Publicación del Centro de Investigaciones Precolombinas (CIP) y Noticias de Antropología y Arqueología (NAyA)
Wanuku Pampa Inka Llaqta (II)
Etnohistoria: una ciudad incaica en movimiento
Publicación del Centro de Investigaciones Precolombinas (CIP) y Noticias de Antropología y Arqueología (NAyA)
Wanuku Pampa Inka Llaqta (II)
Etnohistoria: una ciudad incaica en movimiento
Efraín Trelles Aréstegui*
El autor presenta, desde una perspectiva etnohistórica, la vida en la llaqta inkaica de Wanucu Pampa, destacando la diversidad étnica de los habitantes de la ciudad y los cambios sociales, políticos y económicos producidos a partir de la llegada inkaica al área, ocupada desde momentos anteriores.
The author presents, from a ethnohistoric perspective, the life at the Inca llaqta of Wanucu Pampa, emphasizing the ethnic diversity of its inhabitants and the social, political and economic changes produced by the Inca arrival to the area, which was occupied since previous times.
Visto a gran escala y desde el Cuzco, el espacio que venimos conociendo se percibe como una v de vaca, cuyo vértice estaría formado por la cuenca del Marañón y del Huallaga, a saber la cordillera central y la oriental. Como hemos visto, la primera era considerablemente más alta que la segunda y mientras aquélla se conocía como Guanucopampa, ésta se denominaba Paucarpampa. Así, los dos grandes ríos del Chinchaysuyu daban lugar a dos grandes aperturas o explanadas: en la más alta abundaban los guanacos, en la otra las águilas. Pero la concepción del espacio de ambas trató de ser siempre unitaria, como que tiempo después compartirían muchas fiestas rituales.
La vertiente de Huánuco Pampa corresponde a lo que algunos estudiosos han llamado “Huanuco Huamalino” y otros «reinos de guánuco», cuyos componentes llamaban Wari al lugar sagrado de donde se habían originado hombres y dioses. Allaucaguanuco era una de las tres parcialidades de lo que algunos han llamado reino de Huánuco y otros Imperio Yaro, compuesto también por ichocguanuco y huamali. Allauca e ichoc son parte de un sistema simbólico de orientación, tomando como referencia la salida del sol: así, allauca es la derecha e ichoc la izquierda, o allauca el sur e ichoc el norte. Asimismo, allauca e ichoc han sido asociados simbólica y respectivamente con el sol y la luna, el oro y la plata, el varón y la mujer. A su vez huamali estaría asociado al guamani, divinidad tutelar que velaba por la fecundidad y reproducción del ganado.
Precisamente en la actual provincia de Huamalíes se encuentran los espectaculares edificios de Piruro, en la zona de Tantamayo. Allí se aprecian restos de casas de seis pisos con escalera interior y techos de piedra. Dentro de algunas de estas torres famosas hay nichos dispuestos regularmente en cuatro o cinco pisos. Ante esos edificios -a los que los arqueólogos se inclinan por asignar un carácter funerario, que reflejaría la estructura parental de la comunidad- uno no puede menos que recordar a Cieza de León, que aunque no vio ni habló directamente sobre Tantamayo sí destacó la importancia que entre los del reino nativo de Huánuco tenía la creencia en la inmortalidad del alma. Impresionó al cronista la fuerza de esos ritos mortuorios en que los señores eran enterrados en bóvedas, pero no solos sino en compañía de «mugeres biuas de las mas hermosas», que parecían prepararse dulcemente para el momento de la muerte y el reencuentro con el finado.
