y el crimen amoroso, y retoma, aunque desde otro lugar, el carácter patético que permea lo juvenil peligroso en el contexto de las identidades colectivas.Tal como podrá leerse, las pasiones vuelven a ubicarse al principio de los acontecimientos y de las conceptualizaciones que producen los medios. Sólo que ahora encontraremos nuevas actualizaciones de la novela rosa, el reality show y la telenovela episódica, en vínculo con la construcción mediática del caso. Pero esta vez, la condición joven hace eclosión en su punto más vulnerable al convertir a los sujetos en víctimas de la "pulsión de muerte" o de la "exacerbación violenta" del deseo sexual.
Una entrada posible a este caso podría hallarse en el párrafo que sigue: "A veinte meses de que seis adolescentes la vejaran y violaran en el Balneario Municipal de Azul, Paulina Roldán, la joven que irrumpió en la vidriera nacional cargando una fama cruel y dolorosa, espera que los estudios genéticos que en días se le realizarán a tres de los presuntos abusadores le digan fehacientemente quién es el padre de su hijo. Sólo entonces habrá recuperado uno de los jirones de una identidad que estalló en dolor aquella noche que no se puede borrar de la memoria" Caso Paulina (E.P., 9/9/94) La construcción discursiva del caso policialvi es posible, entre otras cosas, porque en él se narra un suceso estremecedor, inesperado o aberrante (Barthes, 1983) que ha ocurrido en la vida de un sujeto común y que plantea, al menos por un tiempo, un enigma que debe resolverse. En efecto, la naturaleza perturbadora del hecho es una de las principales condiciones que permiten su ingreso -en detrimento del de otros- al podio efímero del discurso público y al registro diferenciado de una existenciavii .
En este sentido, la perspectiva cultural piensa al caso como un espacio discursivo en el que si bien se concentran sucesos puntuales alrededor de la lógica de la "excepcionalidad" o lo "paradigmático", permite leer muchos de los conflictos y contradicciones culturales que participan tanto de la producción de los fenómenos narrados en el "caso" como de las condiciones más generales de formulación de las tensiones.
Por eso, la casuística puede concebirse desde este punto de vista como un género cultural que trama prácticas y relaciones. Como un código de producción de ideología (Hall, 1980) y, en este sentido, un programa de acción, que elabora distintos sentidos sobre lo que enuncia, provocando, simultáneamente, debates que tampoco son homogéneos.
Dijimos también que, en su lazo con el delito y la violencia, el caso mediático retoma elementos de otros géneros populares -como el reality show y la telenovela-, por lo que desde la mirada cultural materialista son de importancia las formas históricas que tiene la interacción entre lo popular y lo masivo. Precisamente, porque este proceso relaciona en términos polémicos los valores dominantes inscriptos en el "caso" con las prácticas y enunciados cotidianos que les permiten a los sujetos usar esos sentidos en la elaboración de estrategias de lectura y de respuesta a sus problemas en circunstancias concretas En el "caso Paulina" el suceso fundante (la violación) actúa precisamente como el punto de cruce y articulación de las dimensiones presentes en la historia. Y obliga a construir (explícitamente, por el carácter massmediático del relato) una nueva y específica conceptualización de la diferencia en los sujetos ubicados de uno y otro lado del delito.
Paulina presenta (o se presume) un cierto grado de desequilibrio mental. Por esa razón estuvo (o se presume) internada en una clínica psiquiátrica cuando tenía 15 años y luego de la agresión; sus padres están separados desde que era pequeña y el único referente masculino que conoció es su padrastro. Pertenece, además, a un sector de bajos recursos y a una comunidad (la azuleña) que, según la opinión popular, escalona a sus habitantes por estrictas pautas de moralidad.
