Especial NAyA 2003 (version en linea del cdrom)

¿Y DESPUÉS DE TULA?
TRIBALIZACIÓN, ETNICIDAD Y COMPETENCIA FACCIONAL EN EL NORTE DE LA CUENCA DE MEXICO

MIGUEL GUEVARA[i][ii]

Abstract

La Historia tolteca-chichimeca relata como en el siglo XII se desintegra Tollan, uno de los principales asentamientos urbanos del altiplano central de México, y comienzan una serie de migraciones de los grupos toltecas-chichimecas. Además de estos movimientos de población, la caída de Tula también generó una pérdida en la autonomía local en las comunidades rurales que tenían una dependencia administrativa hacia la región de Tula. Esto condujo a un proceso de tribalización en las sociedades del Altiplano Central, las cuales estuvieron caracterizadas por intensas competencias faccionales en donde la etnicidad tuvo un papel central al proveer una serie de principios para organizar a los individuos en grupos, legitimando el acceso a recursos y creando relaciones jerárquicas entre ellos. Este trabajo examina precisamente, por medio del estudio de la información arqueológica y de las fuentes históricas, la naturaleza de los grupos étnicos y el papel que jugaron en el desarrollo político local dentro de las comunidades del norte de la cuenca de México en tiempos pre–Aztecas.


¿Y después de Tula? Tribalización, etnicidad y competencia faccional en el norte de la cuenca de México

Un documento del siglo XVI conocido como la Historia tolteca-chichimeca relata como en el siglo XII se desintegra Tollan, uno de los principales asentamientos urbanos del altiplano central de México. Tras este evento, nos relata la narración, comienzan una serie de migraciones de los grupos toltecas-chichimecas que poblaban esa urbe. Además de estos movimientos de población, la caída de Tula también generó una pérdida en la autonomía local en las comunidades rurales que tenían una dependencia administrativa hacia la región de Tula.

Esto condujo a un proceso de tribalización en las sociedades del Altiplano Central, las cuales estuvieron caracterizadas por intensas competencias faccionales en donde la etnicidad tuvo un papel central al proveer una serie de principios para organizar a los individuos en grupos, legitimando el acceso a recursos y creando relaciones jerárquicas entre ellos. Este trabajo examina precisamente la naturaleza de los grupos étnicos y el papel que jugaron en el desarrollo político local dentro de una serie de altépemes rurales en tiempos pre–Aztecas.

ETNICIDAD EN LOS ALTÉPEME RURALES AZTECAS

El estudio de los documentos histórico ha permitido conocer la composición étnica de las poblaciones asentadas en el norte de la cuenca de México (Palma, 2000), una importante región que estuvo bajo el dominio de la Triple Alianza (Figura 1). Soustelle reconoce a esta área como la región central en la que se extiende la familia otomí-pame en el México central. Un documento que proporciona información acerca de esta área, es la Descripción del Arzobispado, publicada por García Pimentel y escrita hacia 1570, respondiendo al mandato del Arzobispo de México. Así, a la llegada de los españoles se han distinguido dos categorías de poblaciones, aquellas en las que se hablaba otomí y aquellas en las que se hablaba principalmente náhuatl (Soustelle, 1993: 475).

                No obstante, la configuración étnica del altiplano central observada a la llegada de los españoles, y reportada en documentos tardíos como la Relación del Arzobispado, es el resultado de un largo proceso histórico, y no como se ha tratado ahora de caracterizar (Sterpone, 2001) como un proceso estático sin mayores transformaciones en la dinámica étnica a lo largo del tiempo.

                La relación del Arzobispado señala como las comunidades estaban en un proceso de aculturación. El otomí para esta fecha había perdido terreno frente al náhuatl la cual tendía a imponerse como lengua común. Así, la relación del Arzobispado nos dice que en Huitzila “los Otomíes que hay casi son nahuas”, en Zapotlán “son nahuas y otomís casi mediados, y los otomís entienden mucho la nahuatl”, en Tizayuca, “las lenguas que hay son nahuas y otomíes, y muchos de los otomíes saben la mexicana” (Sostelle, 1993: 476-477).