Entre las varias unidades étnicas que habitaron la pampa de los huanacos y la pampa de las águilas hubo amplios vínculos de intercambio y ritual que datan de tiempos inmemoriales y -como veremos más adelante- fueron modificados e institucionalizados bajo el abrigo del Estado Inca. Entre la etnías situadas al medio de ambas cuencas destaca la de los guacrachuco, asentados en la banda oriental del Marañón. Llamados así porque solían utilizar un gorro singular que remataba en un cuerno de venado y eran adoradores del amaru o serpiente, los guacrachuco han dejado algunos restos arqueológicos de importancia en la localidad de Tinyash, actual distrito de Pinra, a seis leguas de Huacaybamba. Según una descripción del presente siglo, desde Tinyash se tiene una vista panorámica imponente, por estar ubicado el sitio precisamente en las cumbres que separan la cordillera oriental de la central. En el cuerpo central de Tinyash se halló una bella estela de dos y medio metros de alto y casi uno de largo, que al parecer representaba una guerrera sosteniendo en una mano una porra y en la otra una cabeza por trofeo.
Información de las visitas coloniales tempranas permite apreciar más en detalle el posible asentamiento de los chupaychu y sus vecinos inmediatos. Los yacha, llevados por el Inca para cuidar las fortalezas de Colpagua, Cacapaza y Cachaypagua, eran individuos altos y bien dispuestos para la guerra. Incluso llegaron a afirmar ante el visitador que antiguamente quienes superaban una talla mínima no pagaban tributo alguno. Se los aprecia asentados al sur del mapa, algo alejados de los fuertes que debían cuidar, pues ellos estaban en zona fronteriza con los carapacho. Precisamente en el siguiente capítulo veremos lo que esta distancia suponía en desplazamientos y control o pérdida de recursos bajo el Tawantinsuyo. También tendremos ocasión de mostrar la interacción entre el Estado y los quero y mitma cusqueños, así como algo de la relación de estos grupos con los chupaychu.
En el extremo oriental del mapa se ubican los panatahua y los payanzo. Esta es la dirección que años más tarde tomarían algunos indios chupaychu forzados por su encomendero a emprender la conquista de la llamada ruparupa. La expedición fue un fracaso y el hecho de que la integración de los panatagua al régimen colonial español tuviera que esperar hasta el siglo XVII ha llevado a pensar en un gran vacío amazónico. Pero evidencia arqueológica y etnológica revela que los panatagua -como en general muchísimos elementos llamados selváticos- desempeñaron un rol fundamental en el desarrollo cultural y social del Pilcomayo. Incluso queda abierta la posibilidad de que el propio término «chupaychu» -que en quechua cuzqueño significaría «acaso mi cola» o «acaso tengo (o soy de) cola»- no sea más que una de las múltiples formas descriptivas con que grupos de distinta cultura, clima y vestimenta han clasificado (a lo largo de la historia) a quienes perciben como diferentes, o han querido diferenciarse de quienes suponían inferiores.
Si, como ha sido señalado, los habitantes de las zonas altas de Huánuco llaman a los moradores de los valles templados «chupaychu» (afirmación o negación de un rabo, quizá originada en la suerte de cola que se asemeja al común taparrabo), bueno es recordar que los habitantes de esos mismos valles cálidos llaman a los moradores de las alturas shucuy , a saber cuy. Así, si se acepta que los habitantes de las alturas pudieran burlarse de esos rabones, que no parecían vivir en casas, ni tener ropa tejida y más bien paraban con su desnudez al fresco, debe admitirse que desde abajo y en contacto con la vida al aire libre, los habitantes de las alturas semejarán conejitos de indias, roedores siempre dispuestos a meterse en su hueco, incapaces de vivir al aire libre como uno. Así, el conflicto entre shucuy y chupaychu, entre «cuyes» y «rabones», solamente demuestra que el prestigio humano es algo muy antiguo y generalizado. Pero también ayuda a entender que por amplio y variado que hay sido el espacio geográfico en que pretendemos descorrer esta historia, los habitantes de uno y otro extremos del amplio espectro de climas y altitudes no solamente estaban al tanto de la existencia y características de los otros, sino que tenían posición al respecto y no vacilaban en expresarla en forma algo sarcástica. Total, después vendría un mundo dominado por rinrisapas (orejones) y luego dominado por suncasapas (barbudos).