Todos, o prácticamente todos los clisés de los cuales la prensa suele servirse para espectacularizar su discurso se exhiben aquí potenciados, alimentando el interés popular por las historias "oscuras", los personajes perversos, la intensidad dramática y hasta estética de la muerte y la violencia. Emociones que luego se trasladarán a la canonización o a la demonición de las víctimas y de los criminalesviii , y cuya lectura en alguno de estos sentidos está orientada por la propia retórica mediática sobre el casoix .
Pero se trata también de una actualización de la telenovela episódica como formato dominante de la cultura popular latinoamericana, donde lo melodramático se exhibe como frontera movediza entre lo público y lo privado a partir de criterios fuertemente morales y, simultáneamente, como lugar de cruce entre la construcción de hegemonía y la narravitización de conflictos de la vida domésticax .
"Paulina es blanca, rubia, con una cara redonda e inocente. La timidez le brota por los poros y ya no quiere hablar de la oscura noche de enero. (...) Cursó hasta 7mo. grado en la Escuela 13. Tuvo buenas notas y la materia que más le interesaba era Lengua. 'Me gustaba escribir redacciones', comenta. Cuando tenía 5 años sus padres se separaron. La crianza de la chiquita estuvo a cargo de su abuela. A papá y a mamá los pudo ver poco en esas épocas. Cuando cumplía los 15 la abuela murió. Y nada fue fiesta. La vuelta a casa y el encuentro con su padre le provocaron la primera crisis que la arrojó a Psiquiatría del Angel Pintos" (E.P., 26/9/93) Un año después se dice:
"Segura. Fuerte. Optimista. Esperanzada. Así es como se la puede ver hoy a Paulina. Hasta ahora, su pasión maternal se impone a toda adversidad" .(E.P., 9/9/94) Además de los ingredientes básicos que hacen que un acontecimiento reciba tratamiento periodístico, la producción mediática del caso implica la narrativización de la información y la exhibición de la privacidad. Bajo la forma de la casuística sobre lo local, estas condiciones generan espacios de discusión en torno de temas que, estrictamente, le deberían ser ajenos: la relación entre ciudadanía y proceso hegemónico; el vínculo entre distinción cultural e imaginario colectivo; entre transformación de la estructura social y crisis económica; entre política, corrupción y modos de hacer justicia, etc.
Con todo, la distancia entre detener la discusión en el detalle, la fracción privada o la mera resolución del enigma, y leer en esos materiales indicios de configuraciones mayores, da en blanco para que aquí analicemos el Caso Paulina como metáfora de los modos de conocer y significar de la sociedad actual.
En el marco más amplio de la estructuración significativa de lo social, la producción que los medios hacen del joven peligroso y de su necesario reverso (real o ficcional) -es decir, la posición de sujeto "víctima" ante una forma situada de violencia-, vincula la versatilidad mediática en los usos del lenguaje con los instrumentos de interpretación ideológica históricamente disponibles.
Con esto volvemos enfatizar la pertinencia de estudiar la producción de sentidos de peligrosidad en torno a los jóvenes mediante una mirada que distinga y a la vez especifique las tensiones entre las identidades instituidas desde condiciones hegemónicas (los medios, la escuela, la familia, las políticas del Estado, la Justicia, etc.) y las construidas en formaciones y prácticas sociales concretas, pero advirtiendo que en ambas hay contradicciones y fisuras que les son propias.
4) Consideraciones finales
Como punto de articulación entre la diferencia cultural y la desigualdad económica, la peligrosidad asociada al joven constituye hoy uno de los materiales culturales claves para leer los modos en los que la hegemonía opera la construcción de identidades. El análisis de este proceso en contextos específicos permite, justamente, focalizar los espacios variables de lucha ideológica a partir de los cuales los sujetos se ubican en el arco de posiciones estructurales existente, al tiempo que lo redefinen con su intervención práctica.Tal como pretendimos ir señalando en el transcurso del trabajo, la elaboración de subjetividades peligrosas en torno de ciertos jóvenes comporta variadas estrategias de posicionamiento y de producción ideológica orientadas al control de las prácticas que ocurren en el ambiguo campo de la "amenaza social" y en confrontación con los sentidos socialmente válidos para una comunidad.