                Pero, ¿a qué se debe este marcado retroceso o proceso de aculturación del otomí que registran estos documentos? Soustelle sugiere, con acertada razón, que una de las causas que contribuyó a este proceso de desaparición del otomí ante el náhuatl en el área central fue el empleo del náhuatl por parte de los misioneros y administradores, la cual era empleada como la lengua para evangelizar y que contribuyó a la acentuación de la nahuatización de los otomíes de esta región. La segunda causa que contribuyó a este proceso de aculturación fue la llegada de grupos nahuas emigrantes de la cuenca de México. La expansión de la Triple Alianza debió propiciar la migración y colonización con pobladores del área nuclear mexica que se tradujo en una mayor expansión de la lengua náhuatl (García, 1999: 45). De acuerdo con la información que nos proporcionan los documentos, al parecer esta zona comenzaba a formar parte de lo que Pollard (1994: 82) llama zona de asimilación activa. Esta área fue absorbida en la expansión del Estado mexica, ya que varios de los recursos básicos para la identificación de la élite, especialmente algunos bienes de riqueza, eran tributados de esta zona (Palma 2000). Así, los documentos del siglo XVI señalan que la Triple Alianza manejó a través de la colonización y la aculturación la imposición de su lengua en esta zona, lo cual contribuyó a que las poblaciones locales comenzaran a similar la identidad mexica.

LA COLONIZACIÓN OTOMIANA DEL NORTE DE LA CUENCA DE MÉXICO

Si esto fue así, entonces en esta área con anterioridad al inicio de este proceso de aculturación, en la cual comienza la aceptación étnica nahua, debió prevalecer un poblamiento indígena dominado por los grupos otomianos.

Esta proposición sobre el carácter étnico sugerido por los documentos puede ser evaluada arqueológicamente. La identificación material de un grupo étnico parte del supuesto que los individuos al pertenecer a un grupo étnico llevan acabo rituales grupales y desarrollan símbolos de identidad étnica. Arqueológicamente, formas distintivas de decoración de cerámica, figurillas, rituales mortuarios, forma de casas, arquitectura ceremonial y tumbas, han servido como símbolos de afiliación étnica.

La afiliación étnica envuelve el uso de artefactos con una atribución étnica marcado por el uso de arte representacional que define su carácter hacia el exterior (Brumfiel, 1994: 96). Esta identificación opera a nivel de la manipulación de símbolos en eventos rituales. Así la identificación étnica podría ser evidente en la abundancia y elaboración de artefactos simbólicos usados en tales eventos. Y cuyo estilo que puede estar distribuido regionalmente (Brumfiel, 1988: 132).

No obstante, aunque las categorías étnicas suponen diferencias culturales, es preciso señalar que no podemos predecir una relación directa entre las unidades étnicas y las similitudes y diferencias culturales. Los rasgos que son tomados en cuenta, son solamente aquellos que los individuos mismos consideran significativos (Barth, 1976: 15).

Se ha observado que los habitantes del norte de la cuenca de México durante el periodo pre-Azteca desarrollaron un elaborado sistema de bienes de élite o de riqueza los cuales desplegaron y manipularon en eventos rituales. Como parte del consumo ritual doméstico, algunas vasijas de cerámica fueron usadas para servicio de consumo ritual de comida y bebida, y envolvieron una amplia variedad de significados políticos en las interacciones sociales. Este consumo ritual frecuentemente sirvió como un medio de expresar y manipular las alianzas y coaliciones políticas, en las cuales estas vasijas pueden indicar de forma indirecta el grado de intensidad de la interacción étnica y la competencia faccional.

Si reconocemos que había una organización territorial otomí en el área norte de la cuenca de México, debemos entonces preguntarnos qué cultura material existía en la región antes del impacto imperial mexica y que nos permita identificar a estos grupos otomíes. Los reconocimientos de superficie de los asentamientos en el área norte de la Cuenca de México a cargo de Sanders en el Proyecto Cuenca de México, revelan que este momento de configuración étnica otomí de la región está estrechamente asociado a las ocupaciones caracterizadas por una ocupación relacionada al consumo de cerámica del Complejo Corral Terminal y Tollan del área de Tula.

En este sentido, podemos plantear el supuesto hipotético que la ocupación asociada a consumo del complejo cerámico Tollan en esta región debió estar vinculada a la organización territorial de una comunidad otomí.