La publicación de las visitas de Huánuco abrió un primoroso camino hacia la mejor comprensión de la vida provincial en el Tawantinsuyu. La feliz iniciativa de arqueólogos, etnólogos e historiadores seguirá dando fruto. Recientemente Craig Morris y Donald Thompson han publicado los pulcros y contundentes resultados de más de tres lustros de excavación y análisis de la ciudad de Huánuco Pampa: el supuesto Imperio Inca se veía muy distinto desde la periferia que del centro, las instituciones políticas y económicas parecen no haber estado tan separadas ni nítidamente definidas como en otros estados antiguos, la actividad mercantil y el intercambio de mercado fueron menores que en sociedades comparables. En suma, una confirmación arqueológica de la imagen de un imperio redistributivo y una revaloración de la importancia del ceremonial estatal. Pero también una viva y sostenida composición de una ciudad inca, y del conjunto multi-étnico que gravitaba en torno suyo, que será un gusto ver detenidamente.
Lo primero a destacar en este viaje arqueológico es el carácter intrusivo y foráneo de Huánuco Pampa. En otros términos, resulta muy difícil pensar en la inmensa ciudadela como resultado del desarrollo autónomo y nativo del lugar. Más bien queda claro que la construcción de Huánuco Pampa fue fruto de la llegada de elementos ajenos a la tradición local. A pesar de la existencia de ruinas preincaicas en la pampa cercana a la ciudad, más de mil excavaciones en el propio perímetro de la ciudadela no han arrojado evidencia alguna de construcciones anteriores al tiempo del Inca. Queda así claro que no se puede considerar a Huánuco Pampa una llaqta imperial de origen yaro, que simplemente habría sido embellecida luego por Tupac Inca. La evidencia arqueológica deja claramente establecido que los Incas construyeron el centro administrativo básicamente en suelo virgen y que es probable que la construcción haya empezado hacia el último cuarto del siglo XV. Algunos edificios a medio construir acrecientan la imagen de que la urbanización de la pampa y la expansión del centro administrativo -de por sí de dimensiones extraordinarias- estaba todavía en marcha cuando llegaron los españoles. También se confirma la idea de un súbito abandono de Huánuco Pampa.
La importancia de este centro administrativo ubicado en el Chinchaysuyu queda claramente expresada, al eco de las ordenanzas del Inca que cita Guaman Poma: «mandamos que ayga otro Cuzco en Quito y otro en Tumi (Pampa) y otro en Guanoco (Pampa) y otro en Hatun Colla y otro en Charcas y la cabeza que fuese el Cuzco y que se ajuntasen de las provincias a las causas al consejo y fuese ley». ¿Cuáles serían las provincias cuyos recursos y dirigencia debían subordinarse al dictamen del centro administrativo? La vasta muestra de cerámica estudiada sugiere que en torno a Huánuco Pampa gravitaban grupos étnicos de las cuencas del Huallaga y del Marañón, además del callejón de Huaylas: chupaychu, yacha y quero, como también allaucaguanuco, ichocguanuco y huamalíes, o conchuco y huayla. En grado diverso, hombres y mujeres de estos y otros linajes acudieron por turnos a la ciudad del Inca, sea llevando maíz, ropa de lana y otros tributos, sea yendo a residir temporalmente ahí y levantar las paredes del Inca, o tejer ropa para el Inca y cocinar comida para los trabajadores del Inca. El análisis de la cerámica arroja luz sobre el carácter intrusivo y foráneo de la ciudad del Inca. La amplia mayoría de vasijas halladas en Huánuco Pampa imitaba la alfarería cusqueña, la cual mostraba contrastes dramáticos frente a la cerámica local, algo más simple y menos ornamentada. Las alfarerías nativas imitaban el estilo cusqueño solamente en detalles muy menores, observación que permite vislumbrar la continuidad de tradiciones anteriores al Inca.