En nuestro campo empírico y del lado de la participación mediática en estas elaboraciones, pudimos leer que el joven suburbano y pobre aparece como la condensación de una manera puntual de ser violento -en cuyo caso la burla que acompaña al asalto, por ejemplo, es el rasgo que resulta más intolerable de su diferencia-, mientras que en el joven de sectores acomodados (¿tal vez los agresores en el Caso Paulina?) su mayor disponibilidad de consumo le permitiría acceder a formas más sofisticadas de delito.
Nos interesa, por último, remarcar que uno de los mayores desafíos que supuso la indagación en torno de la "peligrosidad" (y la "vulnerabilidad") de los sujetos -ambas pensadas como materialidades de la distinción cultural- fue, precisamente, el de articular las actuaciones teóricas y metodológicas con las posibilidades reales que los distintos sectores tienen para reconocerse y percibir a los demás en algún lugar del abanico de posiciones que oscila entre la amenaza y la victimización. Entre la exaltación de las diferencias y la tolerancia tramada formalmente como umbral necesario para la gobernabilidad política, y la retórica del pánico moral que se teje junto a los intentos de gestión y "domesticación" de las emociones.
Lic. Silvia Lorena Elizalde
Olavarría, junio de 1997
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NOTAS
i La revisión de la noción marxista de clase por parte de E.P. Thompsom permitió, en este sentido, pensarla como una práctica y un modo de análisis que tiene lugar en condiciones variables. Por eso, la pertenencia o adscripción clasista no desaparece ni se diluye sino que se articula con otras dimensiones culturales en relaciones históricas concretas.ii En el sentido deleuziano de ser un intento transitorio de distribución de "las divergencias en otros tantos mundos posibles", frente a la concepción "fibrada", siempre huidiza, plegada en series y configuraciones variables, de lo socialemente peligroso. (Deleuze, 1988: El Pliegue. Leibniz y el barroco. Barcelona, Paidós) iii En la utilización de esta noción seguimos a Gilles Deleuze (1988) cuando define al acontecimiento como el "nexo de prehensiones preexistentes o coexistentes", como desplazamientos o flujos constantes que "se interexpresan", se cruzan, se unen y divergen, y que actualizan las virtualidades de los "objetos eternos" que forman parte de esos mismos movimientos perceptivos. Para el análisis de las condiciones de existencia del acontecimiento contemporáneo, tomamos de (1985) su conceptualización del término como "volcán de actualidad", como escenario espectacular de "lo vivido conocido que se impone como historia" y como participación "afectiva de las masas en la vida pública". Según Nora el acontecimiento de la sociedad de la información "tiene la virtud de atar en un haz unos significados dispersos", de ser punto de encuentro "de varias series causales independientes". De allí que su paradoja consista en que, por su carácter irruptivo se aproxima al suceso ("fait divers"), mientras que por su intención de dotar de sentido histórico a las representaciones cotidianas "el acontecimiento no atestigua tanto lo que traduce como lo que revela, no tanto lo que es como lo que desencadena: (...) un desgarro del tejido social que el mismo sistema tiene por función tejer". Por último, articulamos el concepto con el planteo de la human agency de Antony Giddens cuando sostiene que la posibilidad de los sujetos de intervenir en el curso de los acontecimientos depende de su capacidad para transformar ("make a difference") algún aspecto u elemento de esa producción histórica. Con esto, el problema a analizar es cómo pensar el cambio histórico a partir de la relación entre "condiciones sociales prexistentes" y acción concreta. Como respuesta, Giddens conceptualiza a la estructura social como una configuración dual en la que la posibilidad de cambio histórico no es una eventualidad, una excepción o una explosión episódica sino una condición de existencia de las prácticas y los acontecimientos sociales. E.P Thompson retoma este vínculo en términos de determinación e intervención, con independencia de la conciencia o la gradualidad en el reconocimiento que tengan los sujetos sobre de las consecuencias de su agencia. Al respecto, Silvia Delfino (1995) recuerda que "El Manifiesto New Times explicita esta relación compleja y muchas veces contradictoria (la distinción analítica entre la posición de los sujetos en un marco de relaciones estructurales y su posibildad de percepción y de formulación de esas relaciones) a partir del cambio de estatuto de la política en la cultura transnacional del presente [...] a través tanto de la economía como del consumo de tecnologías culturales". Y puntualiza: "En este sentido, somo a la vez consumidores y portadores de tecnologías que nos incluyen tanto en clasificaciones de mercado como en redes de relaciones que confirman y a la vez atraviesan las fronteras de clase, nacionalidad, género, religión, etnia u orientación sexual y se articulan con experiencias compartidas (el miedo, la exclusión, la peligrosidad) en tanto trama de desigualdad y diferencia".