El inicio de este evento, que podemos ubicar entre 900-950 DC, coincide con la primera ocupación extensiva de la región, la cual además mostraba una compleja jerarquía regional. Los sitios de mayor jerarquía corresponden a Centros Provinciales que habían sido registrados por Sanders (et.al. 1979). Estos sitios tienen pertenecen a comunidades extensas y nucleadas que tienen evidencia de arquitectura pública.

El principal asentamiento de esta fase en la región fue el sitio de San Miguel Eyacalco, un centro provincial que funcionó como centro administrativo dependiente de Tula. El sitio abarcó un área aproximada de 75ha y estaba constituido por edificios públicos, plazas y un juego de pelota de 60 m de largo, de características semejantes al Juego de Pelota no. 1 de Tula. El área habitacional del sitio se ha descrito como concentrado pero no planificado (Manzanilla y Pacheco, 1997).

Las excavaciones realizadas en el sitio El Cid, a cargo del arqlgo. R. Manzanilla, expusieron restos de arquitectura doméstica rural tolteca constituida por un grupo de tres viviendas asociadas a un espacio abierto (Manzanilla y Pacheco, 1997).

Lo que se observa en estas investigaciones son unidades domésticas cuya organización espacial es la de conjuntos habitacionales que favorecen un patrón de asentamiento nucleado. La semejanza en cuanto a disposición espacial y empleo de elementos arquitectónicos comunes en los conjuntos habitacionales del área urbana de Tula y el de unidades domésticas reconocidas en excavación en el norte de la cuenca de México, hace suponer que los asentamientos rurales toltecas de la región estaban organizados a semejanza de los conjuntos habitacionales del centro urbano (Healan, 1989).

La presencia de estos grandes asentamientos en la región contrasta en gran parte con un proceso generalizado de ruralización de la Cuenca de México que había sido señalado por Sanders (et.al. 1979: 140). La hipótesis que este autor había apuntado para explicar la concentración de asentamientos toltecas en el área norte de la cuenca de México se basaba en la idea de movimientos poblacionales hacia el norte a causa del desarrollo de la urbe de Tollan, que funcionó como un enorme imán, un centro de atracción poblacional.

No obstante, más que un proceso de atracción poblacional por parte de la urbe de Tula, la información registrada al norte de la cuenca de México nos hace pensar en otra vía alternativa de explicación. Se observó que la primera ocupación de esta zona ocurre inicialmente durante la fase Corral Terminal (900-950 DC), de una manera extensiva. En este caso no reconocemos ninguna expresión cultural local (Figura 2, sino por el contrario, la cultural material es la misma encontrada en Tula, la cual se distribuye de forma cualitativamente homogénea a lo largo de todos los asentamientos.

Más que una atracción poblacional, sugerimos que lo que está sucediendo en el área norte de la Cuenca de México es el proceso contrario, es decir, un proceso de colonización del norte de la cuenca a partir de población otomí originalmente residente en el área de Tula. Y este debió ser precisamente el origen de las comunidades otomianas de esta región de la cuenca de México.

                No obstante, resulta importante preguntarnos a partir de cuándo, y quizás más significativo aún, porqué comenzó a generarse el fenómeno de aculturación y de diversificación étnica que registran los cronistas durante el siglo XVI (Brumfiel, 1988: 132-133). Para encontrar esta respuesta debemos dirigirnos a los tiempos pre-aztecas.

COMPETENCIAS FACCIONALES EN TIEMPOS PRE-AZTECAS

Antes del desarrollo de la Triple Alianza (1250-1430 DC), la sociedades del Altiplano Central estaban insertadas dentro de intensas competencias faccionales.

Durante el periodo previo a la consolidación de la Triple Alianza los documentos registran relaciones de competencia sobre la tierra, el trabajo y el tributo. Los líderes nobles o grupos gobernantes locales, claman tierras que son divididas entre sus aliados y sujetos. Los grupos gobernantes locales construyen su derecho exclusivo a colectar tributo y pretender un sustento político, así como establecer derechos de tierra para sus sujetos. En este sentido es que la etnicidad establece un derecho individual para participar en los derechos sobre la tierra. La etnicidad, entonces, provee una serie de principios para organizar a los individuos en grupos, legitimando el acceso a recursos y creando relaciones jerárquicas entre ellos. Así, la etnicidad fue un mito político que establecía derechos de tierra y legitimidad política (Brumfiel, 1994: 91).