Uno de los elementos que más impresiona al observador es la dimensión de la solución Inca a la marginalidad económica o a la dependencia de productos originados en territorios lejanos: la respuesta a la necesidad de levantar los recursos financieros en que se apoyaba la expansión del Inca. En efecto, el viajero que llegaba por ejemplo del norte -por el camino real que unía Quito y Cajamarca con Huánuco Pampa- , podía distinguir (ciertamente con más nitidez que le arqueólogo de hoy) largas filas de grandes depósitos asentados en una colina al sur de la ciudad. Estamos sin duda ante una clara indicación de la riqueza del Inca y el alto criterio de seguridad puesto de manifiesto en la posición de los depósitos. Eran edificios circulares y rectangulares - con capacidad para almacenar hasta 14.000 y 23.000 metros cúbicos respectivamente-, con una suerte de ventanas alargadas en lugar de puertas y entradas, donde se ha encontrado multitud de arybalos. Evidencia sólida indica que ahí se almacenaron alimentos, pero una visión somera a los tributos que se llevaban a la ciudad del Inca asegura que el rubro alimentos no era el único activo del Inca a preservar. Es muy probable que algunos depósitos se usaran para almacenar ropa, sandalias, armas. Los arqueólogos han encontrado restos sustanciales de maíz y tubérculos, pero el resto fue consumido, extraído o saqueado, o simplemente destruido por el fuego imprevisto o el más certero transcurso del implacable tiempo.
La arquitectura de Huánuco Pampa fue de dimensiones colosales y de aspecto variado. Una llamada casa del Inca (ubicada al extremo este del complejo) se componía de una decena de estructuras bien dispuestas, con techo a dos aguas y puertas trapezoidales. Los muros de piedra variaban del almohadillado cuidadoso de los aposentos centrales al menos armónico pircado de las construcciones periféricas del complejo. Una kancha en el sector sur de Huánuco Pampa comprendía 19 estructuras cubiertas por una muralla. Restos hallados en otro complejo en el sector este sugieren la imagen viva de varias mujeres conviviendo juntas, tejiendo y fermentando chicha de la buena y produciendo alimentos a gran escala. Por cierto un complejo de la parte oeste deja la impresión de haber sido un conjunto de instalaciones a manera de barracas, donde la gente comía y eventualmente vivía. Pero no se cocinaba ahí y cabe la posibilidad de que esos comensales y potenciales ocupantes hayan sido predominante o completamente varones.
Dicen los arqueólogos que a primera vista la diversidad de complejos impide formarse una idea de conjunto, pero que bien mirado no cabe duda que Huánuco Pampa fue edificado siguiendo un plan preconcebido, en el cual la ciudad crecía en cuatro direcciones a partir de un centro colosal: un ushnu o plaza abierta de 550 metros de largo y 350 de ancho. Cada sector de la ciudad se subdividía a su vez en tres, lo que nos ofrece el plano de una ciudad dividida en 12 sectores radiales. El fino análisis de Huánuco Pampa, hecho por os arqueólogos Morris y Thompson permite comparar la disposición del espacio en la ciudad con la articulación de las huacas y zeques del Cuzco, y aunque no se puede afirmar que la división del espacio estuviera estructuralmente organizada en torno a altares, sí es alta la sospecha que lo que se estaba estructurando en Huánuco Pampa no eran «altares sino grupos sociales. En otros términos el plano d la ciudad de alguna manera reflejaba la posición e interrelación entre los grupos que la ocupaban».[3]