iv Tal como plantea Roland Barthes en La estructura del suceso (1983), la misma "curiosidad" que presenta un hecho a partir de un cierto grado de coincidencia con un otro/s (anteriores o concomitantes) induce a imaginar una conexión subyacente, "incluso si este sentido queda en suspenso". En efecto: "lo 'curioso' no puede ser noción neutra, y por así decirlo inocente (excepto para una conciencia absurda, y este no es el caso de la conciencia popular): institucionaliza una interrogación".
v En efecto, el abigeato convierte al abandono en el campo de los animales carneados y desfigurados brutalmente, a la exhibición intencional de los cueros colgados en los alambres o al boleo clandestino de avestrucesv -todas formas registradas en los partes de la Policía Rural del partido de Olavarría, en 1879, 1882 y 1897 respectivamente-, en los signos de una burla intolerable.
vi Extremando la simplificación, llamaremos "caso policial" a aquel conjunto de sucesos relacionados que atraviesan el campo de acciones que la comunidad define como "delictivas" y que por alguna razón llama la atención pública en cierto momento de su desarrollo. Desatendemos, de este modo, la clasificación netamente jurídica en la medida en que desde su lógica, todos los hechos que analiza constituyen "casos" y porque sólo algunos de ellos generan el interés general por conocerlos. En los medios, el caso policial suele tratarse de manera secuenciada en distintos géneros y acompañado de un despliegue propio de hipótesis de resolución. Sin embargo, como venimos planteando en este trabajo, ningún objeto de estudio participa de un determinado estatuto (léase aquí "caso político", "caso religioso", "caso económico", "caso policial", etc.) únicamente por su naturaleza temática. Por el contrario, su ubicación en algún tipo es producto de una práctica específica de construcción en la trama significativa de la sociedad. Por lo expuesto, la denominación "caso policial" no nos satisface por completo, pero reconocemos la utilidad de su uso generalizado en el marco de nuestra exploración.