                En este proceso de interacción las autoridades locales crearon para sí una nueva identidad étnica, alterando los atributos que definían su grupo étnico (Pollard, 1996: 79).

La intensidad de la competencia faccional entre las distintas unidades políticas llevó a los gobernantes locales a formar alianzas militares entre los pueblos a través de alianzas matrimoniales antes de la formación del estado Azteca, que ocurrió en 1428. A través de las alianzas matrimoniales, las facciones locales asumieron proporciones regionales (Brumfiel, 1988: 130). Hacia 1400, el centro y norte del valle fue dominado por dos coaliciones regionales, una centrada en Azcapozalco y su gobernante Tezozomoc, y el otro enfocado en Ixtlixóchitl, el gobernante de Texcoco.

ETNICIDAD Y COMPETENCIA FACCIONAL

Para entender los proceso que ocurrían durante este momento en el norte de la cuenca de México, es necesario precisar las características de la etnicidad. Los grupos étnicos son considerados como una forma de organización social, a partir principalmente de una autoadscripción y la adscripción por otros. Una adscripción categorial se vuelve una adscripción étnica solamente cuando clasifica a una persona de acuerdo con una identidad básica determinada por su origen y su formación. Pero en la medida en que los individuos utilizan las identidades étnicas para categorizarse a sí mismos y a los otros, con fines de interacción, es entonces cuando forman grupos étnicos en este sentido de organización (Barth, 1976: 15).

Para autores como Cohen (1974: 92) un grupo étnico es una colectividad de personas que comparten algunos patrones de comportamiento normativo, o cultura, y forman parte de una población mayor, interactuando dentro de la estructura de un sistema social común como el Estado. Precisamente Claessen y Skalnik (1978) han señalado como una característica de los estados tempranos el carácter multiétnico. El término etnicidad se refiere entonces al grado de conformidad de estas normas colectivas en el curso de la interacción social.

Hay autores que entienden que la identidad étnica fue definida como una estrategia que se desarrolló en respuesta a la competencia por los recursos. Bajo este punto de vista, la identidad étnica provee un medio para reclamar derechos y definir obligaciones para los individuos como miembros de grupos sociales en competencia. Así, la identidad étnica y el conflicto étnico resultan una situación de competencia por los recursos (Brumfiel, 1994: 89). En la actualidad existe una amplia literatura que demuestra como bajo ciertas circunstancias, algunos grupos de interés explotan partes de su cultura tradicional para articular funciones informales de organización que son usadas en la lucha de estos grupos por el poder dentro de la estructura de organizaciones formales (Cohen, 1974: 91). La etnicidad es el resultado de la interacción intensa entre diferentes grupos culturales sobre nuevas posiciones estratégicas de poder.

La etnicidad, según Cohen, es fundamentalmente un fenómeno político, ya que los símbolos de la cultura tradicional son usados como mecanismos para la articulación de alineaciones políticas. Es un tipo de interés informal agrupado. No forma parte de la estructura formal del Estado, ya que si un grupo étnico fuera formalmente reconocido por un Estado, entonces ya no sería un grupo étnico, sino una provincia o una región.

En este sentido, debemos hacer énfasis en el hecho de que los grupos étnicos son categorías de adscripción e identificación que son utilizadas por los individuos y tienen la característica de organizar la interacción entre los individuos mismos (Barth, 1976: 10).

La etnicidad puede tener entonces como objetivo el asegurar recursos en la competencia con otros grupos étnicos o resistir la dominación de un Estado. Es en este sentido que la etnicidad está frecuentemente ligada a la competencia faccional y el cambio político (Brumfiel, 1994: 89). Precisamente la competencia faccional en varias ocasiones se daba a través de diputas entre los grupos gobernantes sobre el derecho a la tierra, sobre la extracción de excedente y para extender las posiciones de poder y prestigio (Brumfiel, 1988: 128). Desde esta perspectiva, el faccionalismo fue expresado a través de la etnicidad. Los derechos de uso a la tierra fue legitimado por referencia a un grupo de origen mítico, una migración mítica en la que se designaba tierra para el grupo y su líder (Brumfiel, 1988: 129).