Hay que tener presente que el «pacto colonial» que ligaba a los grupos étnicos del radio de Huánuco Pampa con le Estado cusqueño resultaba de un acuerdo y de unas reglas claramente establecidas. Así, el Estado imperial inca -que necesitaba del trabajo humano para financiar su expansión- tenía que alimentar y mantener a quienes trabajaban para él. Hoy en día esa obligación estatal se paga con un cheque que, a título de sueldo y en el mejor de los casos, cubre apenas las necesidades básicas de una unidad familiar. En tiempo del Tawantinsuyu el Estado no se limitaba a calcular la composición y costo de lo que, hoy, se ha dado en llamar «canasta familiar»: las acllas del Inca ponían en la mesa cantidades de comida y chicha. Pero había más, pues la arqueología de Huánuco Pampa permite sugerir que el «pago» del Inca también podía incluir «la provisión de utensilios y viviendas en ciertos contextos urbanos» o en casos especiales «la provisión de lo que constituía esencialmente una vivienda equipada». Los trabajadores estatales chupaychu y sus vecinos ocuparon esas viviendas, se alimentaron en barracas y muy probablemente cada grupo tuvo su «barrio» en la ciudad. Pero quizá el barrio no se elegía, quizá se asignaba o se obtenía: tanto en base a su posición relativa a otros grupos étnicos del entorno amplio que venimos viendo como a su relación con el Tawantinsuyu. Incluso, si atendemos a Guaman Poma, podríamos inferir que los de Allauca Guanuco podrían haber sido privilegiados en el hospedaje, por ser del linaje con el cual había unido su sangre Tupac Yupanqui.[4]
Hay que cerrar los ojos y abrir el pensamiento para situarse en ese impresionante ushnu de dimensiones casi sobrehumanas -al cual convergían todos los espacios de la ciudad- y adivinar la sombra de múltiples cuadrillas de trabajadores moviendo sogas y piedras. Escuchar el paso de cargadores, sin número ni rostro, intentar acompañar la variada métrica con que iban generando poesía en movimiento al peso diverso de cantidades de maíz, ropa, sandalias, ají, verdes y jugosas quintuchas de coca, cálidas mieles con aromático cuerpo: runas y warmis capaces de rimar cuanto fruto natural o pacientemente elaborado pueda haber tenido sitio en el reino de este mundo. Atisbar los inmensos aretes de funcionarios estatales, cuya minuciosa severidad de burócratas se aplicaba por igual a la cuantificación y taxonomía de hombres y cosas. Sentir a los camayoc contar, con la paciente y efectiva constancia del agua que cae seguido sobre la piedra, los productos entregados al Estado. Contemplarles las manos y el ceno al atar los nudos de la estadística que cifraban los activos del Inca: sea con arreglo a las ataduras, color, largo y contextura de una previa tasa o bien tomando como variable independiente el corte de pelo o el color de llautos de sus portadores.
Otrosí digo: no se pida al autor de estas líneas que responda a preguntas -tan de otro mundo y otra disciplina, tan arte de otra dimensión- como la que me ha sugerido una persona en extremo allegada: ¿pero serían, capaz, hormiguitas salvajes trabajando? No lo sé ni me atrevo a provocar algo así como el reflejo del otro lado de la luna. Solamente consta que eran de carne y hueso como nosotros, poseían seso y aspiraciones como nosotros, apetito de variado tipo como nosotros y eran sobre todo y antes que nada -a diferencia de nosotros- la unidad celular cuya actividad y reproducción hacía posible la acumulación de los amplios fondos y rentas con que el Inca financiaba y mantenía la marcha de las cuatro partes del mundo. Hasta aquí llega mi amor, como solemos expresar los peruanos con tono y ánimo de inuendo y significado múltiple.