vii Para no pecar de ingenuos, vale también decir que el éxito editorial de las noticias policiales no es un dato menor y que su protagonismo en los medios (frecuencia de aparición en la tapa de los diarios, programas y bloques televisivos enteros sobre los detalles de una historia, seguimiento pormenorizado de los personajes, etc.) responde en una medida significativa a estrategias de mercado y de reposicionamiento de los formatos mediáticos entre sí. Pero, con todo, es importante remarcar que junto a esto convive una tendencia reciente de movilización al debate por parte de las zonas "blandas" de la prensa (secciones de interés general y sucesos policales), proporcional a la paulatina pérdida de legitimidad de las zonas "duras" (economía, política, parlamentarias, etc.) en la instalación de agendas de discusión pública. (Ford, 1994) viii Michel Foucault, en su lúcido estudio sobre los fundamentos epistemológicos de la práctica y las técnicas del castigar, explica que, independientemente de los códigos punitivos que una sociedad institucionaliza, los sujetos generan (casi siempre de manera implícita) configuraciones estratégicas a partir de nuevos e imprevistos usos de esas mismas convenciones. Por tal motivo, "se pueden eregir nuevas conductas racionales que sin estar en el programa inicial responden también a sus objetivos, usos en los que pueden encontrar acomodo las relaciones existentes entre los diferentes grupos sociales". En esta línea podríamos decir que, más allá del encuadre y fallos que dicta la Justicia, la identificación y evaluación social que hace una comunidad respecto de los sujetos involucrados en un acto criminal en tanto "víctimas" o "delincuentes" se sustenta en un juego complejo de usos estratégicos de la letra de la ley, de las aspiraciones y expectativas colectivas que motorizan las relaciones humanas, así como de los significados que informan el imaginario social y la actualización de valores operada en la tradición en un determinado momento histórico. (Ver: M. Foucault, 1990: "¿A qué llamamos castigar?" y "Del buen uso del criminal" en op.cit., Ed. La Piqueta) ix Compartimos la perspectiva de Suart Hall sobre la participación transversal, conflictiva pero innegable, de las retóricas mediales en la elaboración de los sentidos socialmente dominantes, y la relacionamos con las operaciones de orientación de lectura que los medios hacen, en este caso, en torno de "lo peligroso" de ciertos sujetos, desde su condición de instituciones dinámicas de producción de sentido. (Ver: Stuart Hall, 1980: "Encoding and deconding" en Culture, media and language, London, Hutchinson. Trad.: "La hegemonía audiovisual", en S. Delfino, 1993: La mirada oblicua, Buenos Aires, La Marca).
x Para analizar el peso que tienen las operaciones del melodrama en la serie más amplia de los materiales culturales de este caso es preciso entender el papel que lo melodramático juega en la telenovela latinoamericana en tanto género que relaciona la tecnología mediática con la vida cotidiana y la persistencia de una memoria popular heterogénea. En la telenovela, el drama familiar vincula la tensión por la búsqueda de reconocimiento social y de la propia identidad con la organización de los valores según criterios morales y temporales que no suelen coincidir con los establecidos desde el trabajo o el mercado, sino con la constitución de genealogías y la irrupción de situaciones o "alternativas" nuevas que revisan la noción de autoridad. Del mismo modo, la narrativización de los problemas sociales, políticos y económicos en la "escena doméstica" hace de la interpelación del público desde estos formatos una práctica dinámica que, al tiempo que "familiariza" los conflictos colectivos, construye identidades múltiples que se articulan entre sí según diversas lógicas y estrategias de subversión. La hegemonía cultural de la que hablamos no es, entonces, un conjunto disperso de intereses finalmente agrupados y estabilizados, sino el corrimiento permanente de límites entre la exhibición de las emociones y los intentos de administración de esas diferencias simbólicas. (Sobre el vínculo histórico entre la diferenciación social y la multitemporalidad de las formas y géneros culturales dominantes en América Latina ver: Néstor G. Canclini, 1990: Culturas híbridas. Estrategias para entrar y salir de la modernidad, México, Grijalbo. Por su parte, para la indagación histórica y la crítica cultural sobre la telenovela argentina y latinoamericana, así como para la articulación entre la visibilidad mediática de las pasiones y la construcción de identidades en la crisis, ver: J. Martín Barbero, 1987: De los medios a las mediaciones, México, G. Gilli y 1989: "Memoria e imaginario en el relato popular", en Procesos de comunicación y matrices de cultura. Itinerario para salir de la razón dualista, México, FELAFACS, Gilli. También: Nora Mazziotti, 1993: "Intertextualidades en la telenovela argentina: melodrama y costumbrismo", en N. Mazzioti (comp.): El espectáculo de la pasión: las telenovelas latinoamericanas, Buenos Aires, Colihue; Carlos Monsiváis, 1988: Escenas de pudor y liviandad, México, Grijalbo; y Beatriz Sarlo, 1985: El imperio de los sentimientos, Buenos Aires, Catálogos).
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