LA CAÍDA DE TULA Y LA PÉRDIDA DE LA AUTONOMÍA LOCAL EN LOS SEÑORÍOS OTOMIANOS

Un caso documentado en el siglo XVI puede ofrecernos una mirada sobre la pérdida de la autonomía política que siguió a la caída de Tula. La información, analizada por Hicks (1994), proviene de Don Pedro Moctezuma, su madre Doña María Miahuaxochitl, y otros de los principales de Tollan, quienes relatan el establecimiento de la primera relación formal entre Tollan y Tenochtitlán, la cual ocurrió antes de la formación de la triple Alianza.

De acuerdo con esta narración, el gobernante de Tollan, a quien el documento lo llama teuctli Zozoma, envía a un emisario a Tenochtitlán, en el tiempo que era reinado por Acamapichtli, y le propuso “tomar amistad y parentesco” con él. La proposición fue aceptada, y el hijo de Acamapichtli, Cuetlachtzin se caso con Xiloxochitl, hija de Zozoma. A la muerte de Zozoma, lo cual ocurrió en 1394 según los Anales de Tula, Cuetlachtzin se vuelve gobernante de Tollan (AGN Vínculos 256/I:ff.15r/16r). Lo misma referencia la encontramos documentada en la Crónica Mexicayotl:

“El segundo se llamó Ometochtzin, y de Tullan lo solicitaron para que fuera a reinar allí, mas tan sólo fue a morir a Tullan.

El tercero se llamó Cuitlachtzin, y también a él le solicitaron de Tullan, y fue a reinar como representación de Ometochtzin, quien se muriera simplemente. Cuitlachtzin tomó por mujer a la llamada Xiloxochtzin, princesa de Tullan, hija ésta del llamado Cuitlaxihuitl, quien era rey de Tullan. Del mencionado noble mexicano, nietos suyos, todos aquellos que fueron nobles y señores y reinaron allá en Tullan” (p87).

                Lo que esta narración nos permite observar es que tras la caída de Tollan, que ocurrió entre 1150 y 1200 DC, hubo una pérdida en la autoridad política de Tula, caracterizada por una quebranto en la adquisición, expansión, mantenimiento y expresión del estatus del grupo gobernante y su dominio político. Lo que se observa en estos documentos, es precisamente la búsqueda para establecer una legítima dinastía real en Tollan, lo cual podía ser logrado únicamente mediante alianzas matrimoniales con una casa real o palacio que los legitimara. Tenochtitlán en este tiempo estaba subordinado a Azcapotzalco, pero tenía su propia dinastía real y muchos señores y gobernantes de la región tenían alianzas matrimoniales con ellos (Hicks, 1994:112).

Esta situación de pérdida en la autonomía política que siguió a la caída de Tollan también ocurrió en las comunidades otomianas dependientes de Tula. La caída de Tula generó una pérdida en la autonomía local. Sin la existencia de Tula, los asentamientos administrativos son abandonados. Lo anterior se determinó debido a que los centros provinciales no se continúa ocupando en el periodo Azteca, a diferencia de la mayoría de los asentamientos del área que si mantienen una continuidad ocupacional (Figura 3) Esto nos revela que hubo una pérdida en la dependencia administrativa hacia la región de Tula. Para este momento, reconocemos únicamente dos niveles administrativos por encima de la aldea, a diferencia del periodo anterior que se caracterizaba por tres niveles en la jerarquía administrativa bajo la organización estatal tolteca. En este momento debió ocurrir un proceso de tribalización, tal como el sugerido por Fried en el cual el Estado se divide en unidades políticas de territorios más reducidos, en un fenómeno que ha sido denominado balcanización. Estas nuevas entidades generalmente presentaban una jerarquía de asentamientos de sólo tres niveles donde dos tuvieron funciones administrativas (Marcus, 1995: 312, 1998: 59-69). Estas nuevas formas de organización políticas de cacicazgos secundarios pudieron caracterizar las unidades políticas del área norte de la cuenca durante este periodo.

                Para este momento, el norte de la cuenca de México participaba en amplias redes de interacción que pueden ser observadas por las redes de consumo de distintos complejos cerámicos. Brumfiel empleó la abundancia y elaboración de vasijas de servicio en la cuenca de México en el periodo pre-Azteca para evaluar el nivel de competencia faccional. Esta autora reconoció tres regiones cerámicas en el periodo pre-azteca: la región norte estuvo definida por el complejo cerámico Loza Azteca I y II negro sobre naranja. La región central caracterizada por el complejo Loza Azteca II negro sobre naranja, y la región sur, que estuvo dominada por Loza Azteca I negro sobre naranja y Chalco policromo.