En verdad, las visiones profundas que sugiere el concebible desfile humano en el ushnu de la ciudadela del Inca resultan casi simples y fáciles de percibir, frente a la contemplación del mismo espacio recorrido probablemente por individuos de externalidad similar, reunidos con ocasión de algún ceremonial importante. Allí habrán confluido nutridas y festivas cohortes, agrupaciones selectas del multiétnico fresco humano que orbitaba en torno a la ciudad del Inca y tenía en Huánuco Pampa el centro de atracción e interacción que hacía verdadera su integración al Tawantinsuyu. Habrá sido cosa de ver a aquellos allaucaguanucos: casi siempre a la cabeza del rango de participantes e incluso de sangre emparentada con Tupac Yupanqui.
Es imposible delinear el orden de aparición de os plurales personajes y las secuencias de una coreografía -sagrada sin dejar de ser laica, o al revés- de cuya debida ejecución dependían el mundo y las cosas de este mundo. Pero ahí habrán estado estos paisanos remotos de ichocguanuco, los de huamalíes, los guacrachucos: todo o casi todo el elenco múltiple cuyo espacio, apariencia y remoto origen hemos sobrevolado en le primer capítulo. Y claro -siempre al final, siempre al medio, o siempre al comienzo- aquellos chupaychu que desvelan nuestra imaginación. Y deben haber tomado, bailado, comido y bebido en conformidad con la importancia de las fiestas de una programación ceremonial vital para la seguridad y productividad del Estado: en tiempo del Inca los rituales se percibían como engranajes absolutamente necesarios para que el capital humano cumpliera con producir los recursos financieros que el Estado Inca demandaba.
El claro y grato lenguaje de los arqueólogos de Huánuco Pampa nos advierte que en la ciudad del Inca «modos tradicionales de compartir bebida y comida fueron posiblemente usados para cimentar las lealtades y ayudar a motivar la colaboración económica, política y militar». Así, en estas fiestas y bailes ceremoniales, de carácter ritual y participación masiva, se urdía una multiétnica holografía que desafía la capacidad onírica del ciudadano de hoy. ¿Cómo aprehender una parte infinitesimal de la casi inimaginable articulación de planos concretos y singulares que percibe o recorre un individuo o su grupo familiar? Cómo intentar la integración de niveles que hoy día nuestras sociedades se empeñan -casi con aprensión fóbica la eventualidad de contaminar los umbrales de una vida con el contacto o sobreposición de una y otra esfera- en mantener tan separados lo político, religioso, social y ceremonial? Aquellas fiestas y danzas, esas libaciones generosas, «eran los más directos e inmediatos lazos entre el Estado, tal como lo simbolizaba el Inca o su gobernador, y el pueblo -ayudando a establecer la noción que participar del Estado era algo más que cultivar las tierras estatales o ir a pelear a una guerra lejana»[5]
Bien se sabe y se conoce que la manera en que el culto al sol, a Pachacamac y otras divinidades estatales del Tawantinsuyu se impuso «respetando los huaris, jircas y pucullos de los huanucos y chupachos». Se construyeron templos para el sol o inti huasi, adoratorios o paccarinas para las guacas, y chullpas o pucullos para venerar a los muertos. Estos templos contaban con gente, ganado y tierras a su servicio. La grandiosidad del templo del sol en Huánuco Viejo era renombrada a lo largo del Chinchaysuyu. Hasta la ciudadela Inca iban los chupaychu con sus ofrendas: plumas de los antis, conchas coloradas del mar (mullu), ovejas, cebo, cuyes, coca chicha y demás. Para satisfacer el requerimiento de las ofrendas al culto, los chupaychu -en palabras del memorioso Xulca Condor- «tenían chacras e indios que lo ;beneficiaban e sembraban, e que todo daban de su voluntad». Más cerca al valle mismo quedaba el templo a Guanacaure. Se piensa que la institución de este adoratorio estuvo asociada con la presencia del poder de Tupac Yupanqui en Paucar Pampa. Fue tarea delos chupaychu dotar a la guaca de alimentos, ropa, oro, plata, servicio personal, vírgenes y demás. En tiempos coloniales tempranos fue objeto de diversas expediciones punitivas o de simple saqueo: hoy guiadas por un ambicioso capitán, mañana por un letrado clérigo.