                Los estudios de Brumfiel revelaron que la cerámica Azteca II en la cuenca de México muestra un cercano paralelo con el patrón de las alianzas matrimoniales a escala regional. Así el estilo cerámico coincide con redes de interacción social a escala regional en condiciones de fragmentación política y competencia faccional (Brumfiel, 1988: 135).

                No obstante, en el área norte de la cuenca de México, estos complejos cerámicos descritos por Brumfiel están completamente ausentes. En su lugar sugiero que el complejo cerámico Tollan continuó siendo de uso común al norte de la cuenca de México.

Al respecto se ha propuesto (Cobean et.al., 1981: 201, Parsons, 1976: 97) que cabría la posibilidad que existiera una fase tardía perteneciente al complejo Tollan, el cual pudo corresponder a tipos cerámicos de la fase Tollan que duraron hasta las ocupaciones Azteca III, como es el caso de la variedad tardía del Tipo Jara Anaranjado Pulido documentada en sitios con presencia de cerámica Azteca III por los reconocimientos de Crespo y Mastache (Cobean et.al., 1981).

Esto nos conduce a considerar una cuarta área en el esquema de Brumfiel, ubicada al noreste de la cuenca de México y caracterizada por una continuidad en el consumo de cerámica del complejo Tollan (Figura 4.

Los documentos nos enfatizan una relación de subordinación de estas comunidades hacia Texcoco y Azcapotzalco en una clara pérdida de la autonomía local.

Como señalamos, la relación dinámica entre los grupos étnicos puede ser entendida a través de los estudios de aculturación. Como se puede observar, en la dinámica de la aculturación tienen una importancia relevante los gobernantes locales encargados de inducir el cambio cultural. Hay que tener en cuenta que la posibilidad de introducir nuevos elementos desde fuera en sociedades altamente integradas no suele ser aceptado. Esta aceptación es más fácil cuando es impuesto desde dentro por individuos que proceden del propio grupo (Aguirre, en prensa: 222). El proceso de aculturación no se implementó directamente sobre la comunidad sino por medio de individuos extraídos de la misma, cuyo estatus adscrito y posición dentro de ella le permite desempeñar el papel de innovadores, de vehículo de aquellos elementos extraños que son considerados convenientes introducir y que sean factores del cambio cultural. En esta situación, estos intermediarios gozan por lo común de un elevado estatus adscrito. Además estos intermediarios pueden pertenecer al grupo dominante y poseen un conocimiento adecuado de las motivaciones que persiguen los grupos étnicos en conflicto además que manejan los medios de relación, como lo son la lengua y las vías de acceso que hacen posible los contactos (Aguirre, en prensa: 224).

En estos casos un grupo étnico se ajusta a sus nuevas realidades sociales adoptando las costumbres de otros grupos o desarrollando nuevas costumbres que son compartidas con otros grupos Este fenómeno ha sido llamado tribalismo (Cohen, 1974). Este fenómeno ocurre ante una segmentación étnica, en la cual se origina una recomposición de la identidad previa a la fragmentación.

Resulta particularmente interesante que algunos antropólogos han argumentado que los grupos étnicos que provienen de sociedades segmentarias, por ejemplo entidades políticas descentralizadas, están particularmente predispuestos para la formación de esta clase de asociaciones, como pudo ser el caso de los altépeme del norte de la cuenca que estaba organizado como cacicazgos secundarios.

Esta situación debió ser similar a lo que registran los estudios etnográficos. Edmond Leach, a través de un modelo para el cambio de una sociedad igualitaria a jerárquica, observa la relación entre los kachines de las tierras altas de Birmania que mantenían una sociedad igualitaria, que contrastaba con el sistema político más complejo de los shanes de tierras bajas. La región kachin era una importante zona de recursos para los señores shanes. Para acceder a estos recursos los shanes envían mujeres de la nobleza a casarse con dirigentes kachines, y mantener de esta manera alianzas de tipo matrimonial.

                El casamiento con mujeres shanes impuso un sistema jerárquico en algunos linajes kachines. De igual forma, los señores kachines se formaron como una elite hereditaria que comenzó a emular a los nobles shanes en su forma de vestir, actuar, hablar y en la ideología. Sin embargo, otros kachines que no habían aceptado la nueva ideología y sistemas de relaciones sociales de subordinación, derrocaban periódicamente a sus nobles kachines y regresaban al viejo sistema igualitario. Así, los kachines oscilaron durante décadas entre una sociedad igualitaria y una jerárquica (citado por Marcus y Flannery, 2001). Lo que observamos en este ejemplo es que la inducción de nuevos elementos a que tiende el mediador, en este caso el señor local altamente aculturado, puede hacerle perder su estatus adscrito y su posición de líder en el grupo (Beltrán, en prensa: 228).

Este caso nos conduce a una pregunta vital. Porqué en este escenario no hubo un rechazo a la pérdida de la autonomía local por parte de estas comunidades del Altiplano Central como en el ejemplo de los kachines. Y porqué, por el contrario, como parecen señalarlo los documentos históricos (Brumfiel, 1994), los seguidores de estos gobernantes locales se organizaron en grupos corporados bajo una relación claramente jerárquica y una aceptación permanente de la pérdida de una autonomía local.

La respuesta es que el patronaje hacia estos gobernantes locales, fue una estrategia que les garantizó un acceso continuo a la tierra, a pesar que esta estrategia tuviera como consecuencia su incorporación a una nueva identidad étnica (Brumfiel, 1994: 92).

A pesar de este patronaje, el sistema social de interacción social en la región no condujo necesariamente al cambio y la aculturación. Las diferencias culturales debieron persistir a pesar del contacto interétnico y de la interdependencia (Barth, 1976: 10). Así, este grupo étnico se ajustó a las nuevas realidades empleando sus propias costumbres tradicionales, o desarrollando prácticas bajo símbolos enraizados, frecuentemente empleando normas e ideologías tradicionales para aumentar su diferenciación dentro de estas nuevas situaciones dinámicas. A este fenómeno Cohen (1974) lo denomina nativismo. Y este fenómeno de nativismo debió ocurrir en las comunidades otomíes del norte de la cuenca, lo cual se observa arqueológicamente por la conservación en el consumo de cerámica del complejo Tollan, y la escasa o ausente aceptación de la Loza Azteca I y II.

El análisis de los documentos históricos apunta que la composición étnica de las poblaciones del norte de la cuenca de México en el siglo XVI estaba formada por dos grupos coexistiendo en la región: hablantes de otomí y hablantes de náhuatl. No obstante, el náhuatl fue una lengua de reciente generalización que debió comenzar a introducirse durante los momentos pre-aztecas, cuando los grupos gobernantes del área comenzaron a emular la etnicidad de los grandes señoríos nahuas de ese tiempo, y que para el siglo XVI, con el surgimiento de la triple Alianza, estaba en un claro proceso de cambio étnico, que fue lo que los cronista registraron a su llegada a estas tierras.


Figura 1. Cuenca de México y distribución de las cabeceras o altepemes que conformaron la Triple Alianza (Redibujado de Sanders, et. al., 1979).

Figura 2 Distribución de asentamientos asociados a consumo de cerámica del complejo Tollan en el norte de la Cuenca de México (900-1150 DC), según los reconocimientos de Sanders (et.al., 1979).

Figura 3 Patrón de asentamiento del periodo Azteca Tardío 1350-1521DC en el norte de la cuenca de México. Los asentamientos marcados en rojo representan los sitios con una continuidad de ocupación con el periodo Tollan (redibujado de Sanders et.al., 1979).

Figura 4 Distribución del consumo de los distintos complejos cerámicos durante el periodo Azteca Temprano (1150-1350 DC) en la Cuenca de México.


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NOTAS

[i] División de Posgrado, Escuela Nacional de Antropología e Historia, México

mguevara00@hotmail.com

[ii] El autor agradece los comentarios de la arqlga. Vladimira Palma Linares y la Dra. Walburga Wiesheu. Su invaluable ayuda sobre la etnicidad y los documentos históricos acerca los grupos otomíes han sido una parte fundamental en esta investigación. De igual manera este trabajo no hubiese sido posible sin el apoyo del CONACYT.


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