Así como en el plano del culto a las divinidades había deidades asociadas al Estado central y otras vinculadas al entorno doméstico, las danzas y ceremoniales podían adquirir vaivén, sonido y motivación de carácter local. Hasta cierto punto se mantuvo una sensación de fuero autonómico y una relación de identidad más inmediata y directa, que se manifestaba especialmente en las fiestas ceremoniales. El calendario ritual de fiestas centrales del Inca era mantenido en los cuatros suyos, pero también había ciertas fiestas que eran particulares de una de las cuatro partes del mundo. Una de ellas fue la conocida danza wawku, presentada, en palabras de Guaman Poma, como la «fiesta de los chinchaysuyu, uaco taqui uacon, Guanoc Pampa Paucar Pampa fiesta». Hombres y mujeres participaban, tanto separándose cuanto juntándose. Ellas tocando un pequeño tambor, casi pandereta, y ellos soplando la cabeza y cuernos de un venado. Así iban cantándose invitaciones o reclamando cariño y atención. Y baile y cante usted, hasta que -blandiendo el cuerno del venado y dirigiéndose a ellas- los varones cantaban«chicho, chicho, chicho», esto es, preñada, preñada, preñada. Y la fiesta se prolongaba en artilugios de danza y composición, cuyo eco aún da vida hoy a algunos de esos parajes en que antaño se movieron nuestros personajes. Así, mientras ellas reclamaban por la ausencia de alguien y demandaban saber dónde habían estado los fulanos, ellos respondían: «en Kusi Pata, mi elegida, viendo mujeres; en Huaykay Pata, viendo Llank’ay Pata». Y entonces, con el estribillo de «uauco, uauco, uauco» se cantaba, bailaba y tocaba por igual en la pampa de los
* Efraín Trelles Aréstegui se graduó como Bachiller de la Universidad Católica de Lima. En 1983 optó al ;grado de Master of Arts con The integration of an andean ethnic group into the early Encomienda system. The case of de Chupaychu in Huánuco, Perú, 1532-1562, en la Universidad de Texas (Austin). Ha sido profesor asistente en esa misma Universidad y en el Post-Grado de Ciencias Sociales de la Universidad Católica, así como docente de las Escuelas Campesinas de la Confederación Campesina del Perú. El trabajo que presentamos es una miscelánea de dos capítulos de su libro Linajes y futuro, editado por SUR y Otorongo Producciones en 1994, en Lima. En el primero, Trelles cuenta sobre la diversidad étnica del hinterland del futuro Wanuku o Huánuco incaico. En el segundo, muestra la ciudad viviendo.
[1] Reproducción del quinto capítulo de la Sección I ( “De hombres, tierras , aguas y otras inquietudes”), de Linajes y futuro, Efraín Trelles Aréstegui, SUR y Otorongo Producciones, 1994, Lima.
[2] Reproducción del primer capítulo de la Sección III (“Servir al Inca y verlo caer”) de Linajes y futuro, op. cit., páginas 85-90.
[3] Ver Huánuco Pampa, de Craig Morris y Donald Thompson, New york, 1985: 57-58 para el ushnu o plaza abierta; 73 para el rol de los altares en la división del espacio cuzqueño.
[4] Estamos glosando el artículo de Craig Morris Huánuco Pampa: nuevas evidencia sobre urbanismo Inca publicado en Lima en el tomo XLIV de la Revista del Museo Nacional.
[5] Moris & Thompson: 91, op. cit.
Inkas.perucultural.org.pe/hisasp2.thm
www.coh.arizona.edu/spanish&FossaLydia/Ondegardo/huanucu.html
www.unsaac.edu.pe/museoinka/museo2.htm
www.geocities.com/TheTropics/Cabana/8719
Este trabajo fue publicado en ANTI, Año I, N°3, Junio de 